“A los dieciocho años se adora; a los veinte, se ama; a los treinta, se desea; a los cuarenta, se reflexiona.”

Charles Paul de Kock


"El extranjero se levantó bruscamente y se adelantó hacia Isaura, que poseída de un sentimiento de terror al ver acercársele aquel hombre, retrocedió y dio un grito. Al punto Valiente, creyendo que atacaban a su ama, se levantó, y con la celeridad del rayo acometió al extranjero, mordiéndole en una pierna.
-Detened a vuestro perro con mil demonios, no veis que va a despedazarme... Isaura llamó a Valiente, que sólo con mucha dificultad soltó la pierna que tenía asida, y volvió al lado de su ama gruñendo, y mirando siempre al extranjero con ojos chispeantes.
-Perdonad, caballero, dijo Isaura, pero este fiel animal ha creído sin duda... que me amenazabais...
-Voto a... ¿por qué gritáis? ¿Por qué me acerco a vos? Pensáis que voy a comeros... ¡Qué necias son estas muchachas!... ¡Diablos!... me ha atarazado... Si recibiese lo mismo a vuestros jóvenes, me parece que no vendrían con tanta frecuencia... Pero no gritáis cuando se os acercan... ¿no es así?... Adiós, hermosa discreta... Bien pronto sabré lo que ahora os negáis a decirme... Si, sabré todo cuando os concierne... No creo que seáis hechicera, pero tampoco que sea natural que habléis como las señoras de la corte, que sólo viváis con vuestras ovejas, y que seáis bastante rica para dar de comer gratis a cuantos llegan a vuestra morada... Aquí hay algún misterio, y yo lo descubriré, niña; porque ya os lo he dicho, a mí no me engaña nadie, y no creo ni en la inocencia que corre las praderas y los campos, ni en el amor platónico, ni en la ciencia infusa. Adiós.
El desconocido volvió a tomar su sombrero y su báculo, y salió lentamente de la casita, después de dirigir a la joven una mirada de desprecio. Isaura comenzó a respirar con más libertad al ver alejarse de su casa a aquel hombre; y Valiente, que no había cesado de gruñir desde su lucha con el extranjero, salió a la puerta para seguirle con la vista, y no volvió a entrar hasta que estuvo muy distante."

Charles Paul de Kock
La casa blanca


"La mejor manera de mantener tus amigos es no deberles ni prestarles nada."

Charles Paul de Kock



"Los niños adivinan qué personas los aman. es un don natural que con el tiempo se pierde."

Charles Paul de Kock


"Nuestros tres caminantes no son de esos infelices que, precisados a hacer grandes jornadas a pie, se nos aparecen por las carreteras, morenos por efecto del sol, y llenos de polvo. Los de quienes vamos tratando, eran simplemente unos habitantes de París, cuyo traje indicaba el bienestar, y sus modales el trato culto de la sociedad.
El más joven, que podría tener de veintiséis a veintisiete años, era alto, delgado, esbelto, rubio y de color blanco: su fisonomía era bastante regular; sus ojos, azules y a decir verdad no muy grandes, pero tenían cierta expresión de alegría y de malicia, que no carecía de encanto: el modo como cerraba la boca y encogía los labios era un tanto burlón, y su barba tal vez demasiado prominente; pero, a pesar de todo, el señor Alfredo Monge tenía el derecho de creerse buen mozo. ¡Cuántos hay que, sin poseerlo, se arrogan ese derecho! El individuo que le seguía era hombre de unos treinta y cuatro años, de mediana estatura, pero algo grueso: su cabello era castaño oscuro; su rostro grave y casi severo; y sus grandes ojos, negros y serios, se inclinaban algunas veces a la melancolía. Este hombre tenía facciones regulares y nariz intachable; tenía, en fin, un hermoso rostro rodeado de negra barba corrida; pero, en conjunto, era un ser frío, y de movimientos tal vez acompasados por demás, lo cual no le impedía algunas veces participar de la alegría franca y comunicativa de Alfredo Monge.
Éste se llamaba Gustavo Dungranval.
El último de los viajeros era un personaje extremadamente feo; de esas fealdades decididas sobre las cuales no cabe disputa: tenía la cara amarilla con pómulos salientes, muy maltratada por las viruelas, y en la cual costaba mucho encontrar los ojos, que con bastante dificultad se distinguían en el fondo de unas negruzcas concavidades, desde donde no despedían más que un imperceptible brillo. Añádase a esto una enorme boca, poblada también de enormes dientes, que presentaban notable semejanza con los colmillos del jabalí, y tendremos una idea bastante exacta de este señor, cuya edad, sin embargo, era muy difícil conocer, porque tal vez el privilegio de las personas muy feas es decir, que no envejecen: piérdaseles de vista durante una quincena de años, y al cabo de este tiempo, al volverlos a encontrar se queda uno altamente sorprendido al ver que no han cambiado nada; mientras que tú, si has tenido las desgracia de haber sido buen mozo, es probable que en ese tiempo habrás perdido la mayor parte de tu mérito."

Charles Paul de Kock
Las jóvenes de la trastienda



"Precisamente tiene que ser muy divertido el alquilar libros, pues se trata con todo el mundo, se oyen chistes, unos descubren desde el momento su bestialidad, otros su ridiculez, su mal gusto, etc.; empero también conozco que en algunos casos es necesario revestirse de la paciencia de Job, particularmente si se trata con un suscritor cual el caballero de la bata de seda acolchada.
Iba ya a devolver mi periódico y satisfacer su importe, cuando vino a herir mi oído desde la pieza anterior al gabinete una voz que me era muy conocida.
Volví la cabeza y vi entrar a mi amigo Belán, que según costumbre grita al hablar cual si se dirigiera a los sordos, y halla medio de apartar a cuatro personas, sin embargo de ser delicado y hallarse libre del servicio de las armas por no llegar a la talla; pues los brazos del tal Belán están continuamente en movimiento, pónese de puntillas para ganar dos dedos de altura, inclina hacia atrás la cabeza, y se mantiene siempre tan quieto que no por cierto le gana un oso enjaulado. Nótame al abrir la vidriera, y se precipita hacia mí exclamando: "¡Ah, Blemont!... a ti te busco, amigo mío... vengo de tu casa... me han dicho que sería fácil que te encontrara aquí, y en verdad que...
-¡Chit!... ¡Chit!... ¡no levantes tanto la voz!, dije a Belán, cuyos descompasados acentos promovieron una revolución en el gabinete de lectura. "Aguarda un momento... pronto seré tuyo.
-Oh caro amigo mío! se trata de un asunto... de un suceso singular... Voy a contártelo y verás si...
-Pero cállate hombre... pues estorbas a los lectores, a quienes interesan muy poco tus asuntos, y no han venido por cierto aquí para saberlos. -Es verdad, es verdad, pero...
-Vamos, ven.
-Y cogiendo del brazo a Belán, le conduje fuera del gabinete de lectura."

Charles Paul de Kock
El cornudo