"A la mañana siguiente el pintor sacó sus paisajes de la carpeta y lo primero que salió fue un otoño entero, luego un invierno; todos los temples anímicos de la naturaleza revivieron uno a uno. "¡Qué poco es esto comparado con todo lo que he visto! Así como es veloz el ojo de un pintor, así de lenta y perezosa es su mano. ¡Cuánto me queda todavía por hacer! A veces creo volverme loco." Los tres, Klara, Simon y el pintor, rodeaban los dibujos. Hablaban poco, y todo eran exclamaciones de entusiasmo. De pronto, Simon se abalanzó hacia su sombrero, que estaba en el suelo de la habitación, se lo caló con furia en la cabeza, corrió a la puerta y salió gritando:
-Me he retrasado.
-¡Una hora de retraso! ¡Algo que no debiera ocurrirle a un hombre joven!-le dijeron en el banco.
-¿Y qué pasa si ocurre?-preguntó, insolente, el reprendido.
-¿Cómo? ¿Y encima protesta? Pues... por mi parte, haga usted lo que quiera.
La conducta de Simon le fue comunicada al director, quien decidió despedir al muchacho. Lo mandó llamar y se lo dijo en voz muy baja, incluso bonachona. Simon replicó:
-Me alegro mucho de que esto se acabe. ¿Cree usted acaso que me ha dado un duro golpe, que ha quebrantado mi ánimo, que me ha aniquilado o algo por el estilo? Todo lo contrario: me siento encumbrado, lisonjeado, siento que, después de mucho tiempo, me han vuelto a inyectar una gotita de esperanza. No he nacido para ser una máquina de escribir ni una calculadora. Me gusta mucho escribir y hacer cuentas, y suelo portarme como es debido con mi prójimo; también me agrada ser hacendoso y obedezco con pasión cuando no me hieren el corazón. Podría incluso someterme a ciertas leyes si fuera preciso, pero aquí la verdad es que no me importa nada hace ya tiempo."

Robert Walser
Los hermanos Tanner




“A menudo cuesta toda una vida librarse de ciertos recuerdos, por muy irrelevantes que sean.”

Robert Walser



“A menudo las apariencias engañan, señor mío, y lo mejor es dejar el juicio sobre una persona a esa misma persona. Nadie puede conocer tan bien como él mismo a un hombre que ha visto y vivido tanto.”

Robert Walser



Abatimiento

 "Por tanto tanto tiempo he esperado tonos
 dulces y saludos, un sonido alegre.

  Ahora me abato: ni un tarareo, ni un tañido,
 sólo nieblas derivando, y éstas abundan.

  Lo que en secreto cantaba desde un oscuro escondite,
 tú, tristeza, ahora endulza mi arrastrante paso."

Robert Walser



“Al suave viento del Este, colgado de la robusta rama de un roble, un gran duque que se había ahorcado agitaba los pies luchando por abandonar el reino de la absoluta certidumbre. Los idealistas descansaban tiesos en sus tumbas, implacable realidad. Qué cruel y afilada es mi pluma.”

Robert Walser



“Algo absurdo, sí, pero este absurdo tiene una boca preciosa y sonríe.”

Robert Walser




“Aquí podrás aprender muy poco, hay una falta de maestros y estudiantes de la Benjamenta no vamos a tener éxito en cualquier cosa, en otras palabras, en nuestra próxima vida todos vamos a ser algo muy pequeño y subordinado.”

Robert Walser


Como de costumbre

 "La lámpara todavía está ahí,
 la mesa también está ahí,
 y yo estoy en la habitación;
 y mi añoranza, me temo,
 todavía suspira, como de costumbre.

  Cobardía, ¿todavía estás ahí?
 ¿Y, mentira, tú también?
 Un oscuro 'sí' yo oigo:
 la tristeza todavía está ahí,
 en la habitación yo persevero
 como de costumbre."

Robert Walser






“Con todas mis ideas y necedades podré fundar muy pronto una sociedad anónima para la difusión de ilusiones hermosas, pero nada fiables.”

Robert Walser



Demasiado filosófico

 "Qué fantasmal en su hundimiento
 y en su creciente es mi vida.
 Para mí mismo me veo saludando con la mano
 y desaparezco del saludante.

  Como risa me veo a mí mismo
 y luego como la más profunda tristeza,
 después como un salvaje tejedor de palabras;
 sin embargo todo su hunde, se va abajo.

  Y seguramente en todo momento
 nunca he podido tener razón.
 Vagabundear por lugares olvidados

 siempre ha sido mi situación."

Robert Walser



 "El escritor que tiene más posibilidades de cosechar éxito es aquel que se empequeñece al máximo, tanto ante los contemporáneos como ante la posteridad."

Robert Walser


"El que se niega a perderse, tampoco conseguirá encontrarse jamás. Así que quiero perderme."

Robert Walser


"Ella pensó: «¿Llegará la cosa a buen puerto?». Y al mismo tiempo esta pregunta le infundió, cómo no, algo de miedo. Del mismo modo que, para el bandido, ella parecía la mujer idónea, así también el bandido aparentó ser el hombre ideal para ella, y se comportó desde un principio con total inhibición. Idóneos el uno para el otro, hacían remilgos y se avergonzaban, pues intuían la opinión de los presentes: que estaban hechos tal para cual. Ahora sólo tenían que conocerse a fondo, aunque desgraciadamente no les apeteciera lo más mínimo por el momento, de suerte que los instigadores de su unión, los organizadores de los preparativos del enlace los observaron compasivos. En particular, lo lamentaban enormemente por el bandido. Él hizo como si no comprendiera nada. ¿No es eso insolencia? A ambos los habían convocado a la reunión para que algo bonito surgiera y cuajara lo antes posible. Claro está que esa a quien habían considerado la mujer idónea no era bella. Precisamente por eso la creían adecuada. ¿No lo veía el burro del bandido? ¿O era que lo veía demasiado? Esa a la que, con toda la amabilidad, habían proclamado la mujer indicada le parecía incluso cuadrada. Tal vez ella se diera cuenta de todos y cada uno de los inconvenientes de un hombre que le convenía. Andaba cabizbaja, titubeante. «Se ha negado a picar, ha sido muy descortés con nosotros», se oyó que alguien decía en la reunión después de que él se hubiera marchado. En su presencia habían fingido estar encantados con su comportamiento. Ahora, en cambio, lo censuraban a placer. Como un caballero, él la había acompañado hasta su casa, pero tampoco de regreso acabó de convencerle. Mientras caminaban, ella tuvo por lo menos el detalle de hablar de Rilke; pero, a pesar de sus conocimientos sobre Rilke, jamás reuniría las cualidades necesarias para él. Vaya por Dios.
Los cisnes en el estanque del castillo, la fachada renacentista. ¿Dónde lo habré visto? O mejor: ¿dónde lo habrá visto el bandido? Apoyadas en el tronco de viejos árboles, había unas escaleras. Grupos enteros de bebedores de té podían subir y sentarse formando un corro bajo un techo verde. Y aquella granja solitaria en lo alto de la montaña, aquel bosquecillo de abedules o lo que fueran aquellos árboles. Y la glorieta en la colina, y la casa y el modesto muro; y la mujer arrogante, detrás de la ventana, observando gravemente a los recién llegados. A menudo la arrogancia es nuestro último refugio, aunque es un refugio al que no deberíamos huir. Tendríamos que salir de nuestra arrogancia, que no es más que una jaula, y hablar con los más modestos y así redimirnos. La redención está siempre a la vuelta de la esquina. Sólo que no siempre queremos distinguirla. Oh, si distinguiéramos siempre, a todas horas, lo que nos puede fortalecer. «Idiota», le siseó ella al bandido; y quien esto siseaba sufría de arrogancia y era bella hasta morir al decir eso. Y esta fuente de bienhechoras en el mismísimo centro de nuestra ciudad, tan rica en mujeres esculturales. Pero ¿en qué época fue cuando aquel señor me hizo una breve visita para animarme con sus historias? Tal vez supiera cuán joven era entonces el bandido. De pronto reaparece ese estúpido bandido, y yo desaparezco detrás de él. Está bien, sigamos. Y este enfermo, que estaba alegremente dispuesto a trabajar de noche si su condición se lo permitía. De él me han dicho que tiene un montón de prometedores encargos que no puede, hoy por hoy, llevar a cabo. Sólo cuando la gente ha muerto o yace paralizada viene el mundo con sus deseos, ofrecimientos y homenajes, cuando es demasiado tarde. Con quienes conservan su sano juicio nos enfadamos porque conservan su sano juicio. A los alegres les guardamos rencor por su alegría. Es algo que no hacemos a propósito: que lo hagamos por instinto es probablemente lo más triste, lo menos halagüeño. Basta ya de tanta filosofía."

Robert Walser
El bandido


 "En cuestiones de amor, cualquier ausencia de éxito entraña una cierta felicidad."

Robert Walser



"En la confusión que generan las frases presentes, creo oír en la lejanía al Minotauro, que me parece que representa la dificultad hirsuta que entraña el problema de las naciones, que abandono en favor del Cantar de los nibelungos, con lo que, si se me permite la expresión, acallo algo que me molesta. Asimismo pienso dejar en paz, o lo que es lo mismo, dejar dormir, a todos los longobardos, porque comprendo que cierta clase de sueño es útil, aunque solo sea porque lleva asociada una vida muy particular. A causa de la pizca de felicidad que aporta, creo que hay que hacer algo por la distancia de la media de seda, que quisiera comparar con la distancia hasta la nación, la cual —esta última— revela un parecido con una suerte de minotauro que yo en cierto modo rehúyo. En mí cobró forma la convicción de que la nación, que para mí es algo parecido a un ser que aparenta exigirme toda suerte de cosas, me comprende mejor, es decir, me aprueba lo más deprisa posible si aparentemente hago caso omiso de ella. ¿Necesito mostrar comprensión al Minotauro? ¿Acaso no sé que a causa de ello enloquecerá de rabia? El Minotauro se imagina que yo no puedo vivir sin él; la cuestión es que él no soporta la sumisión, forma esta en que tiende a malinterpretar, por ejemplo, el afecto. Yo también podría considerar la nación un misterioso longobardo que, debido a —¿cómo lo diría?— su inexplorabilidad, me causa sin duda cierta impresión, lo que en mi opinión debería ser de todo punto suficiente.
Todas estas naciones, despertadas de alguna manera, se encuentran tal vez ante estas y aquellas provechosas o ingratas tareas, lo que es extraordinariamente bueno para ellas. Quiero decir que quizá no se deba ser demasiado lo que se es, que es mejor no estar demasiado pletórico de capacidad. El problema del haragán acostado sobre una colina suavemente abombada quizá merezca cierta consideración. Del contenido que respira en general del Cantar de los nibelungos se elevan héroes, y no puedo negar mi respeto al poema, de origen singular.
Si puedo considerar un laberinto lo que ha nacido aquí fruto de mi conocimiento e inconsciencia, el lector lo abandonará ahora, si se me permite la expresión, al estilo de Teseo."

Robert Walser
El Minotauro




 En la luz de la luna

  "Pensé cuando la noche era profunda
 que las estrellas debían estar cantando,
 ya que, despierto de mi sueño,
 oí un suave tañido.

  Pero era una pequeña arpa
 que atravesó las paredes de mi cuarto,
 y a través del frío, y la filosa
 noche sonó como la fatalidad.

  Pensé en luchas vanas, vanos enredos,
 la oración, la maldición fue soplada lejos,
 y por un buen rato escuché los cantos,

 yací largamente despierto."

Robert Walser





“En los cuchillos y tenedores se habían pegado las lágrimas de mis enemigos ajusticiados, y al tintineo de los vasos se unían los sollozos de innumerables desgraciados; sin embargo, las estelas de las lágrimas me daban risa, mientras que los sollozos de desesperación adquirían un sonido musical a mis oídos. Necesitaba música para amenizar el banquete, y la tenía.”

Robert Walser



"Estaba parado, sin decidirme a avanzar. Cuando andaba, me sentía obligado a detenerme, y cuando me detenía, sentía el impulso de avanzar. El anochecer me embelesaba con su singularidad; oscuros colores fantasmales, dorados tonos de nostalgia se alzaban ante mí. Me sentía como si fuera ciego y ya no captara lo bello, me sentía tan extraño, con el corazón tan frío, y sin embargo tan a gusto, tan complacido. Miraba atento a todas partes, para divisar detrás y al lado de los objetos cosas nuevas e inéditas. Los colores del crepúsculo resonaban como una inocente, dulce, temerosa canción de despedida, y me sentía capaz de ver los tonos y escuchar el sonido de los colores. ¡Atardecer, qué maravilloso cuadro compones! El sol se extendía con sus ondas doradas y su magia crepuscular y proyectaba un torrente de belleza sobre la montaña, que parecía un héroe adormilado de tiempos remotos. Las casas ponían una cara melancólica, en todas las pequeñas, modestas ventanas relucía un fuego maravilloso, y el amor, la bondad y una divina inundación anímica se derramaban y flotaban sobre todo lo visible, sobre el profundo e intenso verdor de los prados, dorando los árboles desnudos y hechizando el bosque sereno y amado. El anochecer es un mago que convierte el mundo en sueño, conduce en silencio a las personas, de la mano, hasta países ultraterrenales, fantásticos, donde la intuición vale más que la sabiduría, las sensaciones vagas más que la inteligencia preclara. Cuando la oscuridad aumentó a mi alrededor, vi en el profundo resplandor de la oscuridad impregnada de humedades la humilde casa situada junto al camino, que más que una casa era una choza, una ruina más que un edificio, y entré. En ella vivía Klara."

Robert Walser
Paseo vespertino



“Hace ya tiempo que debería haber acabado mis días y exhalado mi último aliento en interés de las necrológicas, que acaso más de uno habrá querido redactar sobre mi persona. En este aspecto soy muy desconsiderado...”

Robert Walser



“Hay que aprender a amar la necesidad, a cuidarla.”

Robert Walser


"La carta es enviada. Mientras, se memorizan varios papeles. El joven optimista se pone un chaleco de terciopelo que su padre solía usar en los matrimonios. Sobre los hombros se echa un viejo abrigo de su tío, comprado en una ciudad a orillas del Mississippi, y en torno a las caderas se ciñe un chal glaronés. La cabeza recibe una cobertura adecuada, es decir un chambergo de fieltro rematado por una pluma de pato salvaje. La mano ha sabido agenciarse una terrible pistola, y las piernas van ceñidas por un par de botas de guardabosque. Así engalanado ensaya el personaje de Karl.
Y poco después llega volando la respuesta desde la villa del príncipe de las artes: «Querido y joven amigo, cuídese mucho de las carreras teatrales, que son engañosas. Créame que lo hago por su bien si intento disuadirle de entrar en ese mundo de palabras altisonantes, bellos ademanes y trajes brillantes. Las apariencias le han seducido. Siga usted siendo un solícito y modesto ciudadano, y lea sólo a los clásicos, pero tranquilamente y sin tomar el contenido de esos hermosos libros más en serio de lo que resulta sano y razonable».
Sano y razonable. No son éstas palabras capaces de consolar ni apaciguar a un corazón abrasado por el arte. Wenzel visita al director del teatro municipal de Twann y le suplica que lo lleve en sus tournées. Podría incluso cargar cestos o repartir tarjetas. Está a punto de decir que, llegado el caso, también podría lustrar zapatos, pero no tiene valor para dejar que sus labios formulen algo semejante. Un bigote español le responde: «Querido joven, me es imposible asumir tal responsabilidad».
Muchas personas de dieciocho años hay en el mundo; algunos se dejan aconsejar, pero otros no escuchan una sola palabra, por inteligente que sea. Y Wenzel quiere salirse con la suya. Escribe: «¡Noble señor y maestro!», y, bajo este epígrafe, dirige una carta a un actor capitalino de casi primerísima calidad. Luego viene la prueba del talento. Al examen asisten unas cuantas coronas de laurel empolvadas, una mujer que evoca extrañamente la Alemania del norte y las novelas de la Gartenlaube, y él mismo, el comediante, que aparece bello como un sol, con una cara que hace pensar en un retrato. La visita concluye melancólicamente."

Robert Walser
Wenzel


“Los ojos transmiten ideas, por eso los cierro de vez en cuando, a fin de no verme obligado a pensar.”

Robert Walser



“Los que obedecen en su mayoría son copia perfecta de los que los mandan.”

Robert Walser



 Más

  "Quise detenerme, quedarme quieto
 pero fui empujado más y más,
 más allá de los árboles que eran todos negros,
 pero bajo esos árboles negros
 quise detenerme, quedarme quieto,
 sin embargo fui llevado más y más,
 pasando prados que eran verdes,
 pero junto a esos prados verdes
 yo sólo quería parar, quedarme quieto,
 y fui llevado más y más,
 pasando casuchas de los pobres;
 en una de esas pobres casuchas
 quise detenerme de todas maneras
 para contemplar su pobreza
 y cómo su humo tan lentamente
 se enrula en el cielo, anhelo
 detenerme aquí mucho tiempo,
 dije todo esto y me reí,
 el humo surgió sonriendo humeantemente,
 fui empujado más y más."


Robert Walser




 Nieve

 "Está nevando, nevando, cubre la tierra entera
 con una pesada pila, tan ancha, tan ancha.
  Tan dolorosamente se tambalea desde el cielo,
 este remolino por todos lados, la nieve, la nieve.
  Esto te da a vos, oh, una amplificación, un descanso,
 este mundo de blancura oprimida me debilita.
  Tan pequeño al principio, luego grande, mi anhelo
 se convierte en lágrimas calientes que me invaden, ardiendo."

Robert Walser




“No desearía a nadie ser yo. Sólo yo soy capaz de soportarme a mí mismo. Saber tanto, haber visto tanto y, Decir nada acerca de nada.”

Robert Walser



"¿No es encantador cómo corrijo los errores y allano las faltas? Al hacer concesiones, demuestro ser pacífico, y al redondear los bordes y ablandar las durezas soy un fino y sutil moderador, muestro sentido del buen tono y soy diplomático. De todos modos he quedado mal; pero espero que se me reconozca la buena voluntad. Si alguien dice aún que soy un hombre desconsiderado, autoritario y prepotente, que se lanza ciegamente contra las cosas, afirmo, es decir, me atrevo a esperar que tengo razón en afirmar, que la persona que tal dice yerra gravemente. Quizá nunca un autor haya pensado en el lector, de manera constante, tan tierna y gentilmente como yo. Bien, ahora puedo enamorarme obsequioso de palacios o nobles mansiones, de la siguiente forma: arrojando un triunfo en toda regla; porque con una tan semi decadente casa solariega y patricia, con una noble sede y casa señorial, envejecida por el tiempo, rodeada de un parque, orgullosa, como esta que aparece ahora, se puede hacer ostentación, suscitar atención expectante, despertar envidia, provocar admiración y cosechar honores. Algún pobre pero fino literato vivía con gran gozo y máximo placer en semejante palacio o castillo, con patio y entrada para principescos coches con escudos de armas. Algún pintor pobre pero hedonista sueña con una estancia temporal en una preciosa y antigua propiedad rural. Alguna muchachita de ciudad, instruida pero quizá pobre de pedir, piensa con melancólico arrobo e ideal celo en estanques, grutas, altos aposentos y ella misma servida por solícitos criados y nobles caballeros. En la casa señorial que yo veía, es decir, más bien sobre ella que en ella, se podía ver y leer la fecha 1709, lo que por supuesto aumentó vivamente mi interés."

Robert Walser
El paseo



“No estaría bien criticar a otros sin compasión y querer tratarme a mí mismo con delicadeza y tan cuidadosamente como sea posible. Un crítico que tal hace no es auténtico, y los escritores no deben abusar de la escritura.”

Robert Walser




"¿No suena a megalomanía, contaba Titus, despegar los labios para decir que mi madre era una princesa y que unos bandidos me raptaron para convertirme en uno de ellos? Pero yo lo digo sólo a guisa de adorno, para que la gente no se aburra conmigo desde el principio. Si alguien me preguntara por mi lugar de nacimiento, yo mencionaría Goslar, aunque sea una jugosa mentira. Mi madre nunca me mimó, cosa de la que sin duda sólo podré alegrarme. Goslar, según leí hace algún tiempo, es fascinante en su atuendo primaveral, y como soy propenso a la credulidad, acepté gustoso la afirmación. Con los bandidos aprendí a lavar, coser, cocinar e interpretar a Chopin, aunque rogaría no tomar esta declaración demasiado al pie de la letra. Tengo la impresión de estar fantaseando aquí de lo lindo, y espero hallar indulgencia. ¿No puede acaso el escritor tocar el instrumento de sus ocurrencias con el mismo deleite con que, por ejemplo, un músico toca el piano? Cuando era alférez tenía un ordenanza que me trataba con cariño. Llegué a una ciudad, me puse a recorrer las calles, y busqué y encontré un puesto apropiado, al tiempo que conseguía comida y alojamiento donde una familia cuyo jefe era tan arisco como su mujer indulgente. Enseñé a sus dos hijos a liar cigarrillos y aprendí inglés en compañía de una señorita. Sentada en su habitación, una camarera alta y pálida parecía una rosa aureolada de romanticismo, la bondad de corazón en los ojos; con las dos palabras que me concedió me hizo feliz, aunque yo no supiera aún a ciencia cierta qué era la felicidad. Una tercera inquilina, una viuda, me trataba con tanta familiaridad que el gruñón me hizo saber que no podía consentir esos amoríos en su casa. La paz es un problema difícil. Me pasé al oficio de escritor para luego abandonarlo poco a poco. Al este de un imponente centro comercial conocí en una taberna a una mujer de ojos negros envuelta en amarillo. Pero ¿no parece esto un desempaquetar recuerdos que, puestos en letras de molde, podrían fácilmente resultar sentimentales? A mí, tipo mediocre, me iba igual que a aquéllos cuya principal experiencia consiste en cruzarse con mucha gente sin entrar en contacto con nadie. Insólito soy quizá sólo por el hecho de haber perdido una infinidad de tiempo y haberme percatado de ello con placer. En vez de envejecer, fui rejuveneciendo. Haberme estupidizado un poquito es algo de lo que, decididamente, me envanezco. Soy orgulloso y limitado, y he tironeado de mi nariz con tanta insistencia que ha acabado adoptando una forma encantadora; le he rezado todo el tiempo al buen Dios para llegar a tener un aspecto infantil, lo que también he conseguido. Mi pecho es un nido de sierpes, no es de extrañar que eleve una mirada implorante a gente que por eso me cree dócil, pero ¡qué discursos tan inadmisibles son éstos, que desfiguran la construcción de las frases! Quien no tiene la buena voluntad de mentir no tiene remedio. Ser sincero es raramente decoroso. Para hacer una confesión: llevo conmigo un amor que en parte me aburre, pero también me da alas. Invitado por una asociación para el fomento del arte poética a entregar un nuevo manuscrito, me puse a girar, mariposear y corretear por todos los cafés donde una dama me parecía lo bastante condescendiente como para permitirme alzar la mirada hacia ella. Desde entonces soy el más pálido y el más rubicundo de los enamorados; lástima, eso sí, que las canciones de amor más sublimes ya hayan sido escritas y existan en forma de libro; con qué gusto me introduciría en los palacios de la literatura por la puertecilla de los proveedores para servir embelesado. Ayer me adentré en un paisaje nimbado por una especie de oro preprimaveral, me quité el sombrero ante la encantadora mamá naturaleza, me senté en un banquito y rompí a llorar. En la ramificadísima red del método de rejuvenecimiento las lágrimas constituyen, según mi experiencia, un punto de empalme nada irrelevante. Ya no se deja uno crecer las uñas. En el matrimonio piensa la parte contraria. El pelo hay que lavárselo semanalmente. A mis pies se solazaban las olas, y a través del valle, compuesto apaciblemente por una suave sucesión de colinas, vibraba una alegría como la que muestra el rostro de un hombre que ha permanecido bueno, que ha vivido años sin que la vida haya logrado agriarle el carácter. Maravillosas son la decrepitud y la juvenilidad de la Tierra."

Robert Walser
La Rosa



"Nosotros, los alumnos o internos, tenemos en verdad muy poco que hacer, casi no nos dan tareas. Aprendemos de memoria los reglamentos que rigen aquí dentro. O leemos el libro ¿Qué objetivo persigue la escuela de muchachos Benjamenta? Kraus estudia además francés, totalmente por su cuenta, ya que las lenguas extranjeras o asignaturas similares no figuran en nuestro plan de estudios.
Sólo hay un curso único que se repite constantemente: ¿Cómo debe comportarse un muchacho? Y toda la enseñanza, en el fondo, gira en torno a esta pregunta. Conocimientos no se nos imparte ninguno. Como ya he dicho, falta personal docente, es decir, que los señores educadores y maestros duermen, o bien están muertos, o lo están sólo en apariencia, o quizás se han petrificado, lo mismo da; el hecho es que no nos aportan realmente nada. En lugar de los maestros, que por alguna extraña razón están ahí tumbados, como muertos, y dormitan, quien nos da las lecciones y nos dirige es una mujer joven, Fräulein Lisa Benjamenta, hermana del señor director del Instituto. A la hora de la lección entra en el aula con una varita blanca en la mano. Todos nos levantamos de nuestros puestos al verla entrar; no bien ha tomado asiento, también nosotros podemos sentarnos. Con su varita da tres golpes breves e imperiosos contra el borde de la mesa, y la clase comienza. ¡Vaya clase! Aunque mentiría si dijera que la encuentro extraña. No, lo que Fräulein Benjamenta nos enseña me parece digno de consideración. Es poco y no paramos de repetirlo, aunque tal vez haya un secreto detrás de todas estas naderías irrisorias."

Robert Walser
Jakob von Gunten



“Pero ¿Acaso es sensato expresarse con claridad? ¡Oh, cómo me tortura el sol en su cénit! Ella lleva ahora un sombrero de paja y camina algo inclinada, con paso indeciso. La gente insegura puede desconcertar a la gente segura. Es decir, la gente segura convierte en segura a la gente insegura. ¿Tiene de veras el arte la misión de hacer flaquear con las flaquezas? ¡San Sebastián!”

Robert Walser


"¿Puedo esperar haber satisfecho al lector amable y de paciencia infinita con esta sincera explicación? Añado que considero inoportuna la teoría en aquellos casos en los que se nos escapa, de manera similar a lo que le ocurre a un colegial que hace «novillos»: no puede, la teoría, huir sin más, con lo que quiero decir que no puede dárselas de lo que no es y debe actuar en consecuencia, y que tendrá derecho a existir en la medida en que sea honrada y obediente. Sin la más mínima intención de fingir o de dar a entender algo que no es, como sería el caso, por ejemplo, si diera forma al héroe de esta historia, es decir, a mí mismo, más que a la persona que yo creo ser, es posible que aquí y allá, realice por mor de la legibilidad y del buen gusto, y lo digo con total franqueza, alguna que otra modificación relativa al tiempo y al espacio, lo cual no me parece que entre en contradicción con la teoría de la realidad. Volveré a empezar antes que nada por pasearme vigorosa y enérgicamente por el corazón mismo o lo más sagrado que haya en el templo de la teoría, para presentar en general la idea, sin duda razonable, de que conocer a las mujeres es útil y bonito, y de que no menos útil y acaso más bonito resulta, en virtud de una mayor intimidad con su género, servirles y prestarles ayuda, esforzándose tal vez no tanto por instilar en sus almas sensibles qué es lo que son, como por tratarlas dándoles a entender qué serían capaces de hacer de sí mismas en tal o cual situación. Qué duda cabe de que ello implica el sacrificio de tener que repartir enseñanzas; y eso ya vale no solamente para las mujeres, sino que concierne a toda la humanidad, por muy grande y prometedora que sea."

Robert Walser
Diario de 1926


"Qué viejo había sido ya de joven! ¡Cómo la conciencia de no tener un hogar en ningún sitio había logrado paralizarlo y asfixiarlo interiormente! ¡Qué hermoso era pertenecer a alguien en el odio o en la impaciencia, en el amor o en la melancolía! Un triste entusiasmo se apoderaba de Joseph siempre que desde alguna ventana abierta sentía que el mágico calor de un hogar se reflejaba en él, el solitario, el errante, el apátrida, de pie en medio de la calle fría."

Robert Walser
El ayudante



“Quizá hubiera podido convencerla a tiempo de que tenía buenas intenciones, de que su querida persona me era importante, y de que por muchos hermosos motivos quería hacerla feliz, y con ello a mí mismo; pero no me esforcé más, y ella partió.”

Robert Walser


"Si nos comportamos debidamente, dejamos menos huella en las almas. Se obligó a no perder la calma, pero yo podía verle la irritación. Me había estado hablando con sumo desatino, me levanté y allí la dejé, a ella, a quien, por así decirlo, admiraba un minuto antes. Me alejé del círculo profiriendo palabras malsonantes, y desde entonces la quiero, pues su imagen me llegó a lo más hondo del alma; veía su rostro continuamente, los ojos llenos de odio y de espanto; allí había también odio hacia sí misma. Pero ¿cómo puede alguien tomarse tan a mal un descuido? En aquel tiempo ella era la pobre, la reprendida, la delicada a quien yo había tratado con rudeza. Poco después la visité en su exquisito salón, por condescendencia, en cierto modo, y de hecho parecía estar encantada con mi alegre presencia; me saludó atentamente y con distinción, con una, ¿cómo lo diría? con una gracia que emanaba de la gratitud. No supe aprovechar el éxito lo más mínimo. Si las circunstancias lo permiten, puedo tener mucho éxito, pero me falta iniciativa para sacarle partido a una situación favorable. Sonreía, era feliz en su presencia, demasiado feliz, de hecho; estaba a mis anchas y no pensaba en esforzarme ni un poquito para que se divirtiera, la quería sin preocuparme por más detalles, sin preguntarle por sus deseos, hasta que me llamaron los negocios y tuve que alejarme de ella unos meses. Cuando regresé, siempre sólo ella en primer término de mis pensamientos, secundario el resto de asuntos, lo que de hecho ni tiene ya importancia, y me presenté en la casa en la que la había visitado tantas veces, y donde tanto habíamos intimado, tuve la corazonada de que ya no estaría allí, no entré ni siquiera para comprobar si había supuesto bien, confié en mi presentimiento; sabía que se había largado y me decidí a buscarla con la mayor discreción posible, evitando cuidadosamente levantar cualquier revuelo. Era primavera, y te advierto que fue para mí un tiempo de hechizo, las flores en la hierba y el amor floreciente en la tierra de mi alma; suena como si quisiera ahora recitarlo en versos, pero no tengo ninguna intención al respecto. Me miras con una mala cara… ¿Acaso te incomoda que exhiba todas mis reliquias? Eres tremendamente inteligente y ves lo feliz que soy contándolo todo, y tu inteligencia está por ello que echa chispas, pues se te ha metido en la cabeza que ya no me queda nada, que sólo soy un pobre mendigo. Me consideras, dicho sea de paso, un libertino, y te equivocas; y te molesta que te muestre mi lado bueno. Averigüé dónde se encontraba, le pedí a un músico, a un hombre en paro, que me acompañara, y así nos plantamos una noche que parecía indicada para la serenata como ninguna otra ante una casa muy bonita, y alta, que es donde ella se encontraba; él tocaba de maravilla."

Robert Walser
La declaración de Alfred


"Siempre he amado lo más cercano y usted es la más cercana para mí."

Robert Walser


“Siento que podría seguir con este relato hasta el infinito. ¿En qué consiste lo infinito, si no en una sucesión interminable de puntos?”

Robert Walser



“Soy un rotundo seguidor de los batallones de soldados, tanto como partidario del desarme general preventivo. Evidentemente, se podría decir más sobre este asunto.”

Robert Walser



“Un ganso se tiene prohibido todo atisbo de añoranza. Un ganso tiene cosas que hacer, se exige mucho y observa con desprecio sus gansadas.”

Robert Walser



“Un hombre no se siente orgulloso de las alegrías y del placer. En el fondo lo único que da orgullo y alegría al espíritu son los esfuerzos superados con bravura y los sufrimientos soportados con paciencia.”

Robert Walser



“¡Y esos ojos! Contemplarlos es como sumergir la mirada en algo profundo, angustiosamente abisal. Con su brillante negrura, esos ojos parecen no decir nada y expresar, a la vez, lo inexpresable, a tal punto resultan conocidos y desconocidos al mismo tiempo.”

Robert Walser



“Ya se sabe, en ningún caso hay que hablar de las cosas que uno conoce muy bien; es cuestión de decencia.”


Robert Walser