"A mi me fascina lo absurdo, y hacia ello voy, pero a sabiendas."

Ramón Pérez de Ayala


“Cuando la estafa es enorme ya toma un nombre decente.”

Ramón Pérez de Ayala

"Dos eran las cosas que Mur abominaba sobre toda ponderación; la primera, que yendo en filas, como siempre iban las divisiones al trasladarse de un punto á otro del colegio, se tararease por lo bajo; la segunda, que en caso de acometer al alumno, en las altas horas de la noche, una necesidad, aun siendo acosadora é inaplazable, se satisficiera haciendo uso del bacín que para casos de menor entidad había en la mesilla de noche. Es decir, que Mur se había propuesto luchar con dos fuerzas naturales. Una, porque estando los alumnos en punto de crecimiento y con gran remanente de actividad que no hallaba medio fácil de explayarse, la energía les rezumaba por todas partes y en toda ocasión, siendo la forma preferente el canturreo en que, á compás del paso en las filas, incurrían sin darse cuenta y á pesar de los castigos. La segunda, porque permaneciendo cerrados por de fuera en sus camaranchones durante la noche, y no acudiendo el sereno á los toques por hallarse monolíticamente dormido, no les quedaba otro recurso decoroso á los alumnos, caso de apretarles la urgencia, que aprovechar el único recipiente idóneo que á mano tenían. Mas, por lo mismo que era físicamente imposible corregir uno y otro fenómeno, Mur exteriorizaba particular enojo ante su frecuencia, y era que ello le daba pie para imponer penas y para imaginar los más absurdos procedimientos de tortura, con lo cual se refocilaba tan por entero que le salían á la cara las señales del goce entrañable y cruel que esto le traía.
Era cosa de verle ante el niño penado, cuando le hacía sustentarse en posturas forzadas é inverosímiles, durante minutos eternos. Su fría carátula tomaba calor de vida, los labios se aflojaban, la nariz trepidaba y la siniestra verruga se henchía de sangre, se esponjaba, lograba expresión.
Su indiferencia aparente era tanta que desconcertaba á los alumnos. Caminaba entre las filas como absorto en sus propias cavilaciones. Un niño, creyéndole ausente de las cosas externas, se volvía para decir cualquiera paparrucha á un amigacho; no había pronunciado tres palabras, y ya tenía sobre la mejilla la mano huesuda de Mur, impuesta en el tierno rostro con la mayor violencia. Era especialista en los pellizcos retorcidos, que propinaba con punzante sutileza, poniendo los ojos en blanco y sorbiendo entre los apretados dientes el aire, cual si le transiera un goce venusto. En el castigo de la pared, el más benigno y corriente, Mur lograba poner un matiz propio. La pena consistía en estar cara al muro y espalda á los juegos, diez ó quince minutos, durante la recreación. Mur se encaraba con el reo, engarabitaba los dedos y los iba plegando sucesivamente, trazando esa seña que en la mímica familiar expresa el hecho de hurtar alguna cosa; al mismo tiempo decía: Apropíncuale, con lentitud, mordisqueando las letras como si fueran un retoñuelo de menta ó algo que le proporcionara frescura y regalo. Y estando ya el niño de cara á la pared, le aplicaba un coscorrón en el colodrillo, de tal traza, que las narices del infeliz chocaban despiadadamente contra el muro."

Ramón Pérez de Ayala
A.M.D.G.


"Este varón solemnísimo había sido en su mocedad pastor de vacas, al servicio del duque de Somavia. La duquesa continuaba tratándole como criado. Los Somavia, merced a sus influencias, le habían hecho obispo. Provenía de la Orden dominicana. Había vivido algunos años en las islas Filipinas, y allí se había granjeado reputación de sabio entomólogo y se le atribuía el descubrimiento de varias familias de insectos: la musca magallánica, mosca como la de aquí, sólo que reside en el archipiélago magallánico; el draco furibundus, especie de mosquito de trompetilla; formica cruenta, hormiga que pica, y otras bestezuelas domésticas. Los periódicos siempre le nombraban así: «Nuestro prelado, el sabio naturalista, de fama universal, que ha descubierto tantos insectos.» Y el diario republicano ponía invariablemente esta glosa: «Si nuestro prelado, en lugar de descubrir tantos insectos, hubiera descubierto un buen insecticida, se lo agradecería más la Humanidad y la Ciencia y ostentaría una fama mejor conquistada.» Era un cacique, tenía el cráneo como una bola, faz sombría y concupiscencias políticas. Durante la comida, la duquesa le soltó varias frescas y uno que otro sabroso ajo. Después de la comida, Su Ilustrísima se fue, en apariencia emberrenchinado, y quedé cara a cara con la duquesa, la cual, muy seria, me dijo: «Mi hermano, en su testamento, ha dejado unos cuartejos, poca cosa, para que con ellos, según mi arbitrio, vea yo de hacerte hombre. Después de pensarlo mucho, he determinado que seas cura. Hoy por hoy, hijo mío, los curas son los hombres que en España cuentan con porvenir más halagüeño, máxime si tienen aldabas. A un gaznápiro con faldas, aunque pertenezca a la familia más baja, se le admitirá en las mejores familias; aunque no posea un céntimo, no le desdeñarán los más ricos; aunque sea un sandio, le escucharán los políticos y los académicos; aunque sea más feo que Picio, le mirarán hasta con embeleso las más hermosas mujeres. Todo depende de que él sepa manejarse. Poco hemos de poder mi marido y yo si no te hacemos obispo. Ya has visto este majadero de Facundo, tan obispo como San Agustín. Y al pobre Chapaprieta no le tenemos ya de obispo, porque a ése, tan engurruñado, soso y melifluo, nada se le puede hacer, como no sea madre abadesa. Tú eres listo y nada gazmoño. Los hábitos no te sentarán como un miriñaque. Cuando sea menester, sabrás remangarlos. Además, eres honrado, veraz y tienes buen corazón, todo lo que se necesita para ser sacerdote caritativo y digno. Confío que nunca me motejarás, ni con el pensamiento, por haberte empujado por ese camino.» Nunca se lo motejé, ni con el pensamiento."

Ramón Pérez de Ayala
Belarmino y Apolonio


"El hecho estético esencial es la confusión o transfusión de uno mismo en los demás, y aun en los seres inanimados; vivir por entero en la medida de lo posible las emociones ajenas, y a los seres inanimados henchirlos y saturarlos de emoción, personificarlos.
(...)
De pequeños nos enseñan la doctrina y a temer a Dios, y a este pobre cuerpo mortal, a este guiñapo mortal, que lo parta un rayo. A los veinticinco años somos viejos y la menor contrariedad nos aniquila. Somos hombres sin niñez y sin juventud, espectros de hombres."

Ramón Pérez de Ayala
Troteras y danzaderas



"Gran ciencia es ser feliz, engendrar la alegría, porque sin ella toda la existencia es baldía."

Ramón Pérez de Ayala



"La desesperación no se origina en lo irreparable. En lo irreparable, puesto que es cierto, se descansa. La causa de la desesperación es lo incierto... la tiniebla, cuando sabemos que su medroso escondrijo nos reclama nuestro tesoro, pero no conducimos la antorcha en la mano. ¡Maldito quien me negó lumbre para la antorcha!"

Ramón Pérez De Ayala


"La simiente no se pierde jamás. Echa raíces aunque caiga en la hendidura de una roca. Si el alma es de tierra generosa, como si es de peña, nada importa. El toque estriba en coger a las almas por sorpresa, cuando están ensimismadas, que es cuando ellas se creen estar más atentas y cerradas en sí, y es cuando están más descuidadas y abiertas al buen sembrador. Hay que entrar en las almas cautelosamente, a la manera del enamorado en la noche."

Ramón Pérez de Ayala



“Lo blanco y lo negro existen y entrambos son verdad. Dejemos a cada cual con su verdad, siempre que sea de buena fe, aunque nuestra verdad nos parezca más noble y más bella. El ideal es una verdad rarísima que apenas se compadece con la realidad. La verdad de todos los días es más modesta, y acaso menos peligrosa, menos expuesta a equivocaciones irremediables.”

Ramón Pérez de Ayala



“Menudas razones que te sobran y te falta razón. Es harto corriente que el huérfano de razón anda sobrado de razones. Quien mucho aspira a demostrar, sólo una cosa demuestra: que no sabe a qué carta quedarse. La cordura se cifra en saber a qué atenerse. Lo demás es ligereza y presunción.”

Ramón Pérez de Ayala