“A través del sufrimiento se alcanza el conocimiento.”

Virginia Woolf


“Acuérdate de mí esta noche, su voz sonó frágil y delgada y muy lejana.”

Virginia Woolf


“Amar nos separa de los demás.”

Virginia Woolf


"Así las cosas, el conde y el médico emprendieron regreso a Wilton, y Providence se encargó de que naufragasen en plena travesía. Melville por su parte huyó tras grandes dificultades. Se hallaba casi embriagado y sometido a la realidad debido a esas útiles medicinas, la paz, la quietud, la libertad perfecta. Si no hubiera encontrado resistencia a su partida, es posible que hubiera sucumbido para siempre. La risa dejó de surtir efecto. Es llamativo que en el prefacio al libro que escribió después insista con todo cuidado en que «caso de que se muestre cierta jocosidad sobre algunos curiosos rasgos de los tahitianos, téngase en cuenta que no proviene de la menor intención de ridiculizarles». En tal caso, su relación de algunos curiosos rasgos de los marinos europeos, que escribe a renglón seguido, ¿procede de una nula intención de satirizarlos? Es difícil de saber. Melville informa con mucha viveza, con vigor, pero rara vez se permite hacer comentarios. Encontró el ballenero en el que le cupo regresar «en una situación de gran alboroto». La comida se había podrido, los hombres estaban levantiscos. En vez de tocar tierra y perder a su tripulación, que sin duda habría desertado, lo cual le habría hecho perder el cargamento de aceite de ballena, el capitán fijó el rumbo en alta mar. Mantuvo una férrea disciplina mediante una ración diaria de ron, y los grilletes del contramaestre. Cuando por fin expusieron los marinos el caso ante el cónsul británico de Tahití, la fuente de la justicia les pareció espúrea. Sea como fuere, Melville y otros que habían insistido en que se respetaran sus derechos legales se encontraron al cargo de un nativo viejo, a quien se instruyó para que les pusiera cepos en las piernas. Pero su concepto de la disciplina era más bien exiguo, y de un modo u otro, con la belleza del lugar y la amabilidad de los nativos, Melville volvió de nuevo, curioso, tal vez peligrosamente, a sentirse contento. Una vez más hubo libertad e indolencia; las antorchas iluminaban la selva de noche; hubo bailes a la luz de la luna; hubo peces con los colores del arcoíris que centelleaban en el agua, hubo mujeres engalanadas con todas las flores posibles. Atento, Melville oyó a los ancianos tahitianos que cantaban en tonos bajos, tristes, una canción que decía así: «Las palmeras habrán de crecer, el coral habrá de extenderse, pero el hombre dejará de ser». Las estadísticas le dieron la razón. La población había pasado a ser de doscientos mil a nueve mil en menos de un siglo. Los europeos llevaron a las islas las enfermedades de la civilización a la vez que sus ventajas. Siguieron los misioneros, que a Melville le desagradaban. «Probablemente no exista una sola raza en la tierra —escribe— menos dispuesta por naturaleza [que los tahitianos] a aceptar las admoniciones del cristianismo». Enseñarles cualquier oficio de provecho es imposible. La civilización y el salvajismo se fundieron de manera insólita en el palacio de la reina Pomaree."

Virginia Woolf
Horas en una Biblioteca 



"Cada ola tiene una luz suave, al igual que la belleza de los que amamos."

Virginia Woolf


“Cada secreto del alma de un escritor, cada experiencia de su vida, cada atributo de su mente, se hallan ampliamente escritos en sus obra.”

Virginia Woolf

  

“Cada uno tiene su pasado encerrado dentro de él como las páginas de un viejo libro que conoce de memoria, pero del que sus amigos solo podrán leer el título.”

Virginia Woolf


"Casi todo me atrae. Sin embargo se alberga en mí algún buscador infatigable. ¿Por qué no hay un descubrimiento de la vida? Algo para ponerle las manos encima y exclamar: "¿Es esto?" Mi depresión es un sentirme acosada. Estoy buscando: pero no, no es eso… no es eso. ¿Qué es entonces? ¿Tendré que morir sin haberlo encontrado? Y luego (como anoche, cuando atravesaba Russell Square) veo las montañas en el cielo: las grandes nubes; y la luna que se está alzando sobre Persia; tengo una grande, sorprendente impresión de que hay algo allí, que es "eso"? No es exactamente la belleza a lo que me refiero. Quiero decir que la cosa en sí basta: es satisfactoria; acabada. También una impresión de mi propia rareza, de la rareza de estar caminando sobre la tierra. También está ahí, la infinita extrañeza de la posición humana; estar atravesando Russell Square, con la luna allí arriba y las nubes como montañas. quién soy yo, qué soy, y todo el resto; preguntas que siempre flotan en torno: y de pronto doy de narices con algún hecho concreto -una carta, alguien- y vuelvo a ellos con un gran sentimiento de frescura. Y así continúa. Suelo toparme frecuentemente con este "eso", y experimento entonces un gran reposo."

Virginia Woolf
Diario de una escritora



“Convencido como estaba de que todo era una pura calamidad, tal idea no pareciera deprimirle sino, por el contrario, levantarle la moral.”

Virginia Woolf



“Creo que todas las novelas tratan del carácter y que es para expresar el carácter, no el sueño de doctrinas, el cantar canciones o el celebrar las glorias del Imperio Británico que la forma de la novela, tan rica, elástica y viva, va evolucionando.”

Virginia Woolf



"¿Cuál es el significado de la vida? Eso fue todo, una simple pregunta, una que tiende a encerrarse en una misma con los años, la gran revelación no había llegado. La gran revelación, quizás, nunca llegó. En cambio, hubo pequeños milagros diarios, iluminaciones, fósforos encendiéndose inesperadamente en la oscuridad."


Virginia Woolf 
Al faro




“Cuando vio este nuevo libro sobre su mesa de noche, apilado sobre el que había terminado la noche anterior, estiró la mano automáticamente, como si leer fuera la primera y única tarea evidente del día, la única forma viable de negociar el tránsito del sueño al deber.”

Virginia Woolf



“Cuanto más crece uno más le gusta la indecencia.”

Virginia Woolf



“Después de eso, ¡Que increíble resultaba la muerte!”

Virginia Woolf



“Durante siglos, las mujeres han servido para reflejar la figura masculina al doble de su tamaño natural.”

Virginia Woolf



"El alba es como un emblanquecerse el cielo, como una renovación… Y en mí también se alza la ola. Una vez más tengo conciencia de un nuevo deseo, de algo que surge dentro de mí, como el altivo caballo cuando el jinete pica espuelas y después lo refrena con la brida.. ¿Qué enemigo percibimos ahora avanzando hacia nosotros?… Es la muerte, la Muerte es el enemigo. Es la Muerte contra la que cabalgo, lanza en ristre y melena al viento, como un hombre joven, como Percival cuando galopaba en la India. Pico espuelas. Contra ti me lanzaré, entero e invicto, oh, Muerte!."

Virginia Woolf


“El amor es una ilusión, una historia que una construye en su mente, consciente todo el tiempo de que no es verdad, y por eso pone cuidado en no destruir la ilusión.”

Virginia Woolf



"El amor forma nudos; el amor los rompe brutalmente. He sido anudado. He sido roto."

Virginia Woolf



    “El arte no es copia del mundo real. Con este dichoso mundo, tenemos ya bastante.”

Virginia Woolf
(Atribuida)


"El éxito de las obras maestras no parece descansar tanto en su ausencia de defectos —en verdad, a todas les toleramos los más grandes errores— como en la inmensa persuasión de que es capaz una mente que ha llegado al pleno dominio de su perspectiva."

Virginia Woolf





“El pasado sólo vuelve cuando el presente fluye tan armonioso como la superficie deslizante de un río profundo. Entonces se ve a través de la superficie deslizante de un río profundo. En esos momentos encuentro una de mis mayores satisfacciones, no en el hecho de estar pensando en el pasado, sino que es entonces cuando estoy viviendo el presente más intensamente.”

Virginia Woolf


"El público fue tomando sus asientos. Algunos se sentaron; otros se quedaron en pie unos instantes, se volvieron y contemplaron la vista. El escenario estaba vacío; los actores todavía estaban vistiéndose entre las matas. Los componentes del auditorio se miraron unos a otros y comenzaron a hablar. Retazos y fragmentos llegaban hasta el lugar en que se encontraba la señorita La Trobe, libreto en mano, detrás del árbol.
«No están preparados… Les oigo reír» (decían entre el público…) «… Se están vistiendo. Esto es lo más importante, vestirse. Y se está bien, pues el sol no calienta tanto… Es una de las cosas buenas que la guerra nos trajo, días más largos… ¿Dónde estábamos? ¿Lo recuerdas? En los tiempos de Isabel I… Quizá llegue al presente, si se salta fragmentos… ¿Crees que la gente cambia? Bueno, esos vestidos, desde luego… Quería decir nosotros mismos… Ordenando un armario encontré el sombrero de copa de mi padre… Pero, nosotros, ¿cambiamos?»
«No, no me fío de los políticos. Tengo un amigo que ha estado en Rusia. Dice… Y mi hija acaba de regresar de Roma, y dice que la gente normal y corriente, en los cafés, odia a los dictadores… Bueno, no todos pensamos igual.»
«¿Ha leído en los periódicos ese extraño caso del perro? ¿Cree que los perros machos no pueden alumbrar perritos?… ¿Y la reina María y el duque de Windsor, en la costa sur?… ¿Se cree lo que dicen los periódicos? Yo prefiero preguntar al carnicero y a la verdulera… Ahí viene el señor Streatfield con una valla… El buen clérigo, digo yo, trabaja más por menos paga que todos los demás… Son las esposas quienes crean problemas…»
«¿Y qué me dice de los judíos? Los refugiados… los judíos… Gente como nosotros, volviendo a empezar de cero… Pero siempre ha sido igual… Mi madre, que es muy vieja, tiene más de ochenta años, todavía recuerda… Sí, aún lee sin gafas… ¡Increíble! Pero no se dice que, cumplidos los ochenta… Ahí vienen… No, no es nada… Yo impondría un castigo, anda que ir dejando desperdicios por ahí. Pero, como dice mi marido, ¿quién cobraría las multas?… Allí está, la señorita La Trobe, allí, detrás de aquel árbol…»
Allí, detrás del árbol, la señorita La Trobe rechinó los dientes. Estrujó el libreto. Los actores se estaban retrasando. El público no dejaba de distraerse y se dividía en fragmentos y pedacitos."

Virginia Woolf
Entre actos 


"El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido o cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías."

Virginia Woolf
Las olas


“Empiezo a desear un lenguaje parco como el que usan los amantes, palabras rotas, palabras quebradas, como el roce de las pisadas en la acera, palabras de una sílaba como las que usan los niños cuando entran en un cuarto donde su madre está cosiendo y cogen del suelo una hebra de lana blanca, una pluma, o un retal de chintz. Necesito un aullido, un grito.”

Virginia Woolf



“En contra tuya volaré con mi cuerpo invencible e inamovible, ¡oh muerte!”

Virginia Woolf
Epitafio


"En el aparador hubo un zarandeo de botellas. Celia frunció inquieta el entrecejo. Se trata de una muchacha del pueblo que no conoce el oficio, pensó Eleanor. La anécdota estaba llegando a su punto culminante, pero ella se había perdido varios fragmentos.
—… y me encontré con unos viejos pantalones de montar, bajo un palio de plumas de pavo real, y toda aquella buena gente estaba agazapada, con la frente pegada al suelo. Y yo me dije: «¡Santo Dios, si supieran que me siento como un asno redomado!». —Sostuvo el vaso en alto para que se lo llenasen—. Así nos enseñaban nuestro oficio en aquellos tiempos.
Alardeaba, desde luego; y era natural. Había regresado a Inglaterra después de haber gobernado un distrito «de la extensión de Irlanda, aproximadamente», como siempre decían todos; aunque nadie había oído hablar de él. Eleanor tenía la impresión de que durante aquel fin de semana escucharía muchas historias más que serenamente redundarían en beneficio del narrador. Pero sir William hablaba muy bien. Había hecho muchas cosas interesantes. Eleanor deseaba que también Morris contara historias. Deseaba que afirmara su personalidad, en vez de reclinarse y pasarse la mano —la mano con el corte— por la frente.
¿Me equivoqué al animarlo a dedicarse a la abogacía?, se preguntaba Eleanor. Su padre se había mostrado contrario. Pero lo hecho hecho está; Morris se casó; vinieron los hijos; y tuvo que seguir adelante, tanto si le gustaba como si no. Qué irrevocables son las cosas, pensó Eleanor. Hacemos nuestros propios experimentos, y luego ellos hacen los suyos. Miró a su sobrino North, y luego a su sobrina Peggy. Estaban sentados frente a ella, y el sol les daba en la cara. Sus rostros de aspecto saludable, en forma de huevo, eran muy juveniles. El vestido azul de Peggy se abombaba como el vestido de muselina de una niña pequeña; North todavía era un muchacho de ojos castaños y voz insegura. Escuchaba atentamente; Peggy miraba su plato. Tenía la expresión neutra de las jovencitas bien educadas cuando escuchan a sus mayores. Quizá se divirtiera, ¿o acaso se aburría? Eleanor no podía saberlo con certeza.
—Ahí va… —dijo Peggy levantado la vista de repente—. La lechuza —añadió llamando la atención de Eleanor.
Eleanor se volvió para mirar por la ventana que tenía a su espalda. No alcanzó a ver la lechuza; vio los recios árboles, dorados a la luz del sol poniente; y las vacas, moviéndose lentamente mientras cruzaban el prado pastando."

Virginia Woolf
Los años


“En este universo nada hay fijo, nada hay enraizado. Todo se ondula, todo baila, todo es agilidad y triunfo.. La complejidad de las cosas se hace más inmediata… ¿Dónde se encuentra entonces la ruptura de esa continuidad?. El círculo está cerrado, la armonía es perfecta. Ahí está el ritmo central, ahí el muelle que los mueve a todos… Pero yo no estoy incluido. Yo que quisisera verme cubierto por las protectoras olas de lo común, diviso de soslayo un lejano horizonte.”

Virginia Woolf
Las Olas



“En su vida había sido tan feliz. Sin decir palabra hicieron las paces. Descendieron hacia el lago. Gozó de veinte minutos de perfecta felicidad.”

Virginia Woolf


"En Westminster se elevaban espléndidos edificios, pero a sus mismas espaldas se encontraban unos barracones en ruinas en los cuales vivían unos seres humanos amontonados en una sola habitación que daba al establo, insuficiente éste también para las vacas. «Dos habitantes por cada siete pies cuadrados», decía mister Beames. Este se creyó en el deber de contarle a la gente lo que había visto. Pero ¿cómo describir, sin herir las conveniencias, un dormitorio situado encima de un establo, y donde se apiñaban dos o tres familias, teniendo en cuenta además que el establo no tenía ventilación y que a las vacas las ordeñaban, las mataban y se las comían debajo del dormitorio? Para esa tarea descriptiva, como comprendió mister Beames cuando quiso intentarla, no bastaban los recursos del idioma inglés. No obstante, tenía la convicción de que debía contar lo que había observado en su paseo de una tarde por algunas de las parroquias más aristocráticas de Londres. El peligro del tifus era grandísimo. Los ricos no se daban cuenta del riesgo que corrían. No podía callarse después de haber descubierto lo que descubriera en Westminster, Paddington y Marylebone. Por ejemplo, visitó una antigua mansión que había pertenecido en tiempos a algún gran aristócrata. Aún quedaban restos de las chimeneas de mármol. Las estancias artesonadas y los balaustres labrados; pero el pavimento se hallaba destrozado y las paredes destilaban suciedad. Unas hordas de mujeres y hombres semidesnudos se habían acuartelado en las antiguas salas de fiestas. Siguió su paseo y halló, en el lugar que antes ocupaba otra mansión señorial, mandada derribar por un constructor con iniciativas, una casa de vecindad, hecha de pacotilla. La lluvia calaba el tejado y el viento atravesaba las paredes. Vio a un niño que llenaba una lata del agua verdosa y brillante que corría por el arroyo, y le preguntó si bebían esa agua. Sí, la bebían y lavaban con ella, pues el propietario sólo dejaba correr el agua dos veces a la semana. Este espectáculo era mucho más sorprendente porque se lo encontraba uno en los barrios más apacibles y civilizados de Londres, «hasta las parroquias más aristocráticas tienen su porción». Detrás del dormitorio de miss Barrett, por ejemplo, se hallaba uno de los peores recovecos de Londres. Con aquella pulcritud se mezclaba esta inmundicia. Pero, desde luego, había algunos barrios que desde mucho tiempo antes fueron invadidos totalmente por los pobres, y en ellos vivían sin que nadie los molestase. En Whitechapel o en un espacio triangular al final del camino de Tottenham Court, la pobreza, el vicio y la miseria habían desarrollado sus gérmenes, propagándose durante varios siglos sin interrupción. Alrededor de Saint Giles se agrupaban una gran cantidad de viejos edificios que «casi constituían una colonia penal, una verdadera metrópolis de la miseria». Muy acertadamente, se llamaba grajales a estos conglomerados humanos de pobreza. En efecto, los seres humanos pululaban en aquellos lugares como los grajos, que se amontonan hasta ennegrecer las copas de los árboles. Sólo que los edificios no eran árboles, ni edificios siquiera eran ya. Eran celdillas de ladrillo separadas por veredas cubiertas de basura. Todo el día hormigueaban por esas sendas incontables seres humanos a medio vestir; por la noche recibían además el alud de los ladrones, mendigos y prostitutas que se habían pasado el día ejerciendo sus respectivas profesiones en el West End. La policía no podía hacer nada. Nadie podía hacer más que apresurarse en volver a casa o, lo más, hacer observar, como lo hizo mister Beames; con muchas citas, evasivas y eufemismos, que todo no iba lo bien que debía ir. Era posible que se declarase el cólera, y seguramente con el cólera no servirían las evasivas."

Virginia Woolf
Flush


“Eran cosas de las que ella no entendía nada, pero su marido tenía la pasión de perseguir la verdad, era su manera de ser.”

Virginia Woolf



¿Es éste el final de la hitsoria?. ¿Una especie de suspiro?. ¿El último temblor de una ola?… Pero, si no hay historias, ¿qué final puede haber, qué principio?. Quizás la vida no sea apta para el tratamiento que le damos, cuando intentamos contarla.”

Virginia Woolf 
Las Olas




"Es fatal ser hombre o mujer puro y simple; uno debe ser mujer-masculino u hombre-femenino."

Virginia Woolf
Una habitación propia



“Es mucho más difícil matar a un fantasma que a una realidad.”

Virginia Woolf



“Es obvio el que los valores de las mujeres difieren con frecuencia de los valores creados por el otro sexo y sin embargo son los valores masculinos los que predominan.”

Virginia Woolf


“Esa especie de comunión con los sentimientos ajenos que a veces aportan ciertas emociones...Como si los tabiques de separación se hubieran adelgazado tanto que ya todo pertenecía a la misma corriente.”

Virginia Woolf


"Esta vez eran dos hombres. El más joven tenía una expresión serena, quizá algo artificial; alzaba la vista y la clavaba al frente mientras su compañero hablaba y, cuando el otro callaba, volvía a mirar al suelo. A veces abría los labios después de un largo silencio, mientras que otras los mantenía cerrados. El hombre mayor andaba de un modo extraño, con un paso irregular y vacilante: lanzaba la mano hacia delante y levantaba la cabeza cual impaciente caballo de tiro harto de esperar frente a una casa, pero en el anciano estos gestos eran inseguros e inútiles. Hablaba casi sin cesar, luego sonreía para sí y seguía hablando, como si la sonrisa hubiera sido una respuesta. Hablaba de espíritus…, de los espíritus de los muertos que, según él, le contaban toda clase de extravagantes experiencias en el Cielo.
—Los antiguos, William, llamaban Tesalia al Cielo, y ahora, con esta guerra, la materia espiritual corre por las colinas como el trueno. —Se detuvo como si escuchara algo, sonrió, alzó bruscamente la cabeza y prosiguió—: Hace falta una pequeña batería eléctrica y un trozo de goma para aislar el cable… ¿Aislar? ¿Se dice así? Bueno, prescindamos de los detalles, de nada sirve detallar aquello que no se comprende; en resumen, se coloca la maquinita en una posición conveniente, digamos, por ejemplo, en un limpio velador de caoba. Una vez los operarios lo han dispuesto todo adecuadamente según mis instrucciones, la viuda acerca la oreja e invoca al espíritu con la señal acordada. ¡Mujeres! ¡Viudas! Mujeres de luto…
Entonces reparó a lo lejos en el vestido de una mujer, que en la sombra parecía de un negro violáceo. Se quitó el sombrero, se llevó una mano al corazón y corrió hacia ella entre murmullos y gestos arrebatados. Pero William lo sujetó de la manga y tocó una flor con la punta del bastón para desviar la atención del anciano. Después de mirarla unos instantes, el confundido anciano acercó el oído y pareció responder a una voz que surgía de la flor, pues empezó a hablar de los bosques de Uruguay que había visitado hacía cientos de años en compañía de la joven más bella de Europa. Se le oyó murmurar sobre los bosques de Uruguay cubiertos por los céreos pétalos de las rosas tropicales, de ruiseñores, playas, sirenas y mujeres ahogadas en el mar, mientras se dejaba llevar por William, cuya expresión de estoica paciencia iba volviéndose cada vez más profunda.
Detrás del viejo, lo bastante cerca para que sus ademanes les llamaran la atención, llegaron dos mujeres de clase media baja y edad avanzada, una corpulenta y robusta, la otra ágil y sonrosada. Como la mayoría de personas de su condición, sentían una franca fascinación por cualquier excentricidad que indicase un cerebro trastornado, sobre todo en los pudientes; pero la distancia les impedía decidir si aquellos gestos denotaban simple excentricidad o auténtica locura. Tras escrutar un mudo instante la espalda del hombre y cruzar una mirada maliciosa y furtiva, retomaron enérgicamente su complicadísimo diálogo."

Virginia Woolf
Kew Gardens




“Estaba cantando una canción de amor; del amor que ha durado un millón de años.”

Virginia Woolf


"Faltaba una hora para la comida y llevando en una mano a Gibbon y en la otra a Balzac salió al jardín y por el caminito bordeado de olivos se dirigió a la orilla de un riachuelo. En aquella isla, donde los habitantes se amontonaban en la ciudad, era fácil perder pronto de vista todo vestigio de civilización, limitándose a ver en la distancia alguna pequeña granja o algún pastor tendido en el campo, guardando su rebaño. Lo más curioso del riachuelo era su cauce de rocas amarillentas y los ár­boles que lo bordeaban. Helen decía que sólo por verlos valía la pena de haber realizado el viaje. Abril había hecho florecer ya muchos capullos, convirtiéndolos en grandes flores que parecían de cera, y cuyos colores chillones destacaban sobre el verde follaje. Rachel an­daba abstraída, sin reparar en la belleza que la rodeaba. La noche le iba ganando ya terreno al día. En los oídos de Rachel resonaba el murmullo de las piezas que había tocado al piano en la última velada. Se puso a cantar y sus canciones le llevaron más y más lejos cada vez. No veía con claridad dónde se encontraba: los árboles, el paisaje, se convirtieron en masas de color verde y azul, salpicadas de vez en cuando por pedazos de cielo que se ofrecían con todos los matices del poniente. Ante sus ojos comenzaron a desfilar las caras que había vis­to en la noche anterior; escuchaba de nuevo sus frases; dejó de cantar, para repetirlas otra vez, o pronunciar otras que muy bien pudieron haber dicho.
La violencia de estar entre desconocidos, con un lar­go traje de seda, hacía más grato el paseo solitario. Hewet, Hirst, Venning, la señorita Allan, la música, la luz, los árboles de la terraza y el amanecer. En confuso tropel todos estos recuerdos cruzaban por su mente y resultaban, en aquella libertad, más vívidos y atrayentes que la noche anterior. Hubiera seguido andando sin rum­bo, a no interponerse un árbol en su camino.
Era tal su ensimismamiento, que por unos instantes miró el árbol como si fuese el único ejemplar sobre la tierra y acabase de brotar en el preciso instante de ir a pasar ella. Se sentó a su sombra y cogió unas flores que pendían de las ramas bajas. Así, suavemente, como si las acariciara, fue tomando un ramo. Las flores y aun las mismas piedrecillas tenían para Rachel vida propia, y le recordaban sus años infantiles. Ante ella, la cresta de la cordillera se destacaba crudamente sobre el fondo del cielo, produciéndole el efecto de un látigo gigantesco. Vol­vió a los libros y ojeó el de Gibbon, saboreando la deli­cia de las nuevas impresiones."

Virginia Woolf
Fin de viaje


"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos."

Virginia Woolf
Orlando



“Hubiera preferido mil veces ser una de esas personas, como Richard, que hacían las cosas por las cosas mismas.”

Virginia Woolf


"Hay, confesémoslo (y la enfermedad es el gran confesionario), una franqueza infantil en la enfermedad; se dicen las cosas, se sueltan las verdades que la cautelosa respetabilidad de la salud oculta. Acerca de la compasión, por ejemplo: podemos prescindir de ella. Esa ilusión de un mundo tan uniforme que se hace eco de cada sollozo, de seres humanos tan unidos por necesidades y miedos comunes que cuando tiras de una muñeca se tuerce la otra, en el que por extraña que sea tu experiencia otros también la tienen, en el que por muy lejos que hayas viajado en tu pensamiento alguien ha estado allí antes que tú: es todo una ilusión. Ni siquiera conocemos nuestra alma, ni mucho menos las de los demás. Los seres humanos no vamos de la mano hasta el final del camino. En cada uno hay una selva virgen; una llanura nevada donde incluso la huella de las aves es desconocida. Por aquí vamos solos, y así lo preferimos. Tener siempre compasión, estar siempre acompañado, que siempre nos comprendieran sería insoportable. Pero en la salud debe mantenerse esa amable ficción y renovarse el esfuerzo: de comunicarse, de civilizar, de compartir, de cultivar el desierto, de educar a los nativos, de trabajar juntos día y noche por placer. En la enfermedad esa mentira cesa. En cuanto necesitamos guardar cama, o si, hundidos profundamente entre almohadones en un sillón, levantamos los pies tan solo a unos centímetros del suelo para apoyarlos en otro, dejamos de ser soldados del ejército de los erguidos; nos convertimos en desertores. Ellos marchan hacia la batalla. Nosotros flotamos con las ramas en la corriente; mezclados con las hojas muertas del prado, irresponsables y desinteresados y capaces, quizá por primera vez en años, de mirar a nuestro alrededor, de mirar hacia arriba: de mirar, por ejemplo, al cielo.
La primera impresión de ese extraordinario espectáculo es extraña y abrumadora. Normalmente es imposible mirar al cielo mucho tiempo. A los transeúntes les molestaría y desconcertaría alguien que mire al cielo en público. Los pedazos que sacamos de él están mutilados por chimeneas e iglesias, sirven de fondo para el hombre, anuncian lluvia o buen tiempo, salpican de oro las ventanas y, entre las ramas, completan el patético deterioro de los sicomoros en las plazas otoñales. Ahora recostados, mirando hacia arriba, descubrimos que el cielo es algo tan distinto de eso, que en realidad resulta un poco aterrador. ¡Así que esto ha pasado siempre sin que lo supiéramos! –esta incesante creación y destrucción de formas, este apelotonarse de las nubes que arrastran largas series de barcos y vagones de norte a sur, este incesante alzar y bajar de telones de luz y sombra, este experimento interminable de rayos dorados y de sombras azules, de velar y desvelar el sol, de construir murallas de roca y de desvanecerlas–, esta actividad incesante con sabe Dios cuántos millones de caballos de vapor desperdiciados se ha dejado que funcione a su antojo años y años. Parece que tal dato merece un comentario, es más, una condena. ¿No debería alguien escribir a The Times? Mejor uso se puede hacer de ello. No se debe dejar que este cine gigantesco esté en sesión perpetua con la sala vacía. Pero mira un poco más, y otra emoción anega los arrebatos de ardor cívico. Lo divinamente hermoso es también divinamente cruel. Se utilizan recursos inconmensurables para un propósito que nada tiene que ver con el placer ni el provecho de los hombres. Si estuviéramos todos echados boca abajo, sin movernos, el cielo seguiría experimentando con sus azules y sus dorados. Quizá entonces, si miráramos algo muy pequeño, próximo y conocido, tendríamos compasión. Examinemos la rosa. La hemos visto tan a menudo florecer en jarrones, tan a menudo se ha relacionado con el ideal de belleza, que hemos olvidado cómo está inmóvil y firme toda una tarde en la tierra. Se mantiene en su porte de perfecta dignidad y contención. La humedad de sus pétalos es de una exactitud inimitable. Ahora puede que uno caiga deliberadamente; ahora todas las flores, la de color morado voluptuoso, la de color crema, en cuya carne de cera la cuchara ha dejado un remolino de jugo de cereza; los gladiolos; las dalias; los lirios, sacerdotales, eclesiásticos; flores con rebuscados cuellos de cartón teñidos de color albaricoque y ámbar; todas inclinan dócilmente su cabeza a la brisa, todas excepto el corpulento girasol, que, orgulloso, saluda al sol al mediodía y tal vez desprecie a la luna a medianoche."

Virginia Woolf
Estar enfermo


“Hay que darse cuenta del contraste que existe entre estas cosas (las reales), y las que piensa él.”

Virginia Woolf


“Igual que después de un sueño uno advierte una sutil mudanza de la persona con la que se ha soñado.”

Virginia Woolf


“La escritura no es sino ritmo.”

Virginia Woolf



“La sorprende como la sorprendería un objeto raro y extraordinario, una obra de arte; por la sencilla razón de que sigue siendo, a través del tiempo, pura y simplemente él mismo.”

Virginia Woolf



“La verdad que escribir constituye el placer más profundo, que te lean es sólo un placer superficial.”

Virginia Woolf


“La vida es tan desnuda como un hueso."

Virginia Woolf


“La vida es un halo luminoso, una envoltura semitransparente que nos envuelve desde que tenemos una conciencia hasta el final.”

Virginia Woolf



"La vida es un sueño; el despertar es el que nos mata."

Virginia Woolf



“La vida, quizás, no se presta a las manipulaciones a las que la sometemos cuando intentamos contarlas.”

Virginia Woolf



“La muerte es el enemigo. La muerte es contra lo que cabalgo con la espada envainada y el pelo flotando al viento.”

Virginia Woolf



“Las mujeres han servido durante todo este siglo como espejos que poseyeran el poder de reflejar la figura del hombre a un tamaño doble del natural.”

Virginia Woolf


“Los hombres pueden preciarse de escribir honesta y apasionadamente sobre los movimientos de las naciones; pueden pensar que la guerra y la búsqueda de Dios son los únicos temas de la gran literatura; pero si la posición de los hombres en el mundo tambaleara por un sombrero mal escogido, la literatura inglesa cambiaría dramáticamente.”

Virginia Woolf


"Los ojos de los otros, nuestras prisiones; sus pensamientos, nuestras jaulas."

Virginia Woolf


"Me sentaré en la temblorosa orilla del río y contemplaré los nenúfares, anchos y luminosos, que con su aguda luz de luna iluminan en haces el roble que se cierne sobre el agua. Cogeré flores. Formaré con ellas un ramo, lo tomaré en la mano y lo ofreceré, ¡oh! ¿a quién? Hay un obstáculo en el fluir de mi vida. Una profunda corriente tropieza con algo. Y ese algo se estremece. Tira. Un nudo en el centro opone resistencia. Es dolor. Es angustia.
No sé cómo pasar de un minuto a otro, de una hora a otra, resolviendo minutos y horas gracias a cierta fuerza natural, hasta que constituyan esa masa indivisible y unitaria a la que vosotros denomináis vida. No tengo rostro, soy como la espuma que se desliza sobre la playa..."


Virginia Woolf
Las olas





“Mitiguemos los sufrimientos de nuestros compañeros de prisión.”

Virginia Woolf


“Nada hay tan raro cuando se está enamorada como la total indiferencia de los demás.”

Virginia Woolf

“Nada ocurre realmente hasta que no se retiene en la memoria.”

Virginia Woolf



"Nada, la búsqueda de la perfección en las arenas, la forma, el dinero, tiene significado para mí. Tendré riquezas, tendré fama. Pero jamás obtendré lo que quiero porque carezco de gracia corporal y del valor de ella derivado."

Virginia Woolf
"Las olas"


“Ningún ser humano está completo en sí mismo.”

Virginia Woolf


“No comer es un vicio, una especie de droga: con el estómago vacío se siente limpia y veloz, con la cabeza despejada, lista para la pelea. Toma un sorbo de café, baja la taza, estira los brazos. Levantarse a lo que parece ser un buen día, prepararse para trabajar pero no embarcarse todavía, resulta una de las experiencias más singulares.”

Virginia Woolf



"No debe ser pensado, sin embargo, que estas reemplazaron las flores naturales. Rosas, lirios y claveles, particularmente, miraban sobre los bordes de los jarrones y examinaban las vidas brillantes y las rápidas ruinas de sus pares artificiales. Mr. Stuart Ormond hizo esta misma observación; y fue encontrada encantadora; y por la fuerza de este argumento Kitty Craster se casó con él seis meses más tarde. Pero las flores verdaderas no pueden nunca desecharse. Si se pudiera, la vida humana sería un asunto completamente diferente. Porque las flores se marchitan; los crisantemos son los peores; perfectos por la noche; amarillentos y usados la mañana próxima… ineptos para ser vistos. En conjunto, aunque el precio es un pecado, los claveles valen lo que se paga… resta una cuestión, sin embargo, si es sabio atarlos con alambre. Algunas tiendas así lo aconsejan. Es ciertamente la única manera de fijarlos al danzar; pero en cuanto a si son necesarios en cenas de gala, a no ser que los salones sean muy calurosos, es discutible. La vieja Mrs. Temple recomendaba una hoja de hiedra, apenas una, en el jarrón. Decía que mantenía el agua pura por días y días. Pero hay cierta razón para pensar que la vieja Mrs. Temple se equivocaba.
Las pequeñas tarjetas, sin embargo, con los nombres grabados en ellas, son un problema más serio que las flores. Más piernas de caballos se han desgastado, más vidas de cocheros, más horas apacibles de la tarde han sido prodigadas en vano que servido a ganar la batalla de Waterloo, y para colmo pagar por ello. Estos pequeños demonios son la fuente de tantos aplazamientos, calamidades y ansiedades como la batalla misma. A veces Mrs. Bonham acaba de salir; a veces recibe. Pero, aun si las tarjetas fueran reemplazadas, lo que parece inverosímil, hay fuerzas ingobernables que atizan las tormentas, desordenando diligentes mañanas, y desarraigando la estabilidad de la tarde… nombremos las modistas y las confiterías. Seis yardas de seda cubrirán un cuerpo; pero ¿tiene uno que idear seiscientas formas para esto, y dos veces esa cantidad de colores?… en medio de todo lo cual está la cuestión urgente del pudín con penachos de crema verde y almenas de pasta de almendras. Todavía no ha llegado.
Las horas, flamencos rosados, aleteaban suavemente a través del cielo. Pero a intervalos regulares sumergían sus alas en el negro más completo; Notting Hill, por ejemplo, o los alrededores de Clerkenwell. No hay de qué asombrarse si el italiano seguía siendo un arte oculto, y el piano toca siempre la misma sonata. Para comprar un par de medias de elástico para Mrs. Page, viuda, sesenta y tres años, recibiendo una ayuda para indigentes de cinco chelines, y la ayuda de su hijo único empleado en la tintorería de Messrs Mackie, sufriendo en invierno de su pecho, cartas deben ser escritas, columnas llenadas con la misma escritura redonda, simple, que escribió en el diario de Mr. Letts que el tiempo estaba bien, los niños hechos unos demonios, y Jacob Flanders ajeno al mundo. Clara Durrant procuró las medias, tocó la sonata, llenó los jarrones, trajo el pudín, dejó las tarjetas, y cuando la gran invención de las flores de papel nadando en los aguamaniles fue descubierta, fue una de las que más se asombraba de sus breves vidas."

Virginia Woolf
El cuarto de Jacob



“No había que traer hijos a un mundo como éste. No había que perpetuar el sufrimiento, ni acrecentar el número de animales lujuriosos, carentes de emociones duraderas, que sólo se movían, que iban de aquí para allá, llevados por sus caprichos y por sus vanidades.”

Virginia Woolf



“No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.”

Virginia Woolf


“No quiero causarte daño… Sólo quiero refrescar y reforzar mi fe en mí mismo, que ha vacilado en el momento de mi aparición… Sé cómo los amores, temblando, se convierten en fuego… Sé la intrincada manera en que el amor se intrinca con el amor; el amor forma nudos; el amor los rompe brutalmente. He sido anudado. He sido roto."

Virginia Woolf



"No se puede encontrar la paz evitando la vida."

Virginia Woolf



“No son las catástrofes, los asesinatos, las muertes, las enfermedades las que nos envejecen y nos matan; es la manera como los demás miran y ríen y suben las escalinatas del bus.”

Virginia Woolf


“Nos produce náusea la vista de personalidades triviales que se descomponen en la eternidad de lo impreso.”

Virginia Woolf


“Nuestra vida es una incertidumbre. Un ciego que revolotea en el vacío en busca de un mundo mejor cuya existencia sólo suponemos.”

Virginia Woolf


“Pero para hacerte entender, para darte mi vida, debo contarte una historia -y hay tantas y tantas- y ninguna de ellas es verdad.”

Virginia Woolf


“Por eso consciente de lo que les esperaba – ambiciones, amores, desgarradora soledad en lugares sin aliciente-, se preguntaba tantas veces porqué tendrían que crecer y perder todo aquello... qué tontería, serían totalmente felices.”

Virginia Woolf


“Porque es una lástima muy grande no decir nunca lo que uno siente.”

Virginia Woolf



“Porque todas las comidas se han cocinado, los platos y las tazas lavado; los niños enviados a la escuela y arrojados al mundo. Nada queda de todo ello; todo desaparece. Ninguna biografía, ni historia, tiene una palabra que decir acerca de ello.”

Virginia Woolf


"Puedes cerrar todas las bibliotecas si quieres, pero no hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente."

Virginia Woolf


“¡Qué fuerza tiene el alma humana! - pensó Lily; la presencia de la señora Ramsay simplificaba la complejidad de todas las cosas.”

Virginia Woolf



“Quería escribir sobre todo, sobre la vida que tenemos y las vidas que hubiéramos podido tener. Quería escribir sobre todas las formas posibles de morir.”

Virginia Woolf


"Querido: Estoy segura de que me estoy volviendo loca otra vez. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo. No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que lo hemos sido nosotros."

Virginia Woolf
Carta dirigida a su marido poco antes de terminar con su vida ahogándose en un río


"Sé que solo hay una libertad: la de pensamiento."

Virginia Woolf



“Sí, he estado pensando: vivimos sin un futuro. Eso es lo sorprendente: con las narices apretujadas contra una puerta cerrada.”

Virginia Woolf



“Si se atuvieran a la propia experiencia, sentirían siempre que eso no es lo que quieren, que no hay nada más aburrido y pueril e inhumano que el amor, pero, que al mismo tiempo, es bello y necesario.”

Virginia Woolf



“Sí, siempre mantened los clásicos a la mano para prevenir la caída.”

Virginia Woolf


“Sin seguridad en uno mismo somos como bebés en la cuna.”

Virginia Woolf


“Sólo el cielo sabe por qué lo amamos tanto.”

Virginia Woolf


“Somos siluetas recortadas, somos hueros fantasmas que se mueven en la niebla, sin perspectiva.”

Virginia Woolf



“Soy inconmesurable, soy una pared cuyos hilos pasan sin que se vea el interior del mundo... Para siempre solo, oigo la caída del silencio que traza círculos concéntricos hasta las últimas orillas… Yo, a quien la soledad destruye, dejo que el silencio caiga gota a gota.”

Virginia Woolf


“Su cerebro se encontraba en perfecto estado. Seguro que el mundo tenía la culpa de que no fuera capaz de sentir.”

Virginia Woolf


"Tengo por delante tres días sola: tres perlas puras y redondas."

Virginia Woolf


“Todo es efímero como el arco iris.”

Virginia Woolf



“Un buen ensayo debe tener esta cualidad permanente; debe bajar su cortina alrededor nuestro, pero debe ser una cortina que nos encierra dentro, no fuera.”

Virginia Woolf


“Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si desea escribir ficción.”

Virginia Woolf



“Uno no puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no ha comido bien.”

Virginia Woolf


“Uno no puede traer hijos a un mundo como este; uno no se puede plantear perpetuar el sufrimiento, ni aumentar la raza de estos lujuriosos animales que no poseen emociones duraderas, sino sólo caprichos y banalidades que ahora te llevan hacia un lado y mañana hacia otro.”

Virginia Woolf


“Y de nuevo volvió a sentir que la vida volvía a tener suficiente fuerza para arrastrarla y hacerle reemprender sus tareas, de la misma manera que el marinero ve, no sin cierto tedio, cómo el viento vuelve a henchir su vela pero no siente el deseo de irse otra vez, y piensa que si el barco se hundiera, bajaría con él girando y girando hasta encontrar descanso en el fondo del mar.”

Virginia Woolf



“Y de nuevo volvió a sentirse sola ante la presencia de su eterna antagonista: la vida.”

Virginia Woolf


“Yo he perdido muchos amigos. Algunos porque han muerto y otros porque son absolutamente incapaces de cruzar la calle.”

Virginia Woolf