"A pesar del verdugón en el cuello y de los hombros crispados, pensé se ha dormido, ha fingido que se ahorcaba para intentar engañarme, y entonces me acerqué a él, le puse el pulgar en la frente y estaba fría y con manchas color de vino en la raíz del pelo, y las botas en el extremo de las piernas, margarida, se me figuraron vacías como los zapatos de los mendigos."

António Lobo Antunes


“A veces la crítica escribe sobre personajes que ella misma inventa y sobre libros que también inventa, y no sobre personajes reales o libros reales.” 

António Lobo Antunes


“Aprendí a estar siempre agradecido a la gente; hoy lo estoy a quienes pierden conmigo su tiempo y su dinero...Se lo debo todo; a mí me produce pavor la sensación de defraudar a quienes confían en mi obra.” 

António Lobo Antunes


"Cada vez tengo más miedo. Es como cuando los trapecistas dejan un trapecio para coger el otro, ese momento en el vacío, esa incertidumbre y esa angustia se parecen a lo que siento frente al libro que escribo: no sabes si lo vas a conseguir… Y me pasa lo mismo con los escritores que me gustan, me da miedo que hagan algo mal."

António Lobo Antunes



“Con fe y pedagogía adecuada hasta el espíritu más rebelde se somete, señor teniente coronel.” 

António Lobo Antunes


"Cuando voy a una fiesta, al pasar una hora me quiero ir, me parece estar perdiendo el tiempo, pienso que estaría mejor en casa viendo un buen partido de fútbol o un buen combate de boxeo...Las cosas sociales me aburren. Coincido con escritores que hablan mal de otros escritores; suelen ser autores menores, claro, porque los escritores realmente buenos no son envidiosos."

António Lobo Antunes


“(...) Detesto la intimidad de la tristeza, detesto lo que en el miedo existe de untuoso, lo que en la desesperación existe de obsceno.”

António Lobo Antunes


"El dedo se le deslizó en el gatillo, y el cuarto se estremeció con el estampido, una de las vidrieras desapareció, las persianas de madera se astillaron, y cuando el olor a pólvora disminuyó el comerciante pidió con una sonrisa disculpad, sacó del bolsillo un cartucho y lo introdujo en el arma, y mi tía si no suelta la escopeta es capaz de matarnos, padre, y él tengo que estar preparado por si vienen ladrones."

António Lobo Antunes



“(...) El hecho de que aceptaras a mujeres en Carcavelos, advirtiendo que me acostaba con ellas y sin hablar de eso, sin hablar nunca de eso a pesar de que eso te angustiaba, irritada contigo porque eras incapaz de vislumbrar que era a ti a quien necesitaba, que estar con ellas era una forma de serte fiel, de gritarte - Te amo.” 

António Lobo Antunes


“El ruido se inicia en el instante en el que las personas se callan y oímos los pensamientos moverse dentro de ellas como las piezas, que intentan ajustarse, de un motor averiado.” 

António Lobo Antunes


“Es evidente que el proceso del presunto terrorista -dijo el gobernante comparando fotocopias-, se encuentra, como es obvio, bajo secreto de sumario, y no hay nada que la democracia precie más que la independencia de los tribunales y el secreto de sumario.” 

António Lobo Antunes



“En mis primeras obras intentaba trabajar con un plan muy detallado, supongo que porque tenía mucha más inseguridad que hoy y entonces pensaba que un plan tan estudiado me iba a ayudar. Pero eso no es verdad.” 

António Lobo Antunes


"Hacía ya varios meses que no me sentía bien, pero al principio no se me pasó por la cabeza que pudiese tener un cáncer. Comenzó con una especie de tristeza, de laxitud, una angustia difusa que me impedía dormir, moviéndome en la cama hasta que la madrugada agrisaba las cortinas, los contornos se distinguían en la penumbra y los cristales del reloj y de las fotografías en la mesa de noche se volvían duros como una mirada que nos desprecia."

António Lobo Antunes



"Hay una maquinaria invisible detrás de cada página, una maquinaria que el lector no ve, y no debe verla, porque si la ve, el libro ya no es bueno. Y esa maquinaria sólo funciona gracias a una cosa: trabajo. El trabajo es el que te permite hacer creíble el relato, vertebrarlo, enlazar sus elementos, organizar la obra, porque si sólo hablamos de emociones en estado bruto, ¡Vaya caos! ¿El duende? Bah, sólo creo en el trabajo."

António Lobo Antunes





"La casa, dios mío, rodeada de petreles sobre el acantilado y los vapores del océano, de portones batidos por el viento y cortinas en pedazos, con el anuncio hotel central en semicírculo en la fachada y los tres de la policía secreta, siempre de negro, con el brazo en alto al modo nazi, que bebían, en la salita de estar, la malta de la mañana."

António Lobo Antunes



"La enferma que sigue de luto con el retrato del hombre en el medallón manifiesta que los síntomas se mantienen (les encanta sufrir a estos imbéciles)
–No se me va la tristeza
y allí están ellos con su tristeza, la manía de la tristeza, la felicidad de la tristeza, después de la muerte de mi padre mi madre con un medallón idéntico, la misma fotografía que en la mesita de la sala, siempre con flores al pie, mientras de mi hermana nada de fotografías ni flores, al enterrar su cuna nunca hubo hermana en el pasado, quedó el limonero por unos cuantos años pero los limoneros olvidan y en un otoño cualquiera la molestia del árbol, al principio no se notaba nada, se pasaba por su sombra sin notar que estaba más difusa, más escasa, en esos momentos después de la lluvia en que las cosas se nos aparecen tal cual son, lavadas (–¿Al final era esto?)
advertía su sufrimiento no por contorsiones ni por quejas
(siempre digno el limonero)
por la molicie de las ramas
(mi padre de esa forma al enfermar, mi abuelo ídem, no se lamentaban, desistían, miraban a una distancia de kilómetros incluso cerca de nosotros, con expresiones tan antiguas, ausentes) si por un capricho de junio el viento soplaba en las hojas oía un sonidito de musgo en lugar de la voz de mi madre con la que aprendió a hablar, la risa por ejemplo, la admiración –Acabas de nacer y ya eres casi un adulto, Dios mío
(durante mucho tiempo mi madre no infeliz, contenta)
por la noche el árbol teñía el patio con su silencio, se deducía por el color del silencio que había renunciado a aguardar la mañana, los días habían dejado de importarle, un único limón, que no nos supo a nada, madurando por costumbre y despidiéndose de nosotros, no zumo, unas gotitas aguadas, mi madre arrojó el limón al cubo y con el chasquido mi hermana falleciendo otra vez, no me acuerdo de haberla oído llorar, me acuerdo de los cabellos que se pegaban a la frente, de la cara que me afligía por no acusar a nadie, se la cogía por la muñeca y la muñeca (toda ella la muñeca)
caía, la solemnidad del farmacéutico."

António Lobo Antunes
Yo he de amar una piedra



"Los arcos de piedra por encima del jardín poseían la curva exacta de cejas asombradas por encontrarse allí, junto a la confusión de hormiguero anárquico del Rato, y el psiquiatra tuvo la sensación de que era como si un rostro de muchos siglos estuviese examinando, sorprendido y grave, los columpios y el tobogán que había entre los árboles y que nunca había visto utilizar por ningún niño, abandonados como los tiovivos de una feria difunta: no sabía explicar la razón, pero el Jardim das Amoreiras se le antojaba siempre algo solitario y sumamente melancólico, incluso en verano, y ello desde los años remotos en que iba allí una hora por semana a recibir lecciones de dibujo de un individuo gordo que vivía en un segundo piso repleto de aviones de plástico en miniatura: las inquietudes de mi madre, reflexionó el médico, las eternas inquietudes de mi madre respecto a mí, su permanente temor a verme un día recogiendo trapos y botellas en los cubos de basura, con un saco a cuestas, transformado en advenedizo de la miseria. Su madre creía poco en él como individuo maduro y responsable: tomaba todo lo que él hacía como una especie de juego, y aun en la relativa estabilidad profesional de su hijo sospechaba la engañadora tranquilidad que precede a los cataclismos. Solía contar que había acompañado al médico con ocasión del examen de ingreso en el instituto Camóes, y que, al mirar por la ventana de la sala, había visto a todos los chicos inclinados ante la prueba, concentrados y atentos, a excepción del psiquiatra, que, con el mentón hacia arriba, completamente ajeno, estudiaba distraído la lámpara del techo.
«Y por ese ejemplo me di cuenta enseguida de cómo iba a ser su vida», concluía la madre con la sonrisa triunfalmente modesta de los Bandarras con puntería.
Para quedarse en paz con su conciencia, no obstante, se esforzaba en combatir lo ineluctable solicitando todos los años al director del curso que colocase a su hijo en un pupitre de la primera fila, «incluso frente al profesor», para que el médico bebiese a la fuerza los efluvios de la descomposición de los polinomios, la clasificación de los insectos y otras nociones de utilidad indiscutible, en lugar de los versos que escribía a escondidas en los cuadernos de los resúmenes. La carrera del psiquiatra, sembrada de peripecias, había adquirido para ella las proporciones de una guerra tormentosa, en que las promesas a Nuestra Señora de Fátima alternaban con los castigos, los suspiros de dolor, las profecías trágicas y las quejas a las tías, testigos desolados de tanta infelicidad, que se consideraban siempre personalmente afectadas por el más insignificante seísmo familiar."

António Lobo Antunes
Memoria de elefante



“No es coraje, es elegancia. Quizá la elegancia es la forma suprema del coraje o el coraje es la forma suprema de elegancia.” 

António Lobo Antunes



“Para mí una persona inteligente es aquélla capaz de comprender que la piedra que cae y la Luna que no cae son la misma cosa.” 

António Lobo Antunes



“(...) Pero no se asemejaba a un profeta, se asemejaba a un mendigo recogido por caridad en un asilo, a uno de esos que se arrastran por la avenida y duermen, cubiertos de periódicos, dentro de embalajes de cartón.” 

António Lobo Antunes



“Su voz, semejante al principio al chasquido de los arbustos, tardó en volverse real mediante metamorfosis que mi tronco parecía acompañar, alargándose y reduciéndose con un murmurar de vértebras.” 

António Lobo Antunes


"Tal vez lo más diferente aquí sea el silencio porque casi no hay sonidos ahí dentro, de vez en cuando pasos en el corredor que a pesar de distantes nunca se acercan, se alejan, lo que me lleva a pensar en un corredor interminable y continuo oyéndolos mucho después de desvanecerse, minúsculos y precisos, órdenes cuyas palabras parecen censurar a alguien acompañadas de un correr de cerrojos que tardan en encajarse y después nada salvo los plátanos que no forman parte del silencio, solo lo subrayan, una baya que cae o una pausa de hojas mientras en la hacienda mi abuelo aplastando el insomnio con las botas hacia acá y hacia allá sin mencionar el reloj que por la noche ocupa toda la casa indignándose con nosotros, carga el tiempo a sacudidas.
—¿Qué están esperando para avanzar conmigo? Como si a una persona con dos dedos de frente le apeteciera avanzar hacia la muerte dado que las horas no nos transportan a ningún otro sitio y en la ventana las farolas del pueblo parece que no pero también cuentan, y las botas mirándonos un momento antes de reanudar su destino en el suelo, adivinaba a mi madre sentada en la cama.
—Qué vida y el alboroto del mulo dando vueltas en la cerca, creo que las olas se inmovilizan en Trafaria, no existe Lisboa en la otra margen del agua y en consecuencia nosotros no existimos salvo mi madre.
—Qué vida pensando en la falta de dinero en la panera y en el ayudante del administrador que la esperaba junto a la pila del lavadero con la puerta del granero abierta, los tucanes de la laguna ni pío, tal vez se marcharon rumbo a la frontera, en qué trabajaría mi abuelo antes de jugar a las cartas en la choza, en un taller, en un cuartel, en un garaje y he ahí el viento en el pomar amedrentando a las gallinas que se empequeñecen de suspiros, no trabajaba en nada, iba creciendo la hacienda y poco después la taza en el plato en las pausas entre un conejo y otro, por qué razón no me alzó de la cuna y me dio un golpe en la nuca, abuela, extendiéndome en el regazo con una caricia larga, lo que ahorrarían en bajadas de bandera se ha fijado y usted sin salir del taxi ni saber quién era yo, si la llamaba una pregunta tentativa."

António Lobo Antunes
El archipiélago del insomnio


“Un faro latía en las rocas, azulando la noche con una pupila que se abría y cerraba al iluminar los árboles, las dunas y un haz de sombras que se desplazaba despacio, sembrado de escamas.” 

António Lobo Antunes