"A las raíces iniciales que me ataban a mi ciudad, había que ir añadiendo otras nuevas de las que nunca podría ya desasirme: mis queridos muertos, mi familia, mis amigos, mi Norte de Castilla, mi Escuela de Comercio, mis calles de todos los días, mis campesinos, mi tierra..."

Miguel Delibes


"A los mayores tiranos siempre les gustó tener fama de libertadores."

Miguel Delibes



"Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales." 

Miguel Delibes


“Amaba el libro, pero el libro espontáneamente elegido. Ella entendía que el vicio o la virtud de leer dependían del primer libro. Aquel que llegaba a interesarse por un libro se convertía inevitablemente en esclavo de la lectura. Un libro te remitía a otro libro, un autor a otro autor, porque, en contra de lo que solía decirse, los libros nunca te resolvían problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad del lector siempre quedaba insatisfecha.”

Miguel Delibes
Señora de rojo sobre fondo gris


“Aquel que llegaba a interesarse por un libro se convertía inevitablemente en un esclavo de la lectura. Un libro te remitía a otro libro, un autor a otro autor, porque, en contra de lo que solía decirse, los libros nunca te resolvían problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad del lector siempre quedaba insatisfecha. Y, al apelar a otros títulos, iniciabas una cadena que ya no podía concluir sino con la muerte".”

Miguel Delibes
Señora de rojo sobre fondo gris



"Cazador... Soy un cazador que escribe; es decir, tomé contacto con los elementos fundamentales de la Castilla profunda mediante mis excursiones de cazador y pescador. Entonces aprendí a hablar como aquellos castellanos. Y todos mis libros tienen adentro a esos personajes, desde el ratero de Las ratas hasta el señor Cayo de El disputado voto... Podemos decir que mi comunicación con el pueblo y mi idioma del pueblo lo aprendí en contacto con estos señores yendo yo allí a una cosa distinta."

Miguel Delibes



“Cuando dicen que el tiempo trae olvido, no hay tal. El tiempo no trae el olvido. Lo que trae es una sensación de conformidad y, sobre todo, la  costumbre de vivir con el muerto a cuestas.”

Miguel Delibes
Juan Ramón Iborra, Confesionario, 2001



"¿Defectos del periodista contemporáneo? El afán por el morbo, por sacar las cosas de quicio. Me preguntaron por la Guerra Civil y luego por mi afición a cazar perdices. Y el titular fue que Miguel Delibes se arrepentía de la sangre derramada como si yo hubiera ido por ahí disparando tiros en la nuca. No se sabía si estaba arrepentido de las perdices que había matado o de los soldados que pudieron caer bajo mis hipotéticos disparos. Pero no soy rencoroso. Siempre he dicho que soy un hombre sencillo que escribe sencillamente."

Miguel Delibes



“Dentro de la cerca, las abejas bordoneaban por todas partes…”

Miguel Delibes


"El cazador que escribe se termina al tiempo que el escritor que caza... Terminé como siempre había imaginado: incapaz de abatir una perdiz roja ni de escribir una cuartilla con profesionalidad."


Miguel Delibes


"El hombre de hoy usa y abusa de la naturaleza como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta, como si detrás de él no se anunciara un futuro."

Miguel Delibes



"El hombre moderno vive ajeno a esas sensaciones inscritas en lo profundo de nuestra biología y que sustentan el placer de salir al campo."


Miguel Delibes


“El miedo pesa, hijo.”

Miguel Delibes


“El periodismo es un borrador de la literatura… Y la literatura es el periodismo sin el apremio del cierre.”

Miguel Delibes



“El progreso comporta -inevitablemente, por lo que se ve- una minimización del hombre.” 

Miguel Delibes


"El progreso no sirve... si éste «ha de traducirse inexorablemente en un aumento de la incomunicación y la violencia, de la autocracia y la desconfianza, de la injusticia y la prostitución del medio natural, de la explotación del hombre por el hombre y de la exaltación del dinero como único valor»."


Miguel Delibes




El pueblo en la cara


"Cuando yo salí del pueblo, hace la friolera de cuarenta y ocho años, me topé con el Aniano, el Cosario, bajo el chopo del Elicio, frente al palomar de la tía Zenona, ya en el camino de Pozal de la Culebra. Y el Aniano se vino a mí y me dijo: «¿Dónde va el Estudiante?». Y yo le dije: «¡Qué sé yo! Lejos». «¿Por tiempo?», dijo él. Y yo le dije: «Ni lo sé». Y él me dijo con su servicial docilidad: «Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?». Y yo le dije: «Nada, gracias Aniano».

Ya en el año cinco, al marchar a la ciudad para lo del bachillerato, me avergonzaba de ser de pueblo y que los profesores me preguntasen (sin indagar antes si yo era de pueblo o de ciudad): «Isidoro, ¿de qué pueblo eres tú?». Y también me mortificaba que los externos se dieran de codo y cuchichearan entre sí: «¿Te has fijado qué cara de pueblo tiene el Isidoro?» o, simplemente, que prescindieran de mí cuando echaban a pies para disputar una partida de zancos o de pelota china y dijeran despectivamente: «Ese no; ese es de pueblo». Y yo ponía buen cuidado por entonces en evitar decir: «Allá en mi pueblo…» o «El día que regrese a mi pueblo», pero a pesar de ello, el Topo, el profesor de Aritmética y Geometría, me dijo una tarde en que yo no acertaba a demostrar que los ángulos de un triángulo valieran dos rectos: «Siéntate, llevas el pueblo escrito en la cara».

Y a partir de entonces, el hecho de ser de pueblo se me hacía una desgracia, y yo no podía explicar cómo se cazan gorriones con cepos o colorines con liga, ni que los espárragos, junto al arroyo, brotaran más recio echándoles porquería de caballo, porque mis compañeros me menospreciaban y se reían de mí. Y toda mi ilusión, por aquel tiempo, estribaba en confundirme con los muchachos de ciudad y carecer de un pueblo que parecía que le marcaba a uno, como a las reses, hasta la muerte. Y cada vez que en vacaciones visitaba el pueblo, me ilusionaba que mis viejos amigos, que seguían matando tordas con el tirachinas y cazando ranas en la charca con un alfiler y un trapo rojo, dijeran con desprecio: «Mira el Isi; va cogiendo andares de señoritingo».

Así, en cuanto pude, me largué de allí, a Bilbao, donde decían que embarcaban mozos gratis para el Canal de Panamá y que luego le descontaban a uno el pasaje de la soldada. Pero aquello no me gustó, porque ya por entonces padecía yo del espinazo y me doblaba mal y se me antojaba que no estaba hecho para trabajos tan rudos y, así de que llegué, me puse primero de guardagujas y después de portero en la Escuela Normal y más tarde empecé a trabajar las radios Philips que dejaban una punta de pesos sin ensuciarse uno las manos.

Pero lo curioso es que allá no me mortificaba tener un pueblo y hasta deseaba que cualquiera me preguntase algo para decirle: «Allá,en mi pueblo, el cerdo lo matan así, o asao». O bien: «Allá, en mi pueblo, los hombres visten traje de pana rayada y las mujeres sayas negras, largas hasta los pies». O bien: «Allá, en mi pueblo, la tierra y el agua son tan calcáreas que los pollos se asfixian dentro del huevo sin llegar a romper el cascarón». O bien: «Allá, en mi pueblo, si el enjambre se larga, basta arrimarle una escriña agujereada con una rama de carrasca para reintegrarle a la colmena».


Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro."

Miguel Delibes


"El pueblo es el verdadero dueño de la lengua."

Miguel Delibes


El otro hombre


"Si nevaba en la ciudad, se originaba, en cada esquina, un próximo riesgo de romperse la crisma. La nieve caída y pisoteada se endurecía con la helada nocturna y las calles se transformaban en unas pistas relucientes y vítreas, más apropiadas para patinar que para transitar por ellas. Para los chicos, el acontecimiento era tan tentador que bastaba, incluso, para justificar sus ausencias de la escuela.

Y en estas cosas menores, en que caiga la nieve y la helada la endurezca, en un resbalón y una caída aparatosa, están escondidos muchas veces el destino de los hombres y los grandes cambios de los hombres; a veces su felicidad, a veces su infortunio. Tal le aconteció a Juan Gómez, de veintisiete años, recién casado, usuario de una vivienda protegida de fuera del puente. Hasta aquel día ella no se había dado cuenta de nada. De que le amaba, no le cabía la menor duda. Y, sin embargo, si era así, nada justificaba aquel extraño retorcimiento, algo blando como un asco, que aquella mañana constataba en el fondo de sus entrañas. Que a Juan le faltasen las gafas no justificaba en apariencia nada trascendental, ni había tampoco nada de trascendental en la forma de producirse la rotura, al caer en la nieve la tarde anterior de regreso de la oficina. Y no obstante, al verle desayunar ahora ante ella, indefenso, con el largo pescuezo emergiendo de un cuello desproporcionado y con el borde sucio, mirándola fijamente con aquellas pupilas mates y como cocidas, sintió una sacudida horrible.

-¿Te ocurre algo? ¿Tienes frío? -dijo él.

La interrogaba solícito, suavemente afectuoso, como tantas otras veces, mas hoy a ella le lastimaba el tonillo melifluo que empleaba, su conato de blanda protección.

-¡Qué tontería! ¿Por qué habría de ocurrirme nada? -dijo ella, y pensó para sí: “¿Será un hijo? ¿Será un hijo este asco insufrible que noto hoy dentro de mí?”.

Se removía inquieta en la silla como si algo urgente la apremiase y unas manos invisibles la aplastasen implacables contra el asiento. Detrás de los cristales volvía a nevar. Y a ella debería servirle ver caer la nieve tras la ventana, como tantas veces, para apreciar la confortabilidad del hogar, su vida íntima bien asentada, caliente y apetecible. Pero no. Hoy estaba él allí. Juan migaba el pan en el café y mascaba las sopas resultantes con ruidosa voracidad. De repente alzó la cabeza. Dijo:

-Dejaré las gafas en el óptico antes de ir a la oficina. No en Pérez Fernández. Ya estoy escarmentado. Ese lo hace todo caro y mal. Se las dejaré a este de la esquina. Me ha dicho Marcelino que trabaja bien y rápido. Me corren prisa.

Ella no respondió. No tenía nada que decir; por primera vez en diez años le faltaban palabras para dirigirse a Juan Gómez. Sí, no tenía ninguna palabra a punto disponible. Estaba vacía como un tambor. Acumuló sus últimas fuerzas para mirar los ojos romos de él, desguarnecidos, y, por primera vez en la vida, los vio tal cual eran, directamente, sin ser velados por el brillante artificio del cristal. Experimentó un escalofrío. Aquellos ojos evidentemente no eran los de Juan. A ella siempre le gustaron los hombres con lentes; las gafas prestaban al hombre un aire adorable de intelectualidad, de ser superior, cerebral y diligente. Y los de Juan, amparados por los cristales, eran, además, unos ojos fulgurantes, descarados, audaces. Por eso se enamoró de él, por aquellos ojos tan despiadados que para contenerles era necesario preservarles con una valla de cristal. “Estoy pensando tonterías”, se dijo. “Lo más seguro es que esto sea un niño. Todas dicen que cuando va una a tener un niño se notan cosas raras y ascos y aversiones sin fundamento.” La voz de él frente a ella la asustó.

-¿Qué piensas, querida, si puede saberse?

El tono de voz de Juan era ahora irritado, suspicaz.

Ella sacudió la cabeza con violencia, y sintió una extraña rigidez en los miembros, algo así como una contenida rebelión. Dijo:

-No sé, no sé lo que pienso. Tengo muchas cosas en la cabeza.

No podía decirle que pensaba en sus ojos, que pensaba algo así como que él no era él: que su personalidad era tan menguada e inestable que desaparecía con las gafas rotas para transmudarle en un pelele. De repente ella se avergonzó de estar conviviendo tranquilamente con aquel hombre. ¿Qué diría Juan, su Juan, cuando regresase del óptico con las gafas arregladas y su mirada fulgurante, descarada y audaz? Volvía él a escrutarla maritalmente, con sus ojos insípidos, mientras sus dientes trituraban ferozmente el panecillo empapado en café con leche. Ella sintió que las pupilas de un extraño buceaban descaradamente bajo sus ropas, tratando de adivinar su escueta desnudez. “Este hombre no tiene ningún derecho a interpretarme así”, pensó. “Esto es un atrevimiento desvergonzado. Lo denunciaré, lo denunciaré por allanamiento de persona”, se dijo en un vuelo fantástico de la imaginación. Pensó en todo el horror y vergüenza de un adulterio y se puso de pie con violencia. Sin decir palabra dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta, pero él se incorporó de un salto y la tomó por la cintura:

-Ven, criatura, dame un beso; me marcho ya.


Ella veía los dos ojos inexpresivos a un palmo de los suyos, dos ojos fofos, como empañados de un vaho indefinible. Y un surco pronunciado, seco como un hachazo, en la parte más alta de la nariz. Cerró los ojos al notar el cuerpo de él junto al suyo, tratando de serenarse. Luego los volvió a abrir. No, decididamente, aquél no era Juan, su Juan, Juan Gómez, de veintisiete años, con sus gafas siempre limpias, impolutas, y un destello vivaz en las pupilas. Era otro hombre; un hombre extraño, que se aprovechaba de la nieve endurecida sobre el pavimento, y de la caída, y de la rotura del cristal. Sintió un vértigo y gritó fuerte. Pero su resistencia avivaba en Juan Gómez una glotona sensualidad. Y Juan Gómez, al besar los labios de su mujer, se dio cuenta de que ella pendía inerte de sus brazos, de que se había desvanecido. Pero no se le ocurrió pensar en estas cosas menores: en que caiga la nieve y la helada la endurezca, en un resbalón y una caída aparatosa, se esconden muchas veces el destino y los grandes cambios de los hombres."

Miguel Delibes


"En la literatura nada hay más difícil que la sencillez."

Miguel Delibes


“Es algo que suele suceder con los muertos: lamentar no haberles dicho a tiempo cuánto los amabas, lo necesarios que te eran. Cuando alguien imprescindible se va de tu lado, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.”

Miguel Delibes
Mujer de rojo sobre fondo gris


"Escribir con precisión no consiste únicamente en hallar en cada caso el adjetivo adecuado, sino también el sustantivo, el verbo o el adverbio, es decir, la palabra. Y es en el manejo de esas palabras, en hallarlas a tiempo y adobarlas debidamente, donde reside el secreto de un buen escritor."


Miguel Delibes




“Espero que Cristo cumpla su palabra.”

Miguel Delibes




"He aquí un hecho cierto: cuando yo tomé la decisión de escribir, la literatura y el sentimiento de mi tierra se imbricaron. Valladolid y Castilla serían el fondo y el motivo de mis libros en el futuro..., de ellos he tomado no sólo los personajes, escenarios y argumentos de mis novelas, sino también las palabras con que han sido escritas... Aquellas voces que arrullaron mi infancia fueron el germen de mi expresión futura."


Miguel Delibes




"He sido fiel a un periódico, a una novia, a unos amigos, a todo con lo que me he sentido bien. He sido fiel a mi pasión periodística, a la caza... Lo mismo que hacía de chico lo he hecho de mayor, con mayor perfeccionamiento, con mayor sensibilidad, con mayor mala leche. Siempre he hecho lo mismo."


Miguel Delibes


"Hoy sólo quiero ocuparme de los entierros; de los entierros a la Federica, con carrozas barrocas, caballos empenachados y aurigas con peluca, que es como se hacen los entierros en mi pueblo. Uno, naturalmente, no está contra los entierros. Uno está, más bien, contra los formalismos falaces. Uno aboga, en suma, por los entierros sencillos, minoritarios, donde el que vaya, vaya por sentimiento y no por educación. Tal vez así se evitaría que en los entierros se hablara tanto de fútbol y que, a la hora de partir, el difunto se encontrara solo por aquello de que los muertos son los únicos hombres puntuales del país."


Miguel Delibes




"La bóveda del firmamento iba poblándose de estrellas y Roque, el Moñigo, se sobrecogía bajo una especie de pánico astral. Era en esos, de noche y lejos del mundo, cuando a Roque, el Moñigo, se le ocurrían ideas inverosímiles…"

Miguel Delibes


La gloria es un problema de años, ya que es el tiempo quien decide qué autor está destinado a ser olvidado y qué otro está destinado a perdurar."

Miguel Delibes


“La imposibilidad de poder replantearte el pasado y rectificarlo, es una de las limitaciones más crueles de la condición humana. La vida sería más llevadera si dispusiéramos de una segunda oportunidad.”

Miguel Delibes
Señora de rojo sobre fondo gris



"La lengua nace del pueblo; que vuelva a él, que se funda con él porque el pueblo es el verdadero dueño de la lengua."


Miguel Delibes




“La máquina ha venido a calentar el estómago del hombre pero ha enfriado su corazón.” 

Miguel Delibes




“La medicina ha prolongado nuestra vida, pero no nos ha facilitado una buena razón para seguir viviendo.” 

Miguel Delibes



“La novela es un hombre, un paisaje y una pasión.”

Miguel Delibes



“La novela es un intento de exploración del corazón humano a partir de una idea que es casi siempre la misma contada con diferente entorno.”

Miguel Delibes




“La vida era así de rara, absurda y caprichosa.” 

Miguel Delibes


"(La literatura) Ha sido una auténtica dedicación. He encontrado en ella el refugio que no encontraba tan perfecto en el cine o en el café o en el juego; la relación de dos se establecía perfectamente entre una persona y un libro. Mi afán al escribir era intentar comunicar a dos personas, emplear la pluma como elemento de comunicación con otros. Escribir es comunicarse con otro."


Miguel Delibes




"Lo más positivo que se ha demostrado con los regímenes de fuerza, ya sean de izquierdas o de derechas, es que no le bastan al hombre para vivir. Los hombres necesitan una atención más próxima y personal."


Miguel Delibes


“Los hombres se hacen; las montañas están hechas ya.”

Miguel Delibes


"Los protagonistas de mis relatos son seres presionados por el entorno social, perdedores, víctimas de la ignorancia, la política, la organización, la violencia o el dinero."

Miguel Delibes


"Los vasos, cortos y pesados, rodaron, uno tras otro, por la bruñida superficie de mármol. Por primera vez en la vida, Sebastián notaba depender de él otros seres; aunque fuese para tan mermada satisfacción como vaciar un vaso de mal vino.
No le agradó a Sebastián la bebida, pero le agradó, en cambio, el excitante calorcillo que suscitó en su estómago. Constataba que la sangre se inflamaba y su humana realidad tomaba una trascendencia desmesurada en el espacio. Sebastián pagó los chatos y salieron. Los dos hermanos chicoleaban con desparpajo a las muchachas, y Martín casi enredaba las narices en sus melenas para murmurarles al oído piropos picantes. Emeterio lo hacía a voz en grito, más para que le admirasen sus compañeros y le aplaudiesen que para que las destinatarias se diesen por aludidas. Se diría que a Emeterio le apremiaba la idea de ocupar el puesto de conquistador ostentoso que Hugo había dejado vacante. Eran distintas técnicas del chicoleo, pero todas igualmente nuevas y desconocidas para Sebastián.
Entraron en otro bar y, al abandonarlo, Sebastián apreció que no le importaba caminar por una calle tan concurrida, ni que la gente lo mirase y lo midiese. Después de todo, que uno sea bajo y feo no significa nada si es simpático y generoso. Y tiraba las pesetas en las barras de los bares como quien está habituado al despilfarro.
La calle iba llenándose de ecos lejanos para Sebastián. Sus compañeros emanaban una alegría contagiosa y estridente que les imprimía a todos la necesidad de hablar a gritos. Era una locuacidad desenfrenada la que les había abierto el vino. Los grupos los miraban al pasar, pero a Sebastián no le importaba. «Soy el eje de esta alegría; si yo me planto, se acabó el optimismo», se decía. Y sentía una vanagloria primeriza y pueril de ser cabeza, razón y motivo de algo, que, poco a poco, iba adquiriendo su importancia. Tras el cuarto vaso, Sebastián imaginó que no le importaría piropear a una muchacha; y, tras el quinto, que no se achicaría si Emeterio le exigiera palmear a cualquier transeúnte y llamarle, cuando volviera la cabeza, «tío cornudo». Aquellos vocablos chocarreros que tanto daño le hacían normalmente, se le presentaban ahora como ingeniosas combinaciones de sílabas, que encerraban la gracia en sí mismas, prescindiendo de su significado. ¡Oh, qué optimista se sentía Sebastián! Pasaba de un extremo a otro del grupo y se reía a carcajadas cuando Emeterio le decía «chiquitín». Sebastián empezaba a comprender a su madre. El vino no sabía bien, pero ¡cómo cambiaba la fisonomía de las cosas! Y la alegría de seis solamente le había costado cuatro duros. Aún podría gastar otros dieciséis, y entonces el júbilo les haría reventar a todos. Sus compañeros le consideraban, le trataban como a un amigo más, tal vez el más importante, y ya no tenía que esconderse recelando una alusión. ¡Que le aludiesen cuanto les diese la gana! A él le hacían gracia todas las alusiones. Incluso que uno de los hermanos le apretase la ligera chepa y le afirmase «que debía de ser muy hermoso caminar siempre con un cerro a las espaldas». ¿No era gracioso esto? Todo era muy gracioso y alegre esta noche. La calle, llena de gente, a la que otros días temía como a un monstruo, era esta noche campo conquistado; él la hacía exuberante con sus gritos y sus contorsiones.
Paulatinamente fue perdiendo Sebastián la noción del tiempo. Entraban y salían en los bares, y los vasos achatados, colmados de dorado líquido, se le aparecían por todas partes. Una muchacha retaquilla y absurda de formas propinó un sonoro bofetón a Emeterio, y todos se caían de risa, tropezando, indecisos, unos con otros. Martín, de improviso, animó a Sebastián a piropear a una mujer. A Sebastián le sedujo la idea y recordó, como por un milagro, un requiebro que leyera una vez en la envoltura de un caramelo. Significaba una grosera solicitud de un beso. Se reían todos al verle vacilar en la elección de víctima. Sebastián experimentó una satisfacción reconfortante al constatar con cuánta facilidad hacía reír a sus compañeros."

Miguel Delibes
Aún es de día



"Más difícil que vivir bajo el fascismo era que cada grupo creía estar en posesión de la verdad. Aquello rompió las familias por completo. Unas familias se rompían, otras morían en el Alcázar de Toledo; era el final más triste que uno podía imaginar para aquella guerra, iniciada como en broma en el norte de África... Yo creo que España se jodió mucho tiempo antes; yo no tenía edad para juzgar en qué momento se jodió España, pero sí que la jodieron entre unos y otros. No hay la disculpa de que fue la derecha o fue la izquierda. Entre los dos jodieron España."


Miguel Delibes




"Me percaté entonces de que la alegría es un estado del alma y no una cualidad de las cosas; que las cosas en sí mismas no son alegres ni tristes, sino que se limitan a reflejar el tono con que nosotros las envolvemos."

Miguel Delibes



"Mi mayor deseo sería que esta Gramática [de la Real Academia, 2010] fuera definitiva, que llegara al pueblo, que se fundiera con él, ya que, en definitiva, el pueblo es el verdadero dueño de la lengua."

Miguel Delibes




"Mi patria es la infancia."


Miguel Delibes




“Mi vida de escritor no sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable. Ética y estética se han dado la mano en todos los aspectos de mi vida.”

Miguel Delibes



“No existe la felicidad. A lo largo de la vida hay briznas de dicha que se deshacen como pompas de jabón.” 

Miguel Delibes


"No soy un escritor que caza, sino un cazador que escribe... Soy un ecologista que escribe y caza."


Miguel Delibes



"Para el que no tiene nada, la política es una tentación comprensible, porque es una manera de vivir con bastante facilidad." 

Miguel Delibes


“Para escribir un buen libro no considero imprescindible conocer París ni haber leído el Quijote. Cervantes cuando lo escribió, aún no lo había leído.”

Miguel Delibes



“Permitamos que el tiempo venga a buscarnos en vez de luchar contra él.” 

Miguel Delibes


“Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena de ser vivida. En el fondo, no ignoraba que morir a los treinta años o a los setenta importa poco, pues, naturalmente, en ambos casos, otros hombres y otras mujeres vivían y así durante miles de años. En suma, nada podría ser más claro. Era siempre yo quien moriría, ahora o dentro de veinte años.”

Miguel Delibes
Señora de rojo sobre fondo gris



"Primero conocí mi provincia, más tarde la amé y, finalmente, cuando la vi acosada por la mezquindad y la injusticia intenté defenderla. Durante ocho lustros hube de soportar que a Valladolid y Castilla se les acusase de centralistas, cuando, en rigor, eran las primeras víctimas del centralismo... Y cuando las circunstancias se agravaron y se impuso en el país la ley del silencio, yo trasladé a los libros mi preocupación por lo mío. Y ya no sólo para defender su economía sino para reivindicar al campesino, a nuestro labrador, su orgullo, su dignidad, el sabio empleo de nuestro idioma."


Miguel Delibes



“¿Quieres cantar conmigo? preguntó-. Yo no canto bien, pero cuando me da la agonía dentro del pecho, me pongo a cantar y sale…”

Miguel Delibes



“Salir a cuerpo limpio, sin postizos, ser como se es, no como nos imponen.”

Miguel Delibes


"Sentimientos que anidaron hace siete lustros en el corazón de mis personajes: solidaridad, ternura, mutuo respeto, amor; el convencimiento de que todo ser ha venido a este mundo para aliviar la soledad de otro ser."


Miguel Delibes




“Sería un retrato frío, aburrido, impersonal. Me cansa pensarme.”

Miguel Delibes



“Si el cielo de Castilla es alto es porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo.”

Miguel Delibes



“Soporto los días, uno tras otro, todos iguales. No deseo más tiempo. Doy mi vida por vivida.”
(Al cumplir 87 años, 14-10-2007.)

Miguel Delibes


“Te pones a ver y el hombre no es más que un animal de costumbres, que no se diferencia de la perdiz en nada.”

Miguel Delibes


"Tendemos a reducir el lenguaje, a simplificarlo. Nos cuesta armar una frase . De este modo, los que hablan mucho, tropiezan mucho, y los que miden sus palabras se van apartando del problema."


Miguel Delibes



"Tengo la impresión desde chico que estaba amenazado por la muerte; no la mía, sino la muerte de quienes dependía. Yo era un rapaz de cuatro o seis años pero tenía miedo de que me faltaran aquellos que me proporcionaban elementos para vivir, mis padres."


Miguel Delibes




“Un hombre que sabe escupir por el colmillo ya puede caminar solo por la vida.”

Miguel Delibes



“Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo.”

Miguel Delibes



“Una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir.”

Miguel Delibes
Señora de rojo sobre fondo gris


“… y, en ese instante, un apretado bando de zuritas batió el aire rasando la copa de la encina en que se ocultaba.”

Miguel Delibes



"Y la grajilla rilaba en las pajas, ¡quiá, quiá, quiá! y él, el Azarías, cada vez que la grajilla abría el pico, embutía en su boca inmensa, con su sucio dedo corazón, un grumo de pien­so compuesto y el pájaro lo tragaba, y, después, otra pella y otra pella, hasta que el ave se saciaba, quedaba quieta, ahíta, pero a la media hora, una vez pasado el empacho circunstancial, volvía a reclamar y el Azarias repetía la operación mientras murmuraba tiernamente, milana bonita, murmullos apenas inteligibles, mas la Régula le miraba hacer y le decía confidencialmente al Rogelio, ae, más vale así, buena idea tuviste, y el Azarías no se olvidaba del pájaro ni de día ni de noche y en cuanto le apuntaron los primeros cañones, corrió feliz por la co­rralada, de puerta en puerta, una sonrisa bobalicona bailándole entre los labios, las amarillas pupilas dilatadas, la milana ya está emplumando, repetía, y todos le daban los parabienes o le preguntaban por el Ireneo, menos su sobrino, el Quirce, quien le enfocó su mirada aviesa y le dijo, y ¿para qué quiere en casa semejante peste, tío? y el Azarías volvió a él sus ojos atónitos, asombrados, no es peste, es la milana, mas el Quirce movió obstinadamente la cabeza y, después, escu­pió, ¡qué joder!, es un pájaro negro y nada bueno puede traer a casa un pájaro negro, y el Azarías le miró un momento desorientado y, finalmente, posó sus tiernos ojos sobre el cajón y se olvidó del Quirce, mañana le buscaré una lombriz, dijo, y, a la mañana siguiente, empezó a cavar afanosamente en el ma­cizo central hasta que encontró una lombriz, la cogió con dos de­dos y se la dio a la grajera y la grajera la engulló con tal deleite que el Azarías babeaba de satisfacción."

Miguel Delibes
Los santos inocentes


"Yo era un niño melancólico, triste; no me gustaba nada ir al colegio. Y era muy callado. Nunca dije que no me gustara ir al colegio, me aguantaba e iba. Estudié regularmente, y a los 15 años me planteé que debía hacer una carrera... Pero Franco debió pensar que yo era muy joven para entrar en la Universidad y abrió la Guerra Civil... Las universidades se cerraron y yo no tenía edad para ir a la guerra. Duró más de lo que uno pensaba, y cuando me vi que cumplía los 17 me fui con otro montón de amigos a la Marina antes de que nos mandaran a Infantería o a la Legión. Murió uno de los nuestros, otro cayó enfermo, los demás volvimos a Valladolid y nos encontramos con una situación difícil, de total censura. En las guerras no gana nadie, pierden todos, eso aprendí. Y si la guerra es civil la pérdida es más fuerte que la de cualquier otra guerra. Eso me familiarizó con la muerte."


Miguel Delibes


"Yo escribía para ella (Ängeles de Castro). Y cuando faltó su juicio, me faltó la referencia. Deje de escribir, y esta situación duró años. En ese tiempo penseé, a veces, que todo se había terminado."

Miguel Delibes