“Amar es buscar y ser buscado al mismo tiempo.”

Yukio Mishima


"Ayako se puso a escuchar el zumbido del viento invernal que soplaba fuera de la ventana. Por un momento tuvo deseos de mirarse una vez más en el espejo con su vestido nuevo, pero sintió pereza y estiró las piernas con las medias puestas en dirección al fuego de la chimenea. En una casa como ésta podía ponerse unos zapatos que le permitían acentuar la belleza del contorno de sus piernas. Sintió el placer de la dulzura del calor penetrándole suavemente por las medias de nailon. Después se fijó en la leña cada vez más violentada por el fuego, el cual, con sus siluetas imponentes, que se transfiguraban en formas quebradizas y fugaces, irradiaba una belleza de triste aspecto, como el temblor desatado de una llamarada natural capaz de desprender aromas salvajes.
«¿Soy feliz?», musitó Ayako en su corazón sintiendo un impulso repentino. Una pregunta extraña. Ahora que no tenía razón para sentir insatisfacción alguna, ni material ni espiritual, era un lujo que en su corazón germinara una pregunta sobre algo como la felicidad. Pero su carácter no la llevaba a mirar el reverso de la medalla de las cosas; antes bien, su índole serena y objetiva empezaba a mecerse por una especie de inquietud causada por un engranaje que se movía con demasiada suavidad.
Llegaba la hora de recibir a las invitadas, de pie, al lado de la señora Takigawa. Las invitadas fueron llegando una a una y pasando al salón donde se ofrecían los aperitivos, entre los cuales el Dubonnet, tan del gusto de la anfitriona, era de los más solicitados. La última en llegar fue la señora Salisbury, la invitada de honor.
Nada más verla, Ayako se quedó estupefacta. Una nariz redondeada en un rostro rubicundo donde destacaban manchas debidas a un maquillaje lamentable. Su aspecto recordaba el de una maestra rural americana. Por si eso fuera poco, el vestido con un estampado de llamativas flores era horroroso. La señora Takigawa, sin tiempo de presentársela a Ayako, se vio enseguida atrapada por el parloteo de la condesa Salisbury con ese acento típicamente inglés que arrastra la última sílaba de todas las palabras:
—¡Ah, pero qué gentileza la tuya, querida amiga, obsequiarme con una reunión como ésta! Deseaba tanto conversar tranquilamente contigo que, bueno, me moría de ganas… Es una invitación maravillosa y, además, en este día tan espléndido de invierno… ¡Ah, querida, los inviernos japoneses, una verdadera delicia! ¡Tan luminosos…!
The Lady siguió soltando un largo torrente de cháchara de este jaez, siempre dirigiéndose a la señora Takigawa y dando a Ayako una espalda desnuda casi hasta la mitad y tachonada de pecas sobre una piel de color zanahoria."

Yukio Mishima
Vestidos de noche


“¿Cómo es posible denominar “hombre de acción” a quien por su trabajo de presidente de una empresa hace ciento veinte llamadas telefónicas diarias para adelantarse a la competencia?”

Yukio Mishima


"Desde la mañana en que recibió la llamada telefónica de Nagayama, Kazu se había tornado presa de sus ensoñaciones. Las llamas de la vitalidad ardían de nuevo; el tedio de su vida moribunda había desaparecido sin dejar rastro y sentía que habían comenzado los días de pugna con sus impulsos temerarios.
Para ser de invierno, aquel día había sido anormalmente cálido. Por la tarde Kazu asistió en el auditorio de Ginza a un recital de piano interpretado por la hija de cierto industrial que frecuentaba el Setsugoan. Cuando entre dos luces, y desde una ventana del quinto piso, contempló Ginza, claramente visible la imagen desacostumbrada de la línea desigual de los tejados, Kazu experimentó por la calle un afecto que nunca le había inspirado.
Aquí y allá comenzaban a brillar las luces de neón, y a lo lejos, la estructura metálica y las grúas de un edificio en construcción, tendidas en diagonal contra el pálido azul del cielo, se dibujaban punteadas de lucecitas intermitentes: el panorama que desde allí se contemplaba parecía exactamente el de un extraño puerto que flotara sobre la tierra. Un globo publicitario rojo y blanco, que había descansado de su trabajo diurno sobre la terraza de una casa próxima, iniciaba ahora una insegura ascensión en el cielo del ocaso, alzando un largo gallardete con un anuncio luminoso.
Kazu advirtió cuánta gente se movía a la luz del crepúsculo por encima del nivel del suelo. Dos mujeres con idénticos abrigos rojos ascendían por la escalera de incendios de la parte posterior de una casa. Una mujer con un niño sujeto a la espalda recogía las camisas que colgaban de una cuerda tras un panel publicitario situado en lo más alto de un edificio comercial. Tres hombres con blancos gorros de cocineros habían aparecido en una sucia azotea y se encendían entre sí unos cigarrillos. Estaban desocupadas las sillas junto a las ventanas del cuarto piso de la nueva construcción al otro lado de la calle, pero Kazu captó los pies de una muchacha de medias rojas cuando cruzó sobre una alfombra verde en la parte posterior de una oficina. Había algo curiosamente pacífico en los movimientos de todas aquellas personas… Desde los tejados altos y bajos, las chimeneas lanzaban columnas de humo que se elevaban perpendicularmente en un aire casi inmóvil."

Yukio Mishima
Después el banquete


"El arte pertenece a un sistema que siempre resulta inocente mientras que la acción política tiene como principio fundamental la responsabilidad (..) El problema es que la situación política moderna ha empezado actuar con la irresponsabilidad propia del arte."

Yukio Mishima



“El lapsus puede representar la causa fundamental de la represión.”

Yukio Mishima


“El sufrimiento verdadero llega siempre paulatinamente.”

Yukio Mishima




"En el mundo del sexo, no existe una felicidad única y establecida para todos."

Yukio Mishima




"En realidad lo que estaba experimentando era la fatiga corrosiva de la negligencia, de la disipación, de una pereza corrompida y de una vida sin futuro posible."

Yukio Mishima



"Es bastante sencillo ver la vida carente de valores. De hecho, la gente con algo de sensibilidad no tiene dificultad en verla así."

Yukio Mishima


"Hacía un año que sufría la infantil angustia de poseer un curioso juguete. Yo tenía doce años. Ese juguete aumentaba de volumen a la menor oprtunidad y parecía insinuar que, utilizado debidamente, podía ser fuente de delicias. Pero en ningún lugar tenía instrucciones escritas acerca de cómo utilizarlo, y por eso, cuando el juguete tomaba la inicativa en sus deseos de jugar conmigo, quedaba inevitablemente desconcertado. Alguna que otra vez, mi humillación y mi impaciencia alcanzaron tal punto de gravedad que llegué a pensar que deseaba destruir ese juguete. Sin embargo, nada podía hacer como no fuera rendirme al insubordinado instrumento, con su expresión de dulce secreto, y esperar despreocupado acontecimientos."

Yukio Mishima
Confesiones de una máscara


“La acción supera al humanismo, pues afronta el riesgo de la muerte.”

Yukio Mishima


“La belleza ha terminado por recurrir a la verborrea.”

Yukio Mishima



“La victoria siempre está al lado de la mediocridad.”

Yukio Mishima


¡Larga vida al emperador!”



Yukio Mishima


“Las buenas maneras no presuponen la obediencia a la voluntad ajena.”

Yukio Mishima




"Los jóvenes creen estúpidamente que lo que es nuevo para ellos debe serlo también para cualquier otro. Por mucho que abominen de los convencionalismos, están simplemente repitiendo lo que otros hicieron antes. La única diferencia es que la sociedad ya no se asombra tanto como antes de sus extravagancias y que para llamar la atención los jóvenes han de incurrir en exageraciones cada vez mayores."

Yukio Mishima




"Los pacientes, cada uno a su manera, pierden su sentido de la realidad, y para recuperarlo resulta imprescindible el apoyo de una realidad viva y desnuda, una realidad que funcione como electroshock."

Yukio Mishima


"Los veinte chicos rodeaban a Isao, quien, colocándose a espaldas del santuario, se dedicó a observarlos con atención. Ellos, a su vez, le miraban silenciosos, oportunidad que Isao aprovechó para contemplar los destellos que despedían sus ojos, fruto a la vez del fuego interior y de la luz solar que les daba de lleno en los rostros. Isao sintió que todos ellos necesitaban desde tiempo atrás un incandescente poder que los elevara a los cielos y sintió también la casi frenética dependencia que demostraban ante él.
-Habéis hecho bien en reuniros aquí hoy en asamblea-les dijo Isao, rompiendo el silencio-. Nada podría hacerme más feliz que veros así, juntos, para lo cual algunos habéis tenido que venir de tan lejos como Kyushu. No falta un solo hombre. Sin embargo, he de deciros que no he hecho esta convocatoria (aunque podáis haber pensado lo contrario) porque tuviera un propósito definido. No lo tenía en absoluto. Habéis venido desde puntos muy distintos de la geografía japonesa siguiendo la luz indicadora que veíais ante vuestros ojos y el sentimiento que latía en vuestros corazones. Sin embargo, habéis venido en vano.
De pronto el grupo entero se agitó y pudo escucharse un intenso susurro. Isao levantó un poco la voz.
-¿Comprendéis? La asamblea de hoy carece en absoluto de sentido. No tiene ningún fin. No tengo ninguna misión que confiaros.
No dijo más y el susurro fue decreciendo. El silencio reinó por fin entre los reunidos, mientras la noche se apoderaba de la escena."

Yukio Mishima
Caballos desbocados



“No puedo continuar alimentando esperanzas para el Japón futuro. Cada día crece en mi la certeza de que, si nada cambia, Japón está destinado a desaparecer. En su lugar quedará, en una punta de Asia extremo-oriental, un gran país productor, inorgánico, vacío, neutral y neutro, próspero y cauto. Con los que consideran que ello puede ser tolerable, prefiero ni siquiera hablar.”

Yukio Mishima


“Sin duda es mucho más fácil atacar que defenderse.”

Yukio Mishima

"Su insistencia pasó del límite de lo razonable pero ella no pareció ofenderse. Pese a todo el calor su manto púrpura estaba frío. Sus ojos y su voz siempre bella se mostraban serenos.
-No, señor Honda, no he olvidado ninguna de las gracias que fueron mías en el otro mundo. Pero temo que jamás oí el nombre de Kiyoaki Matsugae. ¿No será, señor Honda, que jamás existió tal persona? Usted parece convencido de que existió. ¿Pero no será que, desde el principio y en parte alguna, existió semejante persona? No podía dejar de pensarlo mientras le escuchaba.
-¿Por qué entonces nos conocemos? Y los Ayakura y los Matsugae deben conservar sus archivos familiares.
-Sí, tales documentos pueden resolver problemas en el otro mundo. ¿Pero conoció usted realmente a una persona llamada Kiyoaki? ¿Y puede decir con seguridad que nosotros dos nos vimos antes?
-Yo vine aquí hace sesenta años.
-La memoria es como un espejo espectral. A veces muestra cosas demasiado lejanas para ser vistas y a veces las revela como si estuviera aquí.
-Pero si desde el principio no existió Kiyoaki...
Honda vacilaba en la niebla. Su cita allí con la abadesa le parecía medio soñada. Hablaba muy alto como para recobrar el yo que desaparecía como se esfuma el vaho de una bandeja de laca.
-Si no existió Kiyoaki, entonces tampoco existió Isao. Ni existió Ying Chan y quién sabe, quizás tampoco yo haya existido.
Por primera vez había fortaleza en los ojos de ella.
-Eso también es como es en cada corazón.
Siguió un largo silencio. La abadesa batió palmas suavemente. Apareció la novicia y se arrodilló en el umbral.
-El señor Honda ha sido muy amable al venir hasta aquí. Creo que debería mostrarle el jardín meridional. Yo le llevaré.
La novicia la tomó de la mano. Honda se alzó como si unos hilos hubieran tirado de él y las siguió a través de las oscuras estancias.
La novicia abrió una puerta deslizante y le condujo hasta la galería. Ante él tenía el ancho jardín meridional.
El césped, con las colinas detrás, resplandecía bajo el sol estival.
-Esta mañana llegaron los cuclillos-dijo la novicia.
En la espesura tras el césped predominaban los arces. Una puerta entretejida conducía a las colinas. Algunos de los arces estaban rojos, incluso ahora en verano, llameantes entre el verde. Sobre el césped surgían dispersos estriberones y entre ellos florecían tímidamente los claveles silvestres. A la izquierda, en un rincón había un pozo y una polea. Sobre el césped un taburete de cerámica parecía tan caliente que con seguridad se quemaría quien pretendiera sentarse allí. Nubes de verano alzaban sus vertiginosos hombros sobre las verdes colinas.
Era un jardín resplandeciente y recoleto, sin rasgos de relieve. Como un rosario desgranado entre los dedos, el chillido estridente de las chicharras mantuvo su fuerza.
No había otro sonido. El jardín se hallaba vacío. Había llegado, pensó Honda, a un lugar sin recuerdos, sin nada.
El sol estival del mediodía caía sobre el jardín inanimado."

Yukio Mishima
La corrupción de un ángel 



"Todos los demás son testigos. Si no existiesen, no se sabría lo que es la vergüenza."

Yukio Mishima