“Así pues, el tiempo decidirá sobre ambas cosas.”

Cayo Salustio



“Cada hombre es el arquitecto de su propia fortuna.”

Cayo Salustio



“Difícil es templar en el poder a los que por ambición simularon ser honrados.”

Cayo Salustio


“El azar es tal vez el seudónimo de Dios, cuando no quiere Él poner su firma.”

Cayo Salustio



“El género humano se queja sin razón de su naturaleza, de que siendo débil y de duración corta, sea regida por el azar más bien que por la virtud.”

Cayo Salustio



"El temor nos priva de oír."

Cayo Salustio



“En primer lugar hay que investigar que es en verdad el alma. Lo que realmente diferencia lo animado de lo inanimado, es el alma, y los diferenciamos por el movimiento, la sensibilidad, la imaginación, la inteligencia. El alma irracional por tanto es la vida sensitiva e imaginativa, mientras que el alma racional es la vida que gobierna sobre la sensibilidad e imaginación, y que sirve de razón. El alma irracional depende de las pasiones corpóreas, ella desea y se irrita irracionalmente, mientras que el alma racional con la razón, desdeña el cuerpo, y entabla combate contra el alma irracional, si vence engendra virtud, pero si es vencida engendra vicio. Ella es inmortal necesariamente tanto porque conoce a los Dioses -y nada mortal conoce lo inmortal-.”

Salustio



"Entonces, furioso, prorrumpió diciendo: «Ya que mis enemigos me tienen sitiado y me estrechan a que me precipite, yo haré que mi incendio se apague con su ruina. Y saliéndose arrebatadamente del Senado, se fue a su casa, donde
revolviendo en su interior mil cosas (porque ni le salían bien las asechanzas que había puesto al cónsul, y veía que no era posible dar fuego a la ciudad por la vigilancia de las rondas) persuadido a que lo mejor sería aumentar su ejército y prevenir con tiempo lo necesario para la guerra, antes que el pueblo alistase sus legiones, partió a deshora de la noche con pocos de los suyos para los reales de Manlio, dejando encargado a Cetego, a Léntulo y a otros, que sabía eran los más determinados, que afianzasen por los medios posibles las fuerzas del partido, que hiciesen por asesinar presto al cónsul y previniesen muertes, incendios y los demás estragos de la guerra civil, ofreciéndoles que de un día para otro se acercaría a la ciudad con un poderoso ejército. Mientras pasaba esto en Roma, envió Cayo Manlio algunos de los suyos a Quinto Marcio Rex con esta embajada:
«Los dioses saben y los hombres, Quinto Marcio, que ni hemos tomado las armas contra la patria, ni con ánimo de dañar a nadie; sí sólo por libertar nuestras personas de la opresión e injuria, viéndonos, por la tiranía de los usureros, reducidos a la mayor pobreza y miseria, los más fuera de nuestras patrias, todos sin crédito ni hacienda, sin poder usar, como usaron nuestros mayores, del remedio de la ley, ni aun siquiera vivir libres, después de habernos despojado de nuestros patrimonios; tanta ha sido su crueldad y la del pretor. En muchas ocasiones vuestros mayores, compadecidos de la plebe romana, aliviaron su necesidad con sus decretos: y últimamente en nuestros días, por lo excesivo de las deudas, se redujo a la cuarta parte el pago de ellas, a solicitud de todos los bien intencionados. Otras veces la misma plebe, o deseosa del mando o irritada por la insolencia de los magistrados, tomó las armas y se separó del Senado. Nosotros no pedimos mando ni riquezas, que son el fomento de todas las guerras y contiendas: pedimos sólo la libertad, que ningún hombre honrado pierde sino con la vida. Por esto, a ti y al Senado os conjuramos que os apiadéis de unos conciudadanos infelices: que nos restituyáis el recurso de la ley, que nos quitó la iniquidad del pretor, sin dar lugar a que obligados de la necesidad, busquemos como perdernos, después de haber vendido bien caras nuestras vidas. Quinto Marcio respondió a esto: «que si tenían que pedir, dejasen ante todo las armas, fuesen a Roma y lo representasen humildemente al Senado; el cual y el pueblo romano habían siempre usado con todos de tanta mansedumbre y clemencia, que no había ejemplar que hubiese alguno implorado en vano a favor. Catilina entretanto desde el camino escribió a los más de los consulares y a las personas de mayor autoridad de Roma, diciéndoles «que el verse calumniosamente acusado por sus contrarios, a cuyo partido no podía resistir, le obligaba a ceder a la fortuna y retirarse desterrado a Marsella; no porque se sintiese culpado en lo que se le imputaba, sino por la quietud de la república y porque de su resistencia no se originase algún tumulto. Pero Quinto Cátulo leyó en el Senado otra carta muy diferente, la cual dijo habérsele entregado de parte de Catilina. Su copia es ésta:
«Lucio Catilina a Quinto Cátulo. Salud. Tu gran fidelidad, que tengo bien experimentada, y que en mis mayores peligros me ha sido muy apreciable y grata, me alienta a que me recomiende a ti. Por esto no pienso hacer apología de mi nueva resolución, sino declarártela y sus motivos, para mi descargo, pues de nada me acusa la conciencia; y esto lo puedes creer sobre mi juramento. Hostigado de varias injurias y afrentas que he padecido, y viéndome privado del fruto de mi trabajo e industria, y sin el grado de honor correspondiente a mi dignidad, tomó a mi cargo, como acostumbro, la causa pública de los desvalidos y miserables: no porque no pudiese yo pagar con mis fondos las deudas que por mí he contraído, ofreciéndose la liberalidad de Aurelia Orestila a satisfacer con su hacienda y la de su hija aun las que otros me han ocasionado, sino porque veía a gentes indignas en los mayores puestos y honores, y que a mí, por solas sospechas falsas, se me excluía de ellos. Por esto he abrazado el partido de conservar el resto de mi dignidad por un camino harto decoroso, según mi actual desgracia. Más quisiera escribirte, pero se me avisa que vienen sobre mí. Te encargo a Orestila y te la confío y entrego, rogándote por la vida de tus hijos que la defiendas de todo agravio. Adiós. Pero Catilina habiéndose detenido poco tiempo en la campaña de Reate en casa de Cayo Flaminio, mientras proveía de armas a la gente de aquellas cercanías que antes había solicitado, encamínase a los reales de Manlio, precedido de las haces consulares y demás insignias del imperio. Se supo esto en Roma y el Senado declaró luego «a Catilina y Manlio por enemigos públicos, y al resto de sus gentes señala término, dentro del cual pudiesen sin recelo alguno dejar las armas, excepto los ya sentenciados por delitos capitales. Manda además de esto que los cónsules alisten gente, que Antonio salga al instante con ejército en busca de Catilina y Cicerón quede en guarda de la ciudad."

Salustio
La conjuración de Catilina


“Entre otros ejercicios del espíritu, el más útil es la historia.”

Cayo Salustio


"Era el aspecto de todo el campo fluctuante y vario, causando a un mismo tiempo horror y compasión. De los desmandados, parte huían, otros seguían el alcance, sin acordarse nadie de su formación ni de sus banderas. Donde a cada uno le cogía el riesgo, allí hacía frente y procuraba superarle; armas, lanzas, caballos, hombres, númidas y romanos, todos andaban mezclados y revueltos: nada se hacía por consejo ni orden, todo lo gobernaba el acaso. Así pasó gran parte del día y aún estaba pendiente el éxito de la batalla. Finalmente, cansados ya unos y otros con el trabajo y el calor y visto por Metelo que los númidas no estrechaban tanto como antes, reúne poco a poco su gente, vuelve a ordenar las líneas y opone cuatro cohortes legionarias a la infantería de los enemigos, gran parte de la cual, fatigada, tomaba algún aliento en lo alto del collado; ruega al mismo tiempo y exhorta a los soldados «que no desfallezcan, ni den lugar a que venzan los enemigos que ya huyen. Díceles que no tienen reales, ni atrincheramiento alguno adonde acogerse en la retirada, ni más recurso que las armas. Pero ni Jugurta estaba entretanto ocioso: giraba, animaba a los suyos, renovaba la pelea; hacía mil tentativas por sí mismo con su tropa escogida; socorría a los suyos, cargaba a los enemigos que vacilaban, y a los que veía firmes los contenía desde lejos con las armas arrojadizas.
De esta suerte combatían estos dos grandes capitanes, Iguales en el valor y pericia militar, pero desiguales en fuerzas. Metelo tenía mejor gente; pero el sitio le era poco favorable. Al contrario, Jugurta llevaba ventaja en todo, sino en la calidad de su tropa. Pero al fin, viendo los romanos que ni ellos tenían donde retirarse, ni los enemigos volvían a la batalla, y se acercaba ya la noche, suben a pechos, según el orden que tenían, a lo alto del collado; echan de allí a los númidas y los desbaratan y ponen en huida, pero con muerte de pocos, porque a los más salvó su ligereza y el no ser los nuestros prácticos del terreno. Entretanto Amílcar que, como dijimos, estaba encargado de los elefantes y parte de la infantería, luego que se le adelantó Rutilio, conduce poco a poco los suyos a una llanura, y mientras el legado se daba prisa por llegar al río, que era su designio, pudo él con su sosiego poner su gente en orden según el caso lo pedía; y no omitió diligencia para saber en qué se ocupaba por todas partes su enemigo. Sabido, pues, que Rutilio había sentado su campo y estaba sin cuidado, y viendo al mismo tiempo que se aumentaba el estruendo de la batalla de Jugurta, receloso de que si el legado lo llegaba a entender, iría prontamente a socorrer a los suyos en aquel peligro, extendió el frente de su tropa (que hasta allí por lo poco que confiaba en ella había tenido muy unida) para impedir el paso a su enemigo y en esa posición marcha hacia los reales de Rutilio.
Los romanos advierten de improviso una gran polvareda, sin descubrir la causa, porque lo embarazaban los arbustos de que estaba vestida la campaña. Y aunque al principio juzgaron que sería polvo que se levantaba con el viento, cuando observaron que se mantenía en un estado y que se les iba acercando al paso que se movía el escuadrón, entendido lo que era, toman apresuradamente las armas, fórmanse en batalla delante de los reales, según el orden que se les dio, y llegando a tiro, trábase con gran vocería de ambas partes. Los númidas sólo hicieron frente mientras tuvieron confianza de que los elefantes les socorrerían; pero cuando vieron que éstos, embarazados con las ramas y perdida su formación a manos de los nuestros, echan precipitadamente a huir, y los más, arrojando las armas, se escapan sin daño alguno al abrigo del collado y de la noche, que comenzaba ya a cerrarse. Se tomaron cuatro elefantes: el resto hasta cuarenta fueron muertos. Los romanos, aunque cansados y rendidos por el trabajo del camino, del acampamento y la batalla, viendo que Metelo tardaba en llegar más de lo que creían, vanse a encontrarle, así escuadronados como estaban, y prontos para cualquier acontecimiento, porque los engaños de los númidas no permitían el menor descuido. Y al principio, cuando llegaron cerca, con la oscuridad de la noche y el ruido que ambas partes hacían, comienzan unos y otros a temer y alborotarse como si viniese el enemigo, y estuvo a pique, por esta incertidumbre, de haber sucedido una gran fatalidad, si los caballos avanzados de una y otra parte no hubiesen aclarado lo que era; con lo que el miedo que tenían se trocó repentinamente en gozo."

Salustio
La guerra de Jugurta


“Es hermoso servir a la patria con hechos, y no es absurdo servirla con palabras.”

Cayo Salustio


"Estas cosas nunca sucedieron, existen desde siempre."



Cayo Salustio


“La avaricia tiene ansia de dinero.”

Cayo Salustio


“La concordancia hace crecer las pequeñas cosas, la discordia arruina las grandes.”

Cayo Salustio



“La elegancia, para las mujeres; a los hombres, el trabajo.”

Cayo Salustio


"La fortuna sigue a los mejores."

Cayo Salustio


“La paz hace crecer las cosas pequeñas, la guerra arruina las grandes.”

Cayo Salustio


“Los buenos son más sospechosos a los tiranos que los malos; la virtud ajena siempre les resulta temible.”

Cayo Salustio


"Mayor es el peligro cuando mayor es el temor."

Cayo Salustio


“No es tormento la muerte, sino fin de tormentos.”

Cayo Salustio


“Piensa bien antes de comenzar; pero cuando te has decidido, no interpongas la duda.”

Cayo Salustio



“Poco me satisface aquella ciencia que no ha sabido hacer virtuosos a quienes la profesaron.”

Cayo Salustio



“Por la armonía los estados pequeños se hacen grandes, mientras que la discordia destruye los más poderosos imperios.”

Cayo Salustio



"Preferiría ser bueno a parecerlo."

Cayo Salustio



“Querer las mismas cosas, y no querer las mismas cosas, ésta es en el fondo la verdadera amistad.”

Cayo Salustio


“Siempre es tarde cuando se llora.”

Cayo Salustio


“Sólo unos pocos prefieren la libertad; la mayoría de los hombres no busca más que amos justos.”

Cayo Salustio



“Un miedo ingente invade a los nuestros.”

Cayo Salustio


“Vigilando, laborando y meditando todas las cosas prosperan.”

Cayo Salustio