"Cada uno tiene las enfermedades que quiere."

Néstor Luján


"Impasible, meditó Su Eminencia el cardenal de Richelieu:
—Así pues, en resumen: los motivos de la muerte del conde son: su posible impiedad; quizá venganzas, ya fuera de cómicos, maridos engañados, o familiares de doncellas seducidas. También pudo ser algo del turbio mundo del juego, justicia del Rey o la intervención del duque de Olivares, o rivalidades amorosas.
El mariscal De Bassompierre se dio una palmada en la frente y dijo:
—Me olvidaba también de decir a Su Eminencia que el conde no desdeñaba el amor italiano y se le suponían relaciones con sodomitas notorios.
Por un momento, el cardenal Richelieu perdió su impavidez. Sonrió y con una voz cavernosa, en la que aleteaba una cierta jocosidad, estalló:
—Santo Dios, esta capital de Su Católica Majestad que es Madrid, me parece más bien la nueva Babilonia.
Apostilló el mariscal De Bassompierre, también regocijado:
—Bien, no le anda a la zaga París, como bien sabe Su Eminencia. No obstante, no veo qué motivos pudiera tener ningún sodomita para matar al conde. Creo que de cuantos peligros corría, éste era el menor para un asesinato, y por contra, el mayor para un juicio afrentoso.
El cardenal de Richelieu reflexionaba en voz alta:
—A nosotros nos interesa conocer exactamente las relaciones del Rey con la Reina. Sí, como decís, las queridas no tienen importancia. No creo que nuestro embajador, el señor de Fargis, sea la persona adecuada para informarnos. Este buen hombre no tiene un saber puntual y exacto como no sea en protocolos, documentos y otros papeles, absolutamente oficiales. Sería muy importante saber qué piensa la Reina; después de todo nació francesa. Vos, señor mariscal, creo que la tratasteis muchísimo durante vuestra embajada.
—Sí, en efecto. Me honró con su confianza, y hasta me atrevería a decir, con su cariño, por considerarme amigo de su padre y como su hermano de armas. Pero me pareció que su permanencia en la Corte castellana —no olvidéis que llegó allí de niña— ha cambiado mucho sus puntos de vista y no se rodea precisamente de francesas. El embajador, señor de Fargis, conde de Rochepot, que, como decía, es un hombre limitado, corto, sólo interesado y detallista por la letra escrita, no gozaba de sus simpatías. Por otra parte, el citado conde tiene una conversación relamida y pesadísima, que irritaba a la Reina. Yo no sé si la Reina tiene olvidado el francés; conmigo no lo parecía. Pero, en cambio, no parecía entender nada del discurso meticuloso, serio y afable del conde de Rochepot. Para saber de la Reina, yo creo que sería mejor tener alguna espía entre sus damas, o por lo menos, alguna informadora. Su Eminencia no puede imaginarse lo que es la Corte. Llena de silencios, de sombras, de enanos, de bufones, de frailes y dueñas, de enormes y angustiosos silencios. Es muy difícil realmente de conocer lo que piensa la Reina. Como sabéis, las reinas son muy difíciles —sonrió el señor de Bassompierre—, incluso las que están más cercanas.
Se estableció un silencio cómplice. De nadie eran desconocidas las relaciones del señor de Bassompierre cuando la reina María de Médicis enviudó. Se sospechaba también de ciertas intrigas amorosas del cardenal de Richelieu, que era un mujeriego tenaz y disimulado, con la misma real y rolliza persona, después de Bassompierre.
No agradó al cardenal la insinuación de Bassompierre, siempre tan brutal y descarnado, tan fácil y envanecido. Sobre todo, porque intuía que con su plural de reinas el mariscal adivinaba que sus concupiscencias, las de un hombre aparentemente ascético, pero tan voluptuoso y carnal como era Richelieu, iban también dirigidas a la Reina joven, Ana de Austria, hermana de Felipe IV. Afortunadamente, con unos leves golpes en la puerta casi imperceptibles, penetró el canónigo Mulot, confesor del cardenal, uno de aquellos hombres que sentía por él una lealtad ciega, una amistad inquebrantable. Era el padre Mulot, canónigo de Sainte Chapelle, un hombrecito casi calvo, con cejas extraordinarias, emboscadas y negras, y pómulos salientes y una voz temeraria por afónica. Era fácil a la cólera y bondadoso en demasía y al cardenal de Richelieu le gustaba hacerle objeto de bromas pesadísimas. Pero, por lo demás, existía una confianza entera entre los dos. El padre Mulot se quedó un momento perplejo."

Nèstor Luján
Decidnos, ¿quién mató al conde?


"Lluís le dijo, retomando las ideas de su padre:
—Yo creo que sin la menor duda han montado un plan estratégico. Han dispuesto de tiempo y tiempo para confeccionar sus planes minuciosamente. Me consta que hace una semana un amigo mío de Acció Catalana fue a visitar al conseller Dencás, y éste tenía sobre la mesa unos planes muy detallados que discutía con dos o tres colaboradores. Supongo que, como dice mi padre, el primero será ocupar la Telefónica, las estaciones de ferrocarril, controlar los túneles del metro y sobre todo tomar las Atarazanas, donde parece que hay gran cantidad de armas y municiones, y también el parque de artillería de San Andrés. Han de atacar todos los regimientos a la vez. Deben de ir escasos de armamento.
—De armamento, y de hombres para ir armados —observó con circunspección Esteve Randé—. Todo esto que dices es cierto, pero exige un esfuerzo lógico y coherente, una disciplina de hierro y una oficialidad que sepa lo que se lleva entre manos. Me temo que la iniciativa la tomará el ejército, si es que lo cree necesario. Ocupar la Telefónica debe de ser fácil, pero un cuartel como las Atarazanas exige un buen plan y unos hombres muy decididos. Piensa que todos los cuarteles de Barcelona, incluido el de la Guardia Civil, están más que avisados. Si, como parece, se ha proclamado estado de guerra en toda España, los regimientos deben de tener sus planes de defensa tan estudiados como su actuación en la calle. Yo creo que es mucho más fácil que el general Batet tome la Generalitat que por el contrario las fuerzas de Dencás se apoderen del antiguo edificio de Capitanía o del Gobierno Militar. Además, por lo que he oído, no es todo un pueblo el que se alza, sino unas organizaciones independentistas que hasta ahora en las urnas han sido minoritarias y tampoco disponen, sino más bien al contrario, dada la persecución de Dencás por los anarquistas, de la masa sindicalista. No veo tan claro que se reúna una fuerza suficiente para atacar al ejército y a la Guardia Civil, que no creo que se quiera oponer al ejército.
Mary habló por primera vez. Estaba muy inquieta, primero por la ausencia de sus hijos y después porque sabía perfectamente por su amiga Fernanda que los militares estaban muy bien organizados, totalmente decididos a dar soporte al gobierno central y tenían un plan estratégico para ocupar la ciudad si era necesario. También estaba enterada de que la Guardia Civil había hecho saber hacía ya muchas horas al conseller Dencás que no podía contar con ella, y que éste se lo había callado y, finalmente, conocía que si hubiera necesidad los regimientos de Mataró, o el regimiento de infantería de Granollers, trasladarían destacamentos a Barcelona. Así pues, con la aparente falta de decisión y energía, que era su secreta actitud ante la vida, dijo: —Todo esto que dices, Lluís, es absolutamente cierto. Como he dicho antes y lo repito ahora para que lo sepa el señor Esteve, la guarnición de Barcelona está acuartelada desde hace horas. Saldrán los efectivos que están previstos para controlar la situación y no hace falta decir que la situación es más que precaria con el president Companys y el gobierno de la Generalitat encerrados en la ratonera del Palau.
Volvió don Francesc bastante irritado, que era el estado casi automático que le dejaba pensar en libertad.
—No he podido hablar con Londres, pero me han prometido ponerme la conferencia. En cambio, sí que he hablado con Felip, que estaba en el local de la Olga del paseo de Gracia. Me ha informado de que hace unos momentos se ha proclamado el estado de guerra. En la misma plaza, ante la Generalitat, se ha querido clavar el bando proclamando el estado de guerra. Los militares han sido hostigados por los mossos d’esquadra y la gente armada que permanecía aún en la plaza se ha desvanecido como en un sueño. También me ha dicho que un tal capitán Suárez con sus soldados ha ido a fijar en la fachada del palacio de la Generalitat este bando de declaración del estado de guerra y ha tenido unas palabras bastante agrias con el comandante Pérez Farras, que manda a los mossos d’esquadra. Casi al mismo tiempo se han oído unos disparos, que han causado la muerte prácticamente inmediata del capitán Suárez. Esto es la culminación de las aberraciones de esta fatídica tarde. Es la rebelión al precio de la sangre de un hombre que no hacía más que cumplir con su deber. Por mucha serenidad que tenga Doménec Batet, ahora se le presenta no tan sólo el problema de desarmar a los escamots, que al parecer poca resistencia opondrían, sino de tomar, a cañonazos si hace falta, el Palau de la Generalitat. La desproporción de fuerzas es evidente.
Esteve, que era hombre de lectura, sentenció, lapidario:
—Como dijo un gran capitán francés del siglo XVII, que a la vez era un gran escéptico: «Dios está extraordinariamente a favor de los grandes escuadrones contra los pequeños.» Y ahora, con esta actuación tan hostil, han obligado al general Batet a armar la de Dios es Cristo. Quizá sea mejor que este disparate acabe pronto. Según su energía y decisión, Batet puede ahorrarnos unas jornada de sangre y tal vez una guerra civil."

Néstor Luján
Cabaret Catalán