"ALBERTO.—(Adelantándose al posible saludo de CARLOS.) Por favor, no hables. Nuestra común amiga Leda, maestra en la adivinación de la personalidad ajena, va a decidir si eres Alejandro o Ulises.
LUCÍA.—(Sonriendo.) ¿Quieres vengarte de mí? Bien, acepto el desafío. (A CARLOS.) Quédate quieto, por favor. (Le examina desde un lado y otro.) ¿Tienes la bondad de acercarte al piano, toma uno de los cuadernos que hay sobre el atril y entregárselo al señor Legrand? (Así lo hace CARLOS.) Ya está. El gesto autoritario con que has entregado el cuaderno no puede ser de un médico artista como Ulises; es de un hombre con vocación de mando. No hay duda: eres Alejandro.
CARLOS.—(Sonriendo.) Efectivamente. Alejandro soy.
ALBERTO.—(Aplaudiendo.) ¡Espléndido, Leda! ¡Verdaderamente espléndido! Feliz el hombre a quien llegues a amar.
(LUCÍA corresponde con gentil reverencia el elogio de ALBERTO. En ese momento, vuelve a sonar el timbre.)
ALBERTO.—Otro de los nuestros.
(De nuevo se abre la puerta del foro. Entran, conducidos por PETER, ANA y JORGE. ANA vestirá un elegante traje de cóctel. PETER se retirará a continuación por la puerta lateral.)
ESCENA IV
DICHOS, ANA y JORGE
ALBERTO.—Bienvenidos, Sara y Ulises. (Señalando a LUCIA y CARLOS.) NO os extrañe que os haya identificado con tanta rapidez. Bienvenidos todos. Sobre nuestra ínsula Tenebraria ha salido el sol. (Señalando el aparato eléctrico que les ilumina.) O, por lo menos, este sucedáneo del sol que ahora nos ilumina. Y con el sol, la apariencia visible de nuestras respectivas personas. Como todos sabíais o habéis adivinado, ésta (Señalándose a sí mismo.) es la de Alberto Legrand, que se honra y complace recibiéndoos en su casa. Leda y Sara (Señalándolas sucesivamente.) nos han hecho el regalo de su presencia física. Alejandro ha traído ante nosotros la figura que pronto han de aclamar las muchedumbres. Ulises, en fin, ha querido adelantar hasta el proscenio su estampa de dramaturgo. Bienvenidos.
CARLOS.—Gracias, Alberto. No puedo ocultarlo que durante estos tres días he vivido en el deseo... y con el temor de encontrarme de nuevo con nosotros.
JORGE.—Otro tanto puedo decir yo. Mil gracias, Alberto.
ANA.—También yo quiero dártelas. Yo debo confesaros que también yo he vivido ese deseo y ese temor.
LUCÍA.—Temor..., acaso el mío sea mayor que el vuestro. Pero la ilusión de conoceros cara a cara era tan grande, que a pesar de las urgencias de un día como éste —salgo de España esta misma noche; antes se lo decía a Alberto— no he vacilado en venir.
ALBERTO.—¿Queréis que con una copa conjuremos el temor y nos quedemos sólo con la ilusión de habernos reunido? (Pulsa el timbre y acude PETER)"

Pedro Laín Entralgo
Las voces y las máscaras


“Contra la sentencia "mis amigos son los mejores", oponer esta aspiración permanente "Que los mejores sean mis amigos".”

Pedro Laín Entralgo


"Cuenta el biólogo Jacobo von Uexküll la historia de una criadita berlinesa que vio hacer una tina de lavar. Todo lo encontraba la chica muy comprensible; todo, excepto la procedencia de la madera. "¿Cómo hacen la madera?" -preguntaba cavilosa a su dueña. "La madera -respondía ésta- se coge de árboles como los que hay en el Tiergarten." "¿Y dónde hacen los árboles?" -sigue inquiriendo la muchacha. "No los hace nadie, crecen ellos solos." "¡Vamos! -concluye la incrédula y civilizada marizápalos-. ¡En alguna parte tendrán que hacerlos!"
¿Si seremos un poco como esta criadita berlinesa todos los habitantes de una gran ciudad? ¿Tendremos un alma tan mecanizada y seca, casi incapaz ya de concebir la vida del árbol, el color de la tierra, el perfil del alcor, el vuelo rumoroso del insecto? Vivimos entre muros casi desheredados del sol, nos movemos hollando piedras ensambladas o compactamente embutidos en cajas mecánicas, holgamos congregándonos en locales oscuros, llenos de ficciones absorbentes. Ya no sabemos lo que es la naturaleza, ni recordamos el sabor del milagro. A veces cruzamos tal o cual plaza urbana, merecedora de unas manchas de césped o poblada por unos cuantos árboles, y nos sentimos traspasados por un desusado, casi desconocido deleite elemental. Otras veces, más raras, nos asomamos a un parque municipal, paseamos bajo los tilos verdes o cobrizos, y nos parece descubrir una nueva luz, un nuevo temple del alma, un mundo inédito. Muy de tarde en tarde nos decidimos a transponer esa orla de miseria, suciedad y dolor que circunda la ciudad, mas casi nunca para ver el rostro viejo y materno de la tierra. ¿Quién, entre cuantos transitan por la verbeneante acera, sospecha el color del pino cuando le hiere el sol rasante del atardecer, o la íntima, confidencial tristeza que rezuma la tierra cuando en el crepúsculo se hace oscura y violada, o el mudable gesto de la nube peregrina y difluyente?"

Pedro Laín Entralgo
La Generación del Noventa y Ocho



“Entre mis papeles viejos deben andar los restos de este nunca cumplido proyecto; otro más en el tan repetido querer, poder y casi llegar…”

Pedro Laín Entralgo
Descargo de conciencia (1930-1960), 1976




“… la cultura brinda al hombre claridad, ordenación, precisión y seguridad vital…”

Pedro Laín Entralgo
Descargo de conciencia (1930-1960), 1976



“La lectura nos regala mucha compañía, libertad para ser de otra manera y ser más.”

Pedro Laín Entralgo


"La realidad de la vida hospitalaria justificaba por sí sola la protesta. «Carne de hospital», ha llamado el pueblo español, durante muchos decenios, a la que no tiene ante sí otra esperanza que la enfermedad y la miseria. Pero tal vez no sea improcedente consignar algunos datos sociológicos.
Ante todo, los relativos a las cifras de mortalidad. Tan pronto como la sociedad occidental se industrializa, comienza a percibirse una gran diferencia entre los índices de mortalidad de las ciudades industriales y los de las zonas rurales del país. El pionero de la medicina social, C. Turner Thackrah, hizo notar hace más de un siglo que en Leeds, ciudad industrial, hubo en 1821 un fallecimiento por cada 55 habitantes, mientras que en un distrito rural vecino la proporción no pasaba del 1 por 74. «Cuando menos 450 personas murieron cada año en la ciudad de Leeds —concluía Thackrah— a consecuencia de efectos perjudiciales sufridos en las fábricas, por el hacinamiento de la población y los malos hábitos que de ello nacen... Si suponemos que 50.000 personas mueren cada año en la Gran Bretaña a consecuencia de lesiones sufridas en las fábricas, por el status civil y por la dureza característica de algunos oficios, tengo la seguridad de que nos quedaríamos cortos». Leeds, 1821; todavía no el Manchester que Marx y Engels contemplaran pocos decenios después.
Vengamos a nuestro siglo. En París, entre 1923 y 1926, el promedio de mortalidad por tuberculosis era cuatro veces mayor en el distrito VIII (población proletaria) que en el distrito V (población acomodada). En un sector de 17 manzanas con 4.290 casas y 185.000 habitantes del distrito XIII, el promedio de mortalidad llegó a 480, seis veces más alto que en el distrito VIII (R. Pierreville). No menos elocuentes son las estadísticas norteamericanas de Rollo H. Britten. En diez Estados de la Unión, la mortalidad por tuberculosis pulmonar por cada 100.000 personas de edades comprendidas entre 25 y 44 años, alcanzaba las siguientes cifras: 193,5 entre los trabajadores no especializados, 69 entre los trabajadores especializados, 28,6 entre los dedicados a las profesiones liberales.
Siete veces mayor, por tanto, en aquéllos que en éstos. La mortalidad general era casi doble: 13,1 frente a 7. He aquí, en fin, los resultados de las investigaciones estadísticas de Perrott y Collins acerca de los aspectos médicos y sanitarios de la depresión económica de 1930."

Pedro Laín Entralgo
El médico y el enfermo



“… nada en la tierra, ni siquiera lo que nos parece óptimo, un desnudo de Miguel Ángel, una sonata de Mozart o un soneto de Petrarca, alcanza a ser enteramente perfecto.”

Pedro Laín Entralgo
Descargo de conciencia (1930-1960), 1976