"A partir de ese día, nos veíamos todos; y antes de gozar de la dulzura de verla, mi deseo le salía al encuentro. Ya hace de eso dos años, y el recuerdo ocupa a menudo mi imaginación, pues todo en esta aventura me complació y distrajo. Nos citábamos en lugares distintos: junto al molino, en cualquier vereda, en mi misma cabaña. Eduarda, dócil, a nada se oponía. Llegaba siempre antes de la hora, y a su jubiloso "buenos días" respondía el mío, jubiloso y trémulo también."

Knut Hamsum




“Cuando ocurre algo bueno, el hombre lo llama providencia; cuando ocurre algo malo, destino.”

Knut Hamsum

  

“El amor es una música cálida, diabólica, que hace latir hasta los corazones de los más ancianos.”

Knut Hamsum

  
“El amor es la primera palabra de Dios. Es el primer pensamiento que cruzó por su mente.”

Knut Hamsum

  

"El genio es un rayo cuyo trueno se prolonga durante siglos."

Knut Hamsum




“El mar me encerraba por todas partes como un abrazo. Bendita sea la vida, la tierra y el cielo, benditos sean mis enemigos, en este instante deseo ser clemente con el peor de ellos y atarle el cordón del zapato.”

Knut Hamsum



“El poeta debe siempre, en todos los casos, contar con la palabra temblorosa, la que me cuenta la cosa, la que con su acierto puede vulnerar mi alma hasta hacerle gemir. La palabra puede convertirse en color, en sonido, en olor; es tarea del poeta usarla de manera que funcione, que nunca falle y nunca rebote.”

Knut Hamsum


“Finalmente me metí el dedo índice en la boca y empecé a chuparlo. Algo comenzó a moverse en mi cerebro, un pensamiento que se iba abriendo camino allí dentro, un invento completamente loco: ¿Y si lo mordiera? Y sin pensarlo ni un instante cerré los ojos y apreté los dientes.”

Knut Hamsum


“Insectos y bichos huían de ese hombre tan inmenso.”

Knut Hamsum


“La locura se apodera rabiosa de mi cerebro y yo se lo permito, soy muy consciente de que estoy sometido a influencias sobre las que no tengo ningún control.”

Knut Hamsum


"La mañana de aquel 17 de mayo cantaban los pájaros en todas las frondas de la ciudad. La ciudad va despertando poco a poco; aquí se sube una persiana, allí se iza una bandera; es día festivo, y es 17 de mayo.
Están cerrados todos los comercios; los niños de las escuelas tienen vacaciones; calla el ruido de fábricas y astilleros. Sólo hay algún estrépito en el muelle. Los barcos que se disponen a partir lanzan al aire espesas columnas de humo y cargan las últimas cajas. Sólo en el puerto hay vida.
Corre por las calles, con la cabeza baja, un perro sin dueño, que rastrea una huella y sólo de ella se preocupa. De pronto se para, da un brinco y husmea. Ha encontrado a una chiquilla que vende periódicos, llenos de libertad noruega y de política clamorosa. La niña corre de puerta en puerta, y todo su cuerpo es una convulsión; es una niña enclenque y débil y tiene el baile de San Vito.
Un carbonero que ha trabajado por la noche camina cansado, negro y sediento, con la pala al hombro, hacia su casa, y el cuerpo recio, marchando entre colgaduras y banderas, da la impresión de un único músculo de trabajo. En una esquina se tropieza con un señorito que sale de su casa; huele a perfume, y su paso es un poco vacilante; la americana va forrada de seda. Se para en el umbral a encender un pitillo y se pierde calle abajo.
El señorito tiene una cara chica y redonda como la de una muchacha, muy pálida y muy fina. Es joven, y promete mucho: es Ojén, el poeta, a quien siguen los escritores de la generación más reciente. Ha vuelto de la montaña, adonde había ido a reponerse, y desde que está en la ciudad sus amigos le traen en constante fiesta. Al doblar una esquina se encuentra con un hombre a quien le parece conocer. Se para, y el hombre se para asimismo.
—Perdone usted; creo que nos hemos visto en alguna parte —dice Ojén cortésmente.
El hombre se sonríe, y replica:
—Sí, en Torahus; pasamos una tarde juntos.
—Ahora recuerdo; usted es Coldewin. ¡Ya me parecía que…! ¿Cómo está usted?
—Bien, muy bien… Pero ¿cómo levantado a estas horas?
—¿Levantado…? Le diré a usted: en realidad, no me he acostado todavía.
—¡Ah, vamos!
—Desde que he vuelto a la ciudad me paso las noches en claro; mis amigos no me dejan en paz. He vuelto a mi elemento. La ciudad es una cosa maravillosa, amigo Coldewin. No hay nada como la ciudad. Mire usted estas casas, estas líneas rectas. ¡Oh, la montaña! No, no. Este es mi elemento.
—¿Y cómo le ha ido a usted por allí arriba? ¿Se ha curado usted de su nerviosidad?
—No me he curado, no. Pero ¿sabe usted? Esa nerviosidad forma parte integrante de mí. El médico dice lo mismo. ¡Qué le vamos a hacer!
—¿Con que ha estado usted en la montaña y se ha comprobado que su nerviosidad es crónica? ¡Pobre talento joven, cargado con tal debilidad!
Ojén se quedó confuso. Coldewin le miró a la cara; a poco se sonrió y siguió hablando como si no hubiera pasado nada. ¿De modo que no le gustaba el campo? ¿Y no creía que la estancia en la montaña había hecho bien a su talento? ¿Tampoco?
—No; en absoluto, no. Además, no creo que mi talento necesitase refrescarse.
—¡Hombre, eso no!
—Sin embargo, he trabajado durante esas semanas, lo que tiene un mérito entre aquellas gentes tan cómicas. Usted las conoce. No podían comprender, por ejemplo, que mis trajes estuvieran forrados de seda; miraban mis botas de charol como si quisieran esculpirlas; no se habrían imaginado nunca que pudiera haber tales extravagancias. Sin duda, me trataban con gran respeto… Bueno; perdone usted que le deje. Celebro mucho haberle encontrado. Me voy a casa, a ver si duermo un poco.
Y se fue.
Coldewin le gritó:
—¡Pero hoy es el diecisiete de mayo!
Ojén se volvió, y dijo asombrado:
—Bueno, ¿y qué?
Ante aquella respuesta, Coldewin movió la cabeza y se sonrió:
—No, nada. Quería saber únicamente si usted se acordaba. Y ya veo que se acuerda muy bien.
—¡Claro! —dijo Ojén—. No se olvidan tan fácilmente las cosas que le enseñan a uno de chico.
Y siguió su camino.
Coldewin le siguió un rato con la vista y luego echó a andar también. Esperaba que la ciudad despertase y empezara la manifestación. En la solapa izquierda llevaba una cinta de seda, sujeta con un alfiler para no perderla.
Anduvo un rato por la ciudad y luego se fue hacia el muelle. Los barcos estaban empavesados y las banderas vibraban en el aire. Coldewin respiró fuerte y se paró un rato a gozar del espectáculo. El olor de carbón y brea, de vino y frutas, de pescado y especias; el estrépito de máquinas y hombres; la canción de un marinero joven que limpiaba vinos zapatos en cubierta, todo esto le produjo una alegría tan viva que casi asomaron lágrimas a sus ojos. ¡Qué energía representaba aquel movimiento! ¡Qué barcos! En el horizonte llameaba el sol naciente. Allá lejos se balanceaba el balandro de Ágata.
Estuvo un rato perdido en la contemplación de barcos y banderas, hombres y mercancías. Pero pasaba el tiempo. Al mirar el reloj, vio que había llegado ya el momento, y se apresuró a volver para no perder ningún detalle del desfile.
Hacia las tres, algunos de los amigos de la «peña» se habían instalado en la «esquina» para ver pasar las banderas. Ninguno tomaba parte en la manifestación. Uno de ellos dijo:
—Mirad: ahí va Coldewin.
Se le veía tan pronto al lado de una como de otra bandera, como si quisiera no perder contacto con ninguna, y marcaba el paso con el mayor entusiasmo. Grande, el abogado, se destacó del grupo y se agregó a la manifestación, acercándose a Coldewin; en seguida comenzaron a hablar.
—Y ¿dónde está la joven Noruega? —preguntó Coldewin—. ¿Por qué no vienen los poetas, los artistas? Temen que dañe a su talento, y se equivocan.
Coldewin hablaba más agriamente que de costumbre, aunque siempre sin alzar la voz. De pronto abordó el tema de la mujer. Era una desdicha que las mujeres se preocupasen cada vez menos de tener un hogar, con hijos y marido. Querían ser independientes, y se matriculaban en una Escuela de Comercio. Y, en efecto, terminaban sus estudios, y si teman suerte obtenían una colocación con veinte coronas de sueldo al mes. Magnífico, ¿verdad? Pero la habitación y la comida les costaban veintisiete. ¡Famosa independencia!
—Pero las mujeres no tienen la culpa de que su trabajo se pague peor que el de los hombres —objetó el abogado.
Bueno, bueno, la objeción era ya antigua… Pero, en fin, lo peor del caso era que por este camino se iba a la disolución del hogar. Había visto aquí, en la ciudad, que mucha gente se pasaba la vida en cafés y restaurantes. Y, claro, todo está ligado. Las mujeres no tenían hoy ni la verdadera ambición ni la verdadera ternura. Sólo pensaban en divertirse, y se pasaban la vida en los cafés. Antes, la mujer se ocupaba de su hogar; ahora, su vida estaba descentrada, y todo les da igual…
En este momento sonó un ¡viva!, en la manifestación, al que respondieron algunas voces. Coldewin se puso a dar vivas con todas las fuerzas de sus pulmones, aunque no había oído a quién vitoreaban. Miraba furioso a las filas y agitaba el sombrero para excitar a la gente a que gritase."

Knut Hamsun
Tierra nueva



"Las raciones dadas por Ezra contribuyeron a tranquilizar los ánimos por el momento. Los hombres acudían al molino para triturar el grano, y regresaban a sus casas, muy contentos, con sus bolsillos y saquitos de harina.
Las fiestas de Navidad fueron tristes; pero aún lo hubieran sido más si Paulina no se hubiese revelado como una poldense caritativa y buena, el filántropo número dos. Todos los comestibles de la tienda, así como los almacenados en los sótanos, los regaló a la población.
Los vecinos también habían juzgado equivocadamente a Paulina. Las provisiones ofrecidas al pueblo, no eran grandes; pero disponía de bastantes embutidos, margarina y melaza, para que tanto los mayores como los pequeños pudieran satisfacer su gusto por aquellas cosas. Nunca hasta entonces había revelado un amor especial por los niños; pero, ahora los obsequiaba con rosquillas, galletas y caramelos. A los hombres, les ofrecía generosamente café y tabaco. El encargado de distribuir estos productos tan apetitosos fue también Carol, como no podía menos que suceder. Así, pues, tuvo que proveerse otra vez de papel y tinta.
[...]
La promesa del Gobierno llegaba muy oportunamente. Las raciones repartidas por Ezra y las golosinas ofrecidas por Paulina habían sido consumidas en su totalidad, y de la matanza de otoño no quedaba ya ni un trozo de tocino.
Las penas y quebrantos exacerbaban la fe religiosa. Muchos se entregaban a la oración. En los demacrados rostros se advertían huellas de lágrimas. Las madres consolaban a sus pequeñuelos tomándolos en brazos y hablándoles de la leche que beberían cuando muriesen de hambre y volasen al cielo.
Apenas se encontraban dos mujeres junto al río, iniciaban temas relacionados con la vida ultraterrena. Ragna hacía alarde de los conocimientos adquiridos cuando era colegiala, pues tenía muy buena memoria. Había llevado siempre una existencia aperrada, y aunque acostumbrada a las privaciones, el estigma del hambre se marcaba en su persona. Y eso que a Teodoro no le faltaba ocasión de hurtar algo en el vapor correo, aparte de que, de cuando en cuando, iba a casa del médico a visitar a su hija, que le facilitaba alguna comida. Pero Ragna prefería morir de hambre a quitarle una miga de pan a su hija.
El fervor religioso se propagaba como una epidemia."

Knut Hamsun
Augusto


“Los negros son y seguirán siendo negros, una incipiente forma humana de los trópicos, órganos rudimentarios en el cuerpo de la sociedad blanca. En vez de fundar una élite intelectual, Estados Unidos ha establecido un criadero de mulatos.”

Knut Hamsun



"Mi orgullo me prohibía volver a mi habitación: jamás se me ocurría faltar a mi palabra."

Knut Hamsum




"Pausa. Pues sí, su desconfianza hacia él había echado ya profundas raíces."



Knut Hamsum


"Sí, ¿Qué era el amor? Un viento que susurra entre las rosas... ¡Oh! , no, una fosforescencia amarilla que recorre la sangre. El amor era una música cálida, diabólica, que hace latir hasta los corazones más ancianos. Era como la margarita que, en cuanto llega la noche, se abre plenamente, y era la anémona que a un soplo de aire se cierra y muere al ser tocada. Así era el amor. Abatía a un hombre y de nuevo lo levantaba para volverlo a abatir; hoy me anima a mí, mañana a ti, a otro la noche siguiente, tal es su inconstancia. Pero también podía perdurar, semejante a un sello infrangible, quemar como un fuego continuo, hasta el momento supremo, de tal forma era eterno."



Knut Hamsum


“Todo el mundo es bueno con la gente que ama y nadie lo es con la gente que no ama. Para ser malo con todo el mundo se ha de estar loco; para ser bueno con todo el mundo hay que ser santo. Pero a los locos los encierran y a los santos los queman, por lo tanto no abundan entre nosotros.”

Knut Hamsun


"Todos los árboles que bordeaban el sendero le eran familiares. En la primavera les extraía la savia y en el invierno era para ellos como un pequeño padre, les quitaba la nieve para ayudarlos a que sus ramas se enderezaran.
En la cantera de granito abandonada ninguna piedra le era extraña, había grabado letras y signos en ellas y las había levantado, organizándolas como una congregación en torno a su pastor. Toda clase de cosas extraordinarias tenían lugar en esa vieja cantera de granito.
Se desvió del camino y llegó a la laguna. El molino estaba en marcha, y un inmenso y ensordecedor ruido lo envolvió. Tenía la costumbre de ir por ahí hablando en voz alta consigo mismo; para él era como si cada rizo de espuma le hablara de su pequeña vida propia, y, junto a la esclusa, el agua caía en vertical como un resplandeciente tejido puesto a secar. En la laguna, bajo la cascada, nadaban los peces; había ido allí muchas veces con su caña.
De mayor quería ser buzo. Eso era lo que quería ser, descender hasta las profundidades del mar desde la cubierta de un barco y llegar a reinos desconocidos, donde se mecían grandes y extraños bosques y en cuyo fondo habría un palacio hecho de coral. Y la princesa le haría señas con la mano desde una ventana diciéndole: ¡Entra!
Entonces oye su nombre tras él; es su padre que le grita: Johannes."

Knut Hamsun
Victoria




“Un gran hombre no vive en París. Posee París.”

Knut Hamsum



“Una hora más tarde mi mente está henchida de júbilo, me impresionan todos los detalles: un velo aleteando en un sombrero, un pelo recogido que se suelta, dos ojos que se cierran por la risa y yo me conmuevo. ¡Qué día, qué día!”

Knut Hamsum


"Y ahora me había rebajado hasta el punto de pedir limosna."

Knut Hamsum


"Y aquí estoy, lejos del bullicio de la ciudad, lejos de los periódicos y de los hombres. He huido de todo eso porque, nuevamente, una voz me llamaba desde el campo, desde la soledad que me vio nacer."

Knut Hamsum
Tomada del libro El arte de la fuga  de J. Á. González Sainz



 “Yo nunca me he analizado a mí mismo más que forjando en mis libros varios cientos de personajes, cada uno en particular tejido a partir de mi propio ser, con sus defectos y sus cualidades, como tienen todos los seres inventados.”

Knut Hamsum