Afeitándome

Al afeitarme veo, en toda su extensión,

sólo por esta vez, mi cara en el espejo.
La miro de reojo como si se tratase
de un problema de carpintería…
Aunque la encuentro un poco más delgada,
es la cara de siempre,
con ojos acechantes al ritmo de mi mano..

Nunca tienen los días las suficientes horas…
Según estoy tumbado, confinado, anhelante,
monomaniaco,
celoso incluso de la intrusión más mínima
(me resulta imposible rechazar
la diminuta espina de algún cardo).
Incapaz de imitar la manera espontánea
con que exigen los niños sus respuestas.

Tan inflamable es para mí una piedra
como una cerilla de cartón.

La marea doméstica ha cesado;
y, tú también, inclinas la cabeza
sobre lo que has escrito
y corriges, a veces disgustado,
con cara inexpresiva, como los girasoles.

Tenemos suerte
de haber podido juntos realizar tantas cosas.

Robert Lowell




Agua

Era una ciudad de langostas de Maine—

cada mañana botes llenos de manos
partían hacia las canteras

de granito de las islas,

y dejaban atrás docenas de desnudas

casas blancas de madera adheridas

como conchas de ostra

a una colina de roca,

Y debajo de nosotros, el mar lamía

los desnudos y pequeños laberintos

de palos de cerilla de una esclusa,

donde se atrapaban los peces para cebo.

¿Recuerdas? nos sentábamos en una laja de roca.

Desde esta distancia en el tiempo,

parece del color

del iris, pudriéndose y volviéndose más púrpura,

pero no era más que la habitual roca gris

que se volvía del habitual color verde

cuando el mar la empapaba.

El mar empapaba la roca

a nuestros pies todo el día

y continuaba arrancándole

trozo tras trozo.

Una noche tú soñaste

que eras una sirena aferrada a un pilón de un muelle,

y que intentabas arrancar

los percebes con las manos,

Deseábamos que nuestras dos almas

pudieran regresar como gaviotas

A la roca. Al final,

el agua resultó demasiado fría para nosotros.

Robert Lowell




"Cualquier cosa que nos ciega de sorpresa, tus silencios vagabundos y resplandecientes descubrimientos, delfín liberado para capturar el parpadeante pescado...diciendo demasiado poco, después demasiado. Los poetas mueren adolescentes, su ritmo les embalsama, las voces arquetípicas cantan desafinadas, el viejo actor no puede leer a sus amigos, y no obstante se lee a si mismo en voz alta, el genio mata con su zumbido el auditorio, la línea ha de terminar. Y aún así mi corazón se alza, sé qué he alegrado una vida anudando, deshaciendo una red de cuerda embreada, la red colgará de la pared cuando los pescados hayan sido comidos, clavada como bronce indescifrable, el futuro sin futuro."

Robert Lowell
Red de pesca



“Cuando sales, te evoco, cada hora del día, cada minuto de la hora, cada segundo del minuto.” 

Robert Lowell




“Del cambio y por definición se alimenta la vida, en cada temporada nos deshacemos de guerras, mujeres y automóviles nuevos.” 

Robert Lowell



Desde 1939

Nos perdimos la declaración de guerra,
en la luna de miel, en tren hacia el oeste;
en los revolucionarios treintas
fatigamos los Poemas de Auden, hasta que bajamos
la cabeza
de acuerdo al caminar
de lo anacrónico, confortable y mezquino…
Hoy de más cosas me pierdo,
mi equivocación es más consciente.
Veo otra muchacha leyendo el último libro de
Auden.
Debe ser muy moderna,
usa el pretérito para diseccionarlo.

Como Munich, él es ahora histórico
y quizá maduró
hasta amar la podre del capitalismo.
Vivimos todavía
entre el demonio de sus negligencias
que él quiso desdeñar
con la excentricidad malévola de la vejez.

En nuestro inconcluso y revolucionario presente
nada comienza y todo ha terminado.
El Diablo sobrevive a sus vacías esquelas
y se dirige, cojeando y maldiciente, a su demolición,
la pesadez moral más allá de balanzas,
vómito circular como manchas
de hierba amarillenta.

Inglaterra y Estados Unidos han durado
lo suficiente para temerle a su pasado,
los hábitos se aprietan como cera.
los alegres, los prósperos,
su ácida violencia.

Hace unos diez años
caballerosos negros africanos revisaron
su pequeño cementerio inglés y en la basura
sofocaron estatuas
de la Reina Victoria, de Kitchener, de mercenarios
de Belfast
tallados en jabón y por mandato desangrados hasta
la blancura.
Los apresan las cartas marcadas que norman su
salario—
que el infortunio soberano abandonen.

¿Se entusiasmaron demasiado como una gran actriz
dedicada a probarse su vestuario?
¿Tal vez creyeron que ellos revivirían
de proseguir su espíritu?

Sentimos a la máquina huir de nuestras manos,
como si alguien más la condujera;
si vemos una luz al fin del túnel
es la luz de otro tren que se aproxima.

Robert Lowell



El delfín

Delfín mío, solo me guías por sorpresa,
cautivo como Racine, el hombre de ingenio,
atraído en su laberinto de férrea composición
por la incomparable y errante voz de Fedra.
Cuando andaba mal de la cabeza, te acercaste a mi cuerpo
atrapado en su nudo de ahorcado de sedales hundidos,
el vidrioso inclinarse y arrastrarse de mi voluntad…
Me he sentado y escuchado demasiadas
palabras de la musa que colabora conmigo,
y tramado quizá demasiado libremente mi vida,
sin evitar hacerle daño a otros,
sin evitar hacerme daño a mí mismo;
para pedir compasión… este libro, mitad ficción,
una red tejida por el hombre para luchar con la anguila:
mis ojos han visto lo que mi mano hizo.

Robert Lowell



“(...) El mar empapaba la roca a nuestros pies todo el día y continuaba arrancándole trozo tras trozo. Una noche tú soñaste que eras una sirena aferrada a un pilón de un muelle, y que intentabas arrancar los percebes con las manos. Deseábamos que nuestras dos almas pudieran regresar como gaviotas a la roca.” 

Robert Lowell



Epílogo

Esas benditas estructuras, trama y rima…
¿Por qué no me sirven ahora
que quiero trabajar
desde la imaginación, y no desde el recuerdo?
Escucho el sonido de mi propia voz:
La visión del pintor no es una lente,
tiembla para acariciar la luz.
Pero a veces todo lo que escribo
con el raído arte de mis ojos
parece una instantánea,
morbosa, apresurada, estridente, apiñada,
más elevada que la vida,
pero paralizada por la realidad.
Toda una unión mal avenida.
¿Pero por qué no decir lo que pasó?
Reza por la gracia de la precisión
que Vermeer otorgó a la iluminación del sol
avanzando como la marea sobre un mapa
hasta esta muchacha, toda anhelo.
Somos pobres realidades pasajeras,
advertidos por ello a que otorguemos
a cada figura de la fotografía
su nombre exacto.

Robert Lowell


"Era una ciudad de langostas de Maine, cada mañana botes llenos de manos partían hacia las canteras de granito de las islas, y dejaban atrás docenas de desnudas casas blancas de madera adheridas como conchas de ostra a una colina de roca. Y debajo de nosotros, el mar lamía los desnudos y pequeños laberintos de palos de cerilla de una esclusa, dónde se atrapaban los peces para cebo. Recuerdas? Nos sentábamos en una laja de roca, desde esta distancia en el tiempo, parece del color del iris, pudriéndose y volviéndose más púrpura, pero no era más que la habitual roca gris que se volvía del habitual color verde cuando el mar la empapaba. El mar empapaba la roca a nuestros pies todo el día y continuaba arrancándole trozo tras trozo. Una noche tú soñaste que eras una sirena aferrada a un pilón de un muelle, y que intentabas arrancar los percebes con las manos. Deseábamos que nuestras dos almas pudieran regresar como gaviotas a la roca. Al final el agua resultó demasiado fría para nosotros."

Robert Lowell
Agua



“Este deseo sin límites me impulsa, como a un toro con anillo en la nariz y cadena en el anillo...” 

Robert Lowell




“He vivido sin sentir desde hace tanto la pérdida que ya no duele; y rutas y reflejos del mundo me dejarán flotando en libertad.” 

Robert Lowell



La buena vida

Los árboles florecen, y las hojas perladas de niebla
sobre nosotros se abanican en la copa de vino de los olmos,
mujer, hijos y casa: la médula y el inútil adorno de la vida;
servicial, la descomposición se quema…
y no por las medallas lamer culos en el prado del pavorreal,
arrojando alpiste al sangriento gallo de pelea,
o vomitando púrpura en la arena de esclavos—
en la Roma de Tito, tediosa, martirizada y ansiosa de complacer.
Al águila la ciñen nuevas legiones y creencias viejas.
Quizás el hombre libre le sorprende el acoso imperial
(rara vez agradable, un azote de cálculos biliares)
que continúa arrastrando a quien de otro modo olvidaríamos,
al perro dormido, al héroe alquilado para el terror,
perlas para el collar, argollas en la cadena resonante.

Robert Lowell





“La luz al final del túnel no es más que la luz de un tren que se acerca.” 

Robert Lowell



Leyéndome a mí mismo

Como muchos, me enorgullecí lo justo y más aún,
prendí fósforos que me hicieron hervir la sangre;
memoricé los trucos para prender fuego al río:
en cierta forma jamás escribí nada a lo que regresar.
¿Puedo dar por sentado que acabé con flores de cera
y me he ganado mi jardín en las bajas laderas del Parnaso…?
Ningún panal se construye sin una abeja
añadiendo cerco a cerco, celda a celda,
la cera y la miel de un mausoleo;
esta redonda cúpula demuestra que su autor está vivo;
el cuerpo del insecto sobrevive embalsamado en miel,
ruega que su perecedera obra perviva
lo suficiente antes de ser profanada por el oso glotón:
este libro abierto… mi ataúd abierto.

Robert Lowell


Los dos muros

Un muro blanco se enfrenta a un muro negro
en algún lado, y mutuamente se despiertan.
Cada uno arde en el resplandor tomado al otro.
Los muros, ya despiertos, han de seguir hablando,
sus colores parecen semejantes, dos matices del blanco,
cada uno viviendo a la sombra del otro.
Qué sutiles son estas distinciones cuando ya no podemos elegir.
Ante tal vengador Don Juan debió desenvainar la espada.
Dos muros de piedra blanca que se contraen;
su búsqueda de la dicha y su coincidente…
En este punto de la civilización, este punto del mundo,
la única compañía satisfactoria imaginable es la muerte.
Esta mañana, un nudo en la garganta, yazgo aquí,
penosamente respirando el alma
de Nueva York.

Robert Lowell


“Los dos somos relojes y sólo contamos en el tiempo, el filo aguzado de la manecilla presiona contra el porvenir.” 

Robert Lowell



"Mesa de trabajo, morralla, libros y lámpara de pie, cosas simples, mi equipo atascado, la vieja escoba, pero estoy viviendo en una habitación ordenada, hace ahora diez minutos que estoy sintiendo la acechante humedad flotar sobre el desvaído blanco de mi pijama. La dulce sal me embalsama y mi cabeza está húmeda, todo fluye y me dice que es así como debe ser, la fiebre de mi vida está empapándose de sudor nocturno, ¡una vida, una escritura! Pero el deslizamiento hacia abajo y el prejuicio de existir nos estrujan hasta la sequedad, siempre está dentro de mí el niño que murió, siempre está dentro de mi su voluntad de morir, un universo, un cuerpo...en ésta urna la noche animal suda por el ardor del espíritu. ¡A mi espalda! ¡Tú! De nuevo siento la luz aclarar mis plomizos párpados, mientras los caballos de gris cráneo relinchan pidiendo el hollín de la noche. Yo jugueteo en el abigarramiento del día, un manojo de ropas mojadas, descosidas, tembloroso, veo mi carne y mi lecho bañados de luz, mi niño explotando en dinamita, mi esposa...tu ligereza lo altera todo, y desgarra la negra tela del saco de la araña, mientras tu corazón salta y aletea como una liebre. Pobre tortuga, galápago, si no puedo aclarar la superficie de éstas agitadas aguas aquí, absuélveme, ayúdame, querido corazón, mientras soportas el peso muerto y los ciclos de éste mundo sobre tus espaldas."

Robert Lowell
Sudor nocturno



“Si fuéramos lúcidos, al instante el horror de lo que nos rodea nos volvería estúpidos.” 

Robert Lowell



“Si la juventud es un defecto, es uno que se supera demasiado pronto.” 

Robert Lowell




“Una espina de experiencia vale más que un bosque de advertencia.” 

Robert Lowell




“(...) Y aun así mi corazón se alza, sé qué he alegrado una vida anudando, deshaciendo una red de cuerda embreada, la red colgará de la pared cuando los pescados hayan sido comidos, clavada como bronce indescifrable, el futuro sin futuro.” 

Robert Lowell



“(...) Y siempre a la vista de todos y cada uno, del sol en plenitud, del ocaso que dibuja siluetas, mostrándose ante las luces altas de los autos que pasan, luego desaparece; aprendo a vivir con la historia. ¿Qué es la historia? Aquello que no puedes tocar.” 

Robert Lowell



“Yo jugueteo en el abigarramiento del día, un manojo de ropas mojadas, descosidas, tembloroso, veo mi carne y mi lecho bañados de luz, mi niño explotando en dinamita, mi esposa...Tu ligereza lo altera todo, y desgarra la negra tela del saco de la araña, mientras tu corazón salta y aletea como una liebre.” 

Robert Lowell