“Amo Europa o, para decirlo más exactamente, amo la civilización, esa civilización que tantos de nosotros desprecian. Yo la amo y confío en ella y no tendré otro amor, otra fe.”

Iván Serguéyevich Turguénev


"Conseguí tranquilizarle y los dos nos pusimos a discutir con la mayor sangre fría posible acerca de las medidas que debíamos adoptar... He aquí la resolución que tomamos: para evitar cualquier desgracia que pudiera ocurrir, debía acudir a la cita y explicarme honradamente con Ashia.
Gaguin se comprometió a quedarse en su casa fingiendo no saber nada referente a la carta... Resolvimos, además, volver a encontrarnos esa misma noche para referirnos lo sucedido.
-Tengo puesta en usted mi firme confianza -dijo el muchacho apretándome la mano-.
Sea usted indulgente con ella como también conmigo mismo...
Pero, con todo, partimos sin falta mañana mismo -añadió levantándose-, ya que no cabe duda de que usted no se casará con Ashia...
-Concédeme de plazo hasta la noche -le repliqué.
-Como usted quiera... ¡Pero con ella no se casará!...
Se fue el muchacho y yo me eché en el sofá cerrando los ojos...
Sentí como si mi cabeza girase vertiginosamente; eran demasiadas impresiones las que se habían entrechocado en ella...
Me sentí contrariado por la franqueza de Gaguin, como también por la de Ashia, y el pensar en su amor me desconcertaba y me extasiaba al mismo tiempo. No comprendía qué motivo la indujo a confesarlo todo a su hermano y me sentí martirizado por lo inevitable de una decisión que debía ser rápida, casi instantánea."

Iván Serguéyevich Turguénev
Ashia



“¿De qué sirve el ingenio cuando no nos divierte? No hay nada más fastidioso que un ingenio triste.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“El ajedrez es una necesidad tan imperiosa como la literatura.”

Iván Serguéyevich Turguénev


"El celoso Otelo, dispuesto a asesinar, se convirtió de repente en un escolar."


Iván Serguéyevich Turguénev


"El que tiene la fe lo tiene todo y no puede perder nada y el que no tiene fe no tiene nada."

Iván Serguéyevich Turguénev


“El tiempo vuela a veces como un pájaro, y a veces se arrastra como un caracol. Pero la mayor felicidad del hombre sobreviene cuando no se advierte si su paso es raudo o moroso.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“El viento tiritaba impaciente en los árboles oscuros, y en algún lugar de la lejanía, detrás del horizonte, murmuraba en voz baja, enfadado, el trueno.”

Ivan Sergueievich Turgueniev


“En la vida de las personas hay grandes misterios y el amor es uno de los más inaccesibles.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“Es dulce ser la única fuente, la causa tiránica e inapelable de las grandes dichas y de la desesperación más honda de otro ser.”

Iván Serguéyevich Turguénev

“Fue una temporada extraña, llena de nerviosismo, un verdadero caos en el que sentimientos opuestos, pensamientos, sospechas, esperanzas, alegrías y sufrimientos se arremolinaban en un torbellino.”

Iván Serguéyevich Turguénev


"La felicidad nos sobreviene cuando no se advierte."

Iván Serguéyevich Turguénev


“La piedad sin orgullo sólo pertenece a la mujer.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“La mayoría de la gente no entiende cómo la otra parte se puede soplar la nariz de una manera distinta a la suya.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“La muerte es como un pescador que coge el pez con la red y durante un rato lo deja todavía en el agua; el pez nada pero tiene a su alrededor la red y el pescador lo sacará del agua cuando le parezca oportuno.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“La muerte es una vieja historia y, sin embargo, siempre resulta nueva para alguien.”

Iván Serguéyevich Turguénev


"La representación duró aún más de una hora, pero Sanín y la señora Polozoff no tardaron en separar la vista del escenario. Se reanudó entre ellos la conversación, siempre sobre el mismo asunto; pero aquella vista Sanín estuvo menos silencioso. Interiormente se sentía molesto contra sí mismo y contra la señora Polozoff, esforzándose en probarle la poca solidez de su "teoría": ¡como si a ella se le diese un ardite de teorías! Se puso a discutir con ella, cosa que la regocijó en sus adentros: cuando se discute, se hacen concesiones o se van a hacer. Ya no se alejaba del cebo, se amansaba, o por lo menos no era tan indómito. Ella le hacía objeciones, se reía, cedía, se quedaba meditabunda, atacaba de nuevo... y, entretanto, se acercaban poco a poco sus caras una a otra, y Sanín ya no volvía los ojos a otro lado cuando ella le miraba. Los ojos de la señora Polozoff parecían vagar con lentitud por todas las facciones de Sanín y éste, en cambio, le dirigía una sonrisa... galante, es cierto, pero a la postre una sonrisa."

Ivan Turgenev
Aguas primaverales


“La vida no se le aparecía como ese mar de olas tumultuosas que describen los poetas; se la representaba llana como un espejo, inmóvil, transparente hasta es sus oscuras profundidades.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“¡Lo que sentía era tan nuevo y tan dulce! Seguía sentado, mirando un poco hacia atrás, sin moverme, y sólo de vez en cuando me reía calladamente, recordando algo, o me estremecía al pensar que estaba enamorado, que lo que sentía era el amor.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“Lo respetaba, pero no le hacía ninguna concesión y, algunas veces con un deleite especial y maligno, le hacía sentir que él también estaba en sus manos.”

Iván Serguéyevich Turguénev


"Los débiles no terminan nunca nada, esperan siempre el fin."

Iván Serguéyevich Turguénev


“Los niños desgraciados maduran antes que los niños felices.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“Me acuerdo de que entonces la imagen de una mujer, el fantasma de un amor, casi nunca aparecía de manera clara y nítida en mi mente, pero en todo lo que pensaba, en todo lo que sentía se escondía el presentimiento de algo nuevo, inimaginablemente dulce, femenino, algo de lo que sólo a medias era consciente, pero que hería mi pudor.”

Iván Serguéyevich Turguénev


“Me levanté por la mañana con dolor de cabeza. Las emociones de la víspera estaban lejanas. En su lugar vino una perplejidad penosa y una tristeza que antes no había conocido. Era como si algo muriese en mí.”

Iván Serguéyevich Turguénev


"Mi madre había concentrado en mí todos sus pensamientos y su solicitud. Su vida se había fundido con mi vida. Este género de relaciones entre padres e hijos no favorecen siempre a los hijos... Suele ser más bien nocivo. Por añadidura, mi madre no tenía más hijo que yo... y los hijos únicos, por lo general, no se desarrollan adecuadamente. Al educarlos, los padres se preocupan tanto de sí mismos como de ellos... Eso es un error. Yo no me volví caprichoso ni duro (una y otra cosa suele aquejar a los hijos únicos), pero mis nervios estuvieron alterados hasta cierta época; además, tenía una salud bastante precaria, saliendo en esto a mi madre, a quien también me parecía mucho de cara. Yo evitaba la compañía de los chicos de mi edad, en general rehuía a la gente e incluso con mi madre hablaba poco. Lo que más me gustaba era leer, pasear a solas y soñar... ¡soñar...! ¿De qué trataban mis sueños? No podría explicarlo. A veces tenía la impresión, es cierto, de hallarme delante de una puerta entornada que ocultaba ignotos misterios, y yo permanecía allí, a la espera de algo, anhelante, y no trasponía el umbral, sino que cavilaba en lo que podría haber al otro lado... Y seguía esperando, y me quedaba transido... o traspuesto. Si hubiera latido en mí la vena poética, probablemente me habría dedicado a escribir versos; de haberme sentido atraído por la religión, quizá me hubiera hecho fraile. Pero, como no experimentaba nada de eso, continuaba soñando y esperando. Acabo de referirme a cómo me quedaba traspuesto, en ocasiones, bajo el influjo de ensoñaciones y pensamientos confusos. En general, yo dormía mucho, y los sueños desempeñaban un papel considerable en mi vida. Soñaba casi todas las noches. Los sueños no se me olvidaban, y yo les daba importancia, los consideraba premoniciones, procuraba desentrañar su sentido oculto.
Algunos se repetían de vez en cuando, hecho que siempre me parecía prodigioso y extraño. Un sueño, sobre todo, me hacía cavilar. Me parecía que iba caminando por una calle estrecha y mal empedrada de una vieja ciudad, entre altos edificios de piedra con los tejados en pico. Yo andaba buscando a mi padre, que no había muerto, sino que se escondía de nosotros, ignoro por qué razón, y vivía precisamente en una de aquellas casas. Yo entraba por una puerta cochera, baja y oscura, cruzaba un largo patio abarrotado de troncos y tablones y penetraba por fin en una estancia pequeña que tenía dos ventanas redondas. En medio de la habitación estaba mi padre, con batín y fumando en pipa. No se parecía en absoluto a mi padre verdadero: era un hombre alto, enjuto, con el pelo negro, la nariz ganchuda y ojos sombríos y penetrantes, que aparentaba unos cuarenta años. Le disgustaba que hubiera dado con él; tampoco yo me alegraba en absoluto de nuestro encuentro y permanecía allí parado, indeciso. Él giraba un poco, empezaba a murmurar algo entre dientes y a ir de un lado para otro con paso menudo... Luego se alejaba poco a poco, sin dejar de murmurar y mirando a cada momento hacia atrás por encima del hombro; la estancia se ensanchaba y desaparecía en la niebla... Espantado de pronto ante la idea de que perdía nuevamente a mi padre, yo me lanzaba tras él, pero ya no le veía, y sólo llegaba hasta mí su rezongar, bronco como el de un oso... Angustiado el corazón, me despertaba y ya no podía volver a conciliar el sueño en mucho tiempo... Me pasaba todo el día siguiente cavilando en este sueño sin que mis cavilaciones, como es natural, me llevaran a ninguna conclusión. Llegó el mes de junio. Por esa época, la ciudad donde vivíamos mi madre y yo se animaba extraordinariamente.
En el muelle atracaban multitud de barcos, y en las calles aparecían multitud de rostros nuevos. Entonces me gustaba deambular por la costanera, delante de los cafés y los hoteles, observando las diversas siluetas de marineros y demás gentes sentadas bajo los toldos de lona, en torno a los veladores blancos, con sus jarras de metal llenas de cerveza. Conque una vez, al pasar delante de un café, vi a un hombre que atrajo inmediatamente toda mi atención. Vestía un largo guardapolvos negro, llevaba el sombrero de paja encasquetado hasta los ojos y permanecía inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho. Unos rizos negros y ralos le caían casi hasta la nariz; los labios finos apretaban la boquilla de una pipa corta. Este hombre me pareció tan conocido, mi recuerdo conservaba tan indudablemente grabado cada rasgo de su rostro moreno y bilioso, así como toda su figura, que no pude por menos de detenerme ante él y preguntarme: ¿quién es este hombre, dónde le he visto? Al notar probablemente mi mirada fija, levantó hacia mí sus ojos negros, penetrantes... No pude reprimir una exclamación ahogada."

Iván Serguéyevich Turguénev
Un sueño



“No se enganchan a la misma lanza el caballo fogoso y la cierva temerosa.”

Iván Serguéyevich Turguénev


"Poco tiempo después de conocer a Insárov, Yelena empezó —por quinta o sexta vez— a escribir un diario. He aquí algunos fragmentos:
Junio… Andréi Petróvich me trae libros, pero no puedo leerlos. Me da vergüenza confesárselo; no quiero devolvérselos y mentir diciéndole que los he leído. Creo que esto le apenaría. Se da cuenta de todo lo que me pasa. Me tiene mucho apego. Es un hombre muy bueno, Andréi Petróvich.
¿Qué es lo que quiero? ¿Por qué siento esta opresión y esta melancolía en el corazón? ¿Por qué miro con envidia a los pájaros que pasan volando? Creo que saldría volando con ellos, no sé adónde volaría, pero lejos, lejos de aquí. ¿No es pecaminoso este deseo? Tengo madre, padre y familia. ¿Acaso no les quiero? No, no les quiero como desearía quererles. Me da miedo decir estas palabras, pero es la verdad. Quizá soy una gran pecadora; quizá por eso estoy tan triste, tan intranquila. Tengo una mano encima que me asfixia. Es como si estuviera en una cárcel y las paredes estuvieran a punto de caérseme encima. ¿Por qué los demás no sienten nada de esto? ¿A quién voy a querer si con los míos soy fría? Está claro que papá tiene razón: me reprocha que solo quiero a los perros y a los gatos. Debo pensar en ello. Rezo poco; tengo que rezar… Y, ¡sin embargo, creo que sabría amar!
Aún me sigo ruborizando con el señor Insárov. No sé por qué; me parece que no soy ninguna muchachita, y él es tan sencillo y bueno. A veces tiene el semblante muy serio. Supongo que no está para gente como nosotros. Me doy cuenta, y es como si me avergonzara hacerle perder el tiempo. Andréi Petróvich es otra cosa. Con él puedo charlar hasta un día entero. Pero él no deja de hablarme de Insárov. Y ¡qué detalles tan terribles! Esta noche he soñado que lo veía con un puñal en la mano. Y me decía: «Te mataré y después me mataré yo». ¡Qué bobadas!
¡Ay, si alguien me dijera: esto es lo que debes hacer! Ser buena es poca cosa; hacer el bien… sí: esto es lo más importante en la vida. Pero ¿cómo hacer el bien? ¡Ay, si pudiera dominarme! No comprendo por qué pienso tanto en el señor Insárov. Cuando viene, se sienta y se queda escuchando con atención, sin esmerarse, sin esforzarse; yo le miro y me resulta agradable, pero nada más. Sin embargo, cuando se marcha, no dejo de recordar sus palabras y me enojo conmigo misma y me agito… y no sé por qué. (Habla mal el francés y no se avergüenza de ello: esto me gusta). Por otra parte, yo siempre pienso mucho en las personas que conozco. Cuando estaba hablando con él, de repente me he acordado de nuestro mozo Vasili, que una vez sacó a un viejo sin piernas de una isba en llamas y estuvo a punto de morir. Papá lo llamó valiente, mamá le dio cinco rublos y a mí me dieron ganas de echarme a sus pies. Tenía un rostro simple, incluso estúpido, y más adelante se dio a la bebida.
Hoy le he dado medio kopek a una mendiga, y me ha dicho: «¿Por qué estás tan triste?». Yo ni siquiera sospechaba que tuviera la cara triste. Creo que esto me pasa porque estoy sola, completamente sola, con toda mi bondad y mi rabia. No tengo a quién tenderle la mano. Al que se me acerca, no lo necesito, y quien quiero que se me acerque… pasa de largo.
No sé qué me pasa hoy; tengo la cabeza hecha un lío, estoy dispuesta a caer de rodillas y pedir e implorar clemencia. No sé quién y no sé cómo, pero es como si alguien me estuviera matando, y grito y me sublevo por dentro; lloro y no puedo quedarme callada… ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Pon freno a estos arrebatos! Solo Tú puedes hacerlo, todo lo demás es inútil: ni mis limosnas insignificantes, ni mis ocupaciones, nada, nada me puede ayudar. Realmente, si me pusiera a trabajar de sirvienta, todo me sería más llevadero."

Iván Serguéyevich Turguénev
En vísperas



"¡Qué se ha hecho de mis esperanzas!"

Iván Serguéyevich Turguénev



"¿Quieres vivir tranquilo? Pues trata a la gente, pero vive solo; no emprendas nada ni de nada te duelas. ¿Quieres vivir dichoso? Pues empieza por sufrir."

Iván Serguéyevich Turguénev