“¿Dónde hallar los mismos labios que rían y canten igual, que yo viviera temiendo no me vuelvan a besar?”

Konstantín Símonov


"En efecto, entre los árboles, avanzaban una vez más soldados alemanes. Ahora estaban más cerca que antes. Y Solotariov disparó sobre los hombres de uniforme verde gris que avanzaban; disparaba con desesperación, pero fría y certeramente como procedía siempre en todos sus actos de su vida de soldado.
El teniente Horichev cubrió con una docena de sus hombres y otra docena de tanquistas un breve sector de la brigada de tanques de Klimovich, que aquella noche había atravesado las líneas alemanas.
La brigada Klimovich se componía sólo de una pequeña parte de las tropas que, en el frente del oeste, se habían batido fieramente a retaguardia de los alemanes. Cubriendo la región de los alrededores de Moscú con cadáveres propios y enemigos, fueron abriéndose paso a través del cerco alemán, durante aquella noche, el día siguiente y parte de la otra noche y, a costa de elevadas pérdidas consiguieron finalmente librarse del encierro.
Los hombres de Klimovich obraron este prodigio con escasos cañones, mucha sangre y un valor indescriptible. Pero una vez hubieron cruzado las líneas enemigas, no les fue dado descansar, sino que tuvieron que seguir luchando sin solución de continuidad.
La línea principal de combate, que paulatinamente había sido empujada en dirección a Moscú, fue rota, aquellos días, por los ataques alemanes. Las brechas abiertas fueron taponadas precisamente con las unidades que habían roto el cerco, tras haberlas aprovisionado y provisto de dos baterías de artillería y municiones.
Al atardecer del día de la ruptura del encierro, aquellos hombres se hallaban combatiendo de nuevo, sólo que ahora lo hacían cara al oeste en vez de al este y Moscú ya no estaba ante ellos sino detrás, aparte de que disponían de alguna artillería y vecinos a diestro y siniestro. Y se sentían alegres, a pesar de que la tremenda fatiga que les agobiaba estaba más allá de los límites de toda resistencia humana.
Pero Solotariov se sentía desdichado y aun no siendo más que un simple soldado raso, dos días después del paso de las líneas enemigas, consiguió poder hablar con el teniente coronel Klimovich, comandante de la brigada de tanques.
Klimovich acababa de llegar sano y salvo de su puesto de observación al de mando, luego de haber pasado a través del nutrido fuego alemán, y se encontraba ahora junto al edificio de la escuela local, muy dañado por las explosiones de obús. Se había quitado el casco y con visible placer recibía sobre su afeitada cabeza la fresca lluvia otoñal que caía de las nubes."

Konstantin Símonov
La batalla de Moscú



Espérame

Espérame y yo volveré
pero espérame mucho.
Espérame cuando las tristes lluvias lleguen
y cuando el calor llegue, no dejes de esperar.
Espérame cuando ya nadie espere
y el ayer se haya olvidado ya.
Espérame aún cuando de lejos
mis cartas no lleguen más.
Espérame cuando ya todos
se cansen juntos de esperar.
Espérame y yo volveré.
No quieras bien te ruego
a los que repitan de memoria
que ya es tiempo de olvidar
aun si la madre o el hijo ya creyesen que no existo ya.
Deja que los amigos
sentados junto al fuego
se cansen de esperar
y beban vino amargo
en honor a mi recuerdo.
Espérame y con ellos
no te apresures a beber.
Espérame y yo volveré
para que la muerte rabie.
Aquél que nunca me ha esperado
tal vez dirá de mí
el pobre tuvo suerte.
No comprenderán jamás
los que jamás han esperado
cómo tú del fuego me salvaste
de cómo he sobrevivido
lo sabremos sólo tú y yo.
Es que sencillamente me esperaste
como nunca nadie me esperó.

Konstantín Símonov



“Legamos amor a nuestras mujeres; recuerdos a nuestros hijos; pero en los campos quemados por la guerra, a los amigos legamos el caminar.”

Konstantín Símonov



“No es verdad: un amigo no muere; tan sólo deja de estar a tu lado.”

Konstantín Símonov




“Que amante y loca una noche yo la pudiera abrazar y mañana sea de piedra imposible de ablandar.”

Konstantín Símonov