“El artista, más que como un predestinado, lo defino como un condenado prometeico que paga, día a día, con su entraña, el privilegio ineluctable de obedecer a los designios de una vocación. Esta, a su vez, consiste en una válvula que evita el estallido del propio artista y en una manera de expresar pensamientos y sentimientos, personales o colectivos, por medios susceptibles de ser manejados estéticamente.”


Pompeyo Camps