Abiku


En vano su sonar de ajorcas
encantados círculos a mis pies;
Yo soy Abiku, llamando una
y otra vez.
¿Debo llorar por las cabras y las conchas valiosas
por el aceite de palma y los ruegos esparcidos?
Ñames no retoñando amuletos
en la tierra de las ramas de Abiku
Así que cuando se quema el caracol en su concha
afilado el fragmento caliente, me marca
profundamente en el pecho debes reconocerlo
cuando Abiku llame de nuevo.
Yo soy el diente de la ardilla, craquelado
La criba de la palma; recuerda
esto, y cava aún más profundo en mí
al dios de los pies hinchados.
Una vez y otra vez, sin edad
Sin embargo vomitando, y en el momento de
las libaciones, cada dedo me acerca a
la forma en que vine, donde
la tierra es húmeda con luto
blanco rocío chupa-carne de pájaros
El atardecer se hace amigo de la araña, atrapa
moscas en el vino-espumoso;
Noche, y Abiku chupa el aceite
de las lámparas. ¡Madres! Seré la
suplicante serpiente enroscada en el umbral
su llanto de muerte.
La fruta madura fue la más triste
donde me arrastré, el ardor se sacia.
en el silencio de las redes, Abiku gemidos, formando
montículos desde la yema.

Wole Soyinka
Traducción de Mario Bojórquez


Après la guerre

No ocultes las cicatrices
en la rápida destilería de la sangre
he olido
efluvios de narcóticos conocidos
no ocultes las cicatrices

El tubérculo de nuestra carne común
pisoteado hasta lo hondo de la tierra combate
la muerte, recién cinchado arremete contra el sol
mas temiendo que resulte ser una concha hueca
o que los pies de las vidas recién nacidas
se hundan en el vacío de la falsedad
no hinches la piel ajada de la tierra
para glasear las grietas del tambor

No te cubras de costras
ni hagas del dolor el lamento
de un farsante con mala lengua
su rostro una máscara de velos pintada
el aliento reseco por su propia bilis
un corazón de retazos y una sonrisa de calavera
para burlar los rigores del
exorcismo.

Grietas en la pintura. Legad
los solos latidos del duramen
a los seguidores del velatorio
recién nacidos.

Wole Soyinka



Civil y Soldado

Mi espectro se levantó de entre la lluvia de plomo,
Y declaró "soy un civil" logrando tan sólo
Acrecentar tu miedo. ¡Mas cómo habría
De levantarme, yo, un ser de esta tierra, en aquella hora
De muerte impasible! entonces pensé:
tu batalla no es de este mundo.

Inmóvil permaneciste
Por ambas eternidades, y yo aprendí, sin duda, la lección
En tus prácticas de combate sigiloso.
No dejes que un indeciso neutral vaya en la retaguardia,
Pues tras de ti se abrasará la tierra. Mi dilema civil,
Que aparece de nuevo atrincherando la tierra,
Bajo el ritual de plomo de tus más ávidos amigos,
Te abismó aún más en la confusión y cuando
Me prestaste el arma para protegerme y la
Muerte me guiñó el ojo, tu promesa
Y todo tú se esclarecieron ante mí.

En el curso de mi vida

Espero encontrarme algún día
De nuevo con tu espectro en la trinchera,
Anunciando, soy un soldado. Entonces no habrá titubeo
Y te habré de disparar certero y justo
Con la carne y el pan y la vasija de vino.
Un racimo de pechos en cada brazo y aquella
Solitaria pregunta, ¿sabes amigo, incluso ahora,
El por qué de todo esto?

Wole Soyinka


"El hombre muere en todos aquellos que mantienen silencio ante la tiranía."

Wole Soyinka



"En uno de los coches delanteros, un rostro se fruncía en dolorosa concentración sobre un fajo de papeles, sin duda el oficiante. Sagoe miró de nuevo al duelo del otro entierro. Si antes parecían estúpidos, ahora parecían decididamente imbéciles. Sin duda inmersos en su dolor, necesitaban algo más que eso para permanecer inmóviles mientras la lenta cohorte avanzaba en su resplandeciente gloria. No podían sentirse indiferentes a la exhibición que pasaba ante ellos, su agitación revelaba inquietud, y todos se refugiaban examinando los tacones de las zapatillas de tenis del hombre que tenían delante. El parachoques retorcido servía para los dos primeros.
Pero ninguno de los participantes en aquella mascarada, la imposición final de Sir Derinola a sus conciudadanos, se atrevió a apartar la mirada del parabrisas que tenía delante, o sus pensamientos de las esperanzas de que su propio funeral alcanzara algo de la gloria de aquel preclaro hijo de la tierra. Que, ante las tres horas de interrupción del tráfico de Sir Derinola, él pudiera alardear seis. La mitad del cortejo de Sir Derin ya había pasado antes de que un policía acudiera al rescate del cortejo de a pie, detuviera la multitud y permitiera al exiguo acompañamiento cruzar el puente. En el cementerio, separados por un centenar o más de tumbas, los dos cuerpos aceptaron sin embargo su destino común, juntos pasaron al olvido final.
Sagoe se unió al cortejo de Sir Derinola y se abrió camino entre los asistentes, luchando sin pausa hasta alcanzar las coronas amontonadas. Tomó abiertamente una de vidrio y dos frescas, murmurando: la de vidrio para el Espíritu Santo, las otras para el Hijo y el Padre; eso al menos me lo debes, Sir Morgue, estoy seguro de que no te importará,
Como pudo, se abrió camino hacia fuera, a tiempo para ver a los otros trajinando por sacar el ataúd del coche. Sagoe entregó las coronas al más cercano, sin decir nada. Solo entonces advirtió que el conductor no era un hombre blanco, sino albino. Se quedó apenas unos minutos más y luego, sintiendo una repentina revulsión hacia su papel —porque sólo entonces tomó conciencia de estar con ellos únicamente porque veía ahí una historia que reflejar en su página—, se volvió y se alejó de allí, en el momento en que el albino se dirigía hacia él, quizá para agradecerle las coronas.
Caminó aprisa, casi corriendo, hacia la salida del cementerio. Cuando los altavoces empezaron a difundir por todas partes el panegírico que el orador lanzaba al millar largo de asistentes del entierro de Sir Derin, las palabras resonaron fuertemente en su cabeza. Sagoe huyó perseguido por silencios que dejaron en el mundo jirones de ruidos como:
...su vida nuestra inspiración, su idealismo nuestra esperanza, la supervivencia de su espíritu entre nosotros la esperanza de una futura Nigeria, de un irredentismo moral y un rejuvenecimiento nacional."

Wole Soyinka
Los intérpretes



"Hacia medianoche comenzó a desaparecer de la conciencia, fusionándose con el silencio de los sueños.
Cuando llegó el nuevo sonido, un poco antes de la medianoche, no parecía pertenecer a nuestro mundo, ni tampoco al mundo que se desvanecía diariamente fuera de esos muros. Un sonido extraño, que comenzó con un flujo sosegado, derramándose en una corriente oscura, dando vueltas por la noche. Era algo que tocaba y envolvía la piel, suave como el sueño, pero demasiado extraño para ser parte de lo que nosotros éramos, de lo que sentíamos diariamente, de lo que nos tocaba o sostenía. Sabía que procedía de algún lugar muy profundo en la tierra, de una parte aplastada, conocía los frágiles tentáculos del dolor y del triunfo.
Aquella humanidad tratada brutalmente debajo de nosotros estaba cantando, y los cuerpos que escuchaban de los reclusos se convirtieron en algo tangible, comunal. Sentía como si cada alma del bloque estuviera completamente despierta, escuchando, atreviéndose apenas a respirar o a moverse.
Nadie pudo recordar durante cuánto tiempo cantaron. Nadie gritó, nadie se quejó de que le hubieran perturbado el sueño. Duró entre dos y tres horas, tal vez, cada canción fluía tras la otra, sin rupturas.
Terminaba una canción y una nueva voz comenzaba otra y casi desde sus primeras notas parecía como si fuera la continuación de la última. Una especie de angustia y de fuerza lo invadía todo.
Nada salvo el sonido de los himnos en los rezos matinales y vespertinos se había oído antes de aquella gente. Ahora, de repente, en la mitad de la noche, la oscuridad en sus corazones había extraído aquellos sonidos de hogar y altar. Nos envolvía a todos, que no conocíamos sus hogares, en una común humanidad.
Y todo aquello se confirmó a la mañana siguiente. Hasta el soplón se había sentido conmovido y tal vez secretamente avergonzado. Con la ascensión de aquellas voces nocturnas escuchamos no sólo cómo cedían sus ataduras, sino también las nuestras, y sentimos como si el techo se hubiera abierto enseñándonos un cielo común. Envolvieron con sus voces nuestras entrañas e hicieron que cada hombre participara en el sacramento fraternal de la sangre, la culpabilidad y el dolor.
Casi simultáneamente, cuando se abrieron las puertas de las celdas a la mañana siguiente, salió la misma pregunta de los labios de todos: «¿Les oíste? ¿Les oíste anoche?», y la respuesta que la acompañaba: «No pude dormir. Ni siquiera cuando terminaron de cantar fui capaz de dormir.»
Hasta los criminales más sanguinarios y los más rabiosos presos del NNDP, cuya única fe política era la ibofobia, se detuvieron al ir al baño frente a las celdas de sus archienemigos políticos. Les oí decir: «¿Les oíste? ¿Les oíste cantar?» Era la primera vez que reconocían la existencia de Ikoku y Adebanjo, pero querían compartir su experiencia y pensaron que aquellos dos eran las dos criaturas más sensibles que tenían a mano. Cada uno de ellos encontró una explicación sin exigirla, cada uno buscó un significado que no era fácilmente definible. Cada uno comenzó a tener miedo de la respuesta que había sido evocada en su interior, sus interpretaciones y exigencias. Por encima de todo, había una conciencia en ellos, por primera vez quizá, de que las ataduras físicas y la angustia habían sido trascendidas, aunque fuera durante unas cuantas horas, por los gusanos situados en el grado más bajo de la escala oficial en la comunidad de la prisión."

Wole Soyinka
El hombre ha muerto


"No te tomes las sombras demasiado en serio. La realidad es tu única seguridad. Continúe rechazando la ilusión."

Wole Soyinka


"Todo el mundo gritó al mismo tiempo:
—¡Estáte quieto, Wole! ¡No te muevas!
Repetí mi pregunta, advirtiendo ahora que no me estaba muriendo, pero preguntándome si estaría obligado a convertirme en un mendigo como los ciegos que llegaban a veces a la vicaría, de la mano de un niño, a veces no mayor que yo. Se me ocurrió entonces que nunca había visto a un niño que llevara de la mano a otro niño ciego.
Alguien preguntó:
—¿Dónde está ese Osiki?
Pero Osiki había desaparecido. Osiki, cuando yo caí herido, había seguido corriendo en la misma dirección que llevaba en aquel momento. Yo estaba seguro de que había corrido a una velocidad superior incluso a la fenomenal suya de siempre. Algunos de los chicos mayores habían tratado de atraparlo (yo no sabía por qué), pero Osiki los superaba en cuanto a correr rápido como el viento. Podía verlo, y aquella visión me llevó una sonrisa a la cara. También me hizo abrir el ojo herido y, para gran sorpresa mía, podía ver con él. Se escucharon grandes respingos de las caras preocupadas, que ahora se iban apretando a mi lado para ver por sí mismas. La piel estaba cortada hasta el rabillo del ojo, pero el ojo en sí estaba ileso. Incluso la hemorragia parecía haber parado. Oí que un profesor murmuraba: «¡Imposible!», mientras que otro exclamaba: «¡Olorun ku ise!» [¡Alabado sea Dios!]. Mi padre se limitó a dar un paso atrás y quedarse contemplándome, con la boca abierta en un gesto de incredulidad.
Y entonces me sentí muy cansado, pareció que una neblina me tapaba los ojos y me dormí.
Yo no podía subir solo la escalera, pero ya sabía dónde estaba. Me bastaba con seguir el ruido de los pies para saber a dónde ir cada vez que el ruido de un acontecimiento llegaba a la casa desde Aké. Era una escalera de hierro y a veces había cuatro o cinco personas de la casa que se subían a ella al mismo tiempo a mirar y hacían comentarios sobre el acontecimiento. No hacían caso de mis esfuerzos por subir a la escalera con ellos, pues decían que era peligroso.
Entonces, un día, Joseph se apiadó, me subió a hombros y así fue como eché mi primera mirada por encima del muro de nuestro patio. Seguí al grupo de bailarines del camino que pasaba junto al cenotafio, detrás de la iglesia, y después desaparecía, según dijo Joseph, en dirección al palacio. Yo había reconocido la iglesia y el cenotafio. También había reconocido otro elemento del paisaje, que era la gran puerta de los terrenos de la vicaría. Entonces comprendí que los muros externos de la vicaría se sucedían continuamente y sólo en algunos lugares dejaban huecos para puertas y ventanas. Sentado en el hombro de Joseph, seguí hacia la izquierda el muro en el que estábamos apoyados, vi que se fundía con la pared del almacén donde se guardaban las cántaras y las ollas (tanto de guisar como para los trabajos de jardinería de mi padre), después desaparecía en la pared del cobertizo de la leña y los pollos, después de lo cual se convertía en el muro de un pequeño nicho que servía para las plantas más jóvenes del jardín de padre, después en la pared del cuarto de baño, y por último en la de la cocina. Desde allí pasaba a rodear el recinto del catequista, envolvía el resto de su casa y después se volvía a convertir en una pared lisa hasta que la rompía la puerta de los terrenos de la vicaría. Después pasaba a la pared de la escuela de muchachas de abajo, antes de interrumpirse en la esquina que constituía la fachada de la librería, único edificio de la vicaría que daba a la calle.
A lo largo del camino había esparcidas unas cuantas ventanas, ventilaciones simbólicas, puestas muy altas en las paredes, casi debajo del techo de chapa ondulada. Pero, en general, los muros continuaban ininterrumpidos, adornados en algunos sitios por las ramas que se inclinaban sobre ellos, ramas de plátano, de guayabo, o de las plantas de hojas amargas como la frondosa, cuyas hojas me rozaban la cara en aquel momento. Entonces quedó claro que en los terrenos de la vicaría vivíamos en un pueblo para nosotros solos, y que Aké era todo lo demás que se extendía ante mi vista. Aquel otro pueblo, Aké, estaba conectado por los techos oxidados, igual que el nuestro lo estaba por los muros. Los únicos edificios exentos eran los especiales, como la iglesia o el cenotafio. Todos los demás estaban conectados sin solución de continuidad."

Wole Soyinka
Aké



Ujamaa

"El sudor es levadura para la tierra
no su tributo. La tierra henchida
no desea homenaje por sus labores.
El sudor es levadura para la tierra
no un homenaje para un dios en su fortaleza.
Tu manos de tierra negra desencadenan
la esperanza de mensajeros de la muerte, de
caninomanoides endogámicos que resultan
más macabros que La Parca, insaciables
predadores de la humanidad, su carne.
El sudor es levadura, pan, Ujamaa
pan de la tierra, por la tierra
para la tierra. La tierra es la gente."

Wole Soyinka




"Un tigre no tiene que proclamar su fiereza."

Wole Soyinka



Viaje

Aunque llegué al final del viaje,
Jamás sentí que hubiera llegado.
Tomé la carretera
Que sube despacio la cuesta de las preguntas, y que me lleva
Incluso a descender a la tierra que conduce a casa. Yo sé
Que mi carne está limpiamente mordisqueada, perdida
Para el perturbado pez entre las vainas susurrantes-
Yo los dejé atrás en mi ruta

Y así también con el pan y el vino
Necesito la repartición de derrota y carestía
Yo los dejé atrás en mi ruta
Jamás sentí que hubiera llegado
Aunque amor y bienvenida me atrapan en casa
Los usurpadores pasan mi copa en cada
Banquete como en una última cena.

Wole Soyinka