"¡Ay, amigos, vosotros que os habéis resignado a rememorar vuestra juventud refugiados en vuestras bellas casas, y os desesperáis, pensando que la vida es injusta, que vuestro cuerpo os abandona, os visitáis unos a otros como a los ancianos en el hospicio, esperando la muerte! Pues bien, yo he hecho una elección, me he negado a morir en un asilo, todavía se me empalma, todavía puedo hacer el amor, estoy rodeado de gente, muy acompañado, tendré una familia y, si Dios quiere, cerca de mí a mis pequeños gemelos. Amigos míos, voy a entrar en el islam, y me trae un doloroso recuerdo de mi gran amor, mi primer gran amor, Ali el acróbata, la estrella del circo Amar, Ali por el que me volví loco. Quería convertirme en musulmán por él, para que viviese conmigo, pero, desgraciadamente, tras un accidente, lo dejó todo y desapareció, nunca tuve noticias suyas, es una quemadura en el corazón. Sólo espero que no se compliquen las cosas, que los adules sean flexibles, que no me equivoque al pronunciar la chahada, llevo desde ayer ensayando: «Acbbadu anna la ilaba il-la Al-lah, Mohamed rasulu Al-lah», Acbbadu… es sencillo, basta con pronunciar esta frase y ya eres musulmán, pero el corazón tiene que estar convencido, pues Dios tiene confianza en ti, y, si es para jugar o hacer trampa, no funciona, pues ser musulmán es estar interiormente convencido de la unicidad divina.
Miguel estaba sumido en estas reflexiones cuando Azel y su hermana llamaron a su casa. Tenían cita con los adules en las oficinas de la Mendubía, en el Zoco Chico a las tres de la tarde. Primero, para la conversión, luego, para el matrimonio.
Miguel se vistió de blanco y se puso una chilaba. Azel le pidió que no exagerara demasiado. Miguel se la quitó. Pero cuando se disponían a salir, Azel le pidió además que se desmaquillara. Miguel tenía costumbre de ponerse una base de color y pintarse los ojos con kobol."

Tahar Ben Jelloun
Partir




"El aburrimiento viene cuando la repetición de las cosas se hace lacinante, cuando la misma imagen se empobrece a fuerza de estar siempre presente, se gasta. El aburrimiento es esa inmovilidad de los objetos que rodean su cama, objetos tan viejos como él; incluso usados están siempre ahí, en su sitio, útiles, silenciosos. El tiempo pasa con una lentitud que le irrita.
La mujer de la limpieza friega el suelo sin prestar atención a su presencia. Canturrea como si estuviera sola. El la observa con impotencia y renuncia a pedirle que no haga tanto ruido. Se dice a sí mismo que no lo comprendería. Procede de la periferia de la ciudad, donde se ha amontonado la gente del éxodo rural de cualquier modo y en cualquier sitio. Ella no le inspira nada. La mira y se pregunta qué diantre hace en la casa. Es todavía joven y fuerte. Se dice que no corre el peligro de verse postrada en cama por la enfermedad. Además, si cayera enferma probablemente no estaría sola. Alrededor de ella estaría toda la familia. Parientes, vecinos y amigas. A él le gustaría mucho ver a sus hijos. Pero no alrededor de su cama. Es un mal presagio y además no es para tanto. No es grave. Sobre todo, no hay que alertar a los hijos.
No, nada de familia. Sería prematuro, se dice. Además sólo le gusta ver a la familia en los momentos de alegría y en las fiestas. De momento se las arregla como puede con la bronquitis. Pero el aburrimiento, esa soledad, lenta, espesa y opaca es más fuerte, más insoportable que la enfermedad. Los vecinos no son amigos. No son más que vecinos. Ni buenos ni malos. No se les puede invitar a una tertulia. No lo comprenderían. Quizá no tuvieran nada que decir a un viejo enfermo que se aburre. Mientras que él tendría muchas historias que contarles. Pero se burlarían. ¿Por qué motivo tendrían que escuchar a un extraño? Le conocen e incluso oyen su voz cuando se encoleriza o cuando se debate con un ataque de asma. Le ven pasar por la calleja, siempre puntual, cuatro veces al día. Cuando no le oyen salir por la mañana, suponen que está en cama. Y entonces oyen su tos aguda, sibilante y profunda. También pueden verle desde la terraza, apoyado en un arbusto, con la mano en el pecho, intentando escupir el montón de flemas que obstruyen sus bronquios.
Lanza nerviosamente escupitajos blanquecinos al suelo y mira a su alrededor para asegurarse de que nadie le observa. No le gusta ese estado que le disminuye y le fuerza, incluso se reprocha tener que padecerlo."

Tahar Ben Jelloun
Día de silencio en Tánger


“El odio virulento y larvado hacia el prójimo es la expresión del dolor de uno mismo.”

Tahar Ben Jelloun


“La vigilancia antirracista no debe subestimar o descuidar ninguna esfera, porque el racismo se agazapa tanto en la cabeza del aristócrata como en los hábitos del obrero.” 

Tahar Ben Jelloun


"Mohamed soñaba con una peregrinación en solitario, justo con algunas personas de su cábila, y en primavera. Como temía las situaciones de violencia, le asustaba morir en La Meca; debía de ser el único en pensarlo, aunque no se lo confesaba a nadie. Temía morir pisoteado por unos pies fanáticos. Se mantenía apartado, observándolos. ¿A qué se parecen unos pies fanáticos? Están sucios, a veces descalzos, otras, enfundados en babuchas gastadas.
Mohamed había visto a peregrinos que calzaban babuchas viejas. No eran de su país, hablaban un dialecto árabe del que no entendía ni una palabra. ¿De dónde venían? Para él, un musulmán sólo podía ser árabe o bereber. Le costaba considerar musulmanes a los demás peregrinos.
Los llamaba los africanos, los chinos y los turcos. Todos los peregrinos tenían la mirada inflamada por el fuego, la llama de la fe, la pasión del islam. Él se preguntaba, en cambio, por qué su mirada era serena, tranquila. Así era su temperamento.
Llevaba mucho tiempo queriendo realizar ese viaje, soñando con ello, quizá con excesiva sencillez, pues él no se planteaba objetivos inalcanzables. Únicamente se alteraba cuando pensaba en el futuro de sus hijos. Entonces se sentía mal, invadido por la melancolía y la tristeza, desamparado, y se ponía a rezar, a cumplir con los ritos de la peregrinación, pero siempre con una extraña calma. Una mañana, al salir de la Mezquita Grande de La Meca, no encontró sus babuchas, recién estrenadas y confeccionadas por un artesano de Fez. Se sorprendió de que se las hubiera robado un peregrino. No lo entendía. Era algo inadmisible. Su indignación se apaciguó cuando un compañero de habitación le contó que unas bandas de malhechores atacaban diariamente a los peregrinos y les robaban su dinero. Añadió: cuando las autoridades detienen a alguno, le cortan la mano; por cierto, hoy a la hora del azalá del mediodía cortarán unas cuantas en la plaza pública. ¡Estás invitado al espectáculo! La semana pasada azotaron a un yemení por haber faltado al respeto al hijo de un emir. Hace un año, condenaron a muerte a un cristiano, creo que era de Italia, porque lo pillaron con una chica perteneciente a una gran familia saudí, y está prohibido que una musulmana salga, mejor dicho, se vea a escondidas, con un no musulmán, y no digamos ya casarse con él. ¡Aquí no se andan con chiquitas, tienen sus leyes, dicen que está escrito en el Corán y tiran para adelante! ¡No hay nada más que hablar! No existe ningún derecho. Nosotros venimos aquí a rezar ante la tumba de nuestro amado profeta, cumplimos con las oraciones, con el ritual, y luego regresamos a nuestro país, si es que no hemos muerto aplastados en el tumulto o nos han dejado mancos, pues pueden equivocarse y acusarte de robo, y, sin comerlo ni beberlo, te encuentras con una mano menos, es lo que se llama justicia rápida, no hay tiempo de pensar, de todos modos, aquí, más vale no pensar, aquí te entregas a Dios, sin el menor titubeo, perteneces a Dios y Dios dispone de ti como quiere."

Tahar Ben Jelloun
El retorno 



"Pero, en fin, ¿por qué hablamos de traición? El enemigo no traiciona."

Tahar Ben Jelloun