"Ella le había escuchado, prestando atención obediente al cisne que de hecho la corriente había acercado a la orilla, mientras sumergía el pico y se doblaba a continuación para explorar irascible dentro del penacho níveo que tenía en el pecho; pero estaba pensando menos en el cisne que en los jóvenes bigotes sobre las mejillas de Henry, sólo que sus pensamientos se habían fundido, por lo que se preguntó si los rizos castaños de Henry serían tan suaves como las plumas sobre el pecho del cisne, y estuvo a punto de alargar una mano distraída para comprobarlo. Entonces él se olvidó del cisne, como si no hubiera sido más que una estratagema para cubrir su vacilación, y, antes de que ella se diera cuenta, él estaba hablando con vehemencia, inclinándose hacia delante e incluso tocando un volante de su vestido, como si estuviera ansioso, aun siendo inconsciente de ello, por establecer algún tipo de contacto entre él y ella; pero para ella, todo contacto auténtico se había cortado desde el momento en que él había empezado a hablar con tanta vehemencia, y ya ni siquiera sentía el ligero impulso de extender la mano y tocar los rizados bigotes de sus mejillas. Esas palabras que él tenía que pronunciar con tanta vehemencia, con el fin de que su tono pudiera transmitir todo su peso; esas palabras que parecía sacar de algún lugar serio y secreto, izándolas desde el fondo del pozo de su personalidad; esas palabras que pertenecían a la región de las cosas importantes y adultas… esas palabras lo alejaron de ella más deprisa que un águila elevándolo en sus garras hacia el cielo. Se había ido. La había abandonado. Incluso mientras le contemplaba diligente y escuchaba, sabía que él estaba ya a millas y millas de distancia. Había pasado a la esfera en que la gente se casa, engendra y da a luz niños, los educa, da órdenes a los criados, paga impuestos, entiende de dividendos, habla de forma misteriosa en presencia de los jóvenes, toma decisiones por sí misma, come lo que le gusta, y se va a la cama a la hora que le apetece. Mister Holland estaba pidiéndole que le acompañara a entrar en esa esfera. Le estaba pidiendo que fuera su esposa.
Para ella, aceptar resultaba claramente imposible. La idea era absurda. No podía seguir a Mister Holland a esa esfera; podía seguirle, quizá, menos que a cualquier hombre, ya que sabía que era muy brillante, y que había sido escogido para ese misterio, el más remoto e impresionante de todos, una Carrera. Había oído decir a su padre que el joven Holland llegaría algún día a ser virrey de la India. Eso significaría que ella tendría que ser virreina, y ante semejante posibilidad ella le había dirigido una mirada de cervatillo asustado. Mister Holland, interpretando inmediatamente esa mirada de acuerdo con sus deseos, la había estrechado en sus brazos y la había besado en los labios con ardor, pero con comedimiento."

Vita Sackville West
Toda pasión apagada



"Es increíble lo esencial que te has vuelto para mí... Maldita seas, criatura mimada. No conseguiré que me ames más traicionándome así."

Vita Sackville-West
Vita a Virginia Woolf, desde Trieste, 21 de enero de 1926.



"He estado buscando un jardín desde que llegué a Persia y aún no lo he encontrado. Sin embargo, los jardines persas gozan de una excelente reputación. Hafiz y Saadi cantaban las excelencias de las rosas con frecuencia, hasta llegar incluso al aburrimiento, pero en persa las rosas no tienen nombre, lo que más se aproxima es -flor roja-. Da la impresión de que se ha producido un malentendido en algún momento."

Vita Sackville-West
Pasajera a Teherán



“He llegado a la conclusión, después de muchos años de –a veces- tristes experiencias, de que uno no puede llegar a ninguna conclusión.”


Vita Sackville-West



"La autoridad tiene todas las razones para temer que el escéptico, la autoridad Rara vez se puede sobrevivir en la cara de duda."

Vita Sackville-West


"Las mujeres, como los hombres, deben tener su juventud tan saturado de la libertad que odian la idea misma de la libertad."

Vita Sackville-West


"Lo que es bello es bueno, y aquel que es bueno pronto será bello."

Vita Sackville-West


Los gatos más grandes

Los gatos más grandes con ojos dorados
miran afuera entre los barrotes.
Hay desiertos y diferentes cielos
y noches con diferentes estrellas.
Rondan por las montañas aromáticas;
con igual ferocidad matan y se acoplan
y mantienen libre la voluntad
para vagar, vivir y beber hasta saciarse;
pero más allá de su entendimiento esto sé yo:
El hombre quiere un poco y morirá por mucho tiempo.

Estas especies a través del desierto moran
donde los tulipanes florecen entre piedras,
ignorando que sufrirán cambios
o que los buitres picotearán sus huesos.
La fuerza es eterna para ellos,
gobiernan el terror de la noche,
cazan el ciervo en su fuga
y con arrogancia hieren;
pero yo soy sabia si ellos son fuertes:
El amor de los hombres es transitorio como larga la muerte.

Mas ¡qué poder de engaño!
Mi entendimiento se ha transformado en esperanza,
en este instante creo
en el amor y me burlo de la muerte.
Vine de ninguna parte y seré
fuerte, inmutable, rápida, eternamente.
Soy un león, una piedra, un árbol,
y como la estrella Polar en mí
está clavado mi constante corazón en ti.
Ah, quede yo para siempre ciega
con leones, tigres, leopardos y sus semejantes.

Victoria Sackville-West conocida como Vita Sackville-West


"No conozco ningún relato verídico de este tipo de relaciones, ninguno que se haya escrito sin la intención de provocar el regocijo vicioso de los posibles lectores. Tengo la convicción de que, a medida que avanzan las edades y los sexos se van mezclando debido a sus crecientes semejanzas, esas relaciones dejarán de ser consideradas meramente antinaturales y se las comprenderá mucho mejor, no sólo en su aspecto intelectual sino en el físico. La psicología de personas como yo será entonces asunto interesante, y habrá de reconocerse que hay mucha más gente de mi tipo que lo aceptado hoy día en un sistema hipócrita."

Vita Sackville West
Autobiografía




"No fue aquello lo único que descubrimos de Seyed, porque, como si intentara de forma deliberada que conociéramos el tercer aspecto de su vida, nos guio hasta su tienda del bazar. Hasta entonces no habíamos sabido a qué se dedicaba: era tabaquero. Nos reveló su vida de un modo tan completo, destapó con una gravedad tan hermosa las tres miniaturas de su existencia, condujo todo el asunto con tanta autoridad que podría haber dado pie a sospechar que era un artista consciente de su talento, pero eso, por descontado, era completamente imposible. Nos sentamos allí en su tienda a fumar y a tomar té, mientras el tráfico del bazar pasaba de largo y nuestro mercader exponía sus opiniones sobre las relaciones ruso-persas. Seguía mostrándose perfectamente tranquilo y digno, y era como si aquel breve interludio en la corte de su hogar secreto jamás hubiera tenido lugar, pues no hizo ninguna referencia a él. Se colocó tras el mostrador y sus largos dedos de uñas anaranjadas juguetearon distraídos con las pesas de latón y la balanza. De aspecto bien cuidado y aire noble, era un hombre que controlaba su vida. El local estaba repleto hasta el techo de paquetes de cigarrillos amontonados, envueltos en papeles de vivos colores; de vez en cuando se detenía un transeúnte y Seyed se incorporaba para bajar un paquete, o para pesar una pizca de tabaco que liaba en un papel, todo ello con movimientos sosegados; y luego dejaba que las monedas que recibía a cambio fueran cayendo de sus dedos al cajón como si no le importaran más que simples gotas de agua. Era curioso contemplar el bazar de aquella forma, desde el ángulo contrario, desde dentro, mirando hacia el exterior y no hacia el interior. Llegó luego el hijo de Seyed, un jovencito alto de tez oscura, muy parecido a su padre; tenía tienda propia calle arriba. Seyed lo miró con orgullo. Sabía leer y leyó a su padre una carta que este había sido incapaz de descifrar. ¿Cuál sería, me pregunté, la relación entre el hijo y la mujer de la segunda casa? ¿Sabría siquiera de su existencia? ¿O lo sabría todo al dedillo? Se me presentó entonces una nueva maraña de relaciones; ¿Qué comunicación debía de existir, por ejemplo, entre las mujeres esquivas que habían enviado para que nos sacaran agua, para que nos hicieran la cena, y la de la túnica azul que tan brevemente se había mostrado tras la rosa amarilla, la mujer consentida, la mujer adorada? ¿Eran rivales? ¿O tal vez señora y criadas? ¿O, de forma deliberada, extrañas unas a otras? Eran cosas que jamás averiguaría, por mucho que me interesasen, secretos que debía dejar (yo, que me alejaba para volver a una vida de mayor variedad) a la aldea sagrada y al comerciante persa."

Vita Sackville West
Pasajera a Teherán



"Pero estaba contenta de que a la anciana señora Jarrold —lady Orlestone— le hubiese agradado Miles.
La vida en Londres era más complicada que la vida en el castillo de Miles. Miles era muy solicitado en Londres. Pronto comprendió Evelyn que si empleaba estas tretas con Miles, no le vería nunca. Con todo, perversamente, siguió empleándolas. Miles se desquitaba inmediatamente. No mostraba paciencia ninguna bajo este trato. La gente lo requería y si Evelyn decidía que él eligiese sus planes, Miles tenía infinidad de planes que elegir. Miles lo demostró claramente, sin rodeos. Entre ellos se había reanudado la batalla. Evelyn no quería ceder; Miles tampoco.
Al final cedió ella.
Evelyn recordaba los días pasados en el castillo. En ocasiones habían tenido batallas muy significativas, pero, en general, cada día había aportado la adecuada conclusión. Aunque hubieran peleado como amantes durante el día, cada noche los había unido de nuevo como amantes. Vistos retrospectivamente, los días en el castillo de Miles eran idílicos, perfectos. Evelyn nunca había sido tan feliz como en el castillo de Miles. Era lo bastante sensata para reconocer que de ella, y solo de ella, dependía la continuación de su felicidad trasladada a Londres.
Tenía que hacer concesiones. Miles era orgulloso y obstinado. Ella era vanidosa y estaba mimada. Pero su vanidad y sus caprichos eran de una especie insignificante y superficial. Ella era insubstancial comparada con Miles. Tenía que adaptarse a él. Miles era un hombre completo, y ella solo una mujer vacía —vacía de todo, salvo del poder de complacer a Miles durante las horas ociosas de este—. Tenía que hacer concesiones, tenía que subordinar sus vanidades a las necesidades de él.
Ya no le importaba la crítica de los Jarrold. Estaba determinada a recuperar los días en que ella y Miles habían sido tan felices.
Él también era feliz —Evelyn podía verlo—. Miles se expandía y florecía; ya no la atormentaba si ella no lo hacía. Evelyn ordenó abiertamente a Mason que dijera que no estaba en casa cuando Mr. Vane-Merrick estuviera de visita. Oían el timbre de la puerta y se reían juntos al oír que Mason cerraba la puerta en pos del intruso. Aun eran más felices encerrados en el piso de Evelyn de lo que lo habían sido en el castillo.
Era cálido; era privado. Dan había vuelto al colegio. Evelyn había sufrido tormentos de conciencia al verle marchar; y no de conciencia tan solo, que es una cosa árida, sino también tormentos de amor. Amaba a Dan. Lo amaba de un modo animal. Su belleza joven y adolescente la conmovía; la conmovía su mentalidad joven y perpleja; Dan era su creación. El hecho de que su padre hubiese muerto lo hacía más exclusivamente suyo; el hecho de que su padre no hubiese tenido arte ni parte en la formación de Dan, exceptuando un breve episodio, desagradable y esencialmente incontributivo. Dan no era un Jarrold.
Toda la tarde ella y Dan habían observado el reloj. Hubo tostadas con mantequilla para el té. Dan, como Miles, gustaba de las tostadas con mantequilla, y, aunque Evelyn llegara a olvidarlo, Privett se acordaba siempre. Siempre se servían tostadas con mantequilla para el té el día que Dan regresaba a Eton. (Privett se enfadó un día que Mr. Vane-Merrick trajo consigo un tenedor para hacer tostadas). Y, empaquetados y dispuestos en el recibimiento, había siempre dos botes de miel y dos de mermelada. Los había empaquetado Privett cuidadosamente con recio papel de embalar color marrón."

Vita Sackville West
Historias de familia



Poema perdido

"Cuando a veces paseo en silencio contigo
al aire libre por las amplias praderas floridas,
escucho tu parloteo y doy gracias a los dioses
por la amistad sincera que hizo de ti mi compañera
Pero en la pesada fragancia de la noche febril
busco en tus labios una caricia más loca
y arranco secretos de tu carne complaciente
y agradezco al destino que hiciera de ti mi amante.

Ella camina por el encanto que creó
entre el manzano en flor y el agua,
camina por el estampado brocado de retazos
Querido, no se me ocurrió nada en serio.
Pensé en matar pura y simplemente.
Ya pasó ese capricho loco, estás a salvo,
pero dime de una vez antes de que termine,
qué es más gentil según tu Iglesia,
asesinar el cuerpo o destruir el alma."

Vita Sackville-West



“Quiero a Virginia, ¿Quién no lo haría?, pero realmente, querido, mi amor por Virginia es una cosa diferente de las otras: es una cosa mental, una cosa espiritual, una cosa intelectual. Me inspira un sentimiento de ternura que supongo deriva de la divertida mezcla que presenta de fortaleza y debilidad. La fortaleza de su mente y su terror permanente de volverse loca otra vez… No se qué efecto podría tener para ella. Éste es un fuego con el que no me quiero quemar… Le tengo demasiado afecto y un gran respeto. Además, ella sólo lo hizo con Leonard, un terrible error, y enseguida lo dejaron. Así que, para ella, todo es desconocido. O sea que ya lo ves, en este caso soy prudente; lo sería menos si me sintiese más entusiasta… déjame serte franca… me he acostado dos veces; eso es todo; me parece que ya te lo había comentado. Ahora ya lo sabes y espero que no te haya ofendido.”

Vita Sackville-West
Cartas dee Vita a Harold


Selección

"Teníamos un jardín en la colina,
Plantamos rosas y narcisos,
las flores que cantan los poetas ingleses,
y aguardamos la gloria primaveral.
Plantamos malvarrosas amarillas
y humildes variedades dulzonas
y aguileñas en carnaval
y soñábamos con el festival del estío.
Y que el otoño no se quedase atrás,
como heredero del sol veraniego,
recubriendo su leonada cabeza
con amapolas y enredaderas escarlatas.
Esperamos que crecieran todas ellas
plantamos hileras ornamentales
y lavandas y borrajas azules
Ay, esperamos tú y yo
pero sólo el amor creció.

Vita Sackville-West



"Vio entonces que él tenía un aspecto muy extraño; se había cambiado la ropa de Londres por un traje de tweed, pero estaba congestionado y no hacía más que llevarse la mano a la corbata y volverla a bajar. Con la otra, metida en el bolsillo de la chaqueta, manoseaba algo que llevaba en el bolsillo; lo sacaba a medias y luego, pensándolo mejor, lo volvía a guardar. Parecía como si con dar aquella orden a la doncella se le hubiera vaciado temporalmente el depósito de la decisión y estuviera esperando a que se le volviera a llenar para extraer más. Entretanto mantenía una mirada muy fija sobre Sylvia, y tragaba saliva; la nuez se le atascaba en el cuello de la camisa, y tosió un par de veces como si el hacerlo le fastidiara, como si se sintiera ridículo. A Sylvia se le ocurrió una idea absurda: «Va a vomitar», pensó; y luego pensó: «tiene alguna mala noticia que darme», y su pensamiento voló hacia Margaret, porque sabía que George no habría vacilado de ese modo para darle una mala noticia referente a Sebastian. Le habría dicho de sopetón: «Acabo de saber que Sebastian se ha lesionado hoy jugando al polo», o lo que fuera el accidente; así que Sylvia apartó en seguida ese terror de su mente, y al mismo tiempo sintió que la sangre le huía del cuerpo como si de pronto se la hubieran extraído toda, tal había sido su espanto y tal el alivio al darse cuenta de que era infundado.
[...]
Algo de la imitación que hacía Sylvia de su pomposidad provocó en él una ira física, una exasperación como la que suscita un golpe en el codo; la agarró por las muñecas y la sacudió atrás y adelante, y al cabo la arrojó sobre la cama. Ella, jadeante, descompuesta, le miró con mudo pavor; la violencia era un elemento que no había entrado nunca en su composición de la vida. La habitación lujosa, el blando lecho, la colcha de seda, todo era incompatible con aquella conducta primitiva. En un mundo en el que los modales lo eran todo, ¿Qué quedaba a donde agarrarse si se tiraban los modales por la borda, si los hombres empezaban a tratar a sus mujeres como mujeres y no como damas? El propio George, casi de inmediato, se quedó igualmente horrorizado. Por un instante permaneció erguido sobre ella, temblando de pasión y asustado de su deseo de asesinar; luego su educación volvió a imponerse, y sintió vergüenza y estupor de que pudiera haber una escena así entre personas como él y Sylvia."

Vita Sackville West
Los eduardianos