"Efectivamente, entre un matorral de escoberas y cantuesos, separada de todas las demás y un poco en alto, con su sobradillo de tejas y su escalera labrada en la greda rojiza, se alzaba, bajo una cúpula de adobe, la guarida de Don Tejas, muy semejante a los nidos de barro que Gerardo había visto tantas veces en los árboles y en las cornisas de su país.
Una higuera en todo su verdor y llena de frutos pequeños todavía daba su sombra azul a un bíblico horno blanqueado, muy arrimado a la ermita.
Nucha bajó del automóvil y, sintiendo sobre ella los ojos de Gerardo, trepó la escalera con ágil elegancia. Una vez arriba, golpeó sin vacilar.
Después de un buen rato, en que Nucha y Gerardo estuvieron a punto de retirarse, se abrió la puerta y un hombre muy grande, con la tez de ese color reseco de los huesos amarillos que se encuentran en los osarios y una barba larga y muy negra, apareció en la penumbra, sin adelantarse del todo hasta el umbral y con un grueso garrote en la mano. Tenía los ojos enrojecidos, como si hubiera estado durmiendo.
Les hizo entrar.
Dos negros candiles de hierro y una vela de sebo alumbraban la tenebrosa espelunca, dejando ver, hacia el fondo, el jergón de hojas de maíz que servía de lecho.
Nucha, dándose por conocida, dijo quién era aquel amigo y el cargo que desempeñaba en la Alhambra. El ermitaño, meneando la cabeza afirmativamente, como si ya lo supiera, fijó en Gerardo sus ojos."

Enrique Larreta
Gerardo o la torre de las damas


"La ciudad entera, odorífera de santidad, parecía haberse levantado hasta una región convecina de Dios y flotar en pleno prodigio, entre el vuelo cuasi visible de los ángeles. Las almas ardían como los perfumados carbones de aquel místico brasero, hurgoneadas por la penitencia, atizadas por el aleteo de la incesante plegaria. El milagro estaba en todas partes. Se posaba aquí y allá, a modo de un ave inverosímil y familiar. Se hablaba de él con regocijo, pero sin espanto.
El nombre de Teresa de Jesús, la religiosa andante, la garduña de almas, la picara sublime, reaparecía con frecuencia en los diálogos. Muchos de los que allí se reunían eran sus parientes, algunos habían parlado y chanceado con ella en los locutorios de la Encarnación y de San José; otros, más ancianos, la conocieron muchacha, con harto amor a las galas y a los olores y poniendo motes a los galanes. Se referían con el mismo entusiasmo sus prodigios que sus gracejos, y todos se complacían en hablar llanamente de un ser que los ojos del alma veían ahora en la gloria del Paraíso.
—Grande injusticia ha sido llevarnos la gran reliquia de su cuerpo—dijo Alonso de Valdivieso, al terminar la narración de una graciosa entrevista que tuvo con ella en Medina del Campo.
—Esa trapacería se la debemos al Duque de Alba —replicó el señor de Navamorcuende.
Entonces, aprovechando del vocerío que suscitaron aquellas palabras de don Enrique, un padre carmelita refirió en voz baja a Ramiro que, no hacía mucho, temiendo que se llevasen nuevamente de rondón el cuerpo milagroso, una hermana lega del convento de Alba de Tormes, en medio de una noche de tempestad, habíase dirigido al sepulcro de la madre Teresa, y descubriendo el cadáver, le abrió el pecho con un filoso cuchillo, metió la mano por la herida y arrancó el corazón. Luego, aquella sobrehumana mujer, poniendo la reliquia entre dos platos de roble, se lo llevó consigo a la celda. Al siguiente día el inconfundible perfume que embalsamaba los claustros, denunció el sublime sacrilegio."

Enrique Larreta
La gloria de don Ramiro



"La excesiva riqueza de vocabulario suele encubrir pobreza de pensamiento."

Enrique Larreta


“Los hombres son como vasijas de barro, que no valen sino por lo que guardan.”

Enrique Larreta