"Juliana. ¡Por vida del demonio, que se escapan por no hablarte! ¡Siempre dije yo que ese hombre era canalla y Poquito a poco con esas palabritas de canalla. Porque aunque usted sea mi tía, y aunque seas tú mi hermana, basta que el otro es quien es; y en tocando a Pocas Bragas, no sufriré habladurías; aquí no hay más agraviada que mi persona, y estoy contenta como una pascua; y porque si él no fuese hombre para cumplir su palabra, yo soy mujer para hacerle que la cumpla a bofetadas; y sobre todo, San Juan, cada uno rasque su sarna. Si tú tuvieras vergüenza, le habías de sacar el alma o despedirte por siempre jamás, de verle la cara. ¿Yo vergüenza? Que si quieres. Pues como tú tienes tanta.
¿Qué tiene que ver ahora la vergüenza, con la gana que ahora le ha venido al otro de ir a visitar madamas?
Andrea. Dice bien, que no parece que eres la propia casta.
Juliana. Pues haga usteci cuenta, tía, que si soy desvergonzada, lo habrá aprendido de usted.
Andrea. No me provoques, Juliana, porque como se me llenen las narices de mostaza, te daré una sobra, que no merezcas descalzarla, que para eso soy tu tía.
Juliana. ¿Y quién le da a usted lianzas de que yo me estaré quieta? Acuérdese usted de marras y dejemos lo empezado.
Colasa. Mas valía que esas plantas se las echaras al novio que te ha de dejar colgada de los caballos.
Juliana. ¿A mí? Tiene poca gente España para defenderle a él, sólo con que le pasara por la cabeza. Y sin dalles a los alguaciles blanca, ni alborotar los presillos... Y sobre todo cogí maña y con prudencia compone sus cosas la gente honrada; y para dar que decir siempre hay tiempo."

Ramón De La Cruz
Las majas vengativas


“La fama de las mujeres se regula, como la de los médicos, por las visitas que tienen.”

Ramón de la Cruz Cano y Olmedilla




SABASTIÁN: Soy quien soy; soy tu amigo, ve, sosiega,
y tus cosas dispón, pues esto naide
lo sabe sino yo y las verduleras.

¡Oh, amor! Cuando en dos almas te introduces,
y más cuando son almas como éstas,
¡qué heroicos pensamientos las sugieres,
y con qué heroicidá los desempeñan!
Pero Manolo viene; ¡santos cielos!
Aquí del interés de la tragedia;
y porque nunca la ilusión se trunque,
influya Apolo la unidad, centena,
el millar, el millón y, si es preciso,
toda la tabla de contar entera.

Ramón de la Cruz Cano y Olmedilla
Manolo