"Buttercup ya tenía las orejas y la nariz llenas de Arenas de Nieve, y sabía que si abría los ojos, un millón de diminutas partículas de esta arena se le meterían bajo los parpados, y ya comenzaba a sentir un miedo atroz. ¿Cuánto tiempo llevaba hundiéndose? Parecían horas; contener la respiración comenzaba a hacerle daño. "Has de contener la respiración hasta que yo te encuentre -le había dicho él-, has de adoptar la postura del muerto en natación, cerrar los ojos, contener la respiración y yo acudiré en tu ayuda y los dos tendremos una preciosa anécdota para contarle a nuestros nietos." Buttercup siguió hundiéndose. El peso de la arena comenzaba a aplastarle los hombros."

William Goldman
La princesa prometida



"En esta planta, en la parte trasera había un tercer comedor frecuentado por las personas aficionadas a la conversación. Así que entraron, Doc se puso de pie. Echó una breve ojeada a Elsa, luego sacudió la cabeza. —Creo que dijiste que era bonita —le dijo a Babe—. Realmente, Tom, algún día tendré que darte una conferencia sobre los cánones de la belleza. —Este es Hank —dijo Babe. Así se llamaban en público. Hank y Tom. Ningún motivo que lo justificara, realmente. Todo comenzó después de que H.V. muriera. Sentían entonces la necesidad de aferrarse a las cosas. Los secretos venían a cuento. Y a poco precio. Un puente que les unía. Necesitaban usar el secreto a todo pasto después de la muerte de H.V. Tenían que aferrarse el uno al otro; las corrientes eran demasiado poderosas, el torbellino de los rumores le arrastraría a uno, le arrebataría el aliento, le arrastraría al mar. —Es usted muy simpática —le dijo Doc—, no más simpática que Grace Kelly, pero con el tiempo la eclipsará. Se sentaron. Cuando apareció el camarero, Doc preguntó a sus invitados si no les importaba que eligiera el menú por ellos. Babe y Elsa se apresuraron a decirle: «Por favor.» Doc habló en francés unos instantes, el camarero le contestó en el mismo idioma y desapareció. Elsa comentó lo bien que hablaba Doc el francés. —Gracias, ojalá lo hablara como usted dice. No sé lo que, en realidad, le dije al camarero. Trataba de indicarle que nos trajera una botella de «Chablis». ¿Sabe usted qué vino es el «Chablis»? Un Borgoña. —le dirigió a Babe una amplia sonrisa—. Los mejores se dijera que tienen los ojos verdes: son los vinos que más se parecen a los diamantes —y al decir «diamantes» miró a Elsa y le rozó suavemente una mejilla con las puntas de los dedos. ¡Córcholis!, pensó Babe. Simpatiza con ella ¡qué maravilloso! No, pensó Babe, cuando hubieron terminado la cresta de trufa y el cordero al horno, no es tan maravilloso. La cena, que en un principio prometía ser un ágape delicioso, ahora se le estaba atragantando. Porque Doc no parecía dispuesto a apartar sus manos de ella. ¡Basta!, quería gritarle a Doc. ¡No te dejes sobar por él!, quería gritarle a Elsa. Pero no se podía gritar en el «Lutèce». En el «Lutèce», los comensales hablaban en voz baja. Uno reía entre dientes o se pasaba por los labios el extremo de la servilleta o asentía con un movimiento de cabeza cuando el camarero le vertía vino en el vaso sin que se lo pidiera; uno departía amablemente, pensara lo que pensase para sus adentros, incluso si su propio hermano cortejaba a su novia a todo trapo y en sus mismas narices. En medio de todo esto, uno debía mostrarse impávido, civilizado, como ahora se decía."

William Goldman
Marathon Man


“La fama es como la cocaína: la gente piensa que puede dominarla, pero no puede.”

William Goldman


"Si la escena de la ducha en Psicosis fue el horror de los sesenta, y lo fue para mí, entonces el equivalente a los cuarenta fue la escena en la que murió la madre de Bambi. Y luego la frase: "El hombre ha entrado en el bosque"."

William Goldman