"Así pasaron las semanas, los meses, el verano, y a su alrededor George veía las evidencias de esta disolución, este naufragio de un gran espíritu. Las venenosas emanaciones de la supresión, la persecución, y el miedo permeaban el aire como vapores miasmáticos y pestilentes, manchando, enfermando y plagando las vidas de todos aquellos que conocía.
(…)
Algo me ha hablado en la noche, quemando los cirios del año menguante; algo ha hablado en la noche, y me ha dicho que moriré, no se dónde. Diciendo: "Perder la tierra que conoces, por un mayor conocimiento; perder la vida que tienes por una mejor vida; dejar los amigos que amaste, por un amor más grande; encontrar una tierra más amable que el hogar, más grande que la tierra. Donde se encuentran los cimientos de los pilares de esta tierra, hacia los cuales tiende la conciencia del mundo se está levantando un viento, y los ríos fluyen."

Thomas Wolfe
No se vuelve a casa




"Detrás del pequeño y desperdiciado caracol que yacía allí recordó de repente el cálido rostro moreno, los ojos blandos, que una vez se habían fijado en él.
(…)
Ante el desolado horror de Dixieland, ante el oscuro camino del dolor y la muerte por el cual las grandes extremidades de Gant ya habían comenzado a descender, ante toda la soledad y aprisionamiento de su propia vida la cual lo había roído como el hambre, estos años en la escuela de Leonard florecieron como manzanas doradas.
(…)
Sin embargo, mientras se paraba por última vez al lado de los ángeles del porche de su padre, parecía como si la Plaza estuviera lejos y perdida; o, debería decir, era como un hombre que se para sobre una colina encima del pueblo que ha dejado, sin embargo no dice "El pueblo está cerca," sino que vuelve sus ojos hacia la distante y elevada cordillera."

Thomas Wolfe
El ángel que nos mira




“En el sueño nos acostamos todos desnudos y solos, en sueño estamos unidos en el corazón de la noche y la oscuridad, y estamos extraño y hermoso sueño, porque nos estamos muriendo de la oscuridad y no conocemos la muerte.”

Thomas Wolfe


“La cultura es el arte elevado a un conjunto de creencias.”

Thomas Wolfe



“La más segura cura para la vanidad es la soledad.”

Thomas Clayton Wolfe


La mayoría de las veces que pensamos estar enfermos, lo creamos en la mente."

Thomas Clayton Wolfe



“La razón por la que un escritor escribe un libro es olvidarse de un libro y de la razón, un lector lee uno es para recordarlo.”

Thomas Wolfe



“La soledad es y siempre ha sido la experiencia central e inevitable de todo hombre.”

Thomas Wolfe


“La tarea del escritor consiste en mostrar como el contexto social influye en la psicología personal.”

Thomas Wolfe


"Los hombres barren las hojas en el patio mientras los niños andan por ahí con sus tirantes y el humo pone su aroma alrededor. Las hojas de los robles, grandes y marrones, se acumulan sin cesar en los jardines y cunetas: amortiguan bien las rodillas de los niños que juegan en la calle. El fuego chasqueará y azuzará como un fuste, el humo agrio y penetrante irritará los ojos; en los campos cosechados, como un ejército de langostas, las pequeñas víboras de fuego lo devorarán todo, dejando a su paso un tosco y negro borde de rastrojo chamuscado.
El fuego entierra una espina de recuerdos en el corazón.
La hierba escarchada, afilada como un bosque de pequeños cuchillos de hielo, se derrite al mediodía: el verano ha terminado pero el sol calienta de nuevo y hay días de oro y carmín sobre la tierra. El verano ha muerto, la tierra espera, el suspense y el éxtasis roen los corazones de los hombres. El sol arde con tonos sangrientos a medida que se pone, hay destellos colorados en los cubos maltrechos, el gran establo adquiere la antigua luz mientras el chico vuelve a casa con la leche tibia y espumeante. Enormes sombras se alargan en el campo, la vieja luz roja muere rápidamente y los ladridos crepusculares de los sabuesos suena remoto y lleno de escarcha: suenan los astutos silbidos dirigidos a los perros de la escarcha y el silencio. Eso es todo. El viento se enrosca y traquetea entre las viejas hojas marrones, y las del gran roble no dejan de caer a lo largo de la noche.
Los trenes cruzan el continente en medio de un torbellino de polvo y ruido, las hojas cubren los rieles al paso de la locomotora: los grandes trenes se abren camino a lo largo de barrancos y desfiladeros; pasan atronadores sobre los puentes, por encima del oscuro y poderoso rumor de los portentosos ríos; trepan por las colinas, bordean la hojarasca marrón de los campos esquilmados; pasan como una exhalación por las estaciones vacías de los pequeños poblados, y su ritmo frenético palpita regularmente por toda la nación.
Campos y colinas, pendientes y barrancos y abismos, montañas y planicies y ríos, territorio salvaje de árboles talados; un matorral de maleza tupida, retorcida y oscura; una meseta, un desierto y una plantación; un fabuloso paisaje sin amabilidades acotado por cercas; una inmensidad de pliegues y circunvoluciones que no puede memorizarse, que nunca se puede olvidar, que nunca ha sido descrita. Exhausta después de la cosecha, potente gracias a cada fruto, a cada mineral, la inconmensurable riqueza del mundo se torna parda con el otoño. Flagrante y desbocada, y al mismo tiempo extática y perenne: así es la tierra americana en octubre.
Y los poderosos vientos barren y aúllan por toda la tierra: rugen a lo lejos entre grandes árboles. Y los chicos se agitan extasiados en sus camas, pensando en demonios y en descomunales remolinos de ese viento. Y toda la noche se escucha la nítida e inclemente lluvia de bellotas y castañas, que no dejan de caer en medio del silencio viviente y los remotos y escarchados ladridos de los perros, en medio de la torpe y menuda agitación de plumas en los corrales encalados, mientras resplandece la voluminosa y baja luna de otoño, ora enredada entre las ramas desnudas de los pinos, ora en el linde absorto que forman las copas en la cima, a veces dejándose caer con su luz fantasmal y lechosa sobre las ondulaciones del terreno, sobre la pelusa llena de rocío de las calabazas, a veces más blanca, más pequeña y más brillante, pero elevándose siempre sobre la colina de la iglesia, elevándose también sobre un millón de calles, sobre la tierra inmersa en rocío y silencio.
En medio de esas noches, el repique de las campanas heladas brotaba de su cáscara en el aire absorto y la gente lo escuchaba desde sus camas. La gente no hablaba ni hacía aspavientos, el silencio roía la oscuridad como una rata, la gente susurraba en su corazón: «El verano vino y se fue, vino y se fue, ¿y ahora...?».
No dirán nada más, no tendrán nada más que decir: sólo recordarán a los que llevan tanto tiempo muertos; recordarán los rostros olvidados, los rostros perdidos; y pensarán (con el ruido de fondo de los grandes barcos en el río, de sus silbatos) en aquello que no se puede expresar con palabras.
La oscuridad era lo único que se movía a mi alrededor mientras yacía en la cama, pensando y sintiendo la oscuridad, sintiendo y pensando en la oscuridad. Sólo una puerta chirriaba suavemente en algún lugar de la casa.
Pensaba: «Octubre es la estación del regreso, el tiempo de anhelar todo lo perdido, incluso los amores perdidos. Las bocas de los jóvenes están secas y amargas a causa del deseo: sus corazones, nuestros corazones, fueron heridos con las espinas de la primavera; con las espinas de abril, cruel y florido».
Pensaba: «La primavera no tiene lenguaje, sólo un grito. Aun así, más cruel que abril es la serpiente del tiempo».
Octubre es la temporada del regreso: hasta el pueblo parece renacer. La corriente de la vida está en todo su esplendor nuevamente, regresan los atuendos a la moda y los negocios fáciles, y los cuerpos de los pobres quedan a salvo del calor y de la extenuación. La miseria y el terrible bochorno del verano caen en el olvido, como caen en el olvido el recuerdo de los tejados calientes y las paredes húmedas, el infierno del sudor y del esfuerzo, la preocupación sin esperanza, el limbo de caras grasientas y pálidas. Ahora, la felicidad y la esperanza renacen de nuevo en los corazones de millones de hombres; la gente respira de nuevo el aire con apetito, los movimientos están llenos de vida y energía."

Thomas Wolfe
Una puerta que nunca encontré



“¿No es esto el verdadero sentimiento romántico?; no el deseo de escapar de la vida, sino evitar que la vida se escape de ti.”

Thomas Wolfe


"¡Oh fantasma perdido, batido por el viento, vuelve a nosotros!"

Thomas Wolfe


"Se volvió, y la vio entonces, y al encontrarla, se perdió, y al así perderse a sí mismo, se encontró, y al verla, vio por un desvaneciente momento sólo la placentera imagen de la mujer que quizás era, y que la vida veía. Nunca supo: sólo supo que a partir de ese momento su espíritu estaba atravesado con el cuchillo del amor."

Thomas Wolfe
Del tiempo y el río



"¡Soledad para siempre y polvo de nuevo! Sombrío hermano y severo amigo, rostro inmortal de oscuridad y de noche, con quien he pasado la mitad de mi vida y con quien permaneceré hasta mi muerte. ¿Qué tengo que temer mientras esté conmigo?"

Thomas Wolfe


"Y pese a todo, aún me encontraba muy lejos de la culminación efectiva de un libro. Cuán lejos estaba todavía no era capaz de preverlo. Tendrían que pasar otros cuatro años para que el primero de la serie de libros en la que estaba trabajando quedara listo para salir a imprenta, y si entonces hubiera sabido que durante esos cuatro años se acumularían en mí cien vidas, con cien nacimientos y cien muertes, llenos de angustia, derrotas y triunfos, si entonces hubiera intuido la brutal extenuación, la fatiga, francamente no sé si habría encontrado las fuerzas para continuar. Me sostuve gracias al exuberante optimismo de la juventud. Mi temperamento, que suele ser pesimista en muchos sentidos, siempre ha rebosado un curioso optimismo en lo que respecta al tiempo y, aunque hubiera transcurrido más de un año y todavía no hubiera escrito más que largos cantos sobre el sueño y la muerte, preparado incontables notas y trazado aquí y allá los tenues contornos de un primer patrón formal, yo estaba convencido de que hacia la primavera o el otoño del siguiente año mi libro milagrosamente estaría terminado.
En la medida en que me es posible describirlo con algo de precisión, el avance de mi trabajo durante aquel invierno en Inglaterra no se produjo con arreglo al plan diseñado, sino de la manera que antes mencioné: escribiendo algunas de las partes que yo sabía que debían integrar el libro. Entretanto, lo que de veras estaba ocurriendo en mi conciencia creativa durante todo ese tiempo, aunque yo entonces no pudiera darme cuenta, era lo siguiente: lo que en realidad estaba haciendo, lo que había estado haciendo en todo ese tiempo desde mi descubrimiento de Estados Unidos en París el verano anterior era explorar día a día, mes a mes, con una ciega intensidad, todo el dominio material de mis recursos como hombre y como escritor. Según mis estimaciones más prudentes, esta exploración tuvo lugar en un lapso de dos años y medio. De hecho, todavía continúa, si bien no con la misma concentración absorbente, pues el trabajo al que me condujo, el trabajo que después de un infinito gasto de energía me ayudó a precisar maravillosamente, ese trabajo había alcanzado tal estado de definición que la tarea inmediata de culminar la obra era la única que entonces ocupaba el interés y la fuerza de mi vida.
En cierto modo, durante aquel periodo de mi existencia creo que fui como el viejo marinero, que, desfigurado por una dolorosa agonía y a fin de liberarse de ésta, comienza a contarle su relato al invitado a la boda.1 De acuerdo con mi propia experiencia, los mejores invitados a la boda fueron los grandes libros de contabilidad en los que escribía, y me temo que, de haber caído en manos de un lector, acaso le habrían parecido unos relatos totalmente incoherentes, tan carentes de sentido como si los hubiera escrito en caracteres chinos. En ningún caso espero ofrecer aquí una idea exhaustiva de la magnitud de esta labor en la que invertí tres años de trabajo y alrededor de un millón y medio de palabras. Incluía de todo, hasta listas gigantescas y vertiginosas de los pueblos, ciudades, condados, estados y países que había visitado, pasando por descripciones minuciosas, desesperadas y evocadoras de las carrocerías, los muelles, ruedas, bridas, ejes, colores, pesos y demás características de los vagones de tren estadounidenses. Había listas de los cuartos y casas donde viví o donde dormí al menos una noche, además de las descripciones más puntillosas y nostálgicas de esos espacios: su tamaño, su forma, el color y el diseño de los papeles de pared, el modo en que colgaba una toalla, el chirriar de una silla, las manchas de humedad en el techo. Había incontables tablas, catálogos, descripciones que aquí sólo puedo clasificar bajo el encabezado general de cantidades y números. ¿Cuál era la suma total de las poblaciones de Europa y América? ¿En cuántos de esos países había vivido una experiencia personal significativa? En el lapso entre mis veintidós y mis treinta y nueve años de vida, ¿a cuánta gente había conocido? ¿Con cuántas personas me había cruzado en la calle? ¿A cuántas había visto en trenes o en el metro o en teatros o en estadios de béisbol? ¿Con cuántas de esas personas había tenido algún tipo de vivencia fundamental e iluminadora, ya fuera de gozo, de dolor, de ira, de piedad, de amor o simple compañerismo, por breve que fuera?"

Thomas Wolfe
Historia de una novela