"Cuántas veces he pensado en esas lágrimas, esas lágrimas del supremo Inca del imperio ignorado por tanto tiempo, sobre el altiplano, en las márgenes lejanas del Pacífico —esas lágrimas, esas pobres lágrimas de esos grandes ojos rojos suplicando a Pizarro y a Almagro. En ello solía pensar cuando, de niño, me detenía largo tiempo en una oscura galería, en Lima, ante ese cuadro histórico, oficial, aterrador. Se ve en primer lugar —bello estudio de desnudo y expresión-a las mujeres del emperador americano, furiosas de dolor, pidiendo que las maten, y aquí, rodeado por el clero con sobrepellices, y de cruces cirios encendidos, no lejos de Fray Vicente de Valverde, a Atahualpa, tendido sobre el aparato horrible inexplicable del garrote, con su torso moreno desnudo, y su rostro flaco visto de perfil, mientras que a su lado los Conquistadores rezan, fervientes y feroces. Rodeado por la majestad de las Leyes y los esplendores de la Iglesia, es uno de esos crímenes extraños de la Historia, tan desbordantes de angustioso horror, que no podemos creer que no sigan durando, en alguna parte, más allá del mundo visible, eternamente; y en este mismo cuadro, tal vez, perduren siempre el mismo dolor, las mismas plegarias, las mismas lágrimas, similares a los designios misteriosos del Señor. E imagino sin esfuerzo, en este instante en el que escribo solo, abandonado por los dioses y los hombres, en un apartamento completo del Sonora Palace Hotel (distrito de California), sí, imagino que en alguna parte de este hotel, en una habitación radiante de lámparas eléctricas, silenciosamente, esa misma terrible escena—esa escena de la historia nacional peruana que machacamos a los niños, allá, en nuestras escuelas—, se desarrolla exactamente como hace cuatrocientos años en Caxamarca.
—¡Ay! ¡Que alguien no vaya a equivocarse de puerta!"

Valery Larbaud
La muerte de Atahualpa


"Lo terrible de la necedad es que puede semejarse a la sabiduría más profunda."

Valéry Larbaud


"Nuestra breve jornada pronto habrá terminado: los últimos años se abren ante nosotros como estas calles; y el colegio sigue estando allí, y esta plaza en cuadrículas, y la vieja iglesia en la que hemos visto entrar muerto a Verlaine. En el fondo, a pesar del mar y de tantos caminos, jamás hemos salido de aquí, y toda nuestra vida habrá sido un pequeño viaje en círculos y zigzags por París. E incluso después, aquí nos quedaremos, invisibles, olvidados, pero siempre habitando la ciudad de la infancia y del primer amor, con el asombro de los doce años y del encuentro, que aún nos hace murmurar entre el gentío: Porque sabes que siempre te he querido y un transeúnte, que me ha oído, se da la vuelta."

Valery Larbaud
La rue Soufflot



"Para cuando ya lleve muchos años de muerto, y andando en la neblina se entrechoquen los taxis, al igual que hoy (las cosas en nada habrán cambiado)¡que pueda ser yo fresca mano sobre una frente! sobre la frente de alguien que canturrea en su auto a lo largo de Brompton Road, Holborn o Marylebone, y contempla, pensando en la literatura, los negros monumentos entre el aire amarillo. Que pueda ser el suave y oscuro pensamiento que se lleva en secreto por el bullicio urbano, el breve alto en el viento que siempre nos empuja, niños perdidos en ferias de vanidades; y que el dos de noviembre simplemente engalanen mi debut en lo eterno con un poco de musgo."

Valery Larbaud
Deseos del poeta