"El amor no es decisivo, ni la fidelidad. Me refiero a la fidelidad de todos los días, que no sirve más que para proteger la infidelidad. La fidelidad acrisolada, ésa es la que vale. La fidelidad conquistada, pues, no la impuesta por las convenciones. Ahora puedo demostrar mi valor, quiero demostrarlo y lo demostraré, ahora es mi momento."

Theodor Fontane
La adúltera


"Estaba obscureciendo cuando llegaron ante la casa de la Nimptsch y Botho, que había recuperado rápidamente su alegría y buen humor, quiso asomarse sólo un momento para despedirse inmediatamente después. Pero cuando Lene le recordó todo tipo de promesas y la señora Dörr le llamó la atención con guiños y voz intencionada sobre el fruto doble que aún tenía que comer a medias, cedió Botho y se decidió a pasar allí la velada.
—Eso está bien —dijo la Dörr—. Yo también me quedo. Es decir, si me lo permiten y no les estorbo con su fruto doble. Porque nunca se puede saber. Sólo quiero llevar el sombrero y el mantón a casa y enseguida vuelvo.
—Pues claro que debe usted volver —dijo Botho, dándole la mano—. Nunca volveremos a estar juntos siendo tan jóvenes como ahora.
—No, no —se echó a reír la Dörr—, nunca volveremos a estar juntos siendo tan jóvenes como ahora. Y en realidad es totalmente imposible, aunque mañana volviéramos a estar juntos. Pues un día es un día y también cuenta y por eso es una verdad como un templo que no volveremos a estar juntos siendo tan jóvenes como ahora. Y nadie puede negarlo.
Continuó así en este tono durante un buen rato y el hecho, no discutido por nadie, de envejecer a diario le gustó tanto que repitió lo mismo todavía algunas veces. Sólo entonces se fue. Lene la acompañó hasta el zaguán, pero Botho prefirió sentarse junto a la señora Nimptsch y mientras le colocaba de nuevo sobre los hombros la toquilla, que se le había caído, le preguntó «si no estaba enfadada porque le había robado a Lene durante algunas horas. Pero había sido muy bonito y sobre el montón de hierbas piojeras, donde habían estado descansando y charlando, se habían olvidado totalmente de la hora».
—Sí, los que son felices se olvidan de que el tiempo pasa —dijo la anciana—. Y la juventud es feliz y está bien y así debe ser. Pero cuando uno envejece, querido señor barón, se le hacen a uno las horas largas y uno desearía que se le acabasen los días y también la vida.
—Eso lo dice usted por decir, abuela. Viejo o joven, realmente a todos nos gusta vivir. ¿No es verdad, Lene, que nos gusta vivir?
Lene, que volvía del zaguán y acababa de entrar en la habitación, corrió hacia él, como impresionada por su palabras, y le abrazó y le besó mostrando un apasionamiento generalmente extraño en ella.
—Lene, ¿pero qué te pasa?
Pero ya se había vuelto a dominar y rechazó con un rápido movimiento de la mano el interés de Botho, como diciendo: «No preguntes». Y seguidamente, mientras Botho seguía hablando con la señora Nimptsch, se dirigió al armario de la cocina, revolvió allí buscando algo y volvió enseguida y con un rostro completamente sereno, trayendo un librito cosido en papel azul que tenía el aspecto del que usan las amas de casa para apuntar sus gastos diarios. Lo abrió y enseñó a Botho la última página, en la que la mirada de éste enseguida tropezó con el subrayado título: «Lo que es necesario saber»."

Theodor Fontane
Errores y extravíos 


"La granja forestal de Hoppenmarieken apenas había sido cubierta en sus alrededores por la inexistencia de un desnudo camino. Este camino, visto siempre como algo ajeno, se situaba en ángulo recto con el pueblo, unos cien metros detrás de la granja comenzaba a ascender hacia la colina, en la línea paralela tantas veces mencionada, a modo de camino de entrada a la mansión Nussbaumallee. Era el barrio pobre de Hohen-Vietz, donde estaban alojados todos los depravados y marginados de la sociedad, habiéndose convertido en una especie de campamento gitano, sin que el gobierno del pueblo se preocupara en exceso por estos individuos. Siempre fue así, y sólo se intervenía cuando fuera necesaria la mediación de algún castigo o admonición.
El estatus moral de los guardas forestales coincidía en cierta forma con su apariencia. Las cabañas de sus habitantes diferían sólo en su parte frontal y posterior, pero el humo de las estufas se levantaba sobre todos sus techos. La nieve cubría todo con total igualdad.
En el pasado, ya se encontraba a mitad de la colina Lehmkate, el Hoppenmarieken con el que empezamos nuestro capítulo. El Kofen se había desvanecido y en su lugar quedaba el vestigio de una casita que por lo demás nunca tuvo una entrada o una abertura de luz. Un cubo con sólo dos ojos. El interior constaba de poco espacio. La sala era tan estrecha como profunda, completamente a oscuras en la época del verano, pero un pequeño ramalazo de luz se filtraba a través de la puerta abierta, mientras que en el invierno tenían que quemar algunos leños en la chimenea.
Entonces Hoppenmarieken estaba en casa. ¿Pero quién era Hoppenmarieken? Hoppenmarieken era una enana. Nadie sabía a ciencia cierta su historia. La más vieja de la alta Vietz había llegado a la aldea hacía aproximadamente unos treinta años, como una vagabunda, al igual que algunos otros antes y que otros después, era vista con ojos desfavorables. El propietario en aquel entonces, el anciano Berndt von Vitzewitz había tenido piedad de ella y jocoso ante los conflictos y preocupaciones circundantes, afirmaba que tenían la fortuna de contar con alguien tan antiguo como grotesco, con las mismas botas de agua, la misma bufanda y la reconocible falda de friso rojo, semejando en su conjunto un palo curvado en forma de varilla."

Theodor Fontane
Antes de la tormenta


"Los libros tienen su orgullo. Cuando se prestan, no vuelven nunca."

Theodor Fontane


"Por grande y fuerte que sea el corazón humano, hay algo todavía mayor: su fragilidad y su debilidad, variable como el tiempo."

Theodor Fontane


"Una recta economía no debe olvidar que no siempre se puede ahorrar. El que se obstina en hacer ahorros en todo instante, está perdido."

Theodor Fontane