"Disculpen mis malos modales. Últimamente he asistido a una escuela poco adecuada para el aprendizaje de maneras civilizadas."


P. D. James


"El hombre se degrada si vive ignorando su pasado; sin la esperanza de un futuro se convierte en una bestia."

P. D. James


"El mundo de los enfermos terminales no es el mundo de los vivos, sino el de los muertos."

P. D. James


"Era como un niño pequeño exhibiendo sus juguetes, deseoso de obtener la aprobación de los demás."

P. D. James


"Es difícil que un régimen que combina una vigilancia perpetua con una indulgencia total permita un sano desarrollo."

P. D. James




"Hace ya siglos se aceptó que las mujeres tienen alma. ¿No va siendo hora de que se acepte que también tienen mente?"

P. D. James



"La generosidad es una virtud de los individuos, no de los gobiernos. Cuando los gobiernos son generosos es porque se trata del dinero de otros, de la seguridad de otros, del futuro de otros."

P. D. James



"La gente debería decidir si quiere vivir o morir, y hacer una cosa o la otra, causando los menores inconvenientes a los demás."

P. D. James


"La historia, que interpreta el pasado para comprender el presente y enfrentar el futuro, es la disciplina más ingrata para una especie en vías de extinción."

P. D. James



"La igualdad es una teoría política, pero no una política práctica."

P. D. James



"La mayoría de nosotros recibimos más amor del que merecemos."

P. D. James
El faro





"Lo que un niño no recibe, difícilmente lo dará después."


P. D. James



"Los que cambian el mundo no son los que tienen mucho amor propio, sino los hombres y mujeres que están preparados para hacer el ridículo."

P. D. James


"Martha no contestó. No había, efectivamente, nada que decir. Si Sally Jupp realmente había sido asesinada por ese motivo, el círculo de sospechosos no era muy grande. Dalgliesh comenzó a hacerle repasar con tediosa meticulosidad los acontecimientos de la tarde y la noche del sábado. Poco podía decir de la kermés. Aparentemente no había participado en ella, salvo una vuelta por el jardín antes de darle al señor Maxie su cena y acomodarlo para la noche. Cuando volvió a la cocina, era evidente que Sally le había dado a Jimmy su té y le había llevado arriba para bañarlo porque el cochecito estaba en el fregadero y la bandeja y la taza del niño estaban en la pileta. La muchacha no apareció y Martha no había perdido el tiempo en buscarla. La familia se había servido sola la cena que era comida fría, y la señora Maxie no la había hecho venir. Después la señora Riscoe y el señor Hearne habían ido a la cocina para ayudar a lavar los platos. No preguntaron si Sally había vuelto. Nadie la mencionó. Hablaron más que nada de la kermés. El señor Hearne se había reído y bromeado con la señora Riscoe mientras lavaban. Era un señor muy divertido. No habían ayudado a preparar las bebidas calientes. Eso se hacía más tarde. La lata de chocolate estaba en un aparador con las demás provisiones. Y ni la señora Riscoe ni el señor Hearne se habían acercado al aparador. Ella se había quedado en la cocina todo el tiempo que estuvieron allí.
Cuando se fueron vio la televisión durante media hora. No, no se había preocupado por Sally. La chica volvería cuando le viniera en gana. A eso de las nueve menos cinco Martha había puesto una cacerola con leche a calentar despacio al lado de la cocina. Esto se hacía en Martingale la mayoría de las noches para que ella pudiera acostarse temprano. Había colocado las tazas en una bandeja. Había tazas grandes y platillos dispuestos para cualquier huésped que quisiera una bebida caliente por la noche. Sally sabía muy bien que la taza azul pertenecía a la señora Riscoe. Todos en Martingale lo sabían. Después de ocuparse de la leche caliente, Martha se acostó. Estaba en la cama antes de las diez y media y no había escuchado nada anormal en toda la noche. Por la mañana había ido a despertar a Sally y había encontrado la puerta cerrada. Fue a decírselo a la señora. El resto él ya lo sabía.
Llevó más de cuarenta minutos extraer esta información nada notable, pero Dalgliesh no mostró ningún signo de impaciencia. Ahora llegaron al hallazgo en sí mismo del cuerpo. Era importante descubrir hasta qué punto el relato de Martha coincidía con el de Catherine Bowers. Si coincidía, entonces al menos una de sus teorías provisionales podía resultar acertada. El relato coincidió. Pacientemente siguió adelante y preguntó por el Sommeil faltante. Pero aquí tuvo menos éxito. Martha Bultitaft no creía que Sally hubiese encontrado comprimidos en la cama de su amo.
—A Sally le gustaba hacer creer que se ocupaba del amo. A veces hacía un turno por la noche si la señora estaba muy cansada. Pero a él no le gustaba que estuviera con él nadie que no fuera yo. Me encargo de todas las tareas pesadas. Si hubo algo escondido en la cama yo lo habría encontrado.
Había sido su discurso más extenso. Dalgliesh sintió que había en ella convencimiento. Finalmente le preguntó por la lata de chocolate vacía. Aquí, de nuevo, habló tranquilamente pero con una certeza serena. Había encontrado la lata vacía sobre la mesa de la cocina cuando bajó a preparar el té por la mañana temprano. Había quemado el papel de adentro, lavado la lata, y luego la había dejado en el cubo de basura. ¿Por qué la había lavado antes? Porque a la señora no le gustaba que se echaran al cubo latas pegajosas o grasosas. La de chocolate no estaba grasosa, naturalmente, pero eso no importaba. En Martingale se lavaban todas las latas usadas. ¿Y por qué había quemado el papel de dentro? Bueno, no podía limpiar el interior de la lata con el forro dentro, ¿no es cierto? La lata estaba vacía, de modo que la enjuagó y la tiró. Su tono sugería que ninguna persona razonable podría haber hecho otra cosa.
Realmente, Dalgliesh no veía cómo su historia podía ser eficazmente puesta en tela de juicio. Se le cayó el alma a los pies ante la idea de interrogar a la señora Maxie sobre el método habitual de disponer de las latas usadas de la familia. Pero, una vez más, sospechó que Martha había sido aleccionada. Estaba empezando a ver el esbozo de una trama. La infinita paciencia de la última hora bien había valido la pena."

P. D. James
Cubridle el rostro


"Me pregunto si la infancia es en realidad para alguien una época feliz. Tal vez sí. Recibir tan joven la bendición de la felicidad debe de tener el efecto de que uno intente después siempre recuperar lo inalcanzable."

P. D. James
El faro




"Para un niño, todas las islas son islas del tesoro."

P. D. James


El faro


“Puedes luchar contra la intolerancia, la estupidez o el fanatismo cuando llegan por separado. Pero si aparecen los tres juntos, lo más sabio, si se quiere mantener la salud, es largarse.” 

P. D. James



"Ni tú ni yo somos quienes éramos. Volvamos la vista hacia el pasado solo si este nos da placer, y hacia el futuro con confianza y esperanza."

P. D. James




"No ha sido como dos barcos que se cruzan en la noche, sino como dos barcos que navegan lado a lado durante algún tiempo, pero que se dirigen a puertos distintos."


P. D. James
El faro


"Nuestra experiencia se reduce sólo al momento presente, (...), y comprender eso es lo más cercano a la vida eterna que conocemos."

P. D. James
Hijos de hombres


"Nunca he creído que el genio sea una excusa para la mala educación."

P. D. James
El faro


"Nunca resulta tan difícil felicitar a un amigo por su buena fortuna como cuando esa buena fortuna parece inmerecida."

P. D. James


"Salieron juntas del recinto del cementerio. Al llegar a las puertas, se separaron. La señorita Goddard dio unos golpecitos a Cordelia en el hombro, con el torpe afecto que habría podido mostrar a un animal, y luego se encaminó despacio hacia el pueblo.
Mientras Cordelia seguía con su coche la curva de la carretera, apareció a la vista el paso a nivel. Acababa de pasar un tren y se estaban levantando las barreras. Tres vehículos habían quedado atrapados en el cruce y el último de la fila se puso en marcha enseguida, y aceleró para adelantar a los dos primeros automóviles mientras avanzaban lentamente dando sacudidas por encima de los raíles. Cordelia vio que era una furgoneta pequeña de color negro.
Más tarde, Cordelia recordaba poca cosa del viaje de regreso a la cabaña. Conducía de prisa, fijaba su atención en la carretera que tenía delante y trataba de dominar su creciente excitación concentrándose en el manejo de los pedales. Llevó el Mini muy cerca del seto delantero, sin preocuparse de si alguien podía verlo. La cabaña estaba y olía tal y como ella la había dejado. Casi había esperado encontrarla saqueada y desaparecido el libro de oraciones. Dando un suspiro de alivio, vio que el blanco lomo del libro aún estaba allí, entre las cubiertas más altas y más oscuras. Cordelia lo abrió. Apenas sabía lo que esperaba encontrar; quizás una dedicatoria, o un mensaje, críptico o llano, una carta doblada entre las hojas. Pero la única dedicatoria que halló posiblemente no guardaba la menor relación importante con el caso. Estaba escrita con una letra trémula, anticuada; la plumilla de acero había garabateado como una araña sus trazos sobre la página. «Para Evelyn Mary en el día de su confirmación, con el amor de su madrina, 5 de agosto de 1934».
Cordelia sacudió el libro. Ningún trozo de papel salió volando de sus hojas. Pasó las páginas rápidamente. Nada. Fue a sentarse en la cama, desconcertada. ¿Había sido absurdo imaginar que había algo importante en el legado del libro de oraciones? ¿Se había levantado Cordelia un prometedor edificio de conjeturas y misterio sobre los confusos recuerdos de una anciana, recuerdos de una acción perfectamente corriente y comprensible... de una madre devota y moribunda que dejaba en herencia a su hijo un libro de oraciones? Y aun suponiendo que no estuviese equivocada, ¿por qué había de encontrarse el mensaje todavía allí? Si Mark hubiese encontrado una nota de su madre, colocada entre las hojas, bien podía haberla destruido después de leerla. Y si él no la hubiese destruido, alguien más podría haberlo hecho. La nota, si había existido, en ese momento ya formaba probablemente parte del montón de ceniza blanca y restos carbonizados de la chimenea de la cabaña.
Hizo un esfuerzo para salir de su desaliento. Todavía había una línea de investigación que seguir; intentaría localizar al doctor Gladwin. Tras reflexionar un breve instante, puso en su bolso el libro de oraciones. Al mirar su reloj vio que era casi la una. Decidió comer un poco de queso y fruta en el jardín y luego dirigirse otra vez a Cambridge para visitar la biblioteca central y consultar la guía médica.
Aún no había transcurrido una hora cuando encontró la información que quería. Sólo había un doctor Gladwin en el registro que pudiera haber atendido a la señora Callender pues era un anciano de más de setenta años, veinte años antes. Era Emlyn Thomas Gladwin, que había hecho sus prácticas como médico en el hospital St. Thomas en 1904. Cordelia anotó la dirección en su agenda: 4 Pratts Way, carretera de Ixworth, Bury St. Edmunds. ¡La ciudad de Edmunds! La que, según Isabelle, ella y Mark habían visitado en su camino hacia el mar.
De modo que, después de todo, el día no se había perdido. Estaba siguiendo los pasos de Mark Callender. Impaciente por consultar un mapa, fue a la sección de atlas de la biblioteca. Eran las doce y cuarto. Si tomaba la carretera A45 directamente a través de Newmarket, podría estar en Bury St. Edmunds en una hora aproximadamente. Si invertía una hora en la visita al doctor y otra en el viaje de regreso, podría estar de nuevo en la cabaña antes de las cinco y media.
Conducía a través de la agradable campiña que rodeaba Newmarket, cuando advirtió que la furgoneta negra la estaba siguiendo. Se hallaba demasiado lejos para ver quién la conducía, pero pensó que era Lunn y que iba solo. Aceleró, tratando de mantener la distancia entre los dos vehículos, pero la furgoneta se aproximó un poco más. No había razón, naturalmente, para que Lunn no pudiera estar conduciendo hacia Newmarket por encargo de sir Ronald Callender pero el reflejo resultaba desconcertante. Cordelia decidió procurar que Lunn la perdiese de vista. La carretera por la que estaba viajando presentaba pocos recodos, y el paisaje no le era fami1iar. Decidió esperar hasta llegar a Newmarket, y entonces aprovecharía la primera ocasión que se le presentase.
La travesía principal de la ciudad era una maraña de tráfico y todas las bocacalles parecían estar bloqueadas. Cordelia no vio su oportunidad hasta que llegó al segundo semáforo. La furgoneta quedó atrapada en el cruce, a unos cincuenta metros detrás del Mini. Al aparecer la luz verde, Cordelia aceleró rápidamente y giró a la izquierda. Enfiló por la primera travesía a la izquierda, y luego torció a la derecha. Conducía por calles que no le eran familiares; luego, pasados unos cinco minutos, se detuvo en un cruce y esperó. La furgoneta negra no se veía. Aparentemente había conseguido escapar a la vista de Lunn. Esperó otros cinco minutos y entonces retrocedió despacio hacia la carretera principal y se unió al flujo del tráfico que se dirigía hacia el este. Media hora más tarde atravesó Bury St. Edmunds y fue bajando lentamente por la carretera de Ixwotth, buscando con los ojos Pratts Way. Lo encontró cincuenta metros más allá: era una calleja formada por una hilera de seis casitas de estuco. Detuvo el coche frente al número cuatro y se acordó de la obediente y dócil Isabelle, a la que se le había dicho que condujese un poco más allá y esperase dentro del coche. ¿Fue porque a Mark le pareció que el Renault blanco llamaba demasiado la atención? Incluso la llegada del Mini había suscitado interés. Había caras en las ventanas superiores y había aparecido misteriosamente un pequeño grupo de niños, arracimados junto a la puerta de una casa vecina y mirándola con grandes e inexpresivos ojos."

P. D. James
No apto para mujeres


"Si tratamos a los chicos como dioses desde que nacen, lo más probable es que cuando crezcan actúen como demonios."

P. D. James



"Todos hemos pecado, (...), Y no podemos esperar compasión sin demostrarla en nuestra vida."

P. D. James
La muerte llega a Pemberley



"Un asesinato (...) puede aportar una chispa de emoción en las cenas de gala (...), pero era poco el beneficio social que podía proporcionar la brutal eliminación de un simple capitán de infantería, sin dinero ni posición que lo convirtieran en personaje interesante."

P. D. James