"Costó enorme trabajo abrir la puerta, y si con hachazos y voces, insistieron los soldados, sosteniendo su temblor con plegarias, se debió a los hedores que herían el olfato como manada de aberraciones. Al entrar al cuarto, el capitán y los sacerdotes que lo acompañaban se consternaron: allí, de bruces, con señales de encarnizamiento en la espalda, y el rostro difamado por el visaje más horrendo hasta entonces visto, se hallaba el dueño de la casa, don Alonso de Bilbao, comerciante en telas. Y el escenario no podía ser más triste: un camastro, unas tablas con ropa, una mesa desértica, una silla, un grabado. Ni un libro, ni una flor, ni un cuadro. Y a la certidumbre del asesinato, otra se añadió al instante: el cuarto estaba cerrado por dentro, a piedra y lodo, no había ventanas que propiciaran la fuga, ni puertas ocultas que diesen a un pasadizo decorado con fetos de monjas.
(…)
Lo sabes perfectamente: la confusión siguiente no tiene paralelo en la memoria del hombre. Y al extinguirse risas, llantos, entusiasmos y desolaciones, la conclusión fue inapelable: los resultados del exorcismo difamaban a la guerra ancestral, la que se libra entre la luz y las tinieblas, y abarataban el mal, lo asimilaban a la sociedad de consumo, lo convertían en espectáculo banal, inofensivo, kitsch. Si, como tanto se había dicho, era normal la existencia de los demonios, podrían haber dispuesto algo en verdad artístico o inaudito, pero no esa vulgaridad de grupo de aficionados. El mundo entero se llamó a engaño y los rituales antiguos cayeron en desuso. Las presiones sobre el corazón del exorcista fueron excesivas. Hoy, y esta no es hipótesis sino certidumbre teológica, Evelio sigue paleando carbón en los infiernos."

Carlos Monsiváis
Nuevo catecismo para indios remisos



"Frente a la verja que, exceptuando en sus extremos, cierra la gruta, estaban colocados los cochecillos de los enfermos en un cuadro de dos o tres líneas por lado (menos por el de la gruta). ¡Qué cuadro! Allí estaba reunido, más que en el juicio final de Miguel Ángel, todo el sufrimiento. ¡Qué palideces, qué angustias convulsivas o inmóviles como la muerte, qué ojos de agonía y de anhelo al mismo tiempo; qué deseo de vivir en aquellos viejos paralíticos; qué indiferencia atónita en aquellos muchachos hidrópicos, deformes, tuberculosos, qué sé yo! ¡Qué estupenda clínica de hospital allí reunida; qué cantidad de incurados y de incurables! Sobre aquellos infelices la espada del ángel exterminador no había herido de punta, pero sí de plano, lastimando y  llagando para siempre. ¡Pobre, pobre humanidad, Dios mío! De todos los corazones, creyentes más ante el martirio que ante el milagro, surge callada y temblorosa esta deprecación: ¡Sálvalos, Señor sálvalos! Tú fuiste Cristo. Tú fuiste humanidad como ellos; esa misma carne, esos mismos huesos. Tú los santificaste porque los informaste para dar a tu espíritu divino una corporal vestidura. Sálvalos, Señor, redímelos; cúralos, Señora, a esos enfermos, a esos monstruos, a esos enfermos, a esos niños que no han podido delinquir ni en la sombra de un pensamiento, y que sufren tanto y que son tan horrorosos y repugnantes, cuando la infancia siempre es una belleza y un amor; cúralos, Virgen de la Montaña, monstrate esse matrem, como te dicen con voz profunda esos millares de adoradores que te invocan; madre, madre protectora de todos cuantos han creído en ti, madre misericordiosa de cuantos han perdido la fe, madre amparadora de la humanidad entera, porque la humanidad entera sufre; líbralos de su martirio con la unción de tu agua santa, “¡muestra que eres madre!”. Yo veía entrar uno a uno a aquellos misérrimos en los edículos de las piscinas (terriblemente antihigiénicas, pero en las que no ha habido, dicen muchos centenares de médicos, ninguna clase de contagio, ningún caso), yo sabía que a pesar de aquellas fervorosas deprecaciones de los que por ellos pedían, no habría milagro, pero eso no me importaba; lo que me embargaba el espíritu y se apoderaba de mi razón, era aquel milagro perpetuo de fe, que no tiene desengaños ni decepciones, que persiste, que reaviva la esperanza hasta en la agonía, hasta en la muerte, ése era el espectáculo que conmovía y removía mis entrañas. Todos ustedes los vivos estaban conmigo, todos rezaban conmigo, todos lloraban conmigo y allí conmigo sentía no sólo a los vivos, sino a los muertos, oía su voz, oía sus cantos: que nos amaron tanto —mi madre bendita, mi luz, mi gloria— el mismo cuadro que aquellos enfermos presentaban a nuestra vista, y ellos como yo, también pedían misericordia para nosotros a la madre de las misericordias."

Carlos Monsiváis
El Género Epistolar




"La amistad es la hermana de leche del amor."

Carlos Monsiváis Aceves


"La Revolución mezcla lo rural y lo urbano, lo antiguo y lo necesariamente moderno, lo nostálgico y lo profético. Y en materia de arte popular la Revolución implanta sus tradiciones gracias al corrido, las artes populares, la narrativa, la fotografía, la pintura, el grabado, la música sinfónica. Además de los géneros citados, la aportación incluye el teatro de género chico, las renovaciones de la gastronomía, el auge de las artesanías y, a partir de 1933, el cine de la Revolución y las modificaciones en la vestimenta de los pobres.
La Revolución despliega mítica y realmente un horizonte de energía, un debut de voluntades populares y de temperamento de caudillos que trastocan el orden social, una cauda de nuevos protagonistas sociales (los principales por un tiempo breve: obreros y campesinos) y la vasta transformación mental que rompe el aislamiento de la dictadura de Díaz, enseña la falibilidad de los terratenientes y caciques (que, como todos, no resisten una descarga de fusilería), le da a la violencia el carácter de partera del adelanto, indica con severidad los costos de la lucha armada, crea resistencias a lo popular y genera el amor y el odio por la epopeya, el lenguaje natural de la irrupción del pueblo. Esto, para no mencionar el culto por la Historia, no el resumen de los hechos esenciales de un pueblo o del mundo, sino su transfiguración en el paisaje del Juicio Final. La historia: aquello que conduce a su lugar eterno a las personalidades sobresalientes y al pueblo mismo.
Alan Knight señala la vitalidad de lo popular: «No puede darse la alta política sin la presencia numerosa de la política desde abajo. Esto resulta especialmente cierto si, como creo, la Revolución fue un movimiento popular genuino, y por eso mismo un ejemplo de los episodios relativamente infrecuentes en la historia, donde las masas influyen de modo profundo en los acontecimientos». Y Friedrich Katz puntualiza: «México es el único país de América Latina donde cada una de las grandes transformaciones ha estado vinculada en forma inextricable a las rebeliones rurales». Por eso las tradiciones de la Revolución se nutren de lo popular, que extrae de la lucha armada una «revolución cultural» iniciada como técnica de transformación interna y externa del pueblo o la «grey astrosa» o el infelizaje o el populacho o las masas que ennegrecen el horizonte."

Carlos Monsiváis
Esencias viajeras



"O ya no entiendo lo que está pasando o ya pasó lo que estaba yo entendiendo."

Carlos Monsiváis Aceves


"Por décadas, la industria del cine se beneficia de un status místico. Los grandes estudios, la Paramount y la Metro Goldwyn Mayer y la RKO y la United Artists y la Warner Brothers y la Twentieth Century Fox y la Universal comprueban que, ante los Monstruos Sagrados, el espectador suspende cualquier racionalidad, y difiere sus ansiedades laicas (de las religiones del siglo XX, el cine es la que mejor aprovecha el culto por vírgenes y vestales). Con un arte que
ya tiene mucho de ciencia, se negocia y procesa el pasmo y la Estrella resulta espacio sacro y bursátil y, de los años veinte a los cincuenta, a la teología celuloidal se dedican los publicistas de Hollywood, los grandes directores como Cukor, Von Sternberg o Minelli, los maquillistas y los modistos y los sombrereros, los encargados de producir el glamour a través de los efectos de luces y sombras, los escenógrafos que idealizan la opulencia que es, desde
la pantalla o desde la mitología cinematográfica, el mensaje de consolación para las masas. (Dolores, especializada en papeles de campesinas, en las fotos publicitarias encarna el lujo y los dones de la fortuna.) Cada estrella dispone de equipos que se afanan en la creación quirúrgica de la Personalidad Radiante, los secretarios y peinadoras y costureras que eliminan de su Objeto Paradisíaco los rasgos cotidianos con tal de prolongar las fantasías fílmicas.
«We had faces then!», grita Gloria Swanson en Sunset Boulevard. Y es tan sorprendente el rostro de Dolores que determina, de modo simultáneo, la apoteosis y la imposibilidad de desarrollo artístico de su poseedora. Nadie le exige seriamente a una Estrella dotes interpretativas y, desde el inicio, desde la promoción anual The Wampas Baby Stars de 1926 (que la reúne con Mary Astor, Fay Wray, Janet Gaynor y Joan Crawford), a Dolores únicamente se le solicitan acciones decorativas, refrendos de su belleza, la adecuación de su figura con los retorcimientos faciales del melodrama. Dolores es sensual y conmovedora, canta con gracia en Ramona o Evangelina, acepta y dirige las demandas de los fotógrafos, prodiga los tocados orientales, los sombreros que hacen juego con el color de la alberca o las poses de abandono que la hermosura desexualiza. Es el Rostro Latino de Hollywood, y eso implica devoción y sacrificios, la conciencia incesante de los rasgos bajo vigilancia. En el retrato de Cecil Beaton (1931), Dolores es el fruto prohibido, el hechizo ante el cual se quiebran las armas de la
civilización. En un escenario velozmente «tropical», ella es el delirio de los sentidos, la consagración de una Naturaleza a la que la técnica destruye sin remedio."

Carlos Monsiváis
Los ídolos a nado


"Si nadie te garantiza el mañana el hoy se vuelve inmenso."

Carlos Monsiváis Aceves


"—Y fuera de esto, señora Lincoln, ¿disfrutó usted de la pieza?"

Carlos Monsiváis


"Y luego había el niño de nueve años que mató a sus padres y le pidió al juez clemencia porque él era un huérfano."

Carlos Monsiváis Aceves