"Cuando la gente dice hay demasiada violencia en mis libros, lo que están diciendo es que hay demasiada realidad en la vida."


Joyce Carol Oates


“Cuando tenéis 50 empezáis a pensar cosas en las que no habías pensado antes. Yo solía pensar que envejecer tenía que ver con la vanidad, pero en realidad tiene que ver con perder gente que queréis. Tener arrugas es trivial.”


Joyce Carol Oates



"De dónde venimos no significa nada. Hacia dónde vamos y lo que hacemos para llegar allí, es lo que nos dice qué somos."


Joyce Carol Oates



"El amor combinado con odio es más poderoso que el amor. O que el odio."


Joyce Carol Oates




"El boxeo es una celebración de la religión perdida de la masculinidad, tanto más contundente por estar perdida."


Joyce Carol Oates





"El peor cinismo: creer en la suerte."

Joyce Carol Oates



"Empezaron la mañana buscando a lo largo de las orillas del río Nautauga, en la zona en la que el joven Kincaid había aparcado su jeep. Era un trecho de río que frecuentaban los pescadores, un lugar pantanoso y también lleno de rocas; entre ellas había numerosas huellas de pies, muchas superpuestas e inundadas debido a las lluvias recientes. Los perros adiestrados comenzaron la búsqueda entre ladridos de entusiasmo una vez que les presentaron prendas de ropa de la joven, pero muy pronto perdieron el rastro, si es que existía, y se limitaron a gemir y a deambular sin rumbo. Después de recorrer kilómetros siguiendo el río, que se curvaba y retorcía a través de un paisaje sembrado de rocas, se decidió cambiar de estrategia, extendiendo la búsqueda más o menos en círculos concéntricos a partir de Sandhill Point. Algunos componentes de la partida de rescate ya habían buscado antes a excursionistas y a niños perdidos en la reserva y tenían un sistema particular de proceder, pero la estrategia de la policía del condado era no separarse demasiado, mantenerse a muy pocos metros unos de otros, aunque fuese difícil lograrlo allí donde la maleza se espesaba o los árboles estaban muy juntos, porque la idea era no pasar por alto lo que hubiera podido caer al suelo, así como ropa rasgada por los brezales o enganchada en el tronco de un árbol, cualquier señal de que la chica perdida había pasado por allí, un indicio crucial que pudiera salvarle la vida.
El padre escuchaba con aire tranquilo lo que le decían, las explicaciones que le daban. En cualquier reunión pública Zeno Mayfield se presentaba como la más razonable de las personas, como alguien en quien se podía confiar.
Había hecho carrera en la vida como un hombre que convencía a otros con su indefectible inteligencia y entusiasmo. Pero ahora no tenía ocasión de dar órdenes. En la reserva forestal se sentía dominado por la impotencia. Obligado a ir a pie y dependiente de su fortaleza física y no de su habitual sagacidad.
Se esforzaba por rechazar la pavorosa posibilidad de que a su hija le hubieran hecho daño. De que su hija estuviese malherida.
Tampoco quería pensar en que se hubiera caído en algún sitio, en que se hubiera roto una pierna, que estuviera inconsciente, incapaz de oír a quienes la llamaban, incapaz de responder. Trataba de rechazar que pudiera estar en algún lugar desde donde no pudiera oírlos, porque el río, de veloz corriente, el río que había crecido mucho después de las intensas lluvias de la semana precedente, la hubiese arrastrado los casi cincuenta kilómetros hacia el oeste donde el Nautauga desembocaba en el lago Ontario.
Durante la mañana se habían producido alarmas infundadas. Falsos avistamientos. Una mujer que estaba de acampada con una camisa roja se les quedó mirando cuando se acercaban. Y su acompañante, otra joven, que salió de la tienda de campaña, se mostró hostil y asustada durante un momento.
«Perdonen, ¿han visto ustedes a...?»
«... una chica de diecinueve años que parece más joven. Creemos que está en algún sitio por los alrededores...»
A primera hora de la tarde del domingo, cuando solo llevaban siete horas de búsqueda, el padre vio a su hija a menos de cien metros.
Estremecido como por una sacudida, gritó:
—¡Cressida!
Una carrera desesperada, insensata, pendiente abajo, mientras otros voluntarios se paraban en seco para mirarlo.
Algunos vieron lo mismo que Zeno Mayfield: en la otra orilla de un riachuelo de montaña, el lugar donde la joven se había caído o se había tumbado, exhausta, para dormir.
Abundantes gotas de sudor entraron en los ojos del padre, quemándole como ácido. Corrió torpemente pendiente abajo, con un dolor agudo entre los omóplatos y en las piernas. Parecía un desgarbado animal de gran tamaño que se alzaba, tambaleante, sobre las patas traseras.
—¡Cressida!
La hija yacía inmóvil al otro lado del riachuelo, oculta en parte por la maleza. Una de sus extremidades —una pierna o un brazo— estaba hundida en el agua. El padre gritó con voz ronca —«¡Cressida!»— sin poder creer que su hija estuviera herida o con algún hueso roto: tan solo dormida, esperándolo.
Otros voluntarios se acercaban ya, corriendo. El padre no les hizo el menor caso, decidido a llegar el primero junto a su hija, despertarla y abrazarla.
—¡Cressida! ¡Cariño! Soy yo...
Zeno Mayfield tenía cincuenta y tres años. No había corrido tanto desde hacía mucho tiempo. En otra época había sido un atleta; cuando estudiaba bachillerato, muchos años atrás. Ahora el corazón le golpeó dentro del pecho como un puño formidable. Un dolor agudo, una sucesión de dolores agudos más breves entre los omóplatos. Siguió corriendo, desesperado, como con la esperanza de escapar a aquel dolor como de flechas muy afiladas. Era un hombre alto, de pecho bien desarrollado y ancha espalda musculosa; el cabello todavía espeso, de color negro azabache, excepto en donde se entrelazaba con el gris; el rostro, enrojecido por el esfuerzo de las horas pasadas bajo el calor de los Adirondacks, se estaba quedando sin sangre, con manchas oscuras y aire enfermizo; el corazón le latía con tanta dificultad que parecía quitarle el oxígeno del cerebro; con aquel ritmo no podía respirar; no podía pensar de manera coherente; las piernas, demasiado torpes, apenas le permitían sostenerse en pie. Estaba pensando Se encuentra bien. A Cressida, por supuesto, no le pasa nada. Pero cuando llegó al riachuelo de montaña vio que lo que había en la otra orilla no era su hija sino el cadáver de una cierva; una cierva descompuesta en parte; un animal joven aún, la cabeza todavía hermosa, desprovista de astas, y con una parte del pecho cubierta de sangre, desgarrado por los carroñeros.
El padre gritó, horrorizado.
Una exclamación ahogada, como si le hubieran golpeado en el pecho.
Luego cayó de rodillas, consumida toda la fuerza de sus extremidades."

Joyce Carol Oates
Carthage


"En el amor hay dos cosas: cuerpos y palabras."

Joyce Carol Oates


   "Escribir es siempre excitante porque es un reto. Nunca se sabe qué te traerá la próxima hora, por no decir el siguiente día o la próxima semana. Escribir es zambullirse en la imaginación, algo no tan distinto a sumergirse en el inconsciente del sueño, pero en una inmersión controlada, donde el control y la estrategia es muy importante."

Joyce Carol Oates


"Estamos unidos por la sangre, y la sangre es memoria sin lenguaje."


Joyce Carol Oates



"Existe la expectativa de que una generación joven tiene la oportunidad de redimir los crímenes y fracasos de sus mayores y tendría la fuerza y el idealismo de hacerlo."


Joyce Carol Oates





"La noche llega al desierto de una sola vez, como si alguien apaga la luz."


Joyce Carol Oates





"La palabra escrita es, evidentemente, muy hacia dentro, y cuando estamos leyendo, estamos pensando."


Joyce Carol Oates


"La prosa -puede especularse- es discurso; la poesía elipsis. La prosa se habla en voz alta; la poesía se escucha a hurtadillas. La primera es presumiblemente articulada y social, un idioma compartido, la voz de la "comunicación"; la otra es privada, alusiva, inquietante, tímida, idiosincrásica como la delicada tela de una araña, una especie de hechizo insondable para las mentes comunes."


Joyce Carol Oates





"La tragedia es una experiencia que ilumina el carácter."


Joyce Carol Oates





"La vida y las personas son complejas. Un escritor, al igual que un artista, no tienen la personalidad de un político: no vemos al mundo de manera tan simple."

Joyce Carol Oates


"Lee, observa, escucha intensamente. Como si tu vida dependiera de ello."

Joyce Carol Oates


"Lo que aspiré a ser y no fui, me robustece."


Joyce Carol Oates


"Los viernes por la tarde a las cuatro y media tenía la clase de piano. Se quedaba en la escuela primaria de Bay Street (con el permiso de su profesor, en la improvisada biblioteca donde para el primero de noviembre ya se había leído la mitad de los libros de las estanterías, incluidos los destinados a los alumnos de quinto y sexto grado) hasta que llegaba la hora y entonces se apresuraba, con la tensión de la expectativa, a la vecina escuela secundaria de la misma calle donde en el auditorio, en una esquina del escenario, el señor Sarrantini daba clases de piano de media hora de duración con unos niveles de concentración y entusiasmo notablemente distintos. El señor Sarrantini era director musical de todas las escuelas públicas del municipio, además de organista de la iglesia católica del Santo Redentor. Era un hombre de vientre voluminoso que respiraba con dificultad, rostro encendido y ojos vacilantes, y de una edad que ningún niño de seis años podía adivinar excepto para calificarla de «avanzada». Mientras escuchaba los ejercicios de sus alumnos, el señor Sarrantini permitía que se le cerrasen los ojos. De cerca olía a algo muy dulce como vino tinto y a algo muy fuerte y acre como tabaco. Las tardes de los viernes, cuando Zacharias Jones llegaba para su clase, era probable que el señor Sarrantini estuviera muy cansado e irascible. A veces, al iniciar Zacharias sus escalas, el señor Sarrantini lo interrumpía:
—¡Basta! No hay necesidad de insistir en lo ya sabido.
Otras veces el señor Sarrantini parecía descontento de Zack. Detectaba en el más joven de sus alumnos una «actitud deficiente ante el piano». A Hazel Jones le había dicho que su hijo tenía talento, hasta cierto punto; que era capaz de tocar de oído y que con el tiempo podría repentizar cualquier pieza de música. Pero los pasos para tocar bien el piano eran arduos, y muy específicos, la «disciplina del piano» era crucial, el niño tenía que aprender sus escalas y estudiar las piezas en el orden exacto prescrito para los principiantes antes de lanzarse a composiciones más complicadas. Cuando Zack iba más allá de sus deberes en Mi primer año al piano, el señor Sarrantini fruncía el ceño y le decía que parase. En una ocasión le dio un golpe en las manos. En otra bajó la tapa del teclado hasta media altura sobre los dedos de Zack como para aplastarlos. El niño apartó las manos justo a tiempo."

Joyce Carol Oates
La hija del sepulturer



"Miraba hacia abajo, a Marilyn, ese espectáculo de cuerpo mamífero y esplendoroso vestido "transparente". ¿Habría tenido tiempo Marilyn de preguntarse si el Presidente iba a viajar a Los Angeles para ayudarla a celebrar su cumpleaños el primero de junio? Una celebración seguramente íntima; no, era improbable que hubiese tenido tiempo de preguntárselo, porque estaba atontada ante el micrófono, y con una sonrisa ausente, lamiéndose los labios pintados de rojo como en un intento desesperado de recordar dónde estaba y qué era aquello, con los ojos vidriosos, tambaleándose sobre sus tacos de aguja."


Joyce Carol Oates




"Nada es accidental en el universo -ésta es una de mis Leyes de Física- excepto el propio universo entero, que es Accidente Puro, divinidad pura."


Joyce Carol Oates


"Nuestra casa está hecha de vidrio... Y nuestras vidas están hechas de vidrio, y no hay nada que podamos hacer para protegernos a nosotros mismos."

Joyce Carol Oates


"Qué nuestra experiencia humana más valiosa, el amor, esté siendo profanada, parodiada, ridiculizada, seguro está en el núcleo de la fascinación de nuestra cultura por la pornografía."

Joyce Carol Oates




"Si la poesía nos alimenta, el alimento ¿no es la poesía?"

Joyce Carol Oates


"Si sos escritor te colocas detrás de una pared de silencio y sin importar lo que estés haciendo, manejando o caminando o haciendo tareas domésticas... Aún así podés estar escribiendo, porque tenés ese espacio."

Joyce Carol Oates