“Arañazo profundo de la belleza, arañazo inexplicable, —dijo —.

Bajo la uña de la luna pasó el barco sin ruido
cargado de luces…”

Yannis Ritsos


Bajo el olvido


Lo único sólido que de él quedó fue su chaqueta.
La colgaron allí, en el armario grande. Fue olvidada.
Se pegó al fondo, detrás de nuestras ropas de verano, de invierno,
– nuevas cada año, para nuestras necesidades nuevas. Hasta que,
un día, llamó nuestra atención, puede que por su color extraño,
puede que por su anticuado corte. Sobre sus botones
había tres imágenes, iguales y redondas:
el muro del fusilamiento, con cuatro agujeros,
y alrededor, nuestro remordimiento.

Yannis Ritsos




“…Cayeron en el disco de la luna dos hojas.

La tercera se metió en tu pecho. ¿Que gritaste?
Pequeño, cuchillo negro —el amor y la eternidad —.”


Yannis Ritsos


“Cuando se duermen, doce estrellas salen de sus bolsillos vacíos.”

Yannis Ritsos


“… El espejo también es una ventana
Si salto desde aquí, caeré en mis brazos.”


Yannis Ritsos


“… El extranjero
se había quedado fuera del jardín regado, él solo…”

Yannis Ritsos



El sospechoso

Cerró la puerta con llave. Miró hacia atrás con desconfianza
y se guardó la llave en el bolsillo. Le detuvieron en esa postura.
Le maltrataron durante meses. Hasta que una noche confesó
(y quedó demostrado) que la llave y la casa
eran suyas. Pero nadie pudo entender
por qué había escondido su llave. De modo que
a pesar de habérsele declarado inocente, siguió siendo
                                                                                        sospechoso para todos.

Yannis Ritsos



En el espejo...

En el espejo
en su esquina derecha
encima de la mesa amarilla
dejó las llaves.
Tómalas. No abre el cristal.
No abre.

Yannis Ritsos




“…”En la cabeza tengo un pájaro”, dice. “No puedo sacarlo”.
La sombra de dos grandes alas llena el cuarto.”

Yannis Ritsos



"Estos árboles no transigen con tener menos cielo, estas piedras no transigen con los pasos enemigos, estos rostros no transigen más que con el sol, estos corazones no transigen más que con la justicia. Este paisaje es duro como el silencio, aprieta contra su seno sus piedras incandescentes, aprieta contra la luz sus olivos huérfanos y sus vides, aprieta los dientes, no hay agua, solamente luz. El camino se pierde entre la luz y la sombra del seto es hierro. Los árboles, los ríos y las voces se convirtieron en mármol bajo la cal del sol, con el mármol tropiezan las raíces, los arbustos polvorientos, la mula y la rosa, jadean, no hay agua, todos tienen sed, años enteros, todos mastican un bocado de cielo además de su amargura. Sus ojos están rojos de insomnio, una profunda arruga clavada entre sus cejas como un ciprés entre dos montes al anochecer. Sus manos están pegadas al fusil, el fusil es una prolongación de sus manos, sus manos son una prolongación de sus almas, tienen sobre sus labios el furor y tienen una pena profunda, muy profunda en sus miradas, como una estrella en un charco de sal. Cuando estrechan la mano el sol está seguro para el mundo, cuando sonríen vuela una pequeña golondrina de su barba feroz, cuando duermen doce estrellas nacen de sus bolsillos vacíos, cuando mueren sube la vida cuesta arriba con tambores y banderas. Hace ya tantos años que todos tienen hambre, que todos tienen sed, que todos mueren sitiados por tierra y mar, el calor devoró sus campos y la sal inundó sus casas, el viento derribó sus puertas y deshojó las pocas lilas de la plaza, por los agujeros de sus capotes entra y sale la muerte, sus lenguas están ácidas como el amargo fruto del ciprés, sus perros se murieron envueltos en sus sombras y la lluvia golpea en sus huesos. Fuman boñigas arriba en las guaridas, convertidos en piedra y por la noche vigilan el rabioso mar donde se ha hundido el mástil roto de la luna. Se ha terminado el pan. Las balas se acabaron, ahora cargan sus viejas armas, solo con sus corazones. Tantos años sitiados por tierra y mar, todos tienen hambre, todos perecen y nadie se muere, arriba, en las guaridas, sus ojos centellean, una gran bandera, un gran fuego rojo, y, cada amanecer, millares de palomas vuelan desde sus manos hacia las cuatro puertas del horizonte."

Yannis Ritsos
Grecidad, Capítulo I



La misma estrella


"Los tejados empapados brillan a la luz de la luna. Las mujeres
se arropan con sus chales. Se apresuran a esconderse en sus casas.

Si se quedan un poco más en el umbral, les va a ver llorar la luna.

Él sospecha en cada espejo
una mujer distinta, transparente, encerrada en su propia desnudez

-por más que quieras despertarla, no despierta-.

Se durmió oliendo una estrella.
Y él huele aquella misma estrella manteniéndose en vela."

Yannis Ritsos


La mujer azul

Se mojó la mano en el mar.
Se volvió azul, la mano.
Le gustó.
Se zambulló desnuda en el mar.
Se volvió azul.
Azules también su voz y su silencio.
La mujer azul.
Todos la admiraron.
Nadie la amó.

Yannis Ritsos



La tierra y el agua

"Se inclinó sobre el pozo —un círculo de oscuridad,
oscuridad lustrosa y fresca —. Y allí en el centro,
su rostro lleno de luz, sitiado. Entonces,
tiró el cubo y subió agua. ¡Acaso
con tanta sed se había bebido su rostro? Ahora
necesitaría como poco una máscara
semejante a él; (¿si no, como iba a andar
entre los hombres). Tomo tierra y agua,
amasó el barro cuidadosamente; pero no recordaba
cómo era su rostro. Miró sus manos
—entre sus dedos colgaba, rojísimo, el barro —."


Yannis Ritsos


“Llegan y se van los días, sin plan y sin sorpresas.
Las piedras se empapan de luz y de memoria.
Hay uno que coloca una piedra por almohada…”

Yannis Ritsos





“… Los pájaros
miran un momento por los tejados y se van.
Por la noche, en la vecina taberna, se reúnen los sepultureros,
comen pescado frito, beben, cantan
una canción con muchos agujeros oscuros…”


Yannis Ritsos


“Quien tropieza
en el vacío
quien se agrieta
y dice: yo
echa hojas
florece.
Así luchamos”


Yannis Ritsos



"Plácida tarde de finales de verano. Soleada. Una que otra nube. Algo como el primer soplo del otoño. Una periodista joven, enviada por un importante grupo de publicaciones, remonta el antiguo y mítico cerro, atraviesa las puertas que ya nadie vigila, sube las escaleras de piedra y golpea el aldabón de la casa señorial que se halla casi en ruinas. Con la palma de la mano percibe el calor del metal. La anciana Señora, en persona, baja a abrirle. La conduce hasta una espaciosa sala que huele a polvo, a rosas marchitas, a seda y a terciopelo enmohecidos. La joven se dirige a ella con gran respeto. Le explica el motivo de su visita, «Una entrevista», le dice. Algo le comenta, además, sobre su «libertad pura, silenciosa y solitaria». La Señora, visiblemente conmovida, con un rubor infantil en su rostro pálido y surcado de arrugas, hace girar con los dedos pulgar y medio de la mano derecha una curiosa sortija que lleva en el anular de la mano izquierda. La escucha con una atención educada, en la que apenas si se adivina cierta ausencia, cierta perplejidad y una predisposición imprecisa. Silencio. Las empolvadas lágrimas de cristal del candelabro lanzan de cuando en cuando algún reflejo. Afuera, en el jardín, se oye apacible la voz del viejo jardinero que conversa, quizá, con un pájaro o con un perro, o tal vez con una flor. Inmediatamente después se dejan oír las cigarras con un ímpetu repentino. Entonces la anciana Señora, como alentada y protegida por aquel confuso abejeo, comienza a hablar con un tono moderado que, sin embargo, no oculta un cierto matiz de un bienestar lejano e inexplicable.
Un pájaro se posa en el alféizar de la ventana. Da su beneplácito. Emprende el vuelo."

Yannis Ritsos
Crisótemis



Soneto del claro de Luna

En esta casa me ahogo. Y es que la cocina
es como el fondo del mar. Las pequeñas cafeteras
colgadas brillan
como redondos como inmensos ojos de peces
fabulosos,
los platos se mueven lentamente cual medusas,
algas y conchas se aferran a mis cabellos -no logro
arrancarlas,
no consigo alcanzar la superficie-
la bandeja se me cae de las manos en silencio -me
desplomo
y veo subir las burbujas de mi respiración,
suben
las miro e intento distrarme
y me pregunto: si alguien estuviera arriba y viera esas
burbujas, qué diría?
Quizás que uno se ahoga o un buzo tantea las
profundidades?

Y en verdad no son pocas las veces que descubro
allí, en el fondo del ahogo,
corales y perlas y tesoros de barcos zozobrados,
inesperados encuentros pasados, presentes y
futuros
casi una confirmación de la eternidad,
cierto alivio, cierta sonrisa de inmortalidad, como
suele decirse,
cierta felicidad, embriaguez, y también entusiasmo,
corales y perlas y zafiros;
sólo que no sé darlos -no, sí los doy;
sólo que no sé si pueden aceptarlos -y sin embargo
los doy.
Deja que vaya yo contigo.

Yannis Ritsos




"También el espejo es una ventana."

Yannis Ritsos


"Un joven oficial de la guardia había solicitado ser recibido por la Señora de la casa. Su padre había trabajado desde niño en sus tierras y se había vuelto como de la familia. Ahora, ya viejo y enfermo, envía a su hijo con una cesta de fruta y una maceta de albahaca, para que transmita sus respetos y se despida de su parte de la última descendiente de la enorme familia exterminada. La audiencia le fue concedida. El joven oficial, con un ceñido uniforme, robusto, de buen ver, con la abierta cordialidad griega propia de su origen campesino, pero también con una patente sensualidad—cultivada sin duda por el contacto con la gente de la ciudad y por la ociosidad de los cuarteles— parece particularmente conmovido, halagado y casi eróticamente perturbado frente a la cordial Señora de la casa, pintada en exceso y encorsetada que, sin embargo, conserva el vago encanto de una belleza ahora ya lejana, desvanecida. Con torpeza deposita en el suelo la cesta y la maceta como si hiciera algo indebido y transmite el mensaje de su padre. Ella le ofrece una silla frente a la ventana. Le pregunta por la salud de su padre, por sus tierras. Él habla interminablemente de la vida en los campos, de las co­sechas, de los árboles, los ríos, los caballos y las vacas.
Ella, aunque distraída, muestra un exagerado interés por todo, mientras observa aquellas fuertes manos incómodamente colocadas sobre las rodillas. Hermoso crepúsculo de primavera. Por la ventana abierta entra la luz, pálida y sonrosada. Más tarde adquiere tintes naranjas, violetas, lilas, hasta volverse profundamente azul. Desde el jardín llegan los trinos de los pájaros. De tanto en tanto algún reflejo de las pesadas joyas que ella lleva puestas va a dar a los muebles, al espejo grande, a las ventanas o al rostro del joven. De pronto, él guarda silencio. La noche está a punto de caer. Una inexplicable quietud y expectación. Quizá por eso ella comienza a hablar, como para llenar aquel vacío o evitar la irrupción de algo indelicado y, sin embargo, ineludible."

Yannis Ritsos
Ismene



“…Ya se fue la noche de ayer con su alegría,
y con su temor a perderla. Se ha ido
también la tristeza que no esperaba tener fin…”


Yannis Ritsos