A mano alzada

Sus manos son tan pequeñas y tan lampiñas que se sorprende uno de verlas pegadas a las muñecas. Uno creería que se trata de unos trapos, de sustancias blandas, dalíanas, guantes quizás, que se hubieran posado así como así en su chaleco: pero él las lleva puestas en el pecho, con las palmas volteadas sobre le chaleco —un estrechamiento, una armadura desdoblada, un éxtasis místico hacia sí mismo—. Llega una mujer que tiene por costumbre barrer los cabellos y la caspa en los hombros de los que se cruzan en su camino (al principio, lo hacía de broma y se limitaba a hacérselo sólo a sus allegados; sin embargo, aquella broma se ha vuelto para ella una misión sagrada, y abarca ahora todo el género humano). Ella ve aquellas manos puestas en el pecho de él, en su chaleco, en el mismo horizonte, y se pone a barrerlas: al caer éstas al piso, se oye un ruido flácido.
 
Anne Hébert




“En un país tranquilo hemos recibido la pasión del mundo,
espada desnuda sobre nuestras dos manos posada.”

Anne Hébert



Epitafio

Nunca hacía nada bueno; y el resto, lo hacía mal.



Misterio de la palabra

Nuestro corazón desconocía el día cuando el fuego

nos fue así entregado,
y su luz hizo un surco en la sombra de nuestros rasgos
Era ante todo flaqueza, la caridad estaba sola
adelantándose al
miedo y al pudor


Inventaba el universo en la justicia primera y éramos

partícipes de esta vocación en la extrema vitalidad
de nuestro amor


La vida y la muerte en nosotros recibieron derecho

de asilo, se miraron
con ojos ciegos, se tocaron con manos precisas


Unas flechas de olor nos alcanzaron, atándonos a la tierra

como heridas en nupcias excesivas


Oh estaciones, río, alisos y helechos, hojas,

flores, madera
mojada, hierbas azules, todo nuestro haber sangra su
perfume,
bestia olorosa en nuestro flanco


Los colores y los sonidos nos visitaron en tropel

y en pequeños
grupos fulminantes, mientras que el sueño duplicaba
nuestro
encanto como la tormenta eléctrica cierne el azul
del ojo inocente


La alegría se puso a gritar, joven parturienta

de olor salvajino
bajo los juncos. La primavera liberada fue
tan hermosa que nos tomó
el corazón con una sola mano


Los tres golpes de la creación del mundo

repicaron en nuestros
oídos, vueltos iguales a los latidos de nuestra sangre


En un solo deslumbrar se hizo el instante.

Su relámpago nos recorrió
el rostro y recibimos la misión del fuego y de la
quemadura


Silencio, ni se mueve, ni dice nada, se funda la palabra,

levanta
nuestro corazón para asir el mundo en un solo gesto
de tormenta, nos
adhiere a su aurora como la corteza al fruto


Toda la tierra vivaz, el bosque a nuestra derecha,

la profunda ciudad
a nuestra izquierda, en pleno centro del verbo,
avanzamos en la
punta del mundo


Frentes de cabellos ensortijados donde se corrompe

el silencio en pelambres almizclados,
todas las muecas, viejas cabezas, mejillas de niño,
amores, arrugas,
alegrías, duelos, criaturas, criaturas, lenguas de fuego
en el solsticio de
la tierra


Oh hermanos míos los más negros, todas las fiestas

gravadas en secreto;
pechos humanos, calabazas que son músicas
y donde se exasperan
voces cautivas.

Anne Hébert


Todos los días

Oí hablar de un extraño edificio algo apartado de la ciudad. No quería regresar a mi país sin antes haber ido allí. Por eso todos los días pregunté que si no era posible ir a verlo. Todos los días me dijeron que sí.

Anne Hébert