"Cuando se fija en ti una beldad de ojos negros, con labios dulces como una fresa madura, con un rostro delgado que los besos no han ajado, como los pétalos de una flor de manzano en mayo, y se convierte en tu amada —no digas que este amor es tuyo—: no, no te sacias de sus pechos redondos, de su talle delgado que se funde suavemente en tus brazos como la cera al fuego, tampoco te cansas de contemplar su pie pequeño, blanco, de uñas rosadas; besas uno tras otro todos los dedos de las manos y vuelves a comenzar, sí, al principio es así; es posible que ella cubra tu rostro con sus pequeñas manos y a través de la piel transparente veas a contraluz un reflejo rojo luminoso: es la sangre que circula; es posible que no le pidas nada más a tu amada de fresa, salvo los hoyuelos que se forman al sonreír, unos labios dulces, el cabello que el viento agita sobre la frente como una humareda o el cosquilleo de la sangre en los dedos: este amor será dulce para ti y para ella, pero no le pidas nada más a tu amada; llegará el día, llegará la terrible hora, llegará ese momento funesto cuando el rostro agradable se marchitará con los besos, y los senos ya no se estremecerán al rozarlos: todo ocurrirá; y tú estarás solo con tu propia sombra en los desiertos abrasados por el sol y las fuentes agotadas, donde ya no florecen las flores y cambia el color de la piel seca de la lagartija: además, puede que veas el agujero de la tarántula negra peluda, rodeada con su tela desplegada… Y tu voz ávida se elevará entre la arena, y llamarás con avidez a la patria.
Pero si tu amada es diferente, si alguna vez ha pasado por su rostro sin cejas la comezón de la viruela, si los cabellos son rojos, si el pecho está caído, si los pies desnudos están sucios y el vientre es algo prominente, si a pesar de ello es tu amada, lo que buscaste lo has encontrado en ella, es la patria sagrada de tu alma: y tú para ella eres su patria, te mira a los ojos, y entonces ya no verás a tu amada anterior: tu alma dialoga contigo, y un ángel de la guarda alado desciende sobre vosotros. Nunca abandones a esta amada: saciará tu alma y no la podrás traicionar; en esos momentos, cuando llega el deseo y la ves tal como es, su rostro marcado por la viruela y los mechones pelirrojos no provocan en ti ternura sino deseo; tu caricia será breve y grosera: se satisface al instante; entonces ella, tu amada, te mirará con desprecio y tú te echarás a llorar, como si no fueras un hombre sino una mujercita: y sólo entonces tu amada te mimará con ternura, y tu corazón se perderá en el terciopelo oscuro de sus sentimientos. Con la primera, eres un hombre tierno pero poderoso. ¿Y con la segunda? No eres un hombre sino una criatura: una criatura caprichosa, y toda tu vida irás detrás de la segunda, y nadie nunca te comprenderá, ni tú mismo comprenderás que no es amor lo que hay entre vosotros, sino la mole de un secreto que te aplasta con su misterio.
No, ni una boca rosada embellecía el rostro de Matriona Seminovna, ni unas cejas oscuras y arqueadas conferían a este rostro una expresión particular; unos labios rojos, gruesos, entreabiertos sobre una boca húmeda daban una expresión particular a este rostro; se diría que estaban entreabiertos para siempre en una sonrisa burlona y voluptuosa en un rostro muy blanco, picado de viruela, ceniciento, como quemado por un fuego; además, mechones de cabello de color ladrillo asomaban descaradamente debajo del pañuelo rojo con manzanas blancas atado alrededor de la cabeza de la carpintera (la llamaban carpintera, aunque no era más que una criada); no eran unos rasgos bellos, ni el pudor o la castidad de una doncella sensata; el balanceo del pecho de la carpintera chata, las piernas gruesas y los pies sucios con salpicaduras blancas, el vientre prominente, la frente huidiza y bestial… todo llevaba impresa la huella de un franco descaro; pero esos ojos."

Andréi Bely o Andréi Bieli

"Esta ligereza era una impresión moral. Yo siempre había tenido un poco de miedo de los "sabios" y de los "mentores"; e incluso cuando buscaba a alguien que me dirigiera, pensaba: "Es una pérdida de tiempo; mi única reacción hasta el momento ha sido responder a la enseñanza con la insolencia"; todo sabio me parecía henchido del "espíritu de gravedad"; y no podía soportar las "gravedades"; el "clic" no se producía; y sin embargo, en mi subconsciente, cada vez que veía un "sabio" me dejaba tentar; mi libre voluntad respingaba ante la eventualidad de ser dirigido, pero el deber a veces me inspiraba: "Tú no sabes gran cosa, mientras que alguien que tú no conoces sabe: alguien a quien buscas". Me angustiaba la idea de que si encontraba a ése que buscaba, "al que sabe", no podría sacar nada de ello porque sería repelido lejos de él por mi propio: "¡No, no, no es esto!". Y se levantaba en mi espíritu la imagen del "camello" pesadamente cargado de leyes y de preceptos que lo metamorfosean, y a mí con él, en una noble bestia de carga.
Y mis encuentros con aquéllos a quienes llamaban familiarmente "los grandes" tenían vida propia. Recordaba haberme encontrado varias veces con Tolstoi cuando yo era niño; con Soloviov, en mi adolescencia; después, más tarde, con Jaurés e incluso con otros, gente que yo respetaba (mi padre, L.I. Polivanov).
En mis años de estudiante inventé el mito de un sabio "diferente"; llevaba su imagen en mí; le conocía íntimamente, con el espíritu de mi alma; pensaba: ¡es "mi" mito! Suspiraba por "mi sabio", mi querido pariente, mi verdadero hermano, mi amigo, mi maestro, mi héroe claro y dichoso, y esta espera hacía irrupción a veces de forma extraña en mis artículos: "El sabio es el más sutil, el más dichoso de los animadores. No es serio ni grave más que para quienes son incapaces de unir sabiduría y ligereza... Piensa libremente. Su pensamiento revolotea. Es una música. Su velo de indiferencia cae para escasos elegidos. Una expresión de ardiente fuerza y de ternura sobrehumana hierve en su rostro iluminado... etc." (el simbolismo como concepción del mundo, p.229, 1903).
Las palabras son símbolos; cuando yo decía "gozo" y "ligereza", sobreentendía "luz de las alturas" y "ritmo"; en esa época vivía en mí una convicción: "Un artista no puede ser un guía. Buscas en él a otro... bajo un rostro trágico se transparenta otro rostro, encontrado por fin para la eternidad... rostro que nos mira con una sonrisa triste y dulce... sus rasgos luminosos son sutilmente transparentes a fuerza de gozo, de ternura y de paz" (Arabescos, 1904).
La espera de "mi" sabio no me dejaba reposar; pensaba que no era más que un mito; y a todos los que se llamaban sabios los rechazaba de antemano.
Los segundos que pasaron entre la aparición de Steiner saliendo de las tinieblas azules y el momento en que él ya estaba de pie en el estrado ante un ramo de rosas púrpuras, son para mí inolvidables: era la angustiosa espera de todos esos años míos quien subía al estrado, era el retrato de mi sabio que se encarnaba: ¡el hombre de los pies ligeros! Y ese color luminoso de los ojos que, a base de tristeza y de sufrimiento, me sonreía con todas las miserias del mundo: ¡que me miraba a los ojos!
"¡Tú eres!"
Entonces, el fundamento oculto de mi voluntad se me reveló: ¡era el icono del rostro de mi alma quien estaba ahí!
A decir verdad, a quien yo había visto era a mí mismo, el que yo exigía de mí (los ideales que construimos, ¡los hacemos para el futuro!); y ahí, de pie sobre el estrado a cuatro pasos de mí, Steiner se ha convertido... en mi prójimo."

Andréi Bely


"El mundo y el pensamiento no son más que la espuma de amenazantes imágenes cósmicas; la sangre late con su vuelo; los pensamientos se encienden con su fuego; y esas imágenes... son los mitos."

Andréi Bely seudónimo del novelista, poeta y crítico ruso Boris Nikolaievic