El defensor

Cierta mañana la criada que trabajaba en la casa del rabí Wolf rompió sin quererlo la vajilla, y la mujer del rabí se enojó con ella y le exigió el reemplazo de lo roto. La criada no aceptaba eso, y la mujer del rabí decidió apelar al tribunal rabínico para que resolviera el disenso. De modo que se vistió muy apurada para ira ver al rabí de la ciudad. Entonces rabí Wolf también se vistió para salir, no menos apurado que ella.

– ¿Adónde vas? – preguntó la mujer al rabí.

– Voy acompañarte – respondió el rabí Wolf.

– No hace falta que vengas – observó la mujer -. Sé muy bien lo que tengo que decir al tribunal.


– Tú sí lo sabes. La que no lo sabes es nuestra pobre criada, y yo voy para hablar en su defensa. ¿Quién, si no, va a ocuparse de defenderla?

Cuento jasídico



El demonio Lilith

Los que saben dicen que Lilith es un demonio femenino que seduce a los hombres, y la tradición cuenta que fue la primera mujer de Adán. Ahora bien, de tiempos más cercanos se sabe que un hombre poseído por Lilith tomó el camino de Nezhij, para rogar al rabí Mordejai que le arrancara el demonio del alma. El rabí, adivinando que el hombre llegaría, recomendó a los habitantes de la ciudad que esa noche cerraran bien las puertas de las casas, y que nadie saliera.

El poseído llegó de noche, y no encontrando albergue tuvo que dormir al exterior, sobre un montón de heno. Pronto se le presentó Lilith, pidiéndole que abandonara el hogar donde estaba y acudiera a unirse con ella.

– Qué raro que me lo pidas – dijo el hombre -, cuando eres siempre tú la que vienes a mí.

El demonio se traicionó:

– Pasa que entre el heno en que yaces hay una hierba que me impide acercarme.

-Muéstrame cuál es para que la saque y puedas venir conmigo – repuso el varón, y le fue mostrando todas las hierbas, hasta que Lilith exclamó:

– ¡Es esa!


El hombre se ató la hierba al cuello y ganó la libertad.


Cuento jasídico


El lejano casquete

Cuenta la tradición que Rabí Mordejai de Nezhij recibió en cierta ocasión a una mujer que, en medio de un mar de lágrimas, le solicitó que recuperara a su marido, un sastre que la había abandonado marchando al extranjero.

– Para que tú creyeras que de veras te he ayudado, ¿tendrías que verlo con tus ojos? ¿En el estanque del patio, acaso?

La fe de la mujer era infinita, se acercó al estanque y lo vio.

– ¡Aquí está, rabí! ¡Sentado en el agua!

– ¿Tiene puesto el casquete? – preguntó el rabí.

– Sí – respondió la mujer.

– ¡Ya mismo se lo quitas!

La asombrada mujer arrancó el casquete de la cabeza de su marido.


Simultáneamente el marido, que estaba comiendo en el extranjero, en la tienda de su nuevo patrón, junto a una ventana abierta, sintió que un terrible golpe le arrebataba el casquete de la cabeza. Un extraño terror lo sobrecogió de angustia y sintió el imperativo deseo de estar junto a la compañera que había abandonado. Y en ese mismo instante inició el camino de regreso al hogar.



Cuento jasídico


El poder de la fe

Un día en que el rabí David, otro de los discípulos del Baal Shem Tov, estaba de visita en Chernobyl, acudieron a conocerlo y escucharlo unos jasidim de esa ciudad, discípulos de su cuñado, el rabí Motel. David les preguntó quiénes eran, y cuando ellos respondieron que eran discípulos de Motel, él les preguntó:

– ¿Tienen ustedes fe absoluta en su maestro?

Los discípulos callaron, con la idea de que sería arrogante pretender la posesión de una fe total y suficiente.

Entonces rabí David les dijo:

– Muy bien, les voy a decir ahora qué es la fe. Era la tarde de un sábado, la ceremonia de clausura se había dilatado, y ya estaba bien entrada la noche. Habíamos pronunciado la oración de gracias, y luego, sin volver a tomar asiento, la oración de la tarde, y asimismo habíamos cumplido el rito de la separación que aparta el día santo de los profanos; tras lo cual nos habíamos sentado nuevamente a la mesa para la comida de despedida. Los que allí estábamos reunidos éramos gente muy pobre, y no teníamos una moneda en el bolsillo, de modo que a nuestra comida necesariamente debería faltarle algo. No obstante, hacia el final de la cena, el Baal Shem Tov me dijo:


– David, saca unas monedas del bolsillo para que bebamos hidromiel. Yo eché mano al bolsillo aunque sabía que nada había en él, y saqué dos florines de plata, y brindamos con hidromiel.

Cuento jasídico






Hay que pensar antes que pedir

Elías era un judío piadoso, que cumplía con todos los preceptos, de modo que dejó pasar dos años desde la muerte de su primera esposa antes de casarse con Raquel, la hermana menor de aquella. Pero jamás dejaba de recordar a su primera mujer. Hablando con un amigo, le confesó una vez:

–Cuánto temo que la muerte de mi primera mujer se haya debido a su propia madre. Tan contenta estaba la señora conmigo, que me contó una vez que rezaba pidiendo al Señor: ‘Envía a mi hija menor un marido como el que tiene la mayor’. El Señor la escuchó, y no debe haber encontrado, por el momento, otro hombre de mis características. De modo que la hija mayor tuvo que morir para que Dios atendiera la plegaria de su madre’.

Cuento jasídico


"Pero hora tanto lo que teme como lo que ansía se encuentra dentro de él."


Texto hasídico



 "Un rabino mantuvo una conversación con Dios acerca del Cielo y el Infierno. «Te mostraré el Infierno», dijo Dios, y llevó al rabino a un cuarto donde había una gran mesa redonda. Las personas sentadas alrededor de la mesa se veían famélicas y desesperadas. En el medio de la mesa había una enorme cacerola de guiso con un olor tan delicioso que al rabino se le hizo agua ta boca. Cada persona sentada alrededor de la mesa tenía una cuchara con una manija muy larga. Aunque las cucharas llegaban a la cacerola, las manijas eran más largas que sus brazos. Como no podían llevarse la comida a la boca, nadie podía comer. El rabino vio que su sufrimiento era en verdad terrible. «Ahora te mostraré el Cielo», dijo Dios, y entraron en otro cuarto, exactamente igual que el primero: la misma gran mesa, la misma cacerola de guiso. Como en el otro, las personas tenían cucharas de asa larga, pero todos estaban bien alimentados y saludables. Reían y charlaban. El rabino no entendía lo que pasaba. «Es simple», le dijo Dios. «En este cuarto, como ves, han aprendido a alimentarse los unos a los otros»."

Cuento hasídico


"Un señor viaja desde un pueblo muy lejano para consultar a un rabino muy famoso. Llega a la casa y advierte, sorprendido, que los únicos muebles de que dispone el rabino consisten en un colchón tirado en el piso, dos banquetas, una silla miserable y una vela, y que el resto de la habitación está absolutamente vacía. La consulta se produce. El rabino le contesta con verdadera sabiduría. Antes de irse, intrigado por la escasez del mobiliario, el hombre le pregunta: ¿Le puedo hacer una consulta más? Sí, por supuesto. ¿Dónde están sus muebles? Dónde están los suyos... —es la respuesta. ¿Cómo dónde están los míos? Yo estoy de paso —dice el hombre sin terminar de comprender. Y el rabino le contesta: Yo también."

Cuento jasídico
Tomado del libro de Jorge Bucay, De la autoestima al egoísmo, página 55