"Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador que tenía una gran puntería le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"Coaticitos: hay una sola cosa a la cual deben tener gran miedo. Son los perros. Yo peleé una vez con ellos, y sé lo que les digo; por eso tengo un diente roto. Detrás de los perros vienen siempre los hombres con un gran ruido, que mata. Cuando oigan cerca este ruido, tírense de cabeza al suelo, por alto que sea el árbol." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza




Combate naval

"Flamean en el aire los gallardetes 
sobre el viente vacío de inflados foques 
y aúna el centelleo de sus estoques 
la vanguardia marina de los cadetes. 

Repercute en el pomo de los floretes 
la arterial valentía con claros choques, 
y en el salón distante suenan los toques 
de un hipnótico dúo de clarinetes. 

Y comienzan de pronto las desazones: 
Más alto que el reflejo de los cañones 
se extienden en la bruma los catalejos; 

y más alto que el humo del carbón de hulla 
alza el clarín su grito, y el bronce aúlla 
a la mancha de sangre que ve de lejos."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"Como si todo esto no hubiera tenido otra finalidad que impulsarme al suicidio. No nos sentíamos felices, vuelvo a repetirlo, de morir. Abandonábamos la vida porque ella nos había abandonado ya, al impedirnos ser el uno del otro. En el primero, puro y último abrazo que nos dimos sobre el lecho, vestidos y calzados como al llegar, comprendí, marcada de dicha entre sus brazos, cuán grande hubiera sido mi felicidad de haber llegado a ser su novia, su esposa. A un tiempo tomamos el veneno." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"Cuando Anaconda, en complicidad con los elementos nativos del trópico, meditó y planeó la reconquista del río, acababa de cumplir treinta años. Era entonces una joven serpiente de diez metros, en la plenitud de su vigor. No había en su vasto campo de caza, tigre o ciervo capaz de sobrellevar con aliento un abrazo suyo. Bajo la contracción de sus músculos toda vida se escurría, adelgazada hasta la muerte. Ante el balanceo de las pajas que delataban el paso de la gran boa con hambre, el juncal, todo alrededor, empenachábase de altas orejas aterradas. Y cuando al caer el crepúsculo en las horas mansas, Anaconda bañaba en el río de fuego sus diez metros de oscuro terciopelo, el silencio circundábala como un halo. Pero no siempre la presencia de Anaconda desalojaba ante sí la vida, como un gas mortífero. Su expresión y movimientos de paz, insensibles para el hombre, denunciábanla desde lejos a los animales."

Horacio Quiroga
Anaconda



"Culpar a los otros,... es patrimonio específico de los corazones inferiores."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza



"El hombre y su machete acababan de limpiar la quinta calle del bananal. Faltábanles aún dos calles; pero como en éstas abundaban las chircas y malvas silvestres, la tarea que tenían por delante era muy poca cosa. El hombre echó, en consecuencia, una mirada satisfecha a los arbustos rozados y cruzó el alambrado para tenderse un rato en la gramilla. Mas al bajar el alambre de púa y pasar el cuerpo, su pie izquierdo resbaló sobre un trozo de corteza desprendida del poste, a tiempo que el machete se le escapaba de la mano. Mientras caía, el hombre tuvo la impresión sumamente lejana de no ver el machete de plano en el suelo. Ya estaba tendido en la gramilla, acostado sobre el lado derecho, tal como él quería. La boca, que acababa de abrírsele en toda su extensión, acababa también de cerrarse. Estaba como hubiera deseado estar, las rodillas dobladas y la mano izquierda sobre el pecho. Sólo que tras el antebrazo, e inmediatamente por debajo del cinto, surgían de su camisa el puño y la mitad de la hoja del machete, pero el resto no se veía. El hombre intentó mover la cabeza en vano. Echó una mirada de reojo a la empuñadura del machete, húmeda aún del sudor de su mano. Apreció mentalmente la extensión y la trayectoria del machete dentro de su vientre, y adquirió fría, matemática e inexorable, la seguridad de que acababa de llegar al término de su existencia."

Horacio Quiroga
Los desterrados



El juglar triste

"La campana toca a muerto 
en las largas avenidas 
y las largas avenidas 
despiertan cosas de muertos. 

De los manzanos del huerto 
penden nucas de suicidas, 
y hay sangre de las heridas 
de un perro que huye del huerto. 

En el pabellón desierto 
están las violas dormidas; 
¡las violas están dormidas 
en el pabellón desierto! 

Y las violas doloridas 
en el pabellón desierto, 
donde canta el desacierto 
sus victorias más cumplidas, 
abren mis viejas heridas, 
como campanas de muerto, 
las viejas violas dormidas 
en el pabellón desierto."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza




"El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza



"Ella, joven, pálida, con una de esas profundas bellezas que más que en el rostro -aun bien hermoso- residen en la perfecta solidaridad de mirada, boca, cuello, modo de entrecerrar los ojos. Era, sobre todo, una belleza para hombres, sin ser en lo más mínimo provocativa; y esto es precisamente lo que no entenderán nunca las mujeres." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza



"Escribo siempre que puedo, con náuseas al comenzar." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza




"Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habitual, llegan a adquirir en ciertas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favorable, y no es raro hallarlos en los almohadones de pluma."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"Génova es una muy linda ciudad comercial, con algunos desahogos de gran elegancia. Está construida bien sobre el mar, a lo largo. Las calles son angostas, empedradas á gran adoquín; muy angostas. Como cosas curiosas tiene: sube al tren una persona de sombrero de copa, largo levitón á la prusiana, guantes blancos de hilo y un bastón de borla debajo el brazo. ¿Es un senador ó un prefecto de policía?. No señor: es un guarda municipal; Algunos carruajes llevan plumeros de negro en la testa de los caballos; una infinidad de militares por la calle; una fortificación á derroche, en las cinco montañas que miran al mar, en los paseos, en los parques, en todos lados. Por otro lado, hoy hace calor y me va bien.
Hay, sobre el mar, sobre una terraza á pico, un magnífico palacio casi japonés, casi suizo, que es una monada. Le rodea un jardín ecuatorial y prolijo, mientras caen sobre el muro que da al mar, en grata profusión, glicinas á grandes ramos, yedras desgajadas, formando el lila sobre el verde oscuro, á manchones, un efecto de mucha languidez y poesía.
No me despedí de ninguno de mis compañeros de viaje. Lo que me disgusta en esta ciudad, es pensar que todo el mundo, hasta algunas lindas chicas que he visto, hablan genovés...
En ferrocarril de Génova a París, 9 p.m. A las 7.5 p.m. salí de Génova, La estación es cómoda, con mucho movimiento. Hay bastante desorden sin embargo, pues si uno no se preocupa de consignar cual es el tren que le corresponde (hay 8 ó 10 en la estación), no se lo dicen. Ya puede tomar otro.
/Me han tocado 7 compañeros en un pequeño compartimento del vagón. Vamos muy incómodos. Por suerte recién se bajaron dos —un matrimonio — en la estación de Novi. Ninguno de los compañeros habla italiano: una familia inglesa pura — padre, hijo, hija — ; un sacerdote francés; un matrimonio francés — inglés, y un italiano — francés, inglés.
Abril 24 — 2 1/2  a.m. — Estoy escribiendo y esperando el tren/ para París en Módena, estación de la frontera. Me pasó igual cosa que en Génova con la máquina fotográfica, ni siquiera la miraron. El equipaje lo revisarán en París. Hace un frío de todos los diablos. He tenido que dormir á trechos, incómodo, sentado, apretado, que es mal dormir. Fueran muy cómodos estos carruajes de 2ª si no hubieran más de 4 personas en cada compartimento; de otra manera, deshacen de noche. Veremos cómo pasaré la noche. Por otro lado, estoy bastante desanimado de este viaje, todas caras desconocidas, sin admirar gran cosa porque estoy solo, sin comunicar á nadie mis impresiones. Con el idioma me entiendo bastante bien, aunque á veces suelto una expresión en pleno castellano por la dificultad de hallar el equivalente en francés."

Horacio Quiroga
Diario de viaje a París



"Hay sentimientos a los que no se puede dar cuerpo verbal, más que es posible seguir perfectamente con los ojos cerrados." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza



"La canoa se deslizaba costeando el bosque, o lo que podía parecer bosque en aquella oscuridad. Más por instinto que por indicio alguno Subercasaux sentía su proximidad, pues las tinieblas eran un solo bloque infranqueable, que comenzaban en las manos del remero y subían hasta el cenit. El hombre conocía bastante bien su río, para no ignorar dónde se hallaba; pero en tal noche y bajo amenaza de lluvia, era muy distinto atracar entre tacuaras punzantes o pajonales podridos, que en su propio puertito. Y Subercasaux no iba solo en la canoa. La atmósfera estaba cargada a un grado asfixiante. En lado alguno a que se volviera el rostro, se hallaba un poco de aire que respirar. Y en ese momento, claras y distintas, sonaban en la canoa algunas gotas. Subercasaux alzó los ojos, buscando en vano en el cielo una conmoción luminosa o la fisura de un relámpago. Como en toda la tarde, no se oía tampoco ahora un solo trueno."

Horacio Quiroga
El desierto




Las pantallas de fátima


"Niebla y paisaje. Vago hemisferio 
que marca un lírico planisferio; 
noche de noches y de zafires 
sobre la ruta de los fakires; 

luna que azula la lontananza 
con las turquesas de su romanza; 
cielo que empluma los desahelos 
con la quimera de tardos vuelos: 

en el desierto de locas glorias 
donde se angostan las trayectorias. 
Tienden las brumas en los mirajes 
Su desabrido guipur de encajes. 

Luz indecisa de un asteroide 
Sobre la negra mancha elipsoide 
Y hay un Mar Muerto tras la neblina, 

Como una gota de tinta china."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza





"No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza




"No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza



Noche de amor


"Noche de amor. Bajo la sombra cómplice: 
La ingenua tentación. En la arboleda 
El motivo de vida va pecando 
Como un ensueño de precoz histeria, 
Hay quemantes sudores en las pieles: 
Sorda germinación en las arterias; 
Protestas en las curvas no labradas 
Y en tu pupila audaz, francas ofertas. 
La idealidad se tiñe de rubores 
Como un pálido lirio, de vergüenzas: 
En los lechos abiertos y manchados 
Se tiende la pasión. La noche arquea 
Su gran complicidad sobre la falta; 
El lirio de tu sexo se doblega, 
Y señala tu carne temblorosa 
El índice fatal de mis torpezas. 
¡Oh la sed de mis labios, cuyos besos 
Recargan la intención que nos rodea! 
¡Oh el carmín de tus labios, cuyo orgullo 
Palidece al fulgor de tus caderas! 
Dame tu cuerpo. Mi perdón de macho 
Velará la extinción de tu pureza, 
Como un fauno potente y pensativo 
Sobre el derrumbe de una estatua griega."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"(...) Nosotros consideramos que el sentimiento del deber, profundamente arraigado en una naturaleza de hombre, es capaz de contener por tres horas el mar de demencia que lo está ahogando. Pero de tal heroísmo mental, la razón no se recobra." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"¡Qué locura! Los amantes que se han suicidado sobre una cama de hotel, puros de cuerpo y alma, viven siempre. Nada nos ligaba a aquellos dos fríos y duros cuerpos, ya sin nombre, en que la vida se había roto de dolor." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de un cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?" 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza



"Sentí que mis ojos, al bajarse a mirar lo que yo tenía entre mis brazos, querían saltarse de las órbitas ¿No era ésa María, la María de mí, y desmayada? Un golpe de sangre me encendió los ojos y de mis brazos cayó una mujer que no era María. Entonces salté sobre una barrica y dominé a todos los trabajadores. Y grité con la voz ronca: -¡Por qué! ¡Por qué!
Ni uno solo estaba peinado porque el viento les echaba a todos el pelo de costado. Y los ojos de fuera mirándome. Entonces comencé a oír de todas partes: -Murió. -Murió aplastada. -Murió. -Gritó. -Gritó una sola vez. -Yo sentí que gritaba. -Yo también. -Murió. -La mujer de él murió aplastada.
¡Por todos los santos!—grité yo entonces retorciéndome las manos—. ¡Salvémosla, compañeros! ¡Es un deber nuestro salvarla! Y corrimos todos. Todos corrimos con silenciosa furia a los escombros. Los ladrillos volaban, los marcos caían desescuadrados y la emoción avanzaba a saltos. A las cuatro yo solo trabajaba. No me quedaba una uña sana, ni en mis dedos había otra cosa que escarbar. ¡Pero en mi pecho! ¡Angustia y furor de tremebunda desgracia que temblaste en mi pecho al buscar a mi María! No quedaba sino el piano por remover. Había allí un silencio de epidemia, una enagua caída y ratas muertas. Bajo el piano tumbado, sobre el piso granate de sangre y carbón, estaba aplastada la sirvienta. Yo la saqué al patio, donde no quedaban sino cuatro paredes silenciosas, viscosas de alquitrán y agua. El suelo resbaladizo reflejaba el cielo oscuro."

Horacio Quiroga
El vampiro 




"Su solo recuerdo la horrorizaba, como algo atroz que la hubieran obligado a cometer." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza






"Ten fe ciega, no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas."


Horacio Silvestre Quiroga Forteza





"Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza





"Trabajen, compañeras, pensando que el fin a que tienden nuestros esfuerzos -la felicidad de todos- es muy superior a la fatiga de cada uno. A esto los hombres llaman ideal, y tienen razón. No hay otra filosofía en la vida de un hombre y de una abeja."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza



Tu agonía

"La tarde se moría y en el viento 
la seda de tu voz era un piano, 
y la condescendencia de tu mano 
era apenas un suave desaliento. 

Y tus dedos ungían un cristiano 
perdón, en un sutil afilamiento; 
la brisa suspiró, como en el cuento 
de una melancolía de verano. 

Con tu voz, en la verja de la quinta, 
calló tu palidez de fior sucinta. 
La tarde, ya muriendo, defluía 

en tu sien un suavísimo violeta, 
y sobre el lago de tersura quieta 
los cisnes preludiaron tu agonía."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"(...) Tuvo aún fuerzas para arrancarse a ese último espanto, y de pronto lanzó un grito, un verdadero alarido, en que la voz del hombre recobra la tonalidad del niño aterrado: por sus piernas trepaba un precipitado río de hormigas negras. Alrededor de él la corrección devoradora oscurecía el suelo, y el contador sintió, por bajo del calzoncillo, el río de hormigas carnívoras que subían. Su padrino halló por fin, dos días después, y sin la menor partícula de carne, el esqueleto cubierto de ropa de Benincasa." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza




"Un cuento es una novela depurada de ripios."

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"Una vez que los coaticitos fueron un poco grandes, su madre los reunió un día arriba de un naranjo y les habló así: Coaticitos: ustedes son bastante grandes para buscarse la comida solos. Deben aprenderlo, porque cuando sean viejos andarán siempre solos, como todos los coatís." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza


"(...) Y cuando el otoño llegó, y llegó también el término de sus días, tuvo aún tiempo de dar una última lección antes de morir a las jóvenes abejas que la rodeaban: No es nuestra inteligencia, sino nuestro trabajo quien nos hace tan fuertes." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza



"¿Y de noche se da de alta a los locos? ¿Por qué no? El individuo está curado, tan sano como usted y como yo. Por lo demás, si reincide, lo que es de regla en estos vampiros, a estas horas debe de estar ya en funciones. Pero estos no son asuntos míos. Buenas noches, señores." 

Horacio Silvestre Quiroga Forteza