"Cada nación tiene el gobierno que se merece."

Joseph-Marie, conde de Maistre


"Carlomagno encargó en su testamento a sus hijos la tutela de la Iglesia romana, y este legado, que no quisieron admitir los Emperadores alemanes, había pasado como un fideicomiso a la corona de Francia. La Iglesia católica entonces podía ser representada por una elipse, donde se veía a un lado a san Pedro y al otro a Carlomagno; pero la Iglesia galicana con su poder, su doctrina, su dignidad, su lengua y su proselitismo, parecía alguna vez reunir los dos centros, y confundirlos en la unidad más magnífica.
Mas ¡oh debilidad humana! ¡oh deplorable ceguedad! Algunas preocupaciones detestables, que tendré ocasión de desenvolver en el discurso de esta obra, trastornaron enteramente este orden admirable y esta relación sublime entre las dos potestades. A fuerza de sofismas y de manejos criminales, se llegó a ocultar al Rey Cristianísimo una de sus más brillantes prerrogativas, que era la de presidir (humanamente hablando) el sistema religioso, y de ser el protector hereditario de la unidad católica. Constantino se honró en otro tiempo con el título de Obispo exterior; y el de Sumo Pontífice exterior no halagaba la ambición de un sucesor de Carlomagno; de modo que este empleo que ofrecía la Providencia, se hallaba vacante. ¡Ah! si los Reyes de Francia hubiesen querido auxiliar vigorosa y eficazmente a la verdad, hubieran podido hacer milagros. Mas ¿qué puede un rey cuando las luces de su pueblo están apagadas? Sin embargo, es menester decir para gloria inmortal de esta augusta casa, que el espíritu real que la anima ha sido por fortuna muchas veces más sabio que las academias, y más justo que los tribunales.
Trastornada en los últimos tiempos por una tempestad increíble, hemos visto a esta casa, tan preciosa para Europa, volverse a levantar de nuevo por un milagro que promete otros, y que debe penetrar de un valor religioso a todos los franceses; pero sería el colmo de la desdicha si creyesen que porque la columna está otra vez derecha, se ha colocado ya en su lugar. Por el contrario, es preciso creer que el espíritu revolucionario es ahora sin comparación más fuerte y peligroso que lo era hace algunos años. El poderoso usurpador no se servía de él sino para su propio provecho; sabía comprimirle con su mano de hierro, y reducirle a una especie de monopolio en favor de su corona. Mas desde que la justicia y la paz se abrazaron, el genio turbulento perdió todo temor, y en vez de agitarse en un solo foco, se ha extendido y producido una fermentación general por toda una inmensa superficie.
Permítaseme que lo repita: la revolución de Francia no se parece a nada de cuanto se ha visto en los tiempos anteriores: es diabólica por esencia; y jamás podrá extinguirse del todo sino por el principio contrario; y los franceses nunca podrán recobrar su lugar hasta que reconozcan esta verdad. El sacerdocio debe ser el objeto principal de la consideración del soberano. Si yo tuviese a la vista las listas de las ordenaciones sagradas, podría vaticinar grandes sucesos. La nobleza francesa halla en esta época la ocasión más favorable de hacer al Estado un sacrificio digno de ella. Ofrezca sus hijos al altar, como lo hacía en los tiempos pasados; pues ahora no podrá decirse que ambiciona los tesoros del santuario. En otros tiempos la Iglesia la enriqueció y la ilustró; vuélvale, pues, ahora todo lo que puede darle, que es decir, el brillo de sus ilustres nombres, con que mantendrá la opinión antigua, y determinará a gran número de personas a seguir los estandartes enarbolados por manos tan dignas: el tiempo hará lo demás."

Joseph de Maistre
Sobre el Papa



"La Revolución quiere hacerse amar por aquellos mismos de quienes era su peor enemiga, y esa misma autoridad que la Revolución busca inmolar, la abraza estúpidamente antes de recibir el golpe fatal."

Joseph de Maistre


"Si el apreciable santo Tomás tiene razón en estos hermosos versos.
Por su alma vive el hombre
Y el alma es pensamiento.
Todo queda dicho; porque si el pensamiento es la esencia, pedir el origen de las ideas, es pedir el origen del origen. Ved lo que nos dice Condillac. Yo me ocuparía del espíritu humano, no para conocer la naturaleza, lo cual sería temerario; sino solamente con el objeto de examinar las operaciones. No nos dejemos engañar por esta hipócrita modestia: siempre que veáis a un filósofo de la última época humillarse respetuosamente ante cualquier problema diciéndoos, que la cuestión es superior a las fuerzas de la comprensión humana; que no se encargará de resolverla, etc. estad seguro de que al contrario tiene el problema por demasiado claro, y que quiere dejarlo a un lado para conservar el derecho de oscurecerlo. No conozco uno solo de estos señores a quien poder tributar el sagrado título de hombre de bien. Aquí tenéis un ejemplo: ¿por qué se ha de mentir? ¿Por qué se ha de decir que no quieren fallar sobre la ciencia del alma, mientras que fallan o resuelven sobre el punto capital, muy expresamente sosteniendo, que las ideas nos vienen por los sentidos, lo que manifiestamente arroja el pensamiento de la clase de los espíritus? Por otra parte, yo no veo que la cuestión de la eventualidad del pensamiento tenga más dificultad que la de su origen que se acomete tan valerosamente. ¿Se puede concebir el pensamiento como accidente de una sustancia que no piensa? o bien, ¿se puede concebir el accidente-pensamiento conociéndose a sí mismo, como pensando y meditando sobre la esencia de un objeto que no piensa? Ved aquí propuesto el problema bajo dos formas diferentes, y en cuanto a mí os confieso que no veo en él ningún imposible; pero en fin se puede muy bien pasarlo en silencio, a condición de convenir y advertir, aun a la cabeza de toda obra sobre el origen de las ideas, que no se da sino como un simple juego de talento, por una hipótesis enteramente aérea, puesto que la cuestión no es seriamente admisible, hasta que la precedente no esté resuelta."

Joseph de Maistre
Las veladas de San Petersburgo