"Cuando uno empieza a sentirse autosuficiente, comienza a sembrar su decadencia."

Bernardino Fernández de Velasco y Mendoza


Romance

Desde los añosos muros,
Y entre las torres feudales
Que fueron de mis abuelos
Solaz, mansión y baluarte;

Ofreciéndose a mi vista
Montes, villas y lugares
De los célebres Toledos,
De la gran Toledo alcaides;

Anhelo, mi caro amigo,
El que mis versos alcancen
La aprobación de las Musas,
La dicha de que te agraden.

Mas ¿cómo inflamar el estro
Que ilustra el canto del vate,
Cuando la mano resiste
Pulsar la lira süave,

Pues de mi antigua existencia
Sólo han venido a quedarme
Ambos ojos para el llanto,
El pecho para pesares?

Si para alegrar el mundo,
Luces vertiendo a millares,
Rompe el sol la noche umbría,
El sol para mí no nace.

Si con sus abiertas hojas
La rosa embalsama el aire;
Si desde el búcaro olores
Del clavel difunde el cáliz;

Si al rayar la blanca aurora,
Su canto ensayan las aves;
Si refleja el claro arroyo
Los vergeles de su margen;

Si del árbol de Minerva
Se puebla el monte y el valle;
Si entre blanco azahar brotada,
Luce la poma fragante;

Para mí naturaleza,
Con sus galas admirables,
Ni embelesa mis sentidos
Ni da consuelo a mis males.

Ya me desdeñan las Musas,
Y bien pueden desdeñarme:
Eco en mi numen no tienen
Las fabulosas deidades.

Ni admiro por la Discordia
La olímpica paz turbarse,
Ni el lácteo raudal de Juno,
De la noche opaco esmalte;

Ni en las orillas del río
La transformación de Dafne,
Ni en la bóveda celeste
A la ninfa de Taumante;

Ni húmedo del agua estigia
A Aquiles invulnerable,
Ni lo inmortal desmintiendo,
La aguda flecha de Paris;

Ni Jove lanzando rayos
Contra los fieros Titanes…
Mas de Sísifo la pena,
O el afán de las Danaides.

A los perdidos esfuerzos
Bien pudieran compararse,
Que el hombre a veces opone
Al infortunio implacable.

Otros tiempos, otras glorias,
Otro renombre durable,
En el libro del destino
Alcanzaron nuestros padres,

Cuando, en las manos valientes
De dos naciones rivales
La espada y el Evangelio,
El Alcoran y el alfanje,

En la Vega de Granada
La mora y cristiana sangre
Fecundaban de Castilla
Los laureles inmortales.

¡Fuera yo en aquellos tiempos!…
Y a par del Marqués de Cádiz
Y a par del Conde de Cabra
Y del Marqués de Comares.

Ostentara en mis pendones
Los veros de Condestable,
Que fueron en Tordesillas
De real palabra garantes.

Y resonando mi fama
En las presentes edades,
En Burgos ya mis cenizas
Cubriera bruñido jaspe.

Mas hoy en este castillo
Que alzó entre peñas el arte,
Despiadada ausencia aflige
A mi corazón de padre.

Cabe gótica fenestra,
De muro almenado parte,
Aún mellada por los tiros
De férreo dardo punzante,

Inmoble me halla la aurora
Cuando raya entre celajes,
Inmoble me halla la noche
Cuando sus nieblas esparce,

Mirando al Puerto del Pico
Con sus riscos elevarse,
Dando lágrimas al lienzo,
Dando a los vientos mis ayes.

Más allá se halla Castilla,
Más allá el Ebro espumante,
Más allá se halla Pirene,
Más allá el brillante Gabre,

Más allá el ancho Garona,
Que saluda ondisonante
A la ciudad de los Condes
Y de los juegos florales.

¡Gran ciudad! ¡Noble Tolosa,
Que en tus retorcidas calles,
En tu insigne capitolio,
En tus anchos bulevares,

Contemplas a la adorada
Hija, que lloro en la margen
Del Tajo! Feliz la torna
Cual a tus patrias beldades.

¡Ah! Nunca Clemencia Isaura
Oyó más tiernos cantares
Que los que el amor anuncian,
O que la hermosura aplauden;

Mas no los que al pecho inspiran
Los afectos paternales,
Primer amor en el mundo,
Veraz, innato, inmutable.

Acércate, eburna lira,
A mi pecho palpitante;
Vibren mis manos tus cuerdas,
Y mis trovas acompañes.

Mas no, Musa, deja el canto;
Que no hay corazón que baste
Ni a contener tanto lloro
Ni a llorar dolor tan grande.

No lleves tú mis acentos
Donde mis brazos no alcancen,
Ni llegue el son de mi canto
Donde no llegan mis ayes.

El recuerdo de mis dichas
¿Para qué evocar en balde,
Si el viento de mi infortunio
Se arrecia más cada instante?

Amor, juventud, esfuerzos
Patrios, lauros militares
Deshójanse cual las rosas
Marchitas del seco valle.

Somos vivos epitafios
Del poder de nuestros padres,
Y las filiales caricias
Son las honras funerales.

Mas ¿qué digo, hija adorada,
Si ausente a los patrios lares,
Ni aun este culto piadoso
Logra tu amor tributarme,

Ni puedes darme tus brazos,
Ni yo a mis brazos llegarte!
Que impalpable es el ausente
Como las sombras fugaces.

Tú, pues, Nicasio, mi amigo,
Ven algún consuelo a darme;
Que sólo tu amistad puede
Dulcificar mis pesares.

Bernardino Fernández de Velasco y Pimentel Frías, duque de Frías