“Bueno es llamar a las cosas por sus nombres, pero es mejor hallar para las cosas nombres bellos.”


Benjamín Jarnés Millán


"Desdeñar, como odiar, son formas de preferir."

Benjamín Jarnés Millán



"El júbilo verdadero sólo se adquiere a costa de un dolor vencido."

Benjamín Jarnés Millán



"El que parece no querer continuar tal como viene siendo hasta aquel día es el tendero. Súbitamente se siente desprendido de la realidad, subido a la región heroica donde se fraguan los buenos protagonistas de novela, se somete dócilmente a su glorioso destino. Judas continúa siendo un personaje falso en la vida ordinaria, pero verdadero, auténtico, dentro de la novela. (...) ¡Qué infancia interminable! ¡Qué juventud tan desierta! Pero, ahora, ¡qué congoja por no poder encadenar al tiempo, someterlo a mi capricho, estirar todas sus formas. Ahora tengo que vivir doblemente. He de vivir mi tiempo de hoy, he de revivir aquellos días en que tan desoladoramente viví. ¿Cómo poder atender a mi pasado y a mi presente, hoy todo vida vehemente que me reclama un futuro, una expresión que a uno y a otro los haga imperecederos? También, también debo llenar aquellos días que quedaron entonces rezagados y desiertos y fríos; también debo recuperarlos, para hacer de todo mi tiempo una sola arquitectura, para iniciar y elevar y hacer descender el arco de mi vida entera, armoniosamente."

Benjamín Jarnés
Autobiografía


El rapto


A la tarde siguiente, Viviana penetra de puntillas, sin interrumpir al mago que sigue meditabundo sobre el atril. Viviana dejó en el umbral todas sus travesuras; su misma alegría la ha colgado del dintel, como un pandero. Ensaya una faz de pajarillo asustado. Roza el pavimento un jirón de gasa que hace volver los ojos a Merlín. El mago sonríe al verla —perrillo medroso— acurrucarse bajo el atril. Viviana, en silencio, contempla embelesada a Merlín. ¿Por qué mirar ahora el cielo, Merlín, si aún no está abierto el enorme grimorio astral donde tú lees la historia futura?… Viviana, en silencio, comienza —¡oh, taimada!— a sonreír. Merlín, Merlín… ¿Por qué contemplar ahora el cielo si por él sólo cruzan nubes —nubes corinto, nubes malva, nubes de color de sangre—, jirones de gasa de alguna aérea Viviana, quizá de esta misma —perrillo medroso, que se acurruca bajo el atril— que afila sus uñas para caer sobre la presa? ¿Vas a buscarle el contorno a una nube? ¿Por qué sigues la estela de ese pájaro, el nerviosismo de esa rama? ¿Vas a formular una ley o a forjar un hexámetro? En silencio, centelleantes las pupilas, asiste Viviana a la contemplación del mago. Le sigue el perfil de cada estremecimiento. Ve retornar a sus cuencas las miradas fugitivas de Merlín; las ve encogerse en su reducto, erizadas de angustia; las ve caer al suelo, fulminadas por un pensamiento asesino. Viviana oyó la explosión. Viviana oyó engarzarse, fundirse en el cerebro de Merlín las fatales palabras: Una palabra de ella tenía ya más sentido que las frases de todos los filósofos del mundo. Y Merlín quiere huir de ese pensamiento que, dentro de él, todo lo va desmoronando. ¡Huir, huir!… Ya su vida, ante la callada invasión, sólo podría tener este sentido: el de una perenne huida. ¡Huir! ¿Adónde? Merlín siente un vehemente deseo de escuchar otra vez a la enemiga, de verla brincar, retozar, traviesa, loca. Y Viviana enmudece, astuta.

Inclina Merlín la cabeza. La yergue, triunfal, Viviana. Merlín intenta articular alguna frase, pero su voz describe absurdas espirales dentro de la garganta. Viviana refrena, al mismo tiempo, el ímpetu de su claro alborozo. Merlín, Merlín… ¿Por qué no estudiar ahora en el enorme pergamino astral que, solemnemente, se va desarrollando, ya barrido, al pasar, el frágil escenario de la tarde? ¿Vas a formular una ley o a forjar un hexámetro? Una mano, la piña ardiente de unos dedos entre otras manos temblorosas. Una mano que va lentamente subiendo hasta una boca. Estalla la roja chispa que rompe tanta eléctrica tortura. Una mano de Viviana asciende hasta la boca de Merlín, como el manojo de jazmines del Cantar. Una mano que va después bajando hasta perder su calidad de flor y ensayar dulcemente su calidad de argolla. Una mano que acaricia y, sin dejar de acariciar, empuja. Viviana sale del torreón, arrastrando a Merlín, como se arrastra a un niño. Viviana lleva en alto una lámpara. Cruzan un largo corredor, bajan al patio. Todos duermen ya, menos el centinela que se inclina, absorto, al pasar el mago. Baja, apenas rechinante, el puente levadizo. Ya están en el campo. Viviana arroja al foso la lámpara, y se cuelga a Merlín, toda temblando. Se le ciñe voluptuosamente, le susurra: —Te llevaré al fondo de mi fuente encantada, donde hay para nosotros un lecho de coral. Nos llevará un monstruo, obediente a mi voz, que conoce todos los caminos de Bretaña. Allí aguarda el monstruo, dando resoplidos. Se le encienden bruscamente los ojos, sus dos ojos enormes de dragón. Viviana y Merlín se sumen en un vientre donde la voz se ahoga y las entrañas acarician. Un crujido férreo del monstruo, un ronco alarido, y, de pronto, el paisaje se rasga en dos para abrir paso a los encantadores. Viviana y Merlín se lanzan alegremente hacia la selva. Merlín va viendo desfilar atropelladamente, por las mejillas de Viviana, tropeles de fantasmas. Árboles, muros, colinas proyectan en ellas sus perfiles inconcretos, precipitados. En este pequeño ring, que tantas veces se disputan dos emociones hostiles, se entabla hoy una escaramuza, en la que luchan, embozados, todos los elementos del paisaje. El campo inicia una infernal zarabanda que deja atónito a Merlín. Teme ser víctima de algún poder diabólico, y pregunta con los ojos a Viviana.

No, no es un diabólico artilugio; es un hallazgo del hombre, que no se contó entre las profecías de Merlín. Porque Viviana no tiene edad ninguna y escoge de cualquier época sus medios de transporte. —Mira esa rueda. Con ella se tortura el espacio. Este maravilloso tormento de la rueda nunca lo vi en tus profecías. Merlín está ya sosegado. Siente frío, se apretuja contra Viviana que le va arrancando sombras de la frente. Y otra vez la mano de Viviana se alza como una flor. Los tré- mulos dedos —pilluelos ateridos— se acurrucan de nuevo en el quicio de una boca. Por los nervios de Merlín van subiendo, reacios, torpemente, los yertos posos del ayer, fríos cadáveres de emociones, que se derraman hechos ceniza, dejando libre el pecho para instalarse en él un nuevo amor. Y siguen yendo y viniendo sombras por el rostro, por las manos de Viviana: palomas que repiten su vuelo, alborozadas, hacia el nido caliente de unos labios. Merlín, Merlín… ¿Qué fue de aquella frase de Plotino, de aquella austera frase que hizo añicos Viviana? No juntarás los pedazos, porque de pronto se te hizo visible esta otra verdad: Una palabra de ella tenía ya más sentido que las frases de todos los filósofos del mundo."

Benjamín Jarnés Millán





"En principio creo —siempre lo he creído— que no existen vanguardias y retaguardias, sino escritores buenos y escritores malos. Los buenos siempre responden a las exigencias del tiempo, a los gustos del tiempo. Con relación al llamado vanguardismo literario español, yo diría que, salvo algunos ejemplos de escritores verdaderamente audaces —que en general han fracasado—, la nueva literatura española se distingue por su fervor hacia la vieja. No hacia la vieja reciente, sino hacia la vieja muy
vieja. Ahí está el caso del reciente neogongorismo. Esto quiere decir que la nueva literatura conoce mejor sus clásicos que ninguno de los grupos literarios militantes en los dos últimos siglos. Esto le ha dado cierto carácter neoclásico que algunos han sabido llevar muy bien. Desde luego, los poetas. Los poetas de hoy creo que igualan en calidad a los mejores de hace tres siglos. ¿Nombres? Están en boca de todos. Yo prefiero a Jorge Guillén y a Pedro Salinas. No tienen —no tenemos— tanta suerte los
prosistas. Prosistas hay menos, quizá porque la prosa exija mayor esfuerzo de estudio y de oficio, y hoy los jóvenes escritores son bastante holgazanes."

Benjamín Jarnés Millán


"Hay ocasiones en que cuantos nos rodean no merecen sino un poco de comedia. Seamos, entonces, un poco farsantes."

Benjamín Jarnés


"La historia no es la maestra de la vida: nadie escarmienta."


Benjamín Jarnés Millán


“La imaginación nunca se sacia; tiene por cárcel todo el universo.” 



Benjamín Jarnés Millán


"La vida es una cadena de fracasos: hay que admitirla así."

Benjamín Jarnés Millán


"Merlín se retuerce dentro de su disfraz. Querría lanzarse contra Viviana y apagar en aquellos labios encendidos el satánico relato. Cuantas veces invoca Viviana una forma desnuda, una escena voluptuosa, sus dedos, como sierpes rosadas, trazan líneas ardientes en el aire, llenándolo de curvas superficiales, de perversas geometrías. La escuchan todos jadeantes, como sumidos también en el horno encendido, en un aire azuzado por invisibles centellas. Viviana, por fin calla. Teme haber sacudida con demasiada violencia aquellos cuerpos. Quisiera despedirlos, corre tras de Merlín, que le lanza su primera mirada de vencido.
Viviana quisiera correr en pos del mago, pero el mago desaparece. Y el auditorio aguarda en silencio otro romance. En el silencio tan preñado de voluptuosidad, que Viviana teme de pronto sentir desgarrado su brial y mordida su carne. Teme verse ceñida súbitamente por estos brazos nervudos que tiemblan de deseo.
Y, sonriendo, se despide y huye, dejando abrasada la noche, rotos los frenos, abiertas todas las esclusas del deleite. Las entrañas del castillo arderán en el fuego diabólico encendido por Viviana, hasta el amanecer.
Y, muy temprano, Viviana sale como de costumbre a retozar por la pradera. Quiere situarse entre Merlín y el sol, porque sabe que desde su torre el hechicero saludará también al nuevo día. Viviana sube a un montículo, dejando que el viento le ciña el traje a sus delgados miembros. Desde su torre, Merlín podrá ver claramente aquella fina escultura que parece desdeñar. La verá apenas velada, porque el tejido, aquella mañana, es transparente. Ariel fue quien lo trajo, como quien trae una ráfaga. Merlín, si quiere ver el sol, tendrá que verlo a través del ágil cuerpo estremecido, hecho dorada y pura llama."

Benjamín Jarnés
Viviana y Merlín



"Pocos casos de tan exquisita feminidad como el de Norah. Por eso prefiere luchar con la materia más leve, más dócil, con el aire y la seda de un plumón, con la brizna inmaculada que vacila entre quedarse adormecida en brazos del viento y obedecer a la ley implacable que lentamente la empuja hacia la tierra.
Un viejo sacerdote amigo nos demostraba la no existencia de los ángeles. «Son inútiles -decía-; Dios, omnipotente, no necesita de criados ni de juglares»...
Es posible que haya surgido allá arriba algún general licenciamiento: ya los ángeles no recorren las casas asesinando primogénitos y cobrando deudas a Tobías. Pero siempre quedarán residuos de la raza... Por lo menos, sabemos de un ángel que dicta versos a Cocteau. Y de otro que le lleva la mano -dulcemente- a Norah.
Pero antes, Carlota, he aludido a Barradas y a sus niños... ¡Qué diferentes niños! Porque los niños de un cuadro pueden ser candorosos: lo que no debe serlo nunca es el pintor. Es preferible que el pintor de niños esté ya de vuelta de la pintura de hombres. Estos pueden servir de escuela: Son más fáciles de pintar, porque llevan en el rostro las pinceladas definitivas. Cada rostro es un resumen: No hay sino verlo y traducirlo al idioma del pincel. Pero el niño es un modelo en blanco. Su carita, todo su contorno, es un trozo de naturaleza viva. Y ¡ay del pintor que ve en el niño algo más que naturaleza viva! Su pintura será trascendental, es decir, lamentablemente candorosa.
Los niños de Barradas no son trascendentales. No piensan... Como no sea en hacer alguna diablura. Nunca meditan. Se contentan con gozar de su infancia. Ni aún ese colofón inútil, que es la moraleja, se lee nunca en las deliciosas historietas infantiles de Barradas. En ellas no se intenta que los niños sean buenos. No hay que pintar a los niños como son... Menos como deben ser. Nada hay que pintar así. Lo primero es cosa del fotógrafo; lo segundo, del Juanito.
Esos pálidos niños que apenas ríen, esos matrículas de honor, graves y espigados. ¡Qué cachetes llevarían de los robustos muchachotes de Barradas recién llegados de Luco de Jiloca! Han querido anticipar a muchos niños esquemáticos la edad de la pedantería. Esos finos adolescentes prematuros, de invernadero, sin sol en la frente, lo saben ya todo y ¡cuando lo delicioso sería que lo ignorasen todo! Se hizo de ellos una delgada entelequia. Se les estilizó tanto que han salido destilados: Un extracto de niñez, una exquisita esencia infantil."

Benjamín Jarnés
Cartas al Ebro


“Si salta el ingenio, nunca se apoye en el idioma sino en la idea.”


Benjamín Jarnés Millán


“Sin religión, es decir sin cimientos, sin ataduras a una verdad trascendental, el hombre se viene abajo, girará a todos los vientos.” 



Benjamín Jarnés Millán


“Tertulia: zoco de ideas, se venden, se cambian y... se roban.”


Benjamín Jarnés Millán