"A no ser por la mirada de sus ojos, feroces por naturaleza, y por su corpulencia de criminal, hubiera creído tener ante mí a uno de esos trabajadores del puerto que se llaman "vagoneros", hombres muy aficionados a la bebida y feroces para el amor en los días de fiesta."

Panait Istrati


"Codine dio un salto de costado, se volvió y asestó un golpe en la espalda al adversario de Alexis, que se desplomó con un gemido. Pero, al mismo tiempo, la tuerca terrible que amenazaba a Codine le caía encima del cráneo… protegido, por fortuna, por el sombrero de fieltro que tenía metido hasta las orejas.
Por unos momentos creí que Codine iba a desplomarse… Su adversario parecía pensar lo mismo, porque se quedó titubeando un segundo con el garrote en el aire. Pero Codine, estremecido por el golpe, empuñó su bastón con las dos manos y empezó a describir círculos fulminantes por encima de su cabeza. Con este movimiento se precipitó sobre su rival, el cual intentó parar los golpes al tiempo que retrocedía. Después de un choque brusco, el bastón del enemigo saltó a diez metros de distancia y el de Codine se rompió y mientras el uno ponía pies en polvorosa, el otro abría el cuchillo y empezaba a perseguirlo. El fugitivo corría a saltos breves y acelerados, describía zigzags para engañar a Codine; pero este, con brincos de gorila, le pisaba los talones, adelantaba el acero para herirlo, le lanzaba sobre la nuca el soplo de la muerte.
Entonces yo comprendí que entre todas aquellas gentes que llenaban todas las puertas no habría nadie que interviniera para salvar a un hombre de la muerte, nadie que evitara nuevos trabajos forzados a un ex presidiario. En aquella carrera, en aquella pugna mortal, las dos víctimas de la vida presentaban expresiones inhumanas: Codine, cubierta la nuca y la oreja derecha por la sangre que le corría bajo el sombrero; el perseguido, blanco semblante de cera, abierta la boca, los ojos suplicando misericordia y salvación. He aquí que, rozando la acera en que yo me encuentro, Codine alarga el brazo y hunde el cuchillo en la espalda… Un grito unánime estalla como si brotara de un solo pecho… Una mujer embarazada se desmaya… Pero el cuchillo no ha hecho más que rasgar la chaqueta de arriba abajo, tela y forro a una… y ahora, con los dos retazos flotando al viento, el fugitivo corre desesperado, jadeante, tambaleándose. Esta vez Codine ya no cortará el traje, sino la columna vertebral. Yo me imagino a Codine cargado de nuevo de cadenas, dirigiéndose al palacio de justicia entre cuatro bayonetas a escuchar a los “señores que no tutean”.
Entonces me lanzo también a la liza y, al acercarse los dos poseídos, me tiro al suelo al paso de Codine. Su enorme zapato tropieza con mi cuerpo y Codine se desploma con la cabeza en el polvo mientras yo me pongo a gritar más de lo natural antes de ser herido.
Miro al hombre perseguido y veo que está lejos, que corre y vuelve la cabeza sin comprender nada; pero yo me alegro de que se marche. Cuando está a punto de desaparecer tras una esquina, vuelve otra vez la cabeza y sigue aún sin comprender… Tampoco el abigarrado populacho que invade todas las puertas, mudo de terror, parece haber comprendido.
Pero había un hombre, al menos, que comprendía.
Los dos estábamos en el suelo. Yo apoyaba la mano en la costilla dolorida en que había tropezado el zapato; Codine se quitaba el sombrero con dificultad: debajo ya no se veía el cabello, sino una masa redonda de jalea escarlata. Con ambas manos y a trocitos se puso a arrojar los coágulos de sangre contra el polvo. Después, palpándose la parte posterior de la cabeza, se quedó mirándome a los ojos. Su rostro, sudoroso y cubierto de surcos sanguinolentos, se asemejaba al de un ahogado recién sacado del agua y abandonado al aire en la orilla, de tal manera lo había congestionado y desfigurado la cólera. Sus ojos, inyectados de sangre y desencajados, miraban con la turbia fijeza que tienen los de los perros rabiosos."

Panait Istrati
Codine



"Contempló por un momento las luces múltiples de los barcos y su irrefrenable anhelo de viajar le estalló en el pecho como un profundo suspiro: - ¡Dios mío! ¡Qué magnífico estar en alguno de esos barcos, cruzar los mares, descubrir otras playas, ver otros mundos...!"

Panait Istrati


"El hombre es cobarde y cuando no es él el que aprecia la vida, es entonces la vida la que le ha tomado aprecio a él; pareciendo todo cosa del mismo demonio, ya que el fin de la creación no fue poblar la tierra de seres dignos sino de animales."

Panait Istrati


"El pavor que me causaba su solo contacto y me helaba la sangre en los primeros días, se esfumó. Empezaba ya a sentir vagos deseos...Un débil despertar se iniciaba, y sentía un hormigueo que subía por mis venas y recorría todo mi cuerpo, estremeciéndome y haciéndome enrojecer cuando ella me acariciaba, acunándome entre sus brazos, o cuando me declaraba, apasionadamente, su amor."

Panait Istrati


"En la casa de mi madre todo invitaba al amor. Era un paraíso del amor. Amor se respiraba y amor se bebía; la belleza de las dos mujeres, sus amantes, los perfumes, los cantos, la música, los bailes..., y hasta la grotesca y dramática huida de los invitados me parecía voluptuosa y apasionada."

Panait Istrati



"Entretanto, barba Yani envejecía.
Una enfermedad cardiaca lo volvía cada año menos capaz de ganarse el pan. El cansancio lo abrumaba. La tristeza iba apoderándose de él poco a poco. Yo tenía veintidós años, era fuerte, valiente y espabilado.
Unos pocos ahorros que habíamos conseguido reunir me decidieron a pedirle que descansara, y para que el reposo le sentara mejor, elegí, como sitio para retirarnos, un país aún desconocido para nosotros: los montes del Líbano.
¡Oh, el hermoso y triste Líbano! ¡Sólo con recordar el año transcurrido allí, mi corazón se estremece de placer y sangra al mismo tiempo!… ¡Ghazir!… ¡Y tú, Dlepta!… ¡Y tú, Harmon!… ¡Y tú, Malmetein!… ¡Y vosotros, cedros de largos brazos fraternales, que parecéis querer abrazar toda la tierra! ¡Y vosotros, granados, que os conformáis con tres puñados de musgo reunido en la grieta de una roca para poder ofrecer al viajero perdido vuestra jugosa granada!… ¡Y tú, Mediterráneo, que te entregas, voluptuoso, a las caricias de tu dios llameante y que despliegas tu inmensidad inmaculada ante las pobres ventanas de las casitas libanesas, colgadas ante el infinito!… ¡A todos os digo adiós!… No volveré a veros, pero mis ojos guardarán eternamente el recuerdo de vuestra única y dulce luz… Esa luz se ha ensombrecido en mi memoria… La vida no quiso que mi alegría fuera completa…
Pero, Señor, ¿dónde y cuándo nos ofrece la vida alegrías plenas?
Nos detuvimos en Ghazir, un pueblo pintoresco como lo es casi todo el Líbano, situado en una meseta protegida. Éramos los únicos huéspedes de una mujer de avanzada edad, artrítica, que vivía sola: Set Amra, una árabe cristiana como todos los libaneses. Aunque nosotros éramos ortodoxos y ella católica, al ser cristianos fuimos bien recibidos. Y he aquí otra historia, porque mi vida es rica en historias.
En Ghazir habíamos decidido que trabajaría sólo yo. Barba Yani, enfermo, se paseaba buscando granadas y matando culebrillas. Manteníamos largas conversaciones con Set Amra mientras fumábamos nuestros narguiles. Así descubrimos que ella también tenía una pena.
Estaba sola en el mundo, y esa soledad corroía su alma. Su única hija —una chica de unos veinte años— se encontraba en Venezuela, adonde había ido con su padre para hacer fortuna, como era costumbre entre los habitantes del Líbano. Pero el viejo había muerto hacía ya un año y tras su muerte las cartas de América eran cada vez más escasas. Selina —la joven— no era pobre. Llevaba un buen negocio de joyas. A pesar de todo, su corazón no derrochaba demasiadas atenciones para con su madre. Se olvidaba de ella, y Set Amra se veía obligada a pasar días enteros comiendo sólo pan."

Panait Istrati
Kyra Kyralina




"Era un perro de espíritu selecto. Aunque hambriento, siempre comía con delicadeza y parecía humillarlo tener que recoger su alimento del suelo. Mascaba lentamente y jamás roía los huesos. (...) Busqué un nombre que correspondiera a su dignidad e independencia y lo bauticé con el de Lobo. Luego, hice prodigios de prudencia para su amistad. Como cada uno vive su vida, sufre sus heridas y obra según su propia filosofía, respeté su reserva para conmigo. A fin de probarle que le había comprendido, no volví a echarle la comida al suelo, sino envuelta en un papel."

Panait Istrati


"Existen en aquellos parajes del Mediterráneo porciones extensas de mar en las que el fondo no se encuentra más profundo de quince y hasta de diez metros de la superficie de las aguas. Es aquel uno de los sitios donde más abundan las esponjas, un rincón de vastas y solitarias bahías que apenas si son surcadas por los caiques de los pescadores.
Allí, por cada metro de superficie de agua ha surgido una burbuja que, al estallar, deja salir un mudo gemido contra la inclemencia humana, escapado del pecho de un hombre que hace esfuerzos, en el fondo del agua, para arrancar una esponja. La misma esponja que, meses más tarde, se esfuerza, a su vez, por limpiar una pequeña parte de la suciedad humana. La lucha del hombre y de la esponja es inútil, pues como verá usted, lo que pasa es lo siguiente:
Alineados a babor y a estribor de la embarcación, diez verdugos sujetan con sus manos un cable del que pende la vida de un hombre. Cada uno de éstos, desnudo como vino al mundo, sostiene en su mano un cuchillo corto y afilado. La cuerda le pasa por debajo de las axilas, y a su espalda lleva un lastre que, aunque mucho más ligero que su amargura, es bastante más pesado que sus pecados. Y eso es todo.
Una vez fijado el lugar de la pesca y anclado el barco, el patrón da comienzo a los sondeos, gritando:
-¡Doce metros!… ¡Ocho!… ¡Trece!… ¡Once!… ¡Nueve!…
A cada uno de los gritos, se preparan, tras él, el esclavo y su amo: una buena bocanada de aire y al fondo del agua, donde podría verse, con los ojos abiertos, hasta una aguja que cayera de arriba y el sitio en que quedaba.
Esponjas de todos los tamaños tapizan el fondo del mar. El hombre agarra la más grande, queriendo cortarla; pero, como todo lo miserable, la esponja lucha defendiendo su vida. No tiene otra defensa que el jugo viscoso que la empapa, y que la hace escurrirse de las manos, como el mercurio, mientras la raíz parece sujetarse con más fuerza a la roca. Y he aquí la tragedia de la pesca de esponjas: la dosis de aire se agota con rapidez; empieza a apagarse el corazón, zumban los oídos; los ojos se cubren con el velo precursor de la muerte.
Entonces, con la esponja o sin ella, hay que tirar del cable para dar la señal de socorro, sin precuparos en lo que os espera; no pensando más que en esa enorme riqueza de la vida ?¡el aire!? que ningún hombre ha logrado atesorar.
Una vez a bordo, si la suerte propicia le ayudó a uno a recoger una buena esponja, unos instantes de reposo, dulces como la caricia de la mujer amada, son el pago. Pero si subes con una esponja deshecha, o con nada, el puñetazo, recibido en las costillas desnudas, te hará blasfemar contra la vida y su creador."

Panait Istrati
El pescador de esponjas


"Han dicho perversión, violencia, vicio...Y creen aplastarme bajo la vergüenza que encierran esas palabras. Sin embargo, dije y repito que soy un hombre sin honor, y entiendo por eso hacer el mal conscientemente. Pero de aquí a la perversidad, a la violencia o al vicio... ¡Ah, mi buen Mijail! Esto se hace y lo vemos todos los días a nuestro alrededor sin que nos rebelemos. Esto ha entrado ya en nuestras costumbres; se ha convertido en una regla de nuestra vida, y yo soy sólo uno más de quienes llevan esta manera de vivir."

Panait Istrati


"Has oído hablar quizá de su crueldad, sus fechorías. Nosotras dependemos de él, como todos los habitantes: él puede dejarnos vivir o puede matarnos a su guisa. Y la muchacha que atrae su atención no puede escapar de él. Tiene que escoger entre su deshonra y la ruina de su familia. Yo tengo la desgracia de agradar a este bruto hace dos años. Desde entonces no hay reposo. He rehusado defenderme hasta el presente. Pero el peligro está por encima de mis fuerzas, porque este hombre no tiene corazón ni vergüenza. Es nuestro amo."

Panait Istrati



"La capacidad de abyección supera la imaginación más exaltada. De todos los seres que pueblan la tierra, sólo el género humano puede degradarse a tal extremo."

Panait Istrati



"La verdad, ni yo sabía lo que quería, pero me moría a su lado: su contacto estremecía todo mi ser..."

Panait Istrati


"(...) Pero Adrián no se fijaba en los seres humanos. Ávido, llenaba sus pulmones con el aire puro que surgía de la arena recientemente regada y se confundía, como en un bálsamo, con el olor de las flores."

Panait Istrati



"Pero, ¿Qué importancia puede tener esto para el creador, si cuando una piedra cae del cielo, lo mismo aplasta sobre la tierra a un grano de maíz que a un hombre que es todo razón de ser?"

Panait Istrati



"Sufría del alma y de la ingenuidad del corazón: dos tiranías que abaten siempre al hombre sensible."

Panait Istrati




"(...) Todas nuestras desgracias no están en lo poco que acabo de contarte y que son cosas pasadas. Aunque hay otras. No quisiera decirlas. ¿Para qué? Aquellos que gustarían, como tú, desposarme y que las conocieran, no avanzarían más. Vale más doblegarse ante el destino."

Panait Istrati



"¡Un hermano de cruz! ¡Eso es otra cosa! ¡Una cosa que acaso no exista! Un hermano de cruz es alguien por sí mismo, no por otro, y por eso su amor es grande, desinteresado, precioso a nuestro corazón. Porque, ya ves tú, haciendo favores es fácil hacerse querer..."

Panait Istrati



"Verdad es que siempre he sido un hombre sin razón de ser."

Panait Istrati




"Vivíamos la época siniestra de la esclavitud y la miseria que marcó el final de la ocupación turca. Aunque se sabe que las regiones protegidas por las montañas eran las menos tocadas por la expoliación, sólo escapaba al veilic, al foete a los impuestos onerosos el hombre que podía escapar a sus semejantes, ganaba la montaña y vivía en compañía de los osos."

Panait Istrati



"(...) Y gracias a él pude seguir viviendo y hasta bendecir la existencia, porque pude comprender que la bondad de uno es mucho más fuerte que la maldad de mil, porque el mal se acaba cuando muere el malo, pero el bien se transmite a otros espíritus y permanece aun después de la muerte del bueno."

Panait Istrati