"A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo os pido que en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma."

Emilio Salgari
Carta a la editorial


"¿Acaso no seguimos siendo los viejos Tigres de Mompracem? - repuso el portugués-. Donde ponemos las garras, arrancamos lo que queremos. ¿Quieres una prueba?"

Emilio Salgari



"Antes de abandonar los dos barcos, los malayos encendieron mechas adheridas a los barriles de pólvora que habían dejado en la Santa Bárbara. Sandokán, Yáñez y Tremal-Naik, se apoyaron en la amura de popa para mirar tranquilamente a los dos transportes. Delante de ellos habían colocado un cronómetro.
¡Tres minutos!- dijo, de repente, Sandokán, volviéndolo hacia sus compañeros. ¡El final!
Un instante después retumbaba una explosión horrísona, a la que siguió otra a muy poca distancia, no menos ensordecedora. Ambas naves, cuarteadas por las voladuras, se hundían rápidamente, en medio de los gritos furiosos de los soldados y de las tripulaciones que contemplaban la catástrofe desde la costa de la isla.
¡He ahí la guerra!- dijo Sandokán, con una sonrisa sarcástica- ¿La han querido? ¡Que la paguen! ¡Y esto no es más que el comienzo del drama!
Luego volviéndose hacia Yáñez, añadió:
Ahora vámonos a Sarawak; aquel golfo será el teatro de nuestra futura campaña, y allí las presas serán más abundantes que aquí! ¡Ya lo veréis! El Rey del Mar se alejó rápidamente de las islas Romades, poniendo la proa al Sur."

Emilio Salgari
Sandokán el rey del mar


"Bien pronto se retiraron bajo la tienda, contando con ponerse en marcha muy temprano. En efecto, a las cinco de la mañana comenzaron a bajar la montaña, dejándose resbalar a lo largo de la vertiente opuesta. Aunque el descenso era fácil, no emplearon menos de cuatro días en llegar a la llanura, que parecía seguir hasta el Polo sin interrupción alguna.
El 5 de diciembre, encendido el motor, continuaron el viaje hacia el Sur, con una velocidad de treinta millas por hora. Era necesario apresurarse, porque el sol, después de haber llegado a su máxima altura, comenzaba a bajar, y a la media noche traspasaba el horizonte septentrional. Cierto es que antes del 21 de marzo no se debía poner durante seis meses enteros, quedando aquellas regiones en una oscuridad completa, en una noche tenebrosa y helada; pero los primeros fríos podían llegar pronto.
El deshielo se había ya detenido, pues en el continente austral es parcial y no total; y cuando el sol se ocultaba, el frío aumentaba cruelmente, endureciendo aquellos imponentes campos de hielo. Ya el termómetro había señalado por dos veces -8°, y aquello era mal indicio.
¡Ay de ellos si el invierno polar sorprendía en su retirada a los audaces exploradores! Entonces ninguno podría llegar a la costa a reunirse con los compañeros que les esperaban en la choza.
El 27, después de dos días de carrera rapidísima, los viajeros pasaron al 78° 9’ 30” de latitud, el punto más cercano al Polo a que habían llegado los navegantes antárticos que los precedieron en aquellas regiones. El mismo día vieron con gran sorpresa una bandada de chloephagas antárticas, que volaban hacia el Sur.
Dichas aves tienen el tamaño de ocas, de formas elegantes, con las plumas blanquísimas los machos, y negras con listas blancas las hembras; viven en las proximidades de las costas o junto a los lagos. ¿Cómo, pues, se dirigían al Sur en vez de huir hacia el Norte?
—¿Existirá realmente un mar libre en el Polo Austral, como se supone que lo hay en el Ártico? —dijo Wilkye—. Entonces este continente debe de tener canales interiores.
—Los exploradores antárticos, ¿han visto el mar libre? —preguntó Peruschi.
—Como os he dicho, el ballenero Mowel aseguró haber descubierto en 1820 un mar libre a setenta grados, catorce centígrados de latitud; pero nadie prestó fe a tal aserto.
—¿Y usted cree que exista?
—No —dijo Wilkye con profunda convicción.
—Si existiera, podríamos encontrarnos con la expedición inglesa.
—No lo esperes, Peruschi. El deshielo ha faltado este año, y la Estrella Polar debe de hallarse aprisionada entre los hielos.
—Y estas aves, ¿por qué se dirigen al Sur?
—Lo sabremos si llegamos al Polo. Apresurémonos, amigos; la provisión de petróleo va a acabarse, y en esta región puede comenzar el invierno dentro de un mes.
Montaron en la máquina y prosiguieron avanzando hacia el Sur, subiendo y bajando por las ondulaciones de aquella gran llanura.
El 28, después de una carrera rapidísima, y casi no interrumpida, llegaron al 84° de latitud, sin haber hallado ninguna cadena de montes ni ningún ser viviente. Aquella noche el frío descendió a -27°, y bajo la tienda, no caldeada ya por la máquina, a fin de economizar petróleo, reinó una temperatura tal que los dos velocipedistas, no acostumbrados a aquellos rigores invernales, padecieron mucho antes de quedarse dormidos, y sus dientes entrechocaron largas horas, aunque Wilkye tuvo la precaución de encender la pequeña estufa de alcohol."

Emilio Salgari
Al polo austral



"Contrariamente a las costumbres de otros sha, que se casan con cuatro mujeres y que en su palacio tienen a centenares de esclavos, joven todavía, se había casado con una sola mujer, la hija del valiente khan de Samarcanda, hermosa, rubia como tu Fátima, con los ojos negros, los rasgos delicados, un amor de muchacha, una perla que constituía el orgullo de la corte de Teherán; y de su unión, naciste tú. Persia, entre tanto, andaba muy revuelta; los pretendientes luchaban entre sí por todas partes y tu padre, a pesar de tantas victorias conseguidas y del amor de sus soldados y de su pueblo, no estaba seguro. Temiendo que un día fuese asaltado en Teherán por el feroz Mehemet, que le disputaba tenazmente el poder con un ejército numeroso, te dejó a mi cuidado, y yo te conduje a este castillo, en donde creciste ignorando siempre de quién eres hijo. Así lo había dictaminado tu padre para sustraerte a la crueldad de Mehemet. Tu madre tenía un tío, el príncipe Ibrahim, un ambicioso que aspiraba a llegar a ser poderoso. Sabiendo a qué precio habría pagado Mehemet una traición que le cerrase el camino al trono de Persia, éste conjuró contra tu padre y cayó una noche sobre Teherán, despertando a la población con el fragor de la artillería. Parte de las tropas, corrompidas con el oro, habían abrazado la causa de Mehemet y del traidor, y habían penetrado inesperadamente en la capital. No olvidaré jamás aquella noche tremenda, aunque viviese cien años. Se habían juntado aquel día en el palacio real la hermana de tu madre y su esposo, el khan de Irak-Adje-mi, llevando con ella a su hija, una niña rubia de pocos meses, con los ojos negros, bella como el corazón de una rosa.
[...]
Los matrimonios persas son tan singulares, que merecen que nos detengamos un momento en ellos.
Tanto si el pueblo es mahometano o turco, puesto que no hay entre sus religiones más que ligeras diferencias, sin embargo el adge (que así se llama la ceremonia del matrimonio) es muy distinta de la de los musulmanes de Europa y del Asia Menor.
El amor sólo cuenta en muy raras ocasiones. Los padres, en general dos amigos, se entienden entre ellos, tratan de la dote que deben asignar a los hijos y, cuando han llegado a un acuerdo, determinan el día para el adge. De esta manera, ocurre a menudo que los esposos se unen sin haberse visto jamás, porque los persas no toleran que los jóvenes hablen o vean a sus hijas.
Determinado el día, el padre de él y el de ella anuncian a los parientes y a los amigos que tienen que tomar parte en la fiesta, que suele durar media semana e incluso una semana entera.
El primer día está destinado a recibir a los amigos y a los parientes. El padre del esposo convoca a su casa a unos cuantos músicos y bailarines, invita luego a las personas que deben tomar parte en el adge, los cuales intercambian saludos, mientras les son servidos helados y dulces. Se charla, se oye música, se baila, se come y se bebe, y esta primera fiesta se alarga hasta muy tarde.
El segundo día, hacia el atardecer, los músicos van solemnemente, seguidos por los siervos de la esposa portando antorchas, a casa del esposo, al que ofrecen el henné, especie de polvos amarillentos, muy usados por los persas y que sirven para teñirse las manos y los pies de un amarillo oscuro.
El tercer día, el esposo se dirige al baño, acompañado de dos parientes o amigos, que tienen que ayudarlo, y que por esta razón reciben los nombres de «mano derecha» uno, y de «mano izquierda» el otro; el esposo se viste el vestido nuevo que le ha regalado la esposa y es conducido de nuevo a su casa acompañado por una legión de músicos. El mismo baño hace la prometida, que es acompañada a su casa por un séquito parecido."

Emilio Salgari
El rey de la montaña



"¡Decidíos, excelencia! Es un hombre feroz que no regateará medios, a cual más horrorosos para conseguir su propósito. Yo soy el Tigre de Malasia; él es el Tigre Blanco. ¿Cuál de los dos es más implacable? Ni yo mismo se lo podría decir."

Emilio Salgari


"Desapareció tras una serie de experimentos que no contentaron a nadie y disgustaron a todos. Era aquella una hermosa utopía que en la práctica no podía dar resultado alguno, resolviéndose, al cabo, en una especie de esclavitud. Así, hemos vuelto a lo viejo, y hoy hay pobres y ricos, dependientes y patronos, como miles de años antes, como ocurrió desde que el mundo comenzó a poblarse."

Emilio Salgari
Las maravillas del año 2000



"Dos días después de los narrados sucesos, al amanecer, una pequeña tropa formada por una docena de guerreros kahoas, mandada por don José y los kanakas krahoas, partían de la aldea en el más profundo silencio, internándose en los grandes bosques.
Durante aquel día, el espía que había mandado al pueblo de los nokús volvió trayendo preciosas informaciones; éstas eran que el hombre blanco se disponía a marchar a la boca del Diao, donde se encontraba probablemente fondeado su barco y que sus aliados habían ya fijado la fecha del gran pilú-pilú durante el cual sería sacrificado uno de los dos prisioneros blancos.
Aquellas informaciones habían decidido al capitán a obrar sin perder momento para sustraer al viejo bosmano a una muerte espantosa, sin duda, tratándose de él.
No queriendo exponer a Mina a gravísimos peligros, por ser la expedición bastante arriesgada, la habla obligado a quedarse en la ranchería bajo la guardia del hermano que debía asumir momentáneamente las funciones de gran jefe, y de la fiel perra de Terranova, que era especialmente temida por los kahoas, quienes nunca habían visto un animal tan grande.
Aun cuando todavía no hubiera ideado un verdadero plan, el comandante partió segurísimo de llegar a tiempo de poder salvar al viejo marinero. Para lograrlo, contaba sobre todo con la audacia y astucia de Koturé y Matemate que valían por sí solos más que todas las escoltas de guerreros, que había unidlo a su expedición para guardarse de cualquier ataque imprevisto.
La pequeña columna había penetrado animosamente bajo el bosque, remontándose hacia septentrión, donde se encontraban las rancherías de los nokús.
Aunque la obscuridad era profundísima, no llevaban encendida ninguna antorcha en previsión de que los nokús tuvieran noticia de la presencia de hombres blancos entre los kahoas y que Ramírez hubiese mandado espías a las selvas de la costa.
Matemate y Roturé, armados con las carabinas de Mina y de don Pedro, enseñados a manejarlas por el gran jefe blanco, abrían la marcha con un guerrero kahoa, conocedor al dedillo de los senderos de los grandes bosques.
El capitán marchaba después con el anciano subjefe, que había querido; tomar parte en la expedición para proteger personalmente al nuevo monarca.
A media noche hacía alto la pequeña tropa a pocas millas del primer pueblo de los nokús, emboscándose en medio de un espeso grupo de plátanos silvestres que podía servir de magnífico refugio aun en caso de no tener éxito.
Se celebró un breve consejo y se decidió que antes de volver a emprender la marcha salieran exploradores para conocer el lugar preciso donde estaba encerrado Retón.
No convenía empeñarse a fondo, siendo la tribu de los nokús numerosísima y apoyada regularmente por un buen número de marineros de la «Esmeralda»."

Emilio Salgari
El tesoro de la montaña azul 


"El Corsario Negro es un noble caballero y un noble que nunca falta a su palabra."

Emilio Salgari



"El mar, en ese lugar, ofrecía un espectáculo horrible. Las olas, detenidas bruscamente en su carrera impetuosa, golpeaban la isla con un estruendo ensordecedor y espantoso. Inmensas columnas de espuma caían, con fragor de trueno, contra las rocas, destrozándolas, pulverizándolas. La ciudad flotante, golpeada por todos lados, chocaba y volvía a chocar contra la costa."

Emilio Salgari



"El sol descendía rápidamente hacia el ocaso, escondiéndose tras los inmensos bosques, y las tinieblas comenzaban a cubrirlo todo. No tardaría media hora en estar la selva oscura como boca de lobo. El americano, que sabía lo que las tinieblas traían consigo, reanudó su marcha, tratando de orientarse con los últimos rayos del sol.
Marchó en línea recta una buena media hora; volvió atrás, torció a la derecha, tropezando en cien mil raíces luego a la izquierda, dejándose media casaca en los espinos trepó a los árboles más altos, confiando en descubrir el sendero o el campamento, pero en vano. Las tinieblas reinaban ya, había salido la luna y todavía caminaba sin descanso. Temiendo extraviarse en medio de la espesura, se decidió a pasar la noche al pie de un pequeño tamarindo.
Apenas se había tendido en tierra, cuando oyó un maullido a unos trescientos pasos de distancia, pero uno de esos maullidos propios de los tigres, que se asemejan a verdaderos rugidos. El americano, creyéndose frente a una de esas fieras, se incorporó de un salto. Lanzó una mirada a través de la oscura floresta y se mantuvo al acecho, conteniendo la respiración. El maullido se repitió, pero mucho más cercano.
El americano era valeroso, ya lo sabemos; sin embargo, al oír aquel rugido, que repercutía bajo la sombría floresta, experimentó un fuerte estremecimiento y estuvo a punto de salir corriendo. Pero temiendo perderse o encontrarse frente a un segundo tigre, no se movió, y permaneció en pie, apoyado en el tronco del tamarindo, con la carabina en las manos y el cuchillo entre los dientes.
[...]
No había acabado de decirlo cuando oyó crujir las ramas bajo las zarpas de hierro de la fiera; después vio abrirse los arbustos y dos ojos como los de un gato fijarse en el tamarindo.
No se amedrentó. Alzó lentamente la carabina, apuntó al tigre, que maullaba a cien pasos de distancia, e hizo fuego, pero el tigre dio un salto gigantesco y se lanzó hacia él.
Comprendiendo que nada ganaba con una lucha cuerpo a cuerpo, de un salto se encaramó a una rama del tamarindo, poniéndose a cubierto en el tronco.
El tigre, herido, aunque no gravemente, se estrelló contra el árbol, arrancando grandes trozos de corteza, pero volvió a caer en seguida. Repitió el asalto, pero esta vez tampoco logró llegar a las ramas. Dio tres o cuatro vueltas alrededor del árbol, desangrándose por el cuello, y se agazapó después a tres o cuatro metros de distancia, con los ojos fijos en el americano, que no osaba moverse, maullando furiosamente y rechinando los dientes.
Visto así, de noche, en el bosque, irritado, rugiente, daba miedo. El americano, con gran sorpresa, sentía temblar sus miembros, y, cosa extraña en él, notaba la encrespada cabellera ponérsele de punta bajo el birrete.
[...]
Pero no era aquel momento adecuado para lamentarse. Apeló a sus fuerzas y a su valor, se aseguró bien entre las ramas, y dejando caer la carabina, ya inútil, blandió el bowie-knife.
Aquellos preparativos fueron inútiles, pues el tigre, que parecía pronto a atacar, después de haber maullado en todos los tonos y de girar alrededor del árbol repetidas veces, se alejó, internándose en la espesura. Ya había recorrido quinientos pasos y comenzaba a desaparecer entre las tinieblas, cuando un nuevo maullido rompió el profundo silencio que reinaba en el bosque. Venía del lado opuesto y de unos trescientos o cuatrocientos metros de distancia.
Al oír aquel maullido, el tigre se detuvo súbitamente. De pronto retrocedió, miró al tamarindo y se lanzó hacia él dando saltos de quince pies.
Atravesaba la maleza con la rapidez de una bala, los ojos echando llamas, abiertas las fauces y tendidas las zarpas, saltando como si el suelo estuviese cubierto de miles y miles de resortes de extraordinaria potencia.
El americano empuñó su cuchillo en el momento en que el tigre, con desesperado impulso, se abalanzaba hacia el tamarindo, agarrándose a las bifurcaciones de las ramas. El choque fue terrible. El yankee se lanzó resueltamente contra la fiera, que pugnaba por abrirse paso a través de las ramas, hiriéndola en el pecho. El tigre, aunque gravemente herido, soltó las ramas, haciendo presa en las piernas del americano, que desgarró horriblemente."

Emilio Salgari
La cimitarra de Buda



"En cuanto a Dimitri, apenas disparó se unió a María y al cochero, que aguardaban bajo la bóveda de hielo.
Como se comprenderá, la caída que sufrieron por el barranco no había tenido consecuencias.
Empujados por la violencia de la carrera, habían caído en medio de la nieve, blanda a la sazón, y que, por tanto, amortiguó mucho la fuerza del golpe.
Los caballos, en cambio, fueron a caer casi a plomo junto a la orilla del río, lo que fue una suerte, pues de otro modo hubieran aplastado con sus cuerpos al cochero y a sus amos.
Dimitri no perdió la serenidad, y temiendo que los cosacos llegaran de un momento a otro a los bordes de la rotura y les hicieran fuego, pensó en seguida en poner a salvo a María Federowna.
Agarró entre sus robustos brazos a su joven ama y la condujo a un repliegue que formaba una especie de galería de hielo, y después libró a sus caballos, que pataleaban enredados en las correas, haciéndoles huir a lo largo de la orilla del río.
No quería perder a aquellos útiles trotadores, de los cuales esperaba obtener aún muy buenos servicios, tanto más cuanto que en la caída habían sufrido también muy poco, pues ya hemos dicho que la capa de nieve era en aquel sitio muy espesa y blanda.
El cochero, que sólo había sufrido contusiones de poca importancia, apenas se puso en pie cogió las armas y se unió a sus compañeros.
Todo esto se había hecho tan rápidamente que cuando llegaron los cosacos al borde de la cortadura sólo hallaron el coche, demasiado pesado para que hubieran podido quitarle de en medio.
Dimitri, después de convencerse de que María no estaba herida, se puso al acecho, y ya hemos visto cómo puso fuera de combate al pobre Otao."

Emilio Salgari
Los horrores de la Siberia



"La bahía de Hudson es una de las más vastas de la América septentrional; sólo puede comparársela con la bahía de Baffin, pero ésta le es inferior en vastedad. Una y otra, empero, podrían denominarse mares, pues en su travesía, se emplean varios días y están llenas de peligros a causa de los grandes bancos de hielo y de las montañas flotantes que las corrientes polares arrastran hacia el sur.
La de Hudson se encuentra al lado anterior del círculo polar ártico, puesto que empieza en la isla de Southampton y termina en la bahía de James, que penetra como un gigantesco cono en el Alto Canadá. Sin embargo, su clima es extremadamente frío, casi tanto como el de la bahía de Baffin, que se extiende allende el círculo polar, y en sus costas no pueden construirse ciudades. Sólo se ven diseminados algunos fuertes pertenecientes a la Compañía de Hudson, que durante seis u ocho meses del año se encuentran medio sepultados bajo la nieve.
En cambio, se hallan numerosas tribus de esquimales, especialmente a lo largo de las costas del Labrador, tribus que no tienen asiento fijo, aunque, en vez de vivir en cabañas o cuevas de hielo como sus hermanos del septentrión, se construyen casuchas de piedras unidas con argamasa de turba. No son, empero, ni leales ni hospitalarios como sus compatriotas de los hielos perpetuos. Su vecindad con la civilización los ha corrompido, haciendo de ellos ladrones temibles que han perdido hasta la noción de lo poco bueno que existía en sus almas.
En el lugar donde había llegado el automóvil, la costa se perfilaba recortada caprichosamente y desierta por completo. Sin embargo, algunas tribus de esquimales habían debido pasar allí el verano, pues existían aún vestigios de cabañas y algunos montones de huesos pertenecientes a focas y a morsas.
La inmensa bahía no estaba aún completamente congelada, aunque a lo largo de la costa se habían formado ya los primeros bancos de hielo. A lo ancho fluctuaban pesadamente, balanceándose, muchos icebergs, algunos de ellos de proporciones gigantescas, seguidos de un número infinito de packs y de streams, o sea pequeños bancos circulares o de forma entrelarga, desprendidos, seguramente, de los grandes packs de las bahías o de los golfos situados allende el círculo polar ártico.
[...]
En efecto, el coloso, enloquecido por los atroces dolores que le producían la mutilación de la lengua y los mordiscos del voraz crustáceo, había ido a caer, tras un supremo arranque, sobre un banco subácueo que no había visto y quedó como anclada, con tres cuartas partes de su cuerpo al descubierto. Sólo había quedado sumergida su poderosa cola, que ahora no le era de utilidad alguna sino de estorbo, pues a cada aletazo su enorme cuerpo se descubría más y más.
El banco estaba a doscientos cincuenta o trescientos metros de distancia del sitio donde se había parado el automóvil, y, por lo tanto, nada podía escapar a los ojos de los exploradores de la lucha que iba a entablarse.
Los esquimales, percatándose de que la colosal presa no podía ya evitar su ataque, bogaron de firme lanzando gritos estridentes.
Sus ligerísimas chalupas, que medían de seis a ocho metros de largo, formadas con huesos de fanones de ballena sólidamente ligados entre sí, con nervios de reno y de zorras y recubiertas de pieles bien cosidas e impermeables, se deslizaban sobre las aguas con asombrosa rapidez, impulsadas por los golpes de remo de doble pala.
Los hombrecillos de las regiones del hielo iban cubiertos de modo que parecían osos blancos, pues hasta sus cabezas desaparecían en capuchones peludos, y bogaban con ahínco sin dejar de aullar."

Emilio Salgari
Un desafío en el Polo



"Llegar a la bóveda no era cosa muy difícil habiendo en la sala muchos divanes, sillas, mesitas y montones de escombros que se podían reunir aunque fuese a costa de fatigoso y largo trabajo.
Los tres hombres, animados por la esperanza de poder alcanzar la cima del cono y volver a descender por medio de las escalas de cuerda que habían descubierto, se pusieron febrilmente a la obra.
El cosaco que, como hemos dicho, estaba dotado de fuerza extraordinaria, en menos de media hora amontonó sobre los cascotes caídos del tubo, todos los divanes, ayudado por Ursoff, que no era menos robusto que un oso negro de las selvas rusas.
Cuando ya la pirámide se elevaba hasta casi la bóveda, los tres hombres la escalaron, llegando con felicidad a los primeros escalones de la escalera de caracol, que no había sufrido mucho, a pesar de la violencia de la explosión.
Un triple grito de alegría se escapó a los dos rusos y al cosaco en cuanto se elevaron una docena de metros.
Habían divisado en lo más alto un ojo luminoso que no parecía mayor que el disco aparente de la luna, pero que anunciaba que aquel pozo, abierto por la mano del hombre, quién sabe a costa de cuántas fatigas y cuántos años de labor, conducía a la cumbre del enorme escollo."

Emilio Salgari
El rey del aire



"Los hombres de la canoa lanzaron un grito de alegría. -Que me trague el mar si no es una voz conocida -dijo Carmaux, y añadió-: Sólo un hombre, entre todos los valientes de las Tortugas, puede atreverse a venir hasta aquí, a ponerse a tiro de los cañones de los fuertes españoles: el Corsario Negro."

Emilio Salgari



"Montañas enormes, los llamados icebergs, aparecían de cuando en cuando, flotando peligrosamente, bamboleándose entre las olas y amenazando con embestir a la pequeña nave. Ésta, con una rápida maniobra, los evitaba, lanzándose en medio de los bancos, a los que superaba impetuosamente y destrozaba con su propio peso. Ninguna otra nave se divisaba en ese mar. Desde que las ballenas y las focas habían desaparecido, aquellas aguas se habían vuelto desiertas."

Emilio Salgari



"¿No podemos intentar nada para arrancarlos de las manos de la muerte? -preguntó Toby, que se encontraba al otro lado del capitán. - ¿Qué quieren hacer? ¡Si bajamos, las olas nos llevarán sin que podamos ayudar a los habitantes de esa pobre ciudad! -Se me rompe el corazón viéndolos morir de ese modo. -Piense que está asistiendo al naufragio de un barco. El océano, de cuando en cuando, reclama sus víctimas."

Emilio Salgari



"¡Por Dios! El mundo tiene derecho a vivir y trabajar tranquilamente sin ser perturbado. Al que molesta se lo manda al reino de las tinieblas, y les aseguro que nadie lo lamenta. El capitán había dicho la verdad cuando aseguró que la comida no faltaría. En medio de las algas, formadas por racimos oscuros, muy ramificados, con cortos pedúnculos dotados de hojas lanceoladas, se deslizaban miríadas de pequeños peces, planos, deformes, con una boca muy ancha, de apenas un centímetro de largo, del género antennarius y del octupus purpúreo, y saltaban pequeños cefalópodos y grandes cangrejos, ocupados en hacer verdaderos estragos entre sus infortunados vecinos. - ¡Qué desgracia no tener una buena sartén y una botella de aceite! -murmuraba Brandok, que no perdía el tiempo-. ¡Qué buena fritada podríamos hacernos! La caza, ya que en vez de pesca se trataba de una verdadera caza, duró apenas media hora y fue muy abundante."

Emilio Salgari


"Se oyó una explosión terrible que hizo temblar las rocas y levantó una inmensa nube de polvo. Era una pequeña bomba de aquel terrible explosivo que el capitán del Centauro había llamado silurite, que había estallado en medio de las fieras. (...) Los efectos causados por esa minúscula bomba eran espantosos."

Emilio Salgari



"¡Te amo, Sandokan, te amo como nunca mujer alguna amó sobre la tierra! Sandokan la acarició dulcemente y sus labios besaron los dorados cabellos y la nívea frente de la joven. - ¡Ay de quien te toque ahora, que ya eres mía!"

Emilio Salgari


"Vencido por todo tipo de desgracias, reducido a miseria a pesar del enorme trabajo, con mi mujer loca en el hospital, a la que no puedo pagar sus gastos, me quito la vida. Tengo muchos admiradores en Europa y América. Les pido señores directores, que abran una suscripción para sacar de la miseria a mis cuatro hijos y pagar los gastos de mi mujer mientras esté en el hospital. Debería haber tenido otra situación y suerte, debido a mi nombre. Estoy seguro que ustedes, señores directores, ayudarán a mis desgraciados hijos y a mi mujer. Con las gracias más sentidas, me despido."


Emilio Salgari
Dejó tres notas de suicidio: ésta, dirigida a los periódicos