"Ahora quiere usted que yo especule sobre sus actividades. Yo diría que está metido en el negocio de la droga, Ordell, si no fuera porque el dinero iba en dirección contraria. Podría llamar a la oficina del sheriff, hacer que comprueben su historial..."

Elmore Leonard



"Aquellos ojos apagados que parecían no tener vida pero que no se perdían nada. Después de tres condenas, uno no sale, se pone ropa nueva y se convierte en una persona normal."

Elmore Leonard



"Compro algunas y robo el material difícil de conseguir. A lo grande, tío. Tengo hermanos que trabajan para mí y a los que les gusta romper cosas y quedarse otras. Matones, expertos en allanamiento. Aprendieron su profesión robando casas de droga. No tienen miedo porque están locos. Estamos a punto de montar una historia que podría interesarte, a juzgar por cómo me preguntas cosas sobre mi negocio. Depende de ti, de si quieres ver dinero de verdad. Yo no pretendo convencerte."

Elmore Leonard


"Debbie se detuvo a unos escalones del suelo y se quedó allí a mirar.
Vaya espectáculo, pensó. Johnny entra en la casa pidiendo su dinero a voz en grito y Terry sale a su encuentro con un machete y le cuenta cómo se cargan a la gente en África. Seguían siendo los colegas que habían hecho contrabando de tabaco juntos. Terry iba con unos Levi’s y una camisa amplia y almidonada de color blanco que debía de ser de Fran. Johnny vestía una chaqueta de cuero negro con el cuello levantado. Tenía el pelo castaño y, aunque no le quedaba mucho, lo llevaba recogido en una coleta desaliñada. No estaba mal. Mediría un metro setenta y cinco, algo menos que Terry. Era el típico machito flaco, cargado de espaldas y con los hombros huesudos.
—De modo que eres cura, ¿eh? —dijo—. No me lo puedo creer, cojones.
Lo cual, pensó Debbie, podía también significar que sí se lo creía. Vio a Terry hacer el signo de la cruz delante de Johnny y decir:
—In nomine Patris, et Filii, et Spiritus Sancti…
Johnny le amenazó con el machete y exclamó:
—No me vengas con chorradas, rediós. Quiero que me digas qué hiciste con mis diez mil dólares y con los de Dickie.
—Dickie donó su dinero a un orfanato.
Johnny se quedó parado y, cuando reaccionó, dijo:
—Mira tú… ¿Y yo a quién le he dado mi dinero?
—A unos leprosos.
—Ya, a unos leprosos…
—Compraron alcohol con él —añadió Terry— para aliviar su sufrimiento. Les dije que no se preocuparan, que a ti te parecería bien. Pero luego, cuando empezó a escasearles el dinero, se pasaron a la cerveza de plátano.
—La cerveza de plátano… —repitió Johnny.
—¿Sabes cuando cambias el aceite y vacías el cárter del coche? Pues esa pinta tiene.
—¿La has probado?
—Nunca me ha tentado.
—Pero los leprosos sí la bebían.
—Se ponían tibios. Así se olvidaban de que tenían lepra.
—Terry, los leprosos me importan una mierda. Te has gastado mi dinero, ¿verdad?
Debbie vio que Terry levantaba los hombros en señal de impotencia y mostraba las manos vacías.
—Me he pasado allí cinco años, Johnny. ¿De qué te crees que he vivido?
—¿De qué viven otros misioneros?
—De donativos. ¿Te acuerdas de los que hacíamos en Nuestra Señora de la Paz para las misiones? Pues tú has hecho uno para la misión de San Martín de Porres de Ruanda. Puedes deducirlo en la declaración de la renta.
—¿Te crees que yo hago la declaración de la renta?
—Lo digo por si alguna vez la haces. Pon «diez mil para los leprosos». Johnny, si he conseguido mantenerme vivo durante estos cinco largos años ha sido gracias a ti. De vez en cuando podía comprar boniatos y carne. De cabra, sobre todo. Pero el dinero no me daba para más. Si te lo tomas como un obsequio para la misión, Johnny, yo te perdono por lo que hiciste.
Debbie estaba disfrutando. Era alucinante cómo manejaba Terry la situación. Johnny no le llegaba a la suela del zapato.
—¿Perdonarme? ¿Por qué? —preguntó éste con el ceño fruncido.
—Por acusarme, por decir que fue todo idea mía.
—Tío, te habías pirado. Dickie y yo estábamos en la cárcel del condado de Wayne, rediós. Ese sitio es tan jodido que uno sólo piensa en que lo manden a la puta penitenciaría. Lo digo en serio, tío, tardaron casi seis meses en decidir si se ocupaba del caso el tribunal del Estado o el federal.
—De acuerdo, Johnny, pero sigo metido en un lío. Esta tarde tengo que ir a ver a Gerald Padilla, el fiscal, por mi procesamiento.
—Es el mismo cabrón que nos metió a nosotros en el talego.
—Pues, gracias a lo que le contaste, ahora tiene la oportunidad de meterme a mí.
—Pero si eres cura, rediós.
—Da igual —repuso Terry—. Voy a tener que contarle al señor Padilla que mentiste, que lo único que hice yo fue conducir el camión.
—Adelante, hazlo.
—¿No te importa?
—Cuéntale lo que te dé la gana. Yo ya he cumplido, tío.
—¿Fue duro? —preguntó Terry.
—¿Qué, Jackson? ¿Vivir con cinco mil gilipollas que se pasan el día chillando y follando unos con otros? ¿No dar nunca la espalda a nadie cuando sales de la celda? ¿Y me preguntas si fue duro, cabrón? Mira, yo llevaba unas apuestas en el Cuatro Este y pagaba a los negratas más cachas del bloque para que no me robaran, y aun así me rajaron la tripa. Tuve que cosérmela yo mismo.
—¿A Dickie qué tal le va?
—Prácticamente vive en el Cinco, en la celda de los incomunicados. Lo meten o sacan según la actitud que tenga. Sigue vendiendo radios a los novatos. Les cobra cincuenta dólares, pero nunca les da la radio. Yo ya le avisé: «Algún día vas a venderle una radio al tío equivocado.» Pero me respondió que le importaba una mierda.
—¿Va a salir algún día?
—Buena pregunta.
—¿Cómo está Regina?
—Ya sabes que se convirtió. Tiene una pegatina en el parachoques que dice: «Mi jefe es un carpintero judío.» Deberíais quedar algún día para cantar unos himnos.
—¿Y Piedad?
—Está en Wayne State, en el último curso. Quiere ser programadora de ordenadores.
—Quién sabe, ¿no? —dijo Terry.
Y Johnny respondió:
—¿Quién sabe qué?
Camino del centro, Debbie, que iba al volante, dijo:
—Anoche, cuando estábamos hablando sobre Johnny, te dije que no me gustaría deberle diez mil dólares y tú me respondiste que no me preocupara. Está claro que sabías que podías ocuparte de él.
—Si consigues liarlo lo suficiente, se cree cualquier cosa que le cuentes —explicó Terry.
—Como que eres cura.
—Ya has visto que se negaba a creérselo, pero ahora ni lo duda.
—¿Piensas contarle alguna vez que no lo eres?
—No lo sé. Algún día quizá —respondió Terry—. Mientras tanto no nos olvidemos de él. Puede que nos haga falta.
Comieron en el Hellas Café, en Greektown: calamares en aceite de oliva y pierna de cordero, que, según Terry, sabía muy parecido a la carne de cabra. Los clientes del restaurante que iban con tarjetas de identidad eran miembros de los jurados del Frank Murphy y parecían turistas primerizos: cuando oían a alguien decir «¡Opa!», se les ponían los ojos como platos y, si aparecía un camarero con un queso flambeado, se quedaban mirando.
Recorrieron a pie las dos manzanas que había desde el restaurante hasta el edificio Frank Murphy. Pasaron por la parte de atrás de Beaubien 1300, la comisaría de policía, y por delante de los nuevos edificios de la cárcel del condado. Terry entró en el Tribunal de Justicia y preguntó por Gerald Padilla."

Elmore Leonard
Almas paganas



"Entenderás que el mero hecho de beber supone una violación de la libertad condicional de Beaumont. Da lo mismo que llevara una pistola. Sacarán de nuevo el cargo de posesión de armas."

Elmore Leonard


"Escribo diálogos porque no me gusta describir cosas por mí mismo. Me gusta el punto de vista y los puntos de vista cambian. Todo se basa en cómo un personaje ve cualquier cosa que esté ocurriendo. Incluso el tiempo."

Elmore Leonard



"Habían empezado a hacer planes juntos. Estaban sentados en un sofá de segunda mano que había sacado de la tienda benéfica de San Vicente de Paúl. Fumaban, bebían, sonreían y se ponían ciegos mientras buscaban la manera de darle un palo a Randy."

Elmore Leonard





"Hay toda clase de historias que puedo contar sobre un criminal. ¿Ha cumplido su condena y ahora parece un buen chico? Tendrá su oportunidad de volver al crimen en cualquier momento. Eso siempre está en el aire. Me gusta. Pero la verdad es que escribo sobre crímenes porque es popular."

Elmore Leonard





"La iglesia se había convertido en una tumba donde cuarenta y siete cadáveres reducidos a piel y manchas llevaban cinco años tirados en el suelo de hormigón, aunque no en el mismo lugar donde los habían matado con Kalashnikovs o a machetazos."

Elmore Leonard





"Los disparos produjeron un eco áspero y resonante en el estrecho espacio que había entre las paredes de ladrillo. Terry extendió el brazo, puso la pistola a la altura de los ojos (la Tokarev rusa, que era grande y pesada y parecía un Colt 45 antiguo) e hizo con ella la señal de la cruz sobre los muertos."

Elmore Leonard




"Mira siempre el lado bueno de la vida."

Elmore Leonard





"Mira, tengo ya mucho dinero en cajas fuertes, en un banco de Freeport, que se está malgastando. Lo voy trayendo poco a poco cada vez que necesito comprar material y pagar a los que trabajan para mí. Encontrar a los ayudantes adecuados hoy en día es un problema. A mí me lo hace una azafata de la que creo que me puedo fiar."

Elmore Leonard


"(...) Normalmente me identifico con el personaje principal. El modo en que funciona su mente es el modo en que lo hace la mía y lo que es importante y lo que no lo es para él es lo mismo para mí. Pero me gustan todos mis personajes. Paso tiempo con ellos y acabo conociéndolos de modo que no necesito describirlos físicamente en ningún detalle a no ser que haya algo, un pequeño "algo", que salte a la vista."

Elmore Leonard


"Ordell volvió la cabeza para mirarlo.
Louis lo notó.
–Creo que está muerta.
Ordell no dijo nada.
El coche quedó en absoluto silencio mientras subían por Broadway. Louis iba mirando a los negros que se entretenían en las aceras. No sabía qué iba a hacer Ordell.
–Quería que nos repartiéramos el dinero allí mismo –explicó–. Y que nos fuéramos cada uno por su lado y no volviéramos jamás.
Ordell no dijo nada.
Louis se quedó callado y le dejó pensar.
Todo lo que había dicho era verdad y no pensaba pedir perdón. Nunca había disparado a nadie y había estado pensando en eso todo el rato desde que salió de The Gardens Mall hasta que llegó a Palm Beach Shores y vio a los dos tipos que estaban vigilando en un coche. Pensaba en cualquier otra cosa por un instante y luego le volvía a la mente de golpe: veía su culo embutido en la falda ajustada, veía su cara, sus piernas en el suelo... y por un segundo creyó que no lo había hecho; pero sí, lo había hecho. En Starke había conocido a tipos que habían disparado a otros por una nadería en una discusión. Un tipo que miraba a la novia de otro. Sólo la miraba. Tal vez, de tanto escuchar sus historias, le había llegado a parecer normal. Había tenido malas influencias.
No se encontraba muy bien.
–¿Le has pegado un tiro? –preguntó Ordell.
–Dos –concretó Louis–. En el aparcamiento.
–No podías hablar con ella.
–Ya sabes cómo es.
–Podías haberle dado una bofetada.
–Se me ocurrió.
Ordell se quedó callado un instante.
–Crees que está muerta, ¿eh?
–Estoy seguro.
–Bueno, si no había otro remedio... –dijo Ordell–. Sólo faltaría que nos sobreviviera. Tío, todo menos una mujer.
Ahora iban por Northlake Boulevard, una avenida amplia y muy concurrida, llena de concesionarios y mecánicos.
–Párate en la Ford –ordenó Ordell–. En la calle; no entres.
Quería mirar el dinero sin sacarlo de la bolsa de Macy’s. Darle diez de los grandes a Louis para que comprara de momento un buen coche de segunda mano, nada que llamara la atención.
Louis le preguntó cómo lo quería. Estaba raro, como si acabara de experimentar un golpe emocional.
–Un coche normal –respondió Ordell–. ¿Entiendes? Como los que lleva la gente normal.
Tendremos que dar unas vueltas por aquí antes de largarnos esta noche. Necesito mi coche. Trataré de encontrar a algún matón que lo recoja y le cambie la matrícula. He dejado las llaves puestas.También quiero recoger algo de ropa en casa de Sheronda. Enviaré a alguien. Tendría que haberme vestido antes de venir, en vez de salir así. Tal vez tenga que vender el coche... No sé. Pero de momento, colega, vamos a ver qué hay aquí.
Ordell sacó una toalla de playa y la tiró al asiento trasero. Sacó otra y comentó:
–Son bonitas, ¿eh? –La tiró atrás y miró dentro de la bolsa–. Tanto dinero, y en cambio no debe de ocupar mucho espacio. Joder, otra toalla. Ordell tanteó por debajo con los dedos. Contó un fajo, dos, tres, con gomas elásticas, cuatro, cinco... Arrancó la siguiente toalla, miró dentro de la bolsa y notó que el estómago se le encogía, sintió que estaba a punto de invadirle el pánico y tuvo que aguantar con fuerza para respirar hondo y soltar el aire, diciéndose a sí mismo que debía mantener la calma y averiguar qué había pasado en vez de agarrar la cabeza de Louis y hacerle atravesar el parabrisas."

Elmore Leonard
Jackie Brown



"Su medida de la calidad de vida consiste en la cantidad de tiempo que sea capaz de pasar en libertad."

Elmore Leonard



"Te pasas la vida saliendo de la cárcel y volviendo a empezar."

Elmore Leonard



"Yo me ofrecí a darte lo que necesitaras, pero preferiste ganarlo haciendo algo porque eres una persona trabajadora. Cierto, sabías que estabas transportando cigarrillos, pero, si hubieras sabido que constituía un fraude fiscal, no habrías aceptado."

Elmore Leonard