"Cuando los nuevos pensamientos echaron fuera todos esos horribles temores, la vida renació en él. La sangre corrió por sus venas y le inundó una enorme fuerza. Su pensamiento científico no tenía nada de extraño. Era una fórmula simple y práctica de desechar a tiempo los pensamientos sin esperanzas, para dar cabida a una enorme determinación y valentía."

Frances Hodgson Burnett



"Durante una semana el sol brilló en el jardín secreto, como lo llamaba Mary. Le gustaba el nombre, pero lo que la hacía más feliz era que, al cerrar la puerta, le parecía estar en un lugar encantado. Afuera quedaba el resto del mundo y nadie sabía dónde se encontraba. Le recordaba los jardines secretos descritos en los libros de cuentos, aun cuando ella no pretendía dormir en él por cien años. Al contrario, cada día se sentía más alerta, le gustaba más estar fuera de la casa, amaba el viento, corría más rápido y podía saltar hasta cien. Probablemente otro tanto les sucedía a los bulbos del jardín. Les llegaban el sol y la lluvia y así cobraban nueva vida."

Frances Hodgson Burnett






"El jardín le parecía extraño y le daba la sensación de estar a cientos de millas del resto del mundo; pero no se sentía sola. Su única preocupación era saber si las rosas volverían a florecer. Ella no quería un jardín sin vida; lo quería cubierto de rosas."

Frances Hodgson Burnett




"El jardín presentaba un aspecto tan maravilloso que parecía como si unos magos lo hubieran atravesado dibujándolo."

Frances Hodgson Burnett




"El lugar era un conjunto esplendoroso de colores otoñales con gavillas de lirios de variadas tonalidades. El recordaba muy bien el momento en que los habían plantado, esperando esta época para que revelaran su color. Rosas tardías trepaban y colgaban y el obscuro sol daba mayor intensidad al amarillo de los árboles. Parecía la bóveda de un templo dorado. El recién llegado se detuvo silencioso mirando a su alrededor."

Frances Hodgson Burnett





"Fue un día maravilloso; caminó hasta tan lejos que al volver a la villa la luna muy alta iluminaba el lago con sombras púrpuras y plateadas. Como el espectáculo era grandioso no entró a la villa, sino que atrajo una silla hasta el borde del agua para respirar el perfume de la noche. Se quedó dormido."

Frances Hodgson Burnett


"Hester saboreaba la pura dulzura del aire fresco y su alma absorbía la belleza de un paisaje distinto a todos los que había visto. En Londres había perdido la esperanza y su espíritu había enfermado. Las habitaciones de Duke Street, el sempiterno desayuno a base de abadejo y huevos de dudoso aspecto, las facturas impagadas, la habían ido minando. Había llegado a un punto en que creía no poder soportarlo más. En aquel nuevo lugar abundaban los árboles frondosos y el aire fresco, y, en cambio, no había caseras. Sin renta que pagar, podría por fin sentirse libre de al menos un tormento.
No esperaba, sin embargo, mucho más aparte de esta libertad. Era muy probable que la vieja granja, como todas las que se ceden a parientes sin pecunio, fuera un nido de incomodidades.
Pero antes de cruzar el umbral comprendió que, por alguna razón, los habían obsequiado con algo más. El viejo y peculiar jardín estaba arreglado: reinaba en él un orden anárquico por el que las trepadoras campaban a sus anchas, las flores crecían en cualquier grieta y los arbustos se acumulaban sin restricción. El maltrecho corazón de la muchacha palpitó al llegar al venerable porche de ladrillo, que en ciertos detalles recordaba al pórtico de una pequeña iglesia.
A través de la puerta abierta vislumbró el interior, confortable y pintoresco como no se había atrevido a soñar. No tenía conocimientos suficientes para apreciar el cambio milagroso que Emily había obrado, pero se daba cuenta de que el singular mobiliario tenía una curiosa armonía. A los bancos y sillas parecían contemplarlos varios siglos de vida campestre, como si formaran parte de la casa igual que las gruesas vigas y puertas.
Se detuvo en mitad del vestíbulo. Parte de la sala estaba panelada en roble y parte estaba enjalbegada. En los anchos muros habían abierto ventanas de bajo antepecho.
-No se parece a ninguna otra casa que haya visto-comentó.
-En la India es imposible encontrar nada parecido-respondió su marido-, y en Inglaterra muy difícil. Voy a echar un vistazo a los establos.
Sorprendentemente, lo que vio lo dejó muy satisfecho. Walderhurst le había prestado un caballo de montar decente y Hester disponía de un pequeño y respetable carruaje. Palstrey Manor les había "resuelto la papeleta". Era mucho más de lo que esperaba. Sabía que de haber regresado a Inglaterra soltero no le habrían mostrado tanta hospitalidad, así que, hasta cierto punto, su buena suerte era el resultado de que Hester formara parte de su vida. Al mismo tiempo tenía la impresión de que ese resultado no se habría producido si la presencia de Hester no se hubiera combinado con otro factor, una mujer compasiva y con cierto poder: la nueva lady Walderhurst.
"A pesar de todo, ¡maldita sea!", juró en silencio al entrar en una cuadra para acariciar a la esbelta yegua.
Entre Palstrey y la Granja de los Perros se establecieron unas relaciones definidas por dos rasgos característicos: lord Walderhurst no desarrolló mayor ni más cálido interés por los Osborn, pero lady Walderhurst sí. Después de acceder a los deseos de Emily y actuar con generosidad en beneficio de su presunto heredero y de su esposa, lord Walderhurst no sentía ninguna necesidad de hacer mayores demostraciones de afecto.
-No me gusta ahora más que antes-dijo a Emily-. Y no puedo decir que la señora Osborn me dé curiosidad. Por supuesto, existen razones para que una mujer de buen corazón como tú sea especialmente buena con ella en este preciso momento. Haz por ellos lo que te parezca bien mientras vivan aquí, pero, por mi parte, el hecho de que ese hombre sea mi presunto heredero no basta para que le tenga afecto... más bien al contrario.
Hay que admitir que entre Walderhurst y Osborn existía ese rencor que no mengua por dejar de expresarse y que sigue acechando en las profundidades del ser interior. Walderhurst no habría sido capaz de decirse que aquel joven robusto y de sangre caliente le desagradaba sobre todo porque, cuando se lo encontraba montando a caballo con el arma al hombro y seguido por un guarda, se daba cuenta, de modo casi inconsciente, de una verdad incómoda: que recorría a caballo lo que algún día podrían ser sus tierras y cazaba pájaros que en el futuro tendría el derecho a preservar, y que, en ese futuro y en tanto que señor de la finca, podría invitar a otras personas a cazar, así como impedir que cazaran personas más desfavorecidas, lo cual constituía una verdad lo suficientemente irritante para acentuar todas las faltas de educación y carácter del capitán.
Emily, que cada día que pasaba entendía mejor a su marido, fue comprendiendo esta circunstancia poco a poco. Quizá su mayor progreso se produjera un día en el coche en que había ido a buscarla al páramo. Vieron venir a Osborn, que no los vio a ellos, por un bosque armado con su escopeta. Una sombra de enojo cruzó el rostro de Walderhurst."

Frances Hodgson Burnett
La formación de una marques



"No hay nada mejor que el olor a tierra limpia, con excepción del fresco olor que despiden las pequeñas plantas luego de una lluvia. Cuando llueve, muchas veces salgo al páramo y me tiendo bajo los matorrales a escuchar como caen las gotas de lluvia sobre el brezo."

Frances Hodgson Burnett





"No le era posible comprender por qué le había sucedido algo tan maravilloso. No tenía explicación. Sólo varios meses más tarde, estando de vuelta en Misselthwaite, recordaría ese momento al descubrir por casualidad que ese mismo día Colin, al entrar en el jardín secreto, había gritado: "Viviré por siempre jamás"."

Frances Hodgson Burnett





"Permitir que penetre en la mente un pensamiento triste o negativo es tan peligroso como dejar que entre en el cuerpo un microbio de escarlatina. Y si se permite que allí se quede una vez dentro, es posible que no nos podamos deshacer de él en la vida...Cosas mucho más extraordinarias le pueden suceder a quien, cuando le viene a la mente un pensamiento desagradable o descorazonador, tiene el buen juicio de acordarse a tiempo y expulsarlo, poniendo en su lugar otro pensamiento grato y decididamente valeroso; y es que no puede haber dos cosas en un mismo lugar: Donde haya una rosa, hijo mío, no crecerán villanos."

Frances Hodgson Burnett


"Pero, aunque Polly no le olvidó, fue Framleigh quien alimentó un verdadero resentimiento durante más tiempo. Aquello suponía una experiencia nueva para él, tan inesperada que le pareció tanto más desagradable por ello. Durante unos días se sintió furioso, y luego se enfrió en una especie de cólera impasible contra la joven. Pero, como recordarán, su residencia disponía de vistas a la pequeña casa, y desde las ventanas de su cuarto tenía una completa panorámica de todo cuanto sucedía enfrente. Por la noche, cuando Montmorenci encendía el gas, en los pocos minutos que transcurrían entre su iluminación y el cierre de la contraventana, podía ver claramente el interior del pequeño salón; y debo revelar que, de un modo u otro, había adoptado el hábito de esperar a que se encendiera la luz, y se aprovechaba de la situación colocándose sombríamente tras sus propias cortinas mirando hacia el otro lado. Enojado como estaba, resultaba curiosa la enorme atracción que sentía por la mera visión de Polly. Después de aquel cambio en el estado de las cosas, se sentía realmente triste. En verdad, tenía razones para estarlo. Las nubes que alguna vez había imaginado más claras, empezaron a espesarse de nuevo a su alrededor, y llegó el momento en que se vio obligado a soportar las consecuencias de viejas imprudencias. En la disputa con su tío, su despótico orgullo había supuesto su ruina. No había sido consciente, hasta que fue demasiado tarde, de que el distanciamiento sería duradero, y que el capitán Framleigh de la Guardia, que debía vivir de su paga, era un individuo diferente al Framleigh de Gaston Court, el futuro heredero de la fortuna de su pariente. Se había acostumbrado a tantos lujos y extravagancias refinadas durante su vida, que el orgullo no le permitió renunciar a ellas en un primer momento; había cometido locuras pasadas que ahora debía pagar y, por tanto, en ese momento hubo de soportar las consecuencias de sus actos —viéndose obligado a renunciar a toda esperanza de que sus perspectivas cambiaran—, que no eran otras que soportar la carga acumulada de la deuda y la humillación de su propia recriminación y desesperanza.
¡Qué tonto había sido! Cómo maldecía el débil orgullo que le había guiado, cuando pudo haberse detenido y ahorrarse algo de carga, al menos. Ahora se veía obligado a renunciar a sus privilegios. ¿Por qué no había sido lo suficientemente sabio como para vislumbrar lo que inevitablemente acontecería, y enfrentarse de inmediato a lo peor? El mundo comprendió muy bien por qué había renunciado a sus elegantes habitaciones, a su carruaje, con su pequeño cochero de uniforme, e incluso a su ayuda de cámara; y, dejando su lujoso alojamiento, había establecido su residencia en los modestos apartamentos situados frente a la vivienda de los suburbios del «viejo Jack Pemberton» y su encantadora sobrina. Podría haberse ahorrado innumerables sufrimientos de la miseria posterior si se hubiera enfrentado a sus problemas desde un principio reconociéndose vencido. Era una persona relevante que ya no pertenecía a la alta sociedad, aunque debe decirse que mostraba una fría indiferencia hacia la opinión pública, y su aire de altivez provocaba en las personas de su entorno la misma admiración de antaño. Nunca había sido un hombre de muchos amigos, pero su reserva y su fría actitud le habían impedido granjearse verdaderos enemigos. Incluso los más oficiosamente malintencionados nunca se le habían acercado lo suficiente como para hacer algo más que desagradarle. Y, de este modo, aunque creía que su caída había sido grande, en el fondo no lo era tanto. Por mucho que sus circunstancias aparentes se hubieran modificado, no era probable que se encontrara con menosprecios o condescendencia, tal como habían soportado hombres mucho más populares tras sufrir varios reveses. No obstante, sufría ciertos aguijones, y a veces resultaban lo suficientemente afilados.
Cuando se sentaba a realizar sus tareas durante ese invierno. Polly podía atisbar a menudo, desde la ventana de su salón, a una diversidad de hombres andrajosos que llegaban a la puerta de la casa de enfrente y, con el tiempo, empezó a notar su presencia de un modo más particular. Ciertamente, no siempre eran hombres desaliñados; pero siempre había cierto aire a su alrededor que Polly nunca dejaba de reconocer; y cuando no eran unos desharrapados, resultaban muy llamativos y demasiado ostentosos, y muy propensos a joyas pesadas de aspecto sospechoso. Esta astuta joven sabía algo de esta clase de gente por experiencia propia, y comprendía lo que significaban esas conversaciones —en ocasiones prolongadas, a menudo impacientes— ante la puerta, que unas veces terminaban con la admisión de la persona que llamaba y su subida a la habitación del capitán, y otras con su despido en un tono de disgusto evidente."

Frances Hodgson Burnett
Preciosa Polly Pemberton



"Porque si todas las plantas, flores, hojas y pájaros pasearan juntos, habría una multitud danzando al son de la música."

Frances Hodgson Burnett


"Se sentó y escuchó en silencio el relato completo de Pluma. Y mientras lo escuchaba se dio cuenta de que en la vida pasaban cosas así: estar en una casa estrecha con la fachada de color crema, entre la mansión de la gran señora y el millonario en todo su esplendor, circunstancia que tenía la peculiaridad de añadir una nota de horror a la situación.
No era necesario dar más color ni desesperación al relato. Si Pluma hubiera hecho el menor esfuerzo en este sentido solo habría logrado atenuar la crudeza de los hechos. Eran simplemente inevitables, lo cual es suficiente en sí mismo. Pluma, pálida y presa de un pánico indecoroso, le expuso la situación con una claridad que, sin ninguna contribución por su parte, tenía verdadero valor dramático. Y eso, a pesar de ir saltando de unas cosas a otras y contando fragmentos inconexos de momentos diversos. Solo habría podido seguir su relato un cerebro con criterio suficiente para incluir y excluir información atinada y rápidamente. Coombe la observaba con atención. La razón de fondo de su angustia no era el desconsuelo de una viuda joven y desamparada. La razón de fondo era ella misma; la razón de fondo y la de forma también. La fuerza del hermoso cadáver tendido en la cama de la habitación, que la horrorizaba, el rostro rígido y sin color, antes tan bello, ahora tan insoportable de recordar, tenían un patetismo que emanaba únicamente del hecho de que Robert la hubiera decepcionado asombrosa e ilógicamente al morir dejándola sin nada más que deudas. Esta realidad agravaba verdadera y definitivamente la conmovedora situación de miseria, mientras le contaba, uno tras otro, todos los detalles. Habían dejado facturas sin pagar desde el momento en que se instalaron en la casa estrecha, habían engañado a los comerciantes, habían hecho promesas y hábiles jugadas sucias y habían mentido y representado escenas falsas ingeniosamente inventadas sin el menor remordimiento de conciencia; muy al contrario, se habían reído con cada una de ellas. Coombe lo veía todo, aunque también veía que Pluma no se daba cuenta de lo mucho que estaba contando. Comprendía la presión y la rabia que se iban acumulando con las jugadas que les salían mal, así como la firme determinación de los acreedores de zanjar el asunto de la única forma posible. A esta situación habían llegado antes de que Robert cayera enfermo; Pluma sabía que había habido entrevistas violentas y había visto cartas amenazadoras, pero no había creído que pudieran tener el peso que tenían. Puesto que las cosas se habían llevado de ese modo tanto tiempo, le parecía que sin duda podían seguir igual un tiempo más. Habían recibido algunas amenazas graves por el alquiler de la casa y el impago de los muebles. Robert se apoyaba en la idea de que tal vez pudiera «¡sacarle algo a Lawdor, a quien no le agradaría ser familiar de un tipo al que echaban a la calle!»."

Frances Hodgson Burnett
El señor de la casa de Coombe



"Si la naturaleza nos hace generosos, nuestras manos nacen abiertas, y también nuestro corazón. Y aunque muchas veces tendremos las manos vacías, el corazón estará siempre rebosante y podremos tomar de él para dar."

Frances Hodgson Burnett


"Todos los siglos, desde que se inició el mundo, se han descubierto maravillas. Así, el siglo pasado se descubrieron cosas más asombrosas que el siglo anterior, y este nuevo siglo saldrán a la luz cosas aún más extraordinarias. Al principio la gente se niega a creer que algo nuevo e inusitado pueda lograrse, luego ven que sí es posible, y cuando ya está hecho todos se preguntan por qué no se hizo hace ya siglos."

Frances Hodgson Burnett




"Trataré de descubrir qué significa para mi la magia pues creo que hay magia en todo lo que nos rodea"

Frances Hodgson Burnett





"Trepó montañas para observar cómo se iluminaban los cerros vecinos con el sol naciente; mas, a pesar de que tenía la sensación de que el mundo nacía en ese instante, esa luz jamás lo iluminó. Un día, caminando por un valle del Tirol austríaco, por primera vez en diez años se dio cuenta de que algo extraño le sucedía. Había caminado un largo trecho. Cansado, se recostó sobre el tapiz de musgo que cubría las orillas de un alegre riachuelo. En cierto momento creyó sentir una leve risa producida por el ruido del agua, en la que los pájaros acudían a enterrar sus cabecitas para beber. Todo parecía tan vivo y, al mismo tiempo, la quietud era tan profunda...El valle estaba inmóvil."

Frances Hodgson Burnett



"Tú mismo produces la magia."

Frances Hodgson Burnett




"Una de las cosas más extrañas de la vida es que sólo muy de vez en cuando se siente la impresión de que se vivirá para siempre. Esta sensación se tiene en ocasiones como cuando se sale al amanecer y se mira el pálido cielo que empieza a cambiar de color."

Frances Hodgson Burnett




"¡Viviré para siempre! -Gritó con fuerza-. Igual que Dickon, conoceré miles de cosas sobre las personas, las criaturas y todo aquello que crece. Siento la necesidad de dar las gracias con alegría."

Frances Hodgson Burnett