"A la mañana siguiente, abandonamos Auschwitz. En mi columna debíamos de ser cinco o seis mil personas. Caminamos jornadas enteras, siempre de cinco en cinco, en el gélido frío. (...) Muchos morían de frío durante la noche, o se les helaban los pies. Si no podían caminar, eran rematados allí mismo. Arrastrábamos los pies, teníamos sed, frío, hambre... Pero era preciso andar, andar y seguir andando. Quienes caían de agotamiento se quedaban atrás y eran ejecutados por los SS que cerraban la marcha. Algunos prisioneros debían arrojar sus cuerpos a las cunetas."

Shlomo Venezia


"(...) Al cabo de tres o cuatro días, llegamos a una pequeña estación rural donde nos esperaban uno trenes abiertos, como los que se utilizan para transportar carbón. En el tren estábamos tan apretados que nadie podía moverse. Imposible sentarse. La nieve nos azotaba el rostro con la velocidad del tren. La cosa siguió así durante dos días, sin detenerse, sin comer."

Shlomo Venezia


"Cada día quería morir y cada día luchaba por sobrevivir."

Shlomo Venezia



"Cierta mañana, en vez de ir a trabajar, el comandante de Ebensee nos ordenó agruparnos en la plaza central del campo. (...) Nos dijo algo así: "Los rusos y los norteamericanos se acercan. Pero no abandonaremos el lugar sin combatir. Vuestra vida estará en peligro en medio de los combates. Os recomiendo que os refugiéis en las galerías, para evitar morir en los bombardeos". En todas las lenguas, los prisioneros gritaron que se negaban. ¿Les dejó elegir? Sí, es extraño que nos hiciera la pregunta. También habría podido obligarnos a entrar por la fuerza en las galerías y matarnos a todos dinamitándolas. Pero nos habríamos rebelado y aquello hubiera sido una verdadera carnicería. Al entrar, las tropas norteamericanas habrían encontrado los rastros de aquella innoble matanza. Y, además, no tenían tiempo para obligarnos. Cuando el comandante comprendió que nos negábamos, reunió a los oficiales y abandonaron el campo. No éramos libres, a pesar de todo, pues en su lugar llegaron hombres de la Wehrmacht, casi todos soldados reservistas, bastante mayores. Tenían que vigilarnos para evitar que fuéramos a saquear la pequeña aldea y, tal vez, intentáramos vengarnos. Creo que habríamos podido hacer una masacre."

Shlomo Venezia



"Comencé a hablar muy tarde, porque la gente no quería oírlo, no quería creerlo. No es que yo no quisiera hablar. Cuando salí del hospital, me encontré con un judío y comencé a hablar. De pronto, me di cuenta de que, en vez de mirarme, estaba mirando a mis espaldas, a alguien que le hacía señales. Me volví y descubrí a uno de mis amigos haciéndole gestos para decirle que yo estaba completamente loco. Me bloqueé y, a partir de aquel momento, no quise contarlo más. Para mí suponía un sufrimiento contarlo, de modo que, cuando estaba ante gente que no me creía, me decía que era inútil. Sólo en 1992, cuarenta y siete años después de mi liberación, volví a hablar de ello."

Shlomo Venezia


"¿Cómo consideraban los demás prisioneros, en el campo, a los miembros del Sonderkommando? No mantuve contacto alguno con los demás prisioneros del campo, de modo que realmente no lo sé. Nunca fui a buscar la sopa y nunca estuve en el campo de las mujeres. La cuestión no se planteaba cuando estábamos en el campo. En cambio, supe más tarde que algunos envidiaban lo que nosotros podíamos tener de más. Otros pensaban que teníamos parte de responsabilidad en lo que ocurría en el Crematorio. Pero es totalmente falso: sólo los alemanes mataban. Nosotros éramos obligados, mientras que los colaboracionistas, por lo general, son voluntarios. Es importante escribir que no teníamos elección. Quienes se negaban eran ejecutados en el acto de un tiro en la nuca. Para los alemanes, no era grave; mataban a diez y llegaban otros cincuenta. Para nosotros, era necesario sobrevivir, tener comida... No había salida posible. Para nadie. Además, no podíamos razonar con nuestro cerebro y pensar en lo que ocurría... Nos habíamos convertido en autómatas."

Shlomo Venezia



"Como me encontraba entre los primeros que estuvieron listos y había todavía muchos detrás de mí, fui a ver a uno de los prisioneros que nos afeitaban. Le propuse echarle una mano a cambio de un pedazo de pan. El prisionero responsable de aquel equipo de trabajo aceptó y me dio una maquinilla de rapar. Yo sabía utilizarla porque mi padre tenía una pequeña peluquería junto al café a la turca de mi abuelo. Tras la muerte de mi padre, para ganar algo de dinero, yo solía ir todos los domingos al barrio pobre de Baron-Hirsch y ofrecer mis servicios a las personas que no tenían medios para pagarse un peluquero de verdad. Debido a este tipo de ejemplos digo, a menudo, que la gente que ha sufrido en su infancia y han tenido que aprender a arreglárselas tuvieron más suerte que la gente privilegiada para sobrevivir y adaptarse al campo. Para sobrevivir en el campo era preciso conocer cosas útiles, no filosofía. Aquel día, eso me permitió ganar un precioso mendrugo de pan."

Shlomo Venezia




"Cuando salíamos del campo, recibíamos una especie de té, sin azúcar, claro está, cuya única cualidad era estar caliente. Hacia las once y media, un kapo tocaba la hora de la sopa: una sopa de coles con mondaduras de patata. El que servía la sopa nunca mezclaba, de modo que los primeros sólo recibían agua. Nadie quería pasar al principio. Pero no teníamos, forzosamente, más remedio."

Shlomo Venezia



"Después de la ducha, era preciso salir y ponerse en hileras de cinco, desnudos y mojados como estábamos, en la nieve y el frío. Tuvimos que esperar a ser cincuenta, en fila, antes de dirigirnos hacia el barracón que estaba al fondo, a la izquierda. Aunque hubiéramos estado vestidos, el frío habría sido absolutamente insoportable. De modo que, desnudos, saliendo de la ducha, el dolor fue inimaginable. Pero el que nos acompañaba permaneció impasible, esperó y nos obligó a no andar demasiado deprisa hacia el barracón. Desde fuera era parecido a los que había en Birkenau, salvo que, creo, había que subir dos peldaños antes de entrar. En el interior, nada, no había camas. Los únicos puntos positivos eran el linóleo en el suelo y las ventanas, que no estaban rotas y nos aislaban un poco del frío."

Shlomo Venezia



"El animal encargado de controlar todo el proceso se complacía, a menudo, haciendo sufrir algo más a aquella gente, a punto de morir. Aguardando la llegada del SS que debía introducir el gas, se divertía encendiendo y, luego, apagando la luz para asustarles un poco más. Cuando apagaba la luz, se escuchaba un ruido distinto saliendo de la cámara de gas; la gente parecía asfixiarse de angustia, comprendían que iban a morir. Luego volvía a encender la luz y se escuchaba una especie de suspiro de alivio, como si la gente creyera que la operación se había anulado. Luego, por fin, llegaba el alemán que traía el gas. Tomaba dos prisioneros del Sonderkommando para que le levantaran la trampilla desde el exterior, sobre la cámara de gas, luego introducía el Zyklon B por la abertura. La cubierta era de cemento muy pesado. El alemán nunca se hubiera tomado el trabajo de levantarla personalmente, teníamos que ser dos para ello. A veces yo, a veces otros. Nunca lo había dicho hasta hoy, pues me duele tener que admitir que debíamos levantar y volver a poner la tapa, una vez arrojado el gas. Pero así fue. (...) Una vez que había sido vertido el gas, la cosa duraba entre diez y doce minutos. Luego, finalmente, no se oía ya ruido alguno, ni alma viviente."

Shlomo Venezia



"El barracón del Sonderkommando era semejante a todos los demás, salvo que estaba rodeado de alambradas de espino y por un muro de ladrillos que nos aislaban de los demás barracones del campo de los hombres. No podíamos comunicarnos con los demás prisioneros. Pero no permanecimos allí mucho tiempo pues, al cabo de una semana poco más o menos, fuimos transferidos al dormitorio, en el propio interior del Crematorio. Sólo hacia el final, cuando los Crematorios fueron desmantelados, los hombres del Sonderkommando volvieron a dormir en el barracón del campo de los hombres."

Shlomo Venezia



"El responsable de mi barracón era una auténtica basura. (...) Pero a algunos kapos les gustaba matar personalmente a los prisioneros bajo sus órdenes. Los SS solían elegir a criminales alemanes, que de repente se consideraban los dueños del mundo. Hubieran debido estar encerrados en una celda pero, en vez de ello, se encontraban en posición de fuerza respecto a nosotros. Así, los alemanes no necesitaban tener guardias por todas partes. Confiaban en aquellos hombres violentos para mantener la disciplina en el campo. Si no eran lo bastante violentos, corrían el riesgo de perder sus ventajas, por eso todos teníamos miedo de ellos."

Shlomo Venezia



"El trabajo estaba organizado en tres rotaciones de ocho horas (a lo que había que añadir dos horas para ir y otras dos para volver, entre el campo y el lugar de trabajo). Cuando regresábamos, había todavía otras tantas personas que dormían y era preciso arreglárselas para encontrar un lugar. Tenías que ser fuerte para empujar a los demás y ocupar su sitio. Por eso digo que la solidaridad no existía. Dormíamos en una especie de jergón, sin desnudarnos. Si nos hubiéramos quitado algo, incluso los zapatos, nos los habrían robado. Y para recuperarlo hubiéramos tenido que pagar una ración de pan."

Shlomo Venezia





"El tren nos dejó al pie de una colina. El campo de concentración estaba en la cima. Los barracones se parecían a los de Birkenau, con literas superpuestas. Éramos tan numerosos que debíamos dormir dos en cada "litera". Apenas podíamos movernos, tan estrecha era la cama. La mayor parte del tiempo ni siquiera sabíamos al lado de quién estábamos."

Shlomo Venezia



"Es difícil darse cuenta hoy, pero no pensábamos en nada, no podíamos intercambiar ni la menor palabra. No porque estuviera prohibido sino porque estábamos aterrorizados. Nos convertimos en autómatas, obedeciendo las órdenes e intentando no pensar, para sobrevivir algunas horas más. Birkenau era un verdadero infierno, nadie puede comprender ni entrar en la lógica de aquel campo. Por eso quiero contar, mientras pueda hacerlo, pero confiando sólo en mis recuerdos, en lo que estoy seguro de haber visto y nada más."

Shlomo Venezia


"Finalmente entramos, tranquilizados al ver que sólo se trataba de la Sauna para la desinfección. Era más bien pequeña. Y, como el primer día en Birkenau, fue necesario desnudarse por completo, unos detenidos nos afeitaron la cabeza y todo el cuerpo. Luego nos atribuyeron un número. Pero, al revés que en Auschwitz, el número no era tatuado; Auschwitz era el único lugar donde los prisioneros eran tatuados. Os dieron una especie de brazalete de hierro con una placa; en la mía estaba escrito el número 118554. Era mi matrícula en Mauthausen."

Shlomo Venezia


"(...) Finalmente, lo más sencillo era utilizar un bastón para tirar de los cuerpos por la nuca. Eso se ve muy bien en uno de los dibujos de David Olère. No faltaban bastones, con todas las personas de edad que eran enviadas a la muerte. Al menos eso evitaba tener que tirar de los cadáveres con las manos. Y era muy importante para nosotros. No porque se tratara de cadáveres, eso aún..., sino porque su muerte lo era todo salvo una muerte dulce. Era una muerte inmunda, sucia. Una muerte forzada, difícil y distinta para todos."

Shlomo Venezia



"Hacia finales de octubre, llegó la orden de que comenzáramos a desmantelar los Crematorios. Seguíamos trabajando, ocasionalmente, en el Crematorio II, cuando, a pesar de todo, llegaba algún convoy. Este Crematorio fue el que permaneció activo más tiempo, para quemar los últimos cadáveres. Pero sobre todo trabajamos desmantelando los demás Crematorios. Eso requirió mucho tiempo, pues los alemanes nos ordenaron que lo retiráramos todo pieza a pieza. Las estructuras eran muy sólidas y habían sido concebidas para que duraran mucho tiempo. También habrían podido utilizar dinamita, pero querían desmontar metódicamente todo el interior de la estructura: los hornos, las puertas de la cámara de gas y todo lo demás. Y tenían que hacerlo hombres del Sonderkommando, pues éramos los únicos que podíamos ver el interior de las cámaras de gas. En cambio, en el momento de desmontar la estructura exterior, otros prisioneros, entre ellos mujeres de Birkenau y prisioneros de Auschwitz I, fueron destinados a esta tarea."

Shlomo Venezia


"Hoy, con frecuencia, me hago la pregunta: ¿Qué habría hecho si me hubieran obligado a matar? ¿Qué habría hecho? No lo sé. ¿Me habría negado, acaso, aun sabiendo que me habrían matado en el acto?"

Shlomo Venezia



"La persona que acompañaba a la víctima debía conocer la técnica: era preciso sujetar a las víctimas por la oreja y con el brazo estirado, el alemán disparaba y, antes de que la persona cayera al suelo, debíamos ser lo bastante hábiles como para hacerles bajar la cabeza porque, de lo contrario, la sangre brotaba como de un surtidor. Si, por desgracia, algo de sangre manchaba al SS, la tomaba con nosotros y no vacilaba en castigarnos o, incluso, en matarnos allí mismo."

Shlomo Venezia



"La solidaridad sólo existía cuando tenías bastante para ti; de lo contrario, para sobrevivir era preciso ser egoísta. En el Crematorio podíamos permitirnos la solidaridad, porque teníamos bastante para sobrevivir. No hablo del hecho de ayudar a un camarada y ocupar su lugar por unos momentos, mientras él se recuperaba. Hablo del hecho de tener bastante comida. Para quienes no tenían bastante comida, la solidaridad se hacía imposible."

Shlomo Venezia


"Me reconforta saber que no hablo en el vacío, pues dar testimonio representa un sacrificio enorme. Despierta un lacerante sufrimiento que nunca me abandona. Todo va bien y, de pronto, me siento desesperado. En cuanto experimento cierta alegría, algo se bloquea inmediatamente en mí. Es como una tara interior; lo llamo la "enfermedad de los supervivientes". No es el tifus, ni la tuberculosis o las demás enfermedades que pudimos contraer. Es una enfermedad que nos corroe desde el interior y que destruye cualquier sentimiento de alegría. La arrastro desde aquel tiempo de sufrimiento en el campo. Esta enfermedad no me permite nunca un instante de alegría o de despreocupación, es un malhumor que erosiona permanentemente mis fuerzas."

Shlomo Venezia



"No teníamos elección. A los que no querían trabajar los mataban, a los que trabajan, también."

Shlomo Venezia


"Para los alemanes, la evasión de un miembro del Sonderkommando era muy grave, no podían permitirse dejar que se evadiera un hombre que había visto el interior de las cámaras de gas."

Shlomo Venezia


"Para nosotros era, con mucho, la tarea más penosa...No podía existir nada más duro que llevar a aquella gente a la muerte y sujetarlos mientras eran ejecutados. (...) El alemán solía situarse a un extremo, ligeramente oculto tras la esquina del último horno. Pasaban ante él, como para subir las escaleras que llevaban al desván. Las víctimas apenas lo veían y, cuando le habíamos superado, él disparaba a quemarropa en la nuca. Al cabo de cierto tiempo, cambiaron de método y utilizaban, más bien, un fusil de aire comprimido, pues la bala de la pistola era demasiado grande y el impacto, de cerca, reventaba el cráneo de la víctima. Verse salpicado así molestaba al alemán."

Shlomo Venezia


"Por aquel entonces, los hombres que quedaban del Sonderkommando tuvieron que ir a dormir al campo de los hombres, en cuanto los trabajos de desmantelamiento llegaron al tejado del crematorio. Volvimos pues al barracón aislado del campo de los hombres, donde habíamos pasado las primeras noches como Sonderkommandos. En el barracón apenas éramos dieciséis, no nos faltaba pues lugar para guardar nuestras cosas. Seguíamos teniendo formalmente prohibido ponernos en contacto con los demás prisioneros. En general, el SS nos llevaba hasta la entrada del sector del campo de los hombres y encargaba a uno de los nuestros que se asegurara de que nadie salía del barracón. Si, a pesar de todo, alguien salía, el hombre encargado de la vigilancia era también severamente castigado."

Shlomo Venezia




"Por término medio, todo el proceso de eliminación de un convoy debía durar unas setenta y dos horas. Matarlos era rápido, lo más largo era quemar los cadáveres. Ése era el principal problema de los alemanes: hacer desaparecer los cuerpos. Las fosas permitían ir algo más deprisa."

Shlomo Venezia



"(...) Quise saber lo que había en aquellas urnas, de modo que tomé una y la abrí. Estaba llena de una ceniza gris muy fina con una pequeña medalla con un número encima. Debía de ser el número de matriculación de un prisionero. Supe luego que los alemanes guardaban aquellas urnas para las familias de prisioneros. En realidad no se hacía para los judíos sino para los cristianos muertos en el campo, de hambre, de enfermedad o qué sé yo. Los alemanes anunciaban a la familia que el prisionero había muerto de enfermedad y que era posible obtener sus cenizas si se pagaban doscientos marcos. Sin embargo, las cenizas que estaban en las urnas eran las cenizas mezcladas de varias personas y tal vez no tenían ni una pizca de la persona designada."

Shlomo Venezia


"(...) Todo me devuelve al campo de concentración. Haga lo que haga, vea lo que vea, mi espíritu regresa siempre al mismo lugar. Es como si el "trabajo" que tuve que hacer allí no hubiera salido nunca, realmente, de mi cabeza...Nunca se sale realmente del Crematorio."

Shlomo Venezia


"Un día, cuando todo el mundo había comenzado a trabajar tras la llegada de un convoy, uno de los hombres encargados de retirar los cuerpos de la cámara de gas oyó un ruido extraño. No era tan sorprendente escuchar ruidos extraños pues, a veces, el organismo de las víctimas seguía desprendiendo gas. Pero afirmaba que, esta vez, el ruido era distinto. (...) El hombre que primero lo había oído fue a ver de dónde salía el ruido. Pasando por encima de los cuerpos, encontró la fuente de aquellos grititos. Retrataba de una niña de apenas dos meses, agarrada aún al seno de su madre del que intentaba mamar en vano. Lloraba al no sentir que brotara la leche. Tomó al bebé y lo sacó de la cámara de gas. Sabíamos que sería imposible mantenerla con nosotros. Imposible ocultarla ni hacer que los alemanes la aceptaran. En efecto, en cuanto el guardia vio al bebé no pareció descontento por poder matar a un niño. Disparó un tiro y aquella pequeña, que milagrosamente había sobrevivido al gas, murió. Nadie podía sobrevivir. Todo el mundo debía morir, incluidos nosotros: era sólo cuestión de tiempo."

Shlomo Venezia