"De modo que llega el pan, los seis hombres se acurrucan en un rincón y empiezan con el sagrado procedimiento de la repartición. Para ello hay diferentes recetas. Se puede por ejemplo sortear. El molde de pan se corta rápidamente en seis rebanadas y los trozos de diferente tamaño se sortean con pedacitos de papel o con números. Todos tienen las mismas posibilidades, nadie se puede quejar. Al que le ha tocado en suerte el trozo grande, se esfuerza en ocultar su alegría para no hacer sentir mal a los camaradas, lo toma rápidamente y desaparece de preferencia bajo la manta. El que recibe el trozo más pequeño también se echa en la cama, sólo el sueño puede consolarlo. Cuando te despiertas, te azotan el hambre, el frío y todas las plagas bíblicas de una larga jornada."

Fred Wander


"¿De qué vive el ser humano? Mientras arrastra madera y revienta piojos con las uñas, su alma humillada se recoge en profundos espacios desconocidos. Observa a los compañeros de prisión como un hombre que se ha caído bajo una manada de lobos y está esperando que lo descubran y lo descuarticen. Pero escucha hacia dentro, se asombra del patético rostro de un muerto, se asombra de un cristal de hielo, respira llenándose la nariz del perfume de los bosques puros y busca, busca las desaparecidas huellas de belleza en su vida, busca de pronto a un compañero que pueda escuchar, y cuando lo encuentra se extasía de pasado, despliega un cuadro ante el otro. Porque tiene que sacarlo a gritos: ¡Soy un ser humano! ¡A mí me respetaban! , le gustaría exclamar. Me amaban, tenía un hogar, una mujer e hijos, tenía amigos. Hice el bien y no exigí ningún agradecimiento a cambio. He visto cosas hermosas, conozco el olor de las ciudades antiguas. Podía haber hecho todo y haber alcanzado todo, si no lo hice, si no lo alcancé, fue sólo porque no sabía, no tenía idea...Quisiera exclamar todo eso, brillar, lucirse, encandilarse sin cesar. No puede, le faltan las palabras, le falta el arte. Pero de eso vive el ser humano, de no haber agotado el sueño de su bella vida perdida, de la libertad y de la pureza del corazón."

Fred Wander


"El corazón de un sobreviviente es como una campana de cristal con una pequeña grieta: ya no resuena."

Fred Wander


"¡El hombre habita en sí mismo, y en ninguna otra parte!"

Fred Wander



"En uno de esos días perdimos a Jossl. Un par de semanas atrás habíamos tenido ingresos: cuarenta chiquillos judíos húngaros de cinco a quince años y entre ellos un solo niño polaco. Jossl. Y entre nosotros a su hermano de Sosnowiec. Por más que protegíamos a los niños, se nos morían entre las manos. Ya en los primeros días tras su llegada murieron algunos, a santo de qué habían ido a parar ahí. Y cuando Jossl se desmayó trabajando en la maderería y los centinelas lo cubrieron de nieve con la pala, por divertirse, y el montón de nieve se movía y una mano diminuta se asomaba y ellos seguían echándole nieve y reían y fumaban cigarrillos, y cuando por la noche lo llevamos al campo, Jossl todavía no había muerto. Se había congelado y estaba rígido y por la noche en el barracón tenía el rostro blanco como el mármol."

Fred Wander


"Era un domingo lluvioso. Retazos de nubes cruzaban veloces el cielo. Los centinelas recibían a sus chicas que habían ido a verlos, bromeaban, reían, conversaban complacidos. Nosotros conocíamos a los centinelas, hombres jóvenes, imberbes, con los rostros colorados, rebosantes de fuerza. Alemanes hijos de campesinos, hijos de empleados de correos, del ferrocarril y de lampistas. Habían asesinado. Cada uno de ellos había asesinado. Y no lo sabían, pues les habían dicho que no éramos seres humanos. Habían asesinado a culatazos, a disparos, con barras de hierro o palas o con sus propias manos. Y ahí estaban como si nada, flirteando con las muchachas del pueblo. Y Mendel veía todo eso y los miraba con sus tristes ojos exploradores, intentaba comprender, lo intentaba; para cada golpe, para cada humillación, y para la risa en vista de nuestros tormentos, y para los chistes verdes en vista de nuestra muerte, Mendel intentaba hallar una fórmula, una palabra de redención."

Fred Wander


"La maldición que nos ha caído es como el agua del séptimo pozo. ¿Cómo decía el gran Rabí León de Praga? Pero el séptimo pozo va a limpiar lo que has acumulado, los candelabros de oro, la casa y tus hijos. Te vas a quedar desnudo como si acabases de llegar del regazo de la madre. Y el agua límpida del séptimo pozo te va a purificar, y te vas a volver transparente, y el pozo va a seguir preparado para las futuras generaciones, para que salgan de la oscuridad, los ojos limpios y claros, el corazón leve."

Fred Wander


"La violencia nunca cesa, solo se desplaza."

Fred Wander


"No sabemos nada realmente del amor, si no queremos a los animales."

Fred Wander




"Pertenezco al género de los escritores artesanos, aquellos que no sufren con el trabajo, como se quejan algunos, pero que realizan su quehacer con ahínco, bulto a bulto."

Fred Wander



"(...) Por los altavoces había llegado la orden de permanecer en los barracones. Por encima de los techos de los barracones silbaban balas. Formaciones armadas de los prisioneros pasaban marchando. Por la tarde escuchamos gritos fuertes en la amplia ladera desarbolada que se extendía fuera del campo. Algunos temerarios cruzaban corriendo la huerta montaña arriba y saludaban agitando pañuelos blancos. Por la carretera regional, mucho más abajo, en el valle, rodaban los tanques estadounidenses. Rodaban, se detenían y había disparos todo el tiempo. De modo que había llegado la hora de la liberación. (Aún no lo creíamos, ¡Habrían de pasar días hasta que creyésemos realmente en nuestra salvación!) Los niños no entendían nada. Los tres o cuatro adultos que, como yo, habían hallado asilo en el barracón de los niños, estaban demasiado débiles y se mostraban muy escépticos. Que para nosotros la guerra hubiese terminado, que los nazis estuviesen derrotados, las SS se hubiesen dado a la fuga o hubiesen sido capturadas por los políticos y que nosotros fuéramos libres, eso no lo podía creer nadie a esa hora. Sin ninguna conmiseración, los niños escuchaban el tiroteo, el rodar de los tanques, las llamadas y las órdenes de las formaciones surgidas de debajo del suelo, las palabras excitadas de algunos pocos, que corrían de barracón en barracón llevando nuevas de victoria. Los niños habían escuchado mucho y no habían creído nada. Su realidad era el campo."

Fred Wander



"Pues bien, decía De Groot, me vas a reprochar que hayamos sido ciegos. Cómo no, te voy a decir, tienes razón. Sí, en verdad no teníamos idea de lo que estaba pasando en el mundo, no hacíamos caso a las advertencias de nuestros amigos, empacad vuestros bártulos, nos aconsejaban, embarcaos para América. No creíamos aquellas atroces noticias de Alemania, teníamos admiración y respeto por los alemanes. Como siempre, consideramos que todo eran exageraciones y habladurías de estafadores. Éramos felices. Quizá no queríamos ver ni oír nada."

Fred Wander


"Un día llaman a Mariana. Pechmann la retiene. Espera, le dice, no vayas, no te presentes, no podrán encontrarte entre las masas. Hablaré con los funcionarios, conseguiré que te dejen libre, voy a obtener un aplazamiento, conozco a gente influyente aquí. Huiremos juntos, nos iremos a las montañas... Ella le pone la mano en la boca y sonríe dolorosamente. No, dice ella, déjame, tengo que ir. Él sabe por qué. Ella se lo ha dicho cien veces: su madre, su padre y tres hermanos están allí. Se va. Y a partir de ese día, Pechmann ya no se rebela. Una semana más tarde, cuando dicen su apellido, cruza en silencio la entrada del silo veinte."

Fred Wander


"Voy haciendo camino, voy ligero de equipaje."

Fred Wander


"Y nosotros seguimos andando, y Mendel calla. Entonces se detiene delante de la plaza de formaciones, levanta los brazos como implorando y respira profundamente y vuelve a bajar los brazos. El hedor es de la fábrica de fibra de viscosa. Delante de las montañas de Silesia, oculta bajo el color lila, la fábrica de fibra de viscosa sobresale negra con sus naves y chimeneas. Acurrucada en la falda de la montaña, sopla al cielo su humo amarillo, su aliento venenoso, hechizante, que apesta a dulzón. En el interior de sus naves, allí donde más apesta, trabajan las brigadas especiales, los elegidos, los ricos, los privilegiados del campo: ¡Adentro hace calor! Y nosotros los parias trabajamos fuera, en la maderería, donde nos congelamos y nos caen los troncos de los árboles y nos aplastan. Por eso la pestilencia de las naves nos parece un perfume delicioso. El perfume de la clase alta."

Fred Wander