"Ando a tientas por un libro. Y por ninguno. El que más cerca tengo es el que se pretende una memoria de mis padres. ¿O un intento de saber quiénes fueron? Para nosotros cinco, la figura enigmática de todas nuestras vidas ha sido mi padre, porque murió cuando yo tenía veinte años y Sergio quince; en medio, Verónica tenía diecinueve, Carlos dieciocho, Daniel diecisiete. Y todos, ni se diga yo, estábamos en la luna. Teníamos a mi papá en ese lugar en el que están los padres cuando lo único que nos interesa es el futuro; no nos preguntábamos quién había sido, ni siquiera intuíamos quién era.
Cuando cumplí cincuenta años me propuse no seguir hablando de mi orfandad porque hacía mucho que había dejado de provocar compasión. ¿Huérfana? «También yo», decían muchos de mis contemporáneos. La primera vez que estuve en Italia no fui al Piamonte, me limité a llorar en los escalones de la plaza en Milán. La segunda vez fui con mi hermana a Stradella, ya lo he dicho, el pueblo de nuestro abuelo, en el que mi padre vivió muchos de los años que duró la guerra. O no sé. La verdad no sé, no tengo idea de si lo sabré, porque no quiero investigarlo. Fui a Stradella tres veces más y no he vuelto, pero cuando ahí anduve me preocupó más apresar el aire que los datos; más la emoción de las cosas que el pasado. En cambio Sergio, mi hermano, ha ido una sola vez, pero concentrado en lo que debía: al volver estaba de tal modo en búsqueda de todo que, con lo que pudo, hizo un libro fantástico. Me gusta releerlo y bendecir su empeño.
Es un libro que conmueve y me asombra. Sergio lo organizó en tres meses o menos. Ya lo dije, visitó el pueblo de los antepasados y volvió con la curiosidad encendida; también con el ánimo puesto en buscar, entre las sombras de un baúl, las cartas de mi papá a su papá, a su primera novia, a mi mamá, a sus amigos. Puso varias buenas fotos, un texto de cada uno de nosotros y una muestra de lo que fue el trabajo periodístico de mi papá: los temas automovilísticos, con sus dos álter ego, Temístocles Salvatierra y el Mísero Vendecoches, y los artículos que durante dos años publicó todas las tardes en un periódico vespertino para pensar el «Mundo nuestro». Por ninguno le pagaban mucho pero disfrutó haciéndolos, sobre todo los de automovilismo. Creo que ahora podría haber sido una celebridad, porque hoy hay un espacio de respeto para quienes escribimos y hasta la posibilidad de ganar el pan haciendo esto. Pero aquellos eran otros tiempos, y Puebla una ciudad inhóspita para todo el que pensara distinto; peor aún, para quien quisiera pensar en voz alta. La columna de las tardes se terminó porque los directores del diario, azuzados por una derecha temerosa de todo lo que sonara distinto, lo llamaron comunista. A él lo apesadumbró la pérdida de ese espacio, pero no batalló para mantenerlo. Acusado de comunista, un hombre que de muy joven había sido preso de la ensoñación fascista. Lo despidieron sin pedirle ni su renuncia. Él se fue con una elegante carta justificando ante los lectores un retiro por enfermedad; murió, poco tiempo después, de un infarto cerebral, enfermedad que aparece cuando la suma de presión alta, cigarro continuo y poco ejercicio hace crisis dentro de un cuerpo, en este caso el de un hombre bueno."

Ángeles Mastretta
La emoción de las cosas



"Cuando la expectativa de vida de una mujer era de 45 años, con un amor era suficiente, pero ahora que una va a vivir como 80… con un solo amor no alcanza. ¡Por lo menos dos!."

Ángeles Mastretta
Tomada del libro El camino del encuentro de Jorge Bucay



"Cuando la tía Carmen se enteró de que su marido había caído preso de otros perfumes y otro abrazo, sin más ni más lo dio por muerto. Porque no en balde había vivido con él quince años, se lo sabía al derecho y al revés, y en la larga y ociosa lista de sus cualidades y defectos nunca había salido a relucir su vocación de mujeriego. La tía estuvo siempre segura de que antes de tomarse la molestia de serlo, su marido tendría que morirse. Que volviera a medio aprender las manías, los cumpleaños, las precisas aversiones e ineludibles adicciones de otra mujer, parecía más que imposible. Su marido podía perder el tiempo y desvelarse fuera de la casa jugando cartas y recomponiendo las condiciones políticas de la política misma, pero gastarlo en entenderse con otra señora, en complacerla, en oírla, eso era tan increíble como insoportable. De todos modos, el chisme es el chisme y a ella le dolió como una maldición aquella verdad incierta. Así que tras ponerse de luto y actuar frente a él como si no lo viera, empezó a no pensar más en sus camisas, sus trajes, el brillo de sus zapatos, sus pijamas, su desayuno, y poco a poco hasta sus hijos. Lo borró del mundo con tanta precisión, que no sólo su suegra y su cuñada, sino hasta su misma madre estuvieron de acuerdo en que debían llevarla a un manicomio."

Ángeles Mastretta
Mujeres de ojos grandes


"Durante las siguientes horas comie­ron, conversaron y bebieron hasta que la tarde los alcanzó creyendo que se co­nocían desde siempre. Entonces se echaron a caminar por el centro de la ciudad sin más tregua ni guía que su deseo de seguir juntos. La pálida luz del crepúsculo los encontró en el calle­jón de las tiendas de antigüedades. Ahí donde las joyas y los simples vejesto­rios convivían sin más diferencia que el gusto del cliente y el capricho del vendedor.
Ahí donde las cosas nunca tie­nen el mismo valor que su precio, y donde entonces eran baratas porque la época despreciaba lo viejo imaginando que nada podía ser más promisorio que el futuro.
Isabel caminó por las tiendas entre objetos extraños, deleitándose con la ex­travagancia de cuanto la rodeaba. Hasta que al entrar a un salón diminuto su ca­beza golpeó con las patas de una mece­dora que estaba colgada del techo. Era una de esas piezas de encino que tienen el respaldo y los barrotes labrados. Le faltaba un barrote, pero en el cabezal te­nía la cara de un viejo alegre, acorrala­do por su mostacho y sus barbas.
[...]
En el camino le contó a Corzas la his­toria de una bisabuela suya que habién­dose aburrido de más a lo largo de su vida, le heredó a su nieta, la madre de Isabel, la mecedora en que se había sen­tado a recordar durante sus últimos in­viernos asturianos. Además de la silla le dejó un escrito que debía repetir antes de usarla por primera vez y le hizo pro­meter que lo enseñaría a sus hijas como quien les enseña la única oración nece­saria de sus vidas.
Regida por la culpa de no haber carga­do hasta México con la mecedora de su abuela, la madre de Isabel había memorizado el ensalmo y había hecho que lo memorizara su única hija."

Ángeles Mastretta
Ninguna eternidad como la mía



“El heroísmo es un culto al asesinato.”

Ángeles Mastretta
Mal de amores, 1996




"Hicieron el amor sin echar juramentos, ni piruetas, sin la pesada responsabilidad de saberse mirados. Y fueron o que se llama felices, durante un rato."

Ángeles Mastretta




"Quién era Antonio Zavalza además de un escuchador oficioso de las conversaciones ajenas, fue algo que la familia supo por completo en menos de una hora, porque el hombre no tenía remordimientos en la lengua y estaba solo. Apenas llevaba cuatro tardes bajo los techos de la ciudad, dijo, pero hacía varios años que fantaseaba con ella. Quería vivir ahí, caminarla de noche, aprenderse los escondites de sus calles. Quería que lo quisieran y ser todo sobre aquel suelo, menos un extraño.
Salió de la iglesia empeñado en convencer a Emilia de que no era un espía sino un cautivo de su voz. Y cuando llegaron a la fiesta que siguió al matrimonio religioso de Sol, cualquiera juraría que eran amigos desde la infancia. Antonio Zavalza era sobrino del arzobispo, aunque no compartiera con él nada más que el apellido paterno y una herencia. Había pasado cinco años estudiando medicina en París, y llegó a Puebla con el ánimo de establecer ahí su primer consultorio.
En cuanto la madre de Sol lo vio bailando con Emilia como si hubieran ensayado el vals con dos meses de anticipación, se precipitó a la mesa que ocupaban los Sauri y se hizo cargo de completar la información sobre el recién llegado. Antonio Zavalza era además de guapo, uno de los más importantes bisnietos de la Marquesa de Selva Nevada.
Su padre había muerto un año atrás, le había dejado una pequeña fortuna, con la que el muchacho tuvo a bien crear una fundación de auxilio a los viejos. Su amor propio lo tenía empeñado en vivir de su trabajo. Era médico, se había graduado con honores en París, no estaba de acuerdo con don Porfirio, le decía a quien quisiera oírle que la iglesia era una institución caduca, y rompió el compromiso de matrimonio que el arzobispo había hecho en su nombre con una hija de los De Hita."

Ángeles Mastretta
Mal de amores


"Viajar, dormir, enamorase, son tres modos de irse a lugares que no siempre entiendes."

Ángeles Mastretta