"A la orilla del mar, tan cerca que podría parecer que allí mismo rompían las olas, crecía una hilera de más de veinte enormes cerezos silvestres de tono negruzco. Cada abril, cuando comenzaba el curso, los cerezos abrían sus espléndidas flores, junto con las hojas nuevas de color verde pardo y apariencia húmeda, que se recortaban contra el azul del mar. Después caían los pétalos como una tormenta de nieve, se esparcían sobre el agua, se quedaban flotando como pálidas incrustaciones de nácar y volvían a la arena..."

Osamu Dazai seudónimo de Tsushima Shuji


"Ahora no tengo ni la felicidad ni la infelicidad. Todo pasa. Eso es lo único que creo que es verdad en la sociedad de los seres humanos."

Osamu Dazai




"Cuando pretendí mostrarme precoz, la gente murmuró que yo era precoz. Cuando pretendí pasar por haragán, la gente murmuró era que haragán. Cuando quise mostrar que era incapaz de escribir una novela, se murmuró que yo no sabía escribir. (...) Cuando traté de pasar por un hombre rico, que era un hombre rico. Fingí ser indiferente y la gente murmuró que era un indiferente. Pero cuando realmente sufrí e involuntariamente gemí, la gente murmuró que me hacía el que sufría. Este mundo no anda como uno piensa."

Osamu Dazai




"El amor no tiene causa. Temo haber dado demasiadas razones. La verdad es que sólo lo espero. Quiero verlo una vez más. Nada más que eso. Esperar. ¡Ah! ¿No son la alegría, la furia, y la tristeza sentimientos que ocupan tan sólo una insignificante fracción de nuestra vida, y vivimos todo el enorme resto esperando? Espero con desesperante ansiedad el ruido de la felicidad que llega caminando por el pasillo, pero sólo tengo el vacío. (...) Todos pasan el día esperando inútilmente algo."

Osamu Dazai


"En nuestra familia la única auténtica es mamá. Ella sí que es un artículo de legítima calidad. Hay algo en ella que no admite comparación."

Osamu Dazai


"Es una sensación de desamparo tal que parece imposible continuar viviendo. Esta inquietud me golpea dolorosamente el pecho y, como las nubes blancas que avanzan con rapidez en el cielo después de un aguacero, me aprieta con fuerza el corazón, para liberarlo después, lo que me detiene el pulso, me enrarece la respiración, me oscurece y enturbia la vista; me da la impresión de que toda la fuerza del cuerpo se me escapa por la punta de los dedos y no puedo continuar haciendo punto.
Últimamente no para de caer una lluvia sombría; todo me deprime. Hoy he sacado el sillón de mimbre a la galería, para continuar un jersey que esta primavera dejé sin terminar. Es una lana de un rosa vivo que parece algo desteñido, y pensaba combinarla con un color cobalto. La lana rosácea procede de una bufanda que me tejió mamá cuando estaba en la escuela primaria. Esa bufanda estaba cosida en forma de capucha, de modo que cuando me miraba al espejo con ella puesta me parecía que me observaba un duendecillo. El color era muy distinto al de las bufandas de mis compañeras, por lo que yo la odiaba. Cuando una amiga de familia rica de Kansai me dijo: "¡Qué bufanda tan bonita!", elogiándola en tono de persona adulta, todavía me dio más vergüenza y desde ese día no me la puse nunca más, quedando escondida para siempre en un cajón.
Esta primavera apareció en el trastero, la deshice y decidí tejerme un jersey a fin de darle una nueva vida. Sin embargo, el color no me gustaba y la dejé de lado hasta hoy que, como no tenía nada que hacer, la saqué de nuevo y me puse a tejer despacio. Pero, mientras tejía, me di cuenta de que el rosa vivo de la lana se mezclaba con el gris del cielo produciendo un efecto de increíble suavidad. Nunca se me había ocurrido pensar que era importante considerar la armonía del color de una vestimenta con el cielo. Me quedé con la mirada perdida, un poco sorprendida de lo preciosa que era la combinación. Qué curioso que la lana rosa vivo y el gris del cielo se complementaran animándose mutuamente. De repente, la lana que tenía en las manos me pareció muy cálida y el cielo lluvioso como del terciopelo más suave. Me recordó la pintura de Monet de una catedral en la niebla. Me dio la impresión de que, gracias a esta lana, había entendido por primera vez lo que era el buen gusto. Y mamá había elegido, precisamente, este color porque sabía lo armonioso que resultaría con el cielo invernal cargado de nieve; fui tonta al detestarlo."

Osamu Dazai
El ocaso


"He pasado por tantos infortunios que uno solo de ellos podría terminar más que de sobra con la vida de cualquiera. Hasta eso he llegado a pensar. La verdad es que no puedo comprender ni imaginar la índole o grado del sufrimiento de los demás. Quizá los sufrimientos de tipo práctico, que puedan mitigarse con una comida, tienen solución y por eso mismo sean los menos dolorosos. O puede tratarse de un infierno eterno en llamas que supere mi larga lista de sufrimientos; pero esto los hace todavía más incomprensibles para mí.
Mas, si pueden seguir viviendo sin matar o volverse locos, interesados por los partidos políticos y sin perder la esperanza, ¿se puede llamar a esto sufrimiento? Con su egoísmo, convencidos de que así deben ser las cosas, sin haber dudado jamás de sí mismos. Si este es el caso, el sufrimiento es muy llevadero. Quizá así sea el ser humano, y esto es lo máximo que podamos esperar de él. No lo sé…
Después de dormir profundamente, supongo que se levantarán refrescados. ¿Qué sueños tendrán? ¿Qué pensarán cuando caminan por la calle? ¿En dinero? ¡No puede ser sólo esto! Creo recordar haber oído la teoría de que el ser humano vive para comer, pero nunca he escuchado a nadie decir que viviera para ganar dinero. Desde luego que no. Pero en ciertas circunstancias… No, tampoco lo entiendo. Cuanto más pienso, menos entiendo. Me persigue la inquietud y el miedo de sentirme diferente a todos. Casi no puedo conversar con los que me rodean. No sé qué decir, ni cómo decirlo.
Así es cómo se me ocurrieron las bufonadas. Era mi última posibilidad de ganarme el afecto de las personas. Pese a que temía tanto a la gente, al parecer era incapaz de renunciar a ella. Y esas bufonadas fueron la única línea que me unía a los demás. Mientras que en la superficie mostraba siempre un rostro sonriente, por dentro mantenía una lucha desesperada, que no daba fruto más que en el uno por mil, para ofrecer ese agasajo.
Desde pequeño, ni siquiera tenía la menor idea de los sufrimientos de mi propia familia o de lo que pensaba. Sólo estaba bien al corriente de mis propios miedos y malestares. En algún momento, me convertí en un niño que nunca podía decir la verdad. En las fotos familiares, todos ponían unas caras de lo más serias. Es extraño, tan sólo yo aparecía sonriente. Era una más de mis habituales bufonadas infantiles.
Nunca respondí a ninguna reprimenda de mi familia. Estaba convencido de que era la voz de los dioses que me llegaba desde tiempos ancestrales. Al escucharla, sentía que iba a perder la razón; y, por supuesto, no estaba en condiciones de contestar, ni mucho menos. Esas voces me parecían «la verdad», procedente de muchos siglos atrás.
Y como yo no tenía la menor idea de cómo actuar respecto a esa verdad, comencé a pensar que no me era posible vivir con otros seres humanos. Por eso, no podía discutir ni defenderme. Cuando alguien decía algo desagradable de mí, me parecía que estaba cometiendo un craso error. Sin embargo, siempre recibía esos ataques en silencio; aunque, por dentro, me sentía enloquecer de pánico. Desde luego, a nadie le gusta que le critiquen o se enojen con él.
Por lo general, las personas no muestran lo terribles que son. Pero son como una vaca pastando tranquila que, de repente, levanta la cola y descarga un latigazo sobre el tábano. Basta que se dé la ocasión para que muestren su horrenda naturaleza. Recuerdo que se me llegaba a erizar el cabello de terror al pensar en que este carácter innato es una condición esencial para que el ser humano sobreviva. Al pensarlo, perdía cualquier esperanza sobre la humanidad.
Siempre me había dado miedo la gente y, debido a mi falta de confianza en mi habilidad de hablar o actuar como un ser humano, mantuve mis agonías solitarias encerradas en el pecho y mi melancolía e inquietud ocultas tras un ingenuo optimismo. Y con el tiempo me fui perfeccionando en mi papel de extraño bufón.
No me importaba cómo; lo importante era conseguir que se rieran. De esta forma, quizá a los humanos no les importara que me mantuviera fuera de su vida diaria. Lo que debía evitar a toda costa era convertirme en un fastidio para ellos. Debía ser como la nada, el viento, el cielo. En mi desesperación, no sólo me dedicaba a hacer reír a mi familia sino también a los sirvientes, que temía aún más porque me resultaban incomprensibles."

Osamu Dazai
Indigno de ser humano


"La adicción es tal vez una enfermedad del espíritu."

Osamu Dazai




"La gente cuando miente pone invariablemente una cara seria. La seriedad de nuestros líderes políticos, ¡Pff!"

Osamu Dazai


"La lógica es en definición, el amor a la lógica. No el amor al hombre."

Osamu Dazai


"La sensación de que ya, de ninguna manera es posible seguir viviendo. ¿Será esto lo que llaman "angustia"?"

Osamu Dazai



"No respondí. A partir de entonces, cada vez que había algún roce entre nosotros salía aquel tema. «Esto está acabado», pensé. Era como si hubiera comprado la tela equivocada para hacerme un vestido y, una vez cortada, ya no pudiera volver a coserla, por lo que tendría que tirarla y volver a empezar con una tela nueva.
Una noche, mi esposo me preguntó si el niño que esperaba era de Hosoda. Pasé tanto miedo que me eché a temblar como una hoja. Ahora, cuando pienso en ello, me doy cuenta de que tanto él como yo éramos muy jóvenes. Yo no me había enamorado nunca, ni siquiera sabía qué era el amor. Me gustaban tanto los cuadros de Hosoda que iba diciendo a todo el mundo que si me hubiera casado con él mi vida estaría llena de días maravillosos, y que el matrimonio solo tenía sentido al lado de un marido con un gusto tan exquisito. La gente me malinterpretó y yo, que no sabía qué era el amor, declaraba sin reparos que estaba enamorada de Hosoda. Nunca intenté rectificar, y las cosas se complicaron hasta tal punto que incluso el bebé que crecía en mis entrañas levantó las sospechas de mi marido. A pesar de que ninguno de los dos llegó a plantear abiertamente el divorcio, el ambiente se volvió irrespirable y acabé volviendo a casa de mamá con mi sirvienta Oseki. El bebé nació muerto y yo caí enferma y pasé una temporada en cama. Mi matrimonio con Yamaki había terminado.
Naoji, que en cierto modo se sentía responsable de mi divorcio, rompió a llorar a pleno pulmón con la cara descompuesta, diciendo que iba a morir. Le pregunté a cuánto ascendía su deuda con la farmacia y me dio una cifra escandalosa. Más adelante supe que mi hermano me había mentido y había sido incapaz de confesarme el importe real de su deuda, que era tres veces mayor de lo que había admitido ante mí."

Osamu Dazai
El declive


"Oh, quisiera escribirlo todo, volcarlo todo, sin guardar nada."

Osamu Dazai


"Si tenemos derecho a vivir, tenemos derecho a morir."

Osamu Dazai




"(...) Y sin embargo, continúo esperando a alguien todos los días. ¿A quién podría ser que estuviera esperando? ¿A qué tipo de persona? Pero quizás lo que estoy esperando no sea un ser humano. Odio a los seres humanos. En realidad les tengo miedo. Cada vez que estoy cara a cara con alguien diciendo cosas como "¿Qué tal, cómo está?", o "¡Cómo refrescó!", saludando sólo para cumplir, siento que soy la persona más falsa del mundo. Me pone tan terriblemente mal que quiero morirme. Y las personas con las que hablo se ponen a la defensiva sin razón, me hacen vagos cumplidos, y comentan sentenciosamente impresiones que no tienen en verdad. Su cautela mezquina me hace sentir triste: el mundo es cada vez más repugnante y no puedo soportarlo. La gente intercambia tensos saludos desconfiando unos de otros hasta cansarse, y así pasa la vida."

Osamu Dazai