"A mí no me miran tantos ni en toda una temporada."

Patrick Süskind


"Aproximadamente a la mitad del trayecto —en este punto la carretera se alejaba un poco del lago para rodear una gravera detrás de la que empezaba el bosque— saltó la cadena. Por desgracia era un contratiempo frecuente, debido a un defecto del cambio de marchas que, por lo demás, funcionaba a la perfección: un muelle flojo que no tensaba la cadena. Yo había pasado tardes enteras tratando de resolver el problema, sin resultado. De modo que paré, bajé y me incliné sobre la rueda trasera, para soltar la cadena que había quedado aprisionada entre la corona dentada y el cuadro, y hacerla engranar otra vez moviendo los pedales. Estaba tan familiarizado con la operación que podía realizarla sin dificultad incluso a oscuras. Lo malo era que te ensuciabas los dedos de grasa. Por lo tanto, después de poner en su sitio la cadena, crucé al lado del lago para limpiarme las manos en las grandes hojas secas de un arce. Al doblar las ramas hacia abajo, pude ver todo el lago. Parecía un espejo grande y claro. Y, al borde del espejo, estaba el señor Sommer.
En un primer momento, me pareció que no llevaba zapatos. Después vi que el agua le cubría las botas y que estaba a un par de metros de la orilla, de espaldas a mí, mirando hacia el oeste, hacia la otra orilla donde, detrás de las montañas, aún quedaba una franja de luz de un blanco amarillento. Estaba plantado como un poste, una silueta oscura que se recortaba en el claro espejo del lago, con su largo bastón ondulado en la mano derecha y el sombrero de paja en la cabeza.
Y entonces, de pronto, echó a andar. Paso a paso, moviendo el bastón adelante y atrás para darse impulso, el señor Sommer entraba en el lago como si caminara sobre terreno seco, con su andar presuroso y decidido, en línea recta hacia el oeste. En este lugar, el lago tiene muy poca pendiente. Ya había recorrido veinte metros y el agua todavía le llegaba a la cadera; cuando le llegó al pecho, él ya estaba a más de un tiro de piedra de la orilla, y seguía andando, con un paso que ahora el agua hacía más lento, pero sin detenerse, sin vacilar ni un momento, decidido, como si estuviera ansioso por llegar al agua profunda, y hasta tiró el bastón y remó con los brazos.
Yo le miraba desde la orilla con los ojos redondos y la boca abierta, supongo que con la cara que se te pone cuando te cuentan algo apasionante. No estaba asustado, sino más bien pasmado ante lo que veía, fascinado, sin comprender la enormidad del acto, desde luego. Al principio, pensé que el señor Sommer estaría buscando algo que se le había caído al agua, pero ¿quién se metería en el agua a buscar algo con las botas puestas? Luego, cuando echó a andar, pensé que iba a darse un baño, pero ¿quién tomaría un baño completamente vestido, de noche y en octubre? Y, finalmente, cuando se adentraba en el agua, tuve el absurdo pensamiento de que pretendía cruzar el lago a pie —no nadando—; ni un segundo pensé en que fuera a nadar: el señor Sommer y la natación no concordaban. Cruzar el lago a pie, caminando por el fondo, a cien metros de profundidad, cinco kilómetros hasta la otra orilla.
Ahora el agua le llegaba a los hombros, ahora, al cuello… y él seguía avanzando, lago adentro. Y entonces volvía a asomar el cuerpo fuera del agua, como si creciera, al encontrar una elevación del fondo. El agua le llegaba otra vez a los hombros y él seguía adelante, sin detenerse, y volvía a hundirse, hasta el cuello, hasta la nuez, hasta la barbilla… y hasta entonces no empecé a sospechar lo que ocurría, pero no me moví, no grité: «¡Señor Sommer! ¡Deténgase! ¡Vuelva!», ni eché a correr en busca de ayuda; no miré si había por allí un bote, una balsa, un colchón neumático; ni un momento aparté la mirada de aquel puntito que se hundía a lo lejos."

Patrick Süskind
La historia del señor Sommer



"Como una esfinge -así lo creía Jonathan, que una vez había leído algo sobre esfinges en sus libros-, el vigilante era como una esfinge. Su efectividad no radicaba en la acción, sino en su simple presencia física. Ésta y sólo ésta se oponía al atracador potencial. «Tienes que pasar por delante de mí -dice la esfinge al profanador de sepulturas-, no puedo impedírtelo, pero tienes que pasar por delante de mí; y si te atreves a hacerlo, ¡la venganza de los dioses y de los manes del faraón caerá sobre ti!» Y el vigilante: «Tienes que pasar por delante de mí, no puedo impedírtelo, pero si te atreves a hacerlo, tendrás que matarme a tiros, ¡y la venganza de la justicia caerá sobre ti en forma de una condena por asesinato!»
Sin embargo, Jonathan sabía muy bien que la esfinge disponía de sanciones más efectivas que el vigilante. Este último no podía amenazar con la venganza de los dioses. Y aun en el caso de que el ladrón no diese importancia a las sanciones, la esfinge apenas corría peligro. Era de basalto, estaba esculpida en la piedra y fundida en bronce o protegida por gruesos muros. Sobrevivía sin esfuerzo a cualquier profanador de sepulturas en cinco mil años... mientras que el vigilante tenía que perder la vida a los cinco segundos de haberse iniciado un atraco. Y, no obstante, Jonathan encontraba que la esfinge y el vigilante se parecían, porque el poder de ambos no era instrumental, sino simbólico. Y con la única conciencia de este poder simbólico, que constituía todo su orgullo y toda su dignidad, que le daba fuerza y resistencia y que le hacía más invulnerable que la atención, el arma o el cristal a prueba de balas, Jonathan Noel permanecía en los escalones de mármol del Banco y montaba guardia desde hacía ya treinta años, sin miedo, sin dudas, sin el menor sentimiento de insatisfacción y sin expresión hosca, hasta el día de hoy.
Hoy, sin embargo, todo era diferente. Hoy todo quería impedir que Jonathan encontrase su serenidad de esfinge. A los pocos minutos ya empezó a sentir el peso de su cuerpo en una dolorosa presión sobre las plantas de los pies, se apoyó primero en uno y luego en el otro para distribuir el paso, y por este motivo dio un ligero traspiés que tuvo que compensar con pequeños pasos laterales para que su centro de gravedad, que siempre había mantenido en una vertical perfecta, no perdiera el equilibrio. También sintió un escozor repentino en los muslos, en los lados del pecho y en la nuca. Al cabo de un rato empezó a picarle la frente, igual que si la tuviera seca y áspera como a veces en invierno, pero ahora hacía calor, un calor excesivo incluso para las nueve y cuarto, su frente estaba húmeda como no solía estarlo hasta las once y media... le picaban los brazos, el pecho, la espalda, las piernas, le picaba toda la superficie de la piel y habría querido rascarse, furiosamente y sin tino, ¡pero un vigilante no debía rascarse nunca en público! Así que contuvo el aliento, sacó el pecho, encorvó la espalda para relajarla, levantó y hundió los hombros y se movió así desde dentro contra la ropa para procurarse alivio. Estos insólitos distendimientos y contracciones volvieron a provocar aquel tambaleo y pronto resultó que los pasitos laterales no eran suficientes para mantener el equilibrio, y Jonathan se vio obligado a renunciar, contra su costumbre, a la guardia estatuaria antes de que llegase la limusina de Monsieur Roedels hacia las diez y media y empezar a patrullar arriba y abajo, siete pasos hacia la izquierda y siete pasos hacia la derecha. Intentó fijar la mirada en el borde del segundo escalón de mármol, paseándola como un cochecito por un carril seguro, a fin de que esta imagen siempre igual del borde del escalón de mármol lograra con su insistente monotonía inspirarle la deseada serenidad de la esfinge que le haría olvidar el peso del cuerpo, la picazón de la piel y el general y singular desconcierto de cuerpo y espíritu. Pero todo fue inútil. El cochecito descarrilaba constantemente. A cada parpadeo se apartaba la mirada del condenado borde y se posaba en otras cosas: un trozo de periódico en la acera; un pie con calcetín azul; una espalda femenina; una cesta de la compra con pan en su interior; el pomo de la puerta de cristal exterior; el rombo luminoso del estanco frente al café; una bicicleta, un sombrero de paja, una cara... Y no conseguía fijar la vista en ninguna parte, concentrarse en un punto nuevo que le prestara apoyo y orientación. Apenas había enfocado el sombrero de paja, a su derecha, cuando un autobús atraía su mirada calle abajo, hacia la izquierda, y a los pocos metros la desviaba calle arriba un cabriolé deportivo blanco que circulaba a la derecha, donde entretanto había desaparecido el sombrero de paja... sus ojos lo buscaron en vano entre la multitud de transeúntes y la multitud de sombreros, se detuvieron en una rosa que oscilaba en un sombrero completamente distinto, se apartaron, volvieron a posarse por fin en el bordillo, pero tampoco esta vez pudieron descansar, y siguieron vagando, inquietos, de punto en punto, de mancha en mancha, de línea en línea... Era como si hoy hubiera en el aire una vibración de calor como las que sólo se conocen en las tardes más sofocantes de julio. Velos transparentes temblaban ante las cosas. Los contornos de las casas, de los tejados y de sus caballetes eran a la vez nítidos y difusos, como si tuvieran flecos. Los bordillos y los intersticios entre las baldosas de la acera -siempre como trazadas con una regla- serpenteaban en relucientes curvas. Y todas las mujeres parecían llevar hoy vestidos chillones, pasaban como llamas ardientes, atrayendo hacia ellas la mirada, pero sin retenerla. Nada estaba perfilado con claridad. Nada permitía fijar la vista. Todo vibraba.
Son mis ojos, pensó Jonathan. Me he vuelto miope de la noche a la mañana. Necesito gafas. De niño había tenido que llevar gafas, nada fuerte, sólo cero coma setenta y cinco dioptrías en ambos ojos, derecho e izquierdo. Era muy extraño que la miopía volviera a molestarle ahora, a sus años. Con la edad uno se vuelve más bien présbita, según había leído, y la miopía anterior remite. Quizá la suya no era una miopía corriente, sino algo que no se podía corregir con gafas: cataratas, glaucoma, desprendimiento de retina, un cáncer de ojo, un tumor cerebral que hacía presión sobre el nervio óptico...
Estaba tan ocupado con estos terribles pensamientos que no llegó a percibir un bocinazo corto y repetido. No lo oyó hasta la cuarta o quinta vez -ahora lo tocaban en tonos prolongados-; reaccionó y levantó la cabeza: ¡y allí estaba, efectivamente, la limusina negra de Monsieur Roedels ante la verja! Tocaron otra vez el claxon e incluso le hicieron señas, como si esperasen desde hacía varios minutos. ¡Ante la verja! ¡La limusina de Monsieur Roedels! ¿Cuándo le había pasado por alto su proximidad? Normalmente, no necesitaba ni mirar, intuía su llegada y oía el zumbido del motor; aunque hubiera estado dormido, se habría despertado como un perro al acercarse la limusina de Monsieur Roedels."

Patrick Süskind
La Paloma



"Cuando por fin se atrevieron, con disimulo al principio y después con total franqueza, tuvieron que sonreír. Estaban extraordinariamente orgullosos. Por primera vez habían hecho algo por amor."

Patrick Süskind


"Decían que la atención de un vigilante disminuía cuando estaba demasiado tiempo de servicio en el mismo lugar; su percepción de los sucesos del entorno se embotaba: se volvía perezoso, descuidado y, por lo tanto, inservible para sus tareas..."

Patrick Süskind


"El mayor coto de olores del mundo le abría sus puertas: la ciudad de París."

Patrick Süskind


"El olor de los seres humanos es siempre un aroma carnal y por lo tanto pecaminoso."

Patrick Süskind


"El perfume parecía exhalar un fuerte y alado aroma de vida..."

Patrick Süskind




"El perfume real se desvanece en el mundo; es volátil. Y cuando se gaste, desaparecerá el manantial de donde lo he capturado y yo estaré desnudo como antes y tendré que conformarme con mis sucedáneos. No, ¡Será peor que antes! Porque ahora entretanto habré conocido y poseído mi propia magnífica fragancia y jamás podré olvidarla, ya que jamás olvido un aroma, y durante toda la vida me consumirá su recuerdo como me consume ahora, en este mismo momento, la idea de que llegaré a poseerlo..."

Patrick Süskind

El perfume


"El perfume vive en el tiempo; tiene su juventud, su madurez y su vejez."

Patrick Süskind


"El sufrimiento incluso le gustaba, porque justificaba y atizaba su odio y su cólera y el odio y la cólera atizaban a su vez el sufrimiento al calentar más su sangre y enviar nuevas oleadas de sudor a los poros de la piel."

Patrick Süskind


"En cuanto al contrabajo, es un instrumento femenino. Pese a su género gramatical, es un instrumento femenino... pero inflexible como la muerte. Del mismo modo que la muerte -ahora asocio ideas- es femenina en su tremenda crueldad o -si se quiere- en su ineludible función acogedora; y complementaria también del principio de la vida, de la fertilidad, la madre tierra y todo lo demás, ¿Acaso no tengo razón?"

Patrick Süskind


"En el acto de andar hay una virtud curativa. Poner un pie delante de otro con regularidad, agitando al mismo tiempo rítmicamente los brazos; el incremento de la frecuencia respiratoria, la ligera estimulación del pulso, la necesaria actividad de ojos y oídos para determinar la dirección y mantener el equilibrio, la sensación del aire en movimiento sobre la piel...Todo esto influye de manera inequívoca en el cuerpo y el ánimo y hace que el alma crezca y se ensanche, por grandes que sean sus preocupaciones y heridas."

Patrick Süskind


"En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; las cocinas, a col podrida y grasa de carnero; los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales...Apestaban los ríos, apestaban las plazas, apestaban las iglesias y el hedor se respiraba por igual bajo los puentes y en los palacios...Y, como es natural, el hedor alcanzaba las máximas proporciones en París, porque París era la mayor ciudad de Francia. Y dentro de París había un lugar donde el hedor se convertía en infernal, entre la Rue aux Fers y la Rue de la Ferronerie, o sea, en el Cimetière de Innocents.
(...)
Escenario de este desenfreno -no podía ser otro- era su imperio interior, donde había enterrado desde su nacimiento los contornos de todos los olores olfateados durante su vida. Para animarse conjuraba primero los más antiguos y remotos: el vaho húmedo y hostil del dormitorio de madame Gaillard; el olor seco y correoso de sus manos; el aliento avinagrado del padre Terrier; el sudor histérico, cálido y maternal del ama Bussier; el hedor a cadáveres del Cirnetiére des Innocents; el tufo de asesina de su madre Y se revolcaba en la repugnancia y el odio y sus cabellos se erizaban de un horror voluptuoso. Muchas veces, cuando este aperitivo de abominaciones no le bastaba para empezar, daba un pequeño paseo olfatorio por la tenería de Grimal y se regalaba con el hedor de las pieles sanguinolentas y de los tintes y abonos o imaginaba el caldo de seiscientos mil parisienses en el sofocante calor de la canícula. Entonces, de repente, este era el sentido del ejercicio, el odio brotaba en él con violencia de orgasmo, estallando como una tormenta contra aquellos olores que habían osado ofender su ilustre nariz. Caía sobre ellos como granizo sobre un campo de trigo los pulverizaba como un furioso huracán y los ahogaba bajo un diluvio purificador de agua destilada. Tan justa era su cólera y tan grande su venganza. Ah, qué momento sublime! Grenouille, el hombrecillo, temblaba de excitación, su cuerpo se tensaba y abombaba en un bienestar voluptuoso, de modo que durante un momento tocaba con la coronilla el techo de la gruta, para luego bajar lentamente hasta yacer liberado y apaciguado en lo más hondo. Era demasiado agradable, este acto violento de exterminación de todos los olores repugnantes, era realmente demasiado agradable, casi su número favorito entre todos los representados en el escenario de su gran teatro interior, porque comunicaba la maravillosa sensación de agotamiento placentero que sigue a todo acto verdaderamente grande y heroico."

Patrick Süskind
El Perfume



"En su interior había paz; nada bullía ni ejercía presión. En su alma volvía a reinar la acostumbrada noche fría que necesitaba para que su conciencia estuviera clara y tersa y pudiera asomarse hacia fuera: allí olió su perfume."

Patrick Süskind


"Entonces intenté tocar del modo más bello que pude, en la medida en que esto es posible con mi instrumento. Y pensé: será una señal: si llamo su atención tocando mejor que nunca, si mira hacia aquí, si me mira... será la mujer de mi vida, será mi Sarah para toda la eternidad. Por el contrario, si no me mira, se acabó todo. Sí, tan supersticioso se puede llegar a ser en las cosas del amor. No me miró. En cuanto empecé a tocar del modo más bello, ella tuvo que levantarse y retirarse a último término por exigencia del director."

Patrick Süskind


"Esta fragancia tenía frescura, pero no la frescura de las limas olas naranjas amargas, no la de la mirra o la canela o la menta o los abedules o el alcanfor o las agujas de pino, no la de la lluvia de mayo o el viento helado o el agua del manantial...Y era a la vez cálido, pero no como la bergamota, el ciprés o el almizcle, no como el jazmín o el narciso, no como el palo de rosa o el lirio...Esta fragancia era una mezcla de dos cosas, lo ligero y lo pesado; no, no una mezcla, sino una unidad y además sutil y débil y sólido y denso al mismo tiempo, como un trozo de seda fina y tornasolada...Pero tampoco como la seda, sino como la leche dulce en la que se deshace la galleta...Lo cual no era posible, por más que se quisiera: - ¡Seda y leche! Una fragancia incomprensible, indescriptible, imposible de clasificar; de hecho, su existencia era imposible. Y no obstante, ahí estaba, en toda su magnífica rotundidad. Grenouille la siguió con el corazón palpitante porque presentía que no era él quien seguía a la fragancia, sino la fragancia la que le había hecho prisionero y ahora le atraía irrevocablemente hacia sí."

Patrick Süskind



"Exactamente lo que se supone que ocurre a los hombres en el llamado amor a primera vista, cuando sienten de pronto que una mujer desconocida hasta ahora es la mujer de su vida y permanecerán a su lado hasta el fin de sus días."

Patrick Süskind


"Frangipani liberó al perfume de la materia, espiritualizó el perfume, lo redujo a su esencia más pura, en una palabra, lo creó. ¡Qué obra! ¡Qué proeza trascendental! Sólo comparable, de hecho, a los mayores logros de la humanidad, como el invento de la escritura por los asirios, la geometría euclidiana, las ideas de Platón y la transformación de uvas en vino por los griegos. Una obra digna de Prometeo."

Patrick Süskind



"Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire invade nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella."

Patrick Süskind


"Hay preguntas que se contestan negativamente a sí mismas por el mero hecho de formularlas. Y hay ruegos cuya completa inutilidad se manifiesta cuando uno los expresa y mira a los ojos a otra persona."

Patrick Süskind


"La mano que había tocado el frasco olía con gran delicadeza y cuando se la llevó a la nariz y olfateó, se sintió melancólico, dejó de andar y olió. Nadie sabe lo bueno que es realmente este perfume, pensó. Nadie sabe lo bien "hecho" que está. Los demás sólo están a merced de sus efectos, pero ni siquiera saben que es un perfume lo que influye sobre ellos y los hechizó. El único que conocerá siempre su verdadera belleza soy yo, porque lo he hecho yo mismo. Y también soy el único a quien no puede hechizar. Soy el único para quien el perfume carece de sentido."

Patrick Süskind



"La mujer juega en la música un papel secundario. Me refiero a la creación musical, a la composición. La mujer juega un papel secundario. ¿O conoce usted una compositora de renombre? ¿Una sola? ¿Lo ve? ¿Había pensado en ello antes? Debería reflexionar sobre esta cuestión. Sobre la mujer en relación con la música, tal vez. En cuanto al contrabajo, es un instrumento femenino. Pese a su género gramatical, es un instrumento femenino… pero inflexible como la muerte. Del mismo modo que la muerte —ahora asocio ideas— es femenina en su tremenda crueldad o —si se quiere— en su ineludible función acogedora; y complementaria también del principio de la vida, de la fertilidad, la madre tierra y todo lo demás, ¿acaso no tengo razón? Y en esta función —para volver a la música— el contrabajo lucha como símbolo de la muerte contra la Nada en la que amenazan con sumergirse al mismo tiempo la música y la vida. Así visto, nosotros, los contrabajos, somos considerados los Cerberos de la Nada, o también el Sísifo que escala la montaña con la carga sensorial de toda la música sobre los hombros —¡le ruego que lo vea en su imaginación!—, despreciado, escupido, con el hígado hecho pedazos… no, ése fue Prometeo… A propósito, el verano pasado fuimos con la ópera nacional a Orange, en el sur de Francia, a los festivales. Representación especial de Sigfrido, imagíneselo: en el anfiteatro de Orange, de casi dos mil años de antigüedad, una estructura clásica de una de las épocas más civilizadas de la humanidad, bajo los ojos del emperador Augusto, braman todos los dioses germanos, resopla el dragón, corretea Sigfrido por el escenario, vulgar, grueso, boche, como dicen los franceses… Cobramos mil doscientos marcos por cabeza, pero toda la representación me resultó tan penosa, que toqué como máximo la quinta parte de las notas. Y después… ¿sabe qué hicimos después todos los de la orquesta? Nos emborrachamos, nos comportamos como la más vulgar de las plebes, gritando hasta las tres de la madrugada, como boches; tuvo que intervenir la policía y todo porque estábamos desesperados. Por desgracia, los cantantes fueron a emborracharse a otra parte, nunca se sientan con nosotros, los de la orquesta. Sarah —ya sabe, esa joven cantante— también cenó con ellos. Interpretó el canto de un pajarillo del bosque. Los cantantes también se alojaron en otro hotel; de no ser así, quizá nos habríamos encontrado entonces…
Un conocido mío tuvo una vez relaciones con una cantante durante un año y medio, pero era violoncelista. El cello no es tan voluminoso como el bajo. No se interpone de forma tan contundente entre dos personas que se aman. O desean amarse. Hay además gran cantidad de solos para el cello —prestigio, ahora—: el Concierto para Piano de Tchaikovsky, la Cuarta Sinfonía de Schumann, el Don Carlos, etcétera. Y a pesar de ello, debo decirle que este conocido mío quedó muy desmoralizado tras sus relaciones con la cantante. Tuvo que aprender a tocar el piano para poder acompañarla. Ella se lo exigió y, por amor… En cualquier caso, el hombre se convirtió al poco tiempo en el acompañante de la mujer que amaba, y un acompañante mediocre, además. Cuando tocaban juntos, ella le superaba en gran medida. Le humillaba con rotundidad; ésta es la otra cara de la luna del amor. Sin embargo, él era como violoncelista mejor virtuoso que ella como mezzosoprano, mucho mejor, sin comparación. Pero tenía que acompañarla sin falta, quería tocar siempre con ella. Y para cello y soprano no hay muchas obras. Muy pocas. Casi tan pocas como para soprano y contrabajo."

Patrick Süskind
El contrabajo



"Las fragancias del jardín le rodearon, claras y bien perfiladas, como las franjas policromas de un arco iris."

Patrick Süskind


"Le he atribuido más edad de la que tiene y ahora lo veo más joven, como un niño de tres o cuatro años, como una de esas criaturas inasequibles, incomprensibles, obstinadas que, supuestamente inocentes, sólo piensan en sí mismas, llevan su despotismo hasta el extremo de pretender subordinar al mundo y no cabe duda de que lo harían si no se pusiera coto a su megalomanía con las severas medidas pedagógicas encaminadas a imbuirles disciplina y autodominio para su existencia como hombres maduros."

Patrick Süskind


"Lo que codiciaba era la fragancia de ciertas personas: aquellas, extremadamente raras, que inspiran amor."

Patrick Süskind


"Lo que siempre había anhelado, que los demás le amaran, le resultó insoportable en el momento de su triunfo, porque él no los amaba, los aborrecía. Y supo de repente que jamás encontraría satisfacción en el amor, sino en el odio, en odiar y ser odiado. Sin embargo, el odio que sentía por los hombres no encontraba ningún eco en éstos. Cuanto más los aborrecía en este instante, tanto más le idolatraban ellos, porque lo único que percibían de él era su aura usurpada, su máscara fragante, su perfume robado, que de hecho servía para inspirar adoración."

Patrick Süskind



"(...) Miles de aromas formaban un caldo invisible que llenaba las callejuelas estrechas y rara vez se volatilizaba en los tejados."

Patrick Süskind





"No brillaba ninguna chispa de locura en sus ojos ni desfiguraba su rostro ninguna mueca de demencia. No estaba loco. Su estado de ánimo era tan claro y alegre que se preguntó por qué loquería. Y se dijo que lo quería porque era absolutamente malvado. Y sonrió al pensarlo, muy contento. Parecía muy inocente, como cualquier hombre feliz."

Patrick Süskind


"No cabía duda de que era bueno que este mundo exterior existiese, aunque sólo le sirviera de lugar de refugio."

Patrick Süskind


"No, realmente no se nace para contrabajo. El camino que lleva hasta este instrumento está lleno de rodeos, casualidades y desengaños. Puedo decirle que de los ocho contrabajos de la orquesta nacional, no hay ni uno solo a quien la vida no haya zarandeado y en cuyo rostro no queden huellas de los golpes que de ella ha recibido."

Patrick Süskind


"No recordaba haber pronunciado en su vida un discurso más torpe. Las mentiras le parecían burdamente manifiestas y la única verdad que debían encubrir, la de que él jamás habría podido ahuyentar a la paloma, sino que, por e! Contrario, hacía rato que la paloma le había ahuyentado a él, quedaba al descubierto de la manera más penosa; y aunque Madame Rocard no hubiese distinguido esta verdad en sus palabras, la tenía que haber leído ahora en su rostro, porque se sentía acalorado y notaba que la sangre le afluía a la cabeza y la vergüenza le encendía las mejillas"

Patrick Süskind


"Para su aparición en Grasse había utilizado sólo una gota. El resto bastaría para hechizar al mundo entero. Si lo deseaba, en París podría dejarse adorar no sólo por diez mil, sino por cien mil; o pasear hasta Versalles para que el rey le besara los pies; o escribir una carta perfumada al Papa, revelándole que era el nuevo Mesías; o hacerse ungir en Notre-Dame ante reyes y emperadores como emperador supremo o incluso como Dios en la tierra...Si aún podía ungirse a alguien como Dios..."

Patrick Süskind


"Pero no piense que soy envidioso. La envidia es un sentimiento que desconozco, porque sé lo que valgo. No obstante, poseo un sentido de la justicia y hay cosas en el mundo de la música que son absolutamente injustas. El solista es abrumado por los aplausos, los espectadores se consideran defraudados cuando tienen que dejar de aplaudir; el director del teatro recibe grandes ovaciones y estrecha la mano del director de orquesta por lo menos dos veces; la orquesta entera se levanta muchas veces de sus asientos"

Patrick Süskind


"Porque aquí, en la tumba, era donde vivía de verdad, es decir, pasaba sentado más de veinte horas diarias sobre la manta de caballerías en una oscuridad total, un silencio total y una inmovilidad total, en el extremo del pétreo pasillo, con la espalda apoyada contra la piedra y los hombros embutidos entre las rocas, por completo autosuficiente."

Patrick Süskind





"(...) Porque el contrabajo es arcaico, si usted comprende lo que quiero decir... Y sólo así es posible la música, porque en esta tensión que abarca de aquí para allí y de arriba abajo, acontece todo cuanto tiene sentido en la música, se engendra el sentido y la vida musical, la vida, en definitiva."

Patrick Süskind


"Quería ser el dios omnipotente del perfume como lo había sido en sus fantasías, pero ahora en el mundo real y para seres reales. Y sabía que estaba en su poder hacerlo. Porque los hombres podían cerrar los ojos ante la grandeza, ante el horror, ante la belleza y cerrar los oídos a las melodías o las palabras seductoras, pero no podían sustraerse al perfume. Porque el perfume era hermano del aliento. Con él se introducía en los hombres y si éstos querían vivir, tenían que respirarlo."

Patrick Süskind


"Se sabe de hombres que buscan la soledad: penitentes, fracasados, santos o profetas que se retiran con preferencia al desierto, donde viven de langostas y miel silvestre. Muchos habitan cuevas y ermitas en islas apartadas o -algo más espectacular- se acurrucan en jaulas montadas sobre estacas que se balancean en el aire, todo ello para estar más cerca de Dios. Se mortifican y hacen penitencia en su soledad, guiados por la creencia de llevar una vida agradable a los ojos divinos. O bien esperan durante meses o años ser agraciados en su aislamiento con una revelación divina que inmediatamente quieren difundir entre los hombres. Nada de todo esto concernía a Grenouille, que no pensaba para nada en Dios, no hacía penitencia ni esperaba ninguna inspiración divina. Se había aislado del mundo para su propia y única satisfacción, sólo a fin de estar cerca de sí mismo. Gozaba de su propia existencia, libre de toda influencia ajena, y lo encontraba maravilloso. Yacía en su tumba de rocas como si fuera su propio cadáver, respirando apenas, con los latidos del corazón reducidos al mínimo y viviendo, a pesar de ello, de manera tan intensa y desenfrenada como jamás había vivido en el mundo un libertino."

Patrick Süskind



"Sólo había una cosa que el perfume no podía hacer. No le podría convertirse en una persona que podía amar y ser amado como todos los demás. Así, al infierno con él, pensó. Al diablo con el mundo. Con el perfume. Con el mismo."

Patrick Süskind


"Tenía la cabeza ladeada y miraba embobada a Jonathan con el ojo izquierdo. Este ojo, un disco pequeño y redondo, marrón con un punto negro en el centro, era terrible de ver. Como un botón cosido al plumaje de la cabeza, sin cejas, sin pestañas, totalmente desnudo, descarado y saltón, estaba abierto de un modo monstruoso, aunque había al mismo tiempo cierta astucia disimulada en el ojo, que daba la impresión, también, de no estar abierto ni entornado, sino de carecer simplemente de vida, como la lente de una cámara que absorbe toda la luz exterior y no refleja nada de su interior. En este ojo no había ningún brillo, ningún centelleo, ni una sola chispa de vida. Era un ojo sin mirada. Y estaba clavado en Jonathan."

Patrick Süskind


"(...) Tocar el contrabajo es una cuestión de pura fuerza, la música no tiene nada que ver con ello. Por esto un niño no podría tocar nunca el contrabajo. Yo empecé a los diecisiete años. Ahora tengo treinta y cinco. No fue un acto voluntario, más bien algo parecido al embarazo de una doncella, por casualidad. Después de pasar por la flauta, el violín, el trombón y Dixieland. Pero de esto hace mucho tiempo, y desde entonces he rechazado el jazz. Por otra parte, no conozco a ningún colega que empezara a tocar el contrabajo voluntariamente. Y en cierto modo, no es de extrañar. Se trata de un instrumento muy poco manejable. En realidad, yo diría que el contrabajo es más un estorbo que un instrumento."

Patrick Süskind


"(...) Todo lo que componía una gran fragancia, un perfume: delicadeza, fuerza, duración, variedad y una belleza abrumadora e irresistible. Había encontrado la brújula de su vida futura."

Patrick Süskind


"Un joven la encontró atractiva y quería acompañarla a su casa y acostarse con ella. Ella le dijo que no tenía inconveniente, porque el chico le gustaba, pero que debía prevenirle de que carecía de profundidad. Al oír esto, el joven desistió.
La muchacha, que tan bellos dibujos había hecho, se hundía. No salía a la calle ni recibía a sus amistades. De no moverse, engordó y, del alcohol y las píldoras, envejeció prematuramente. En su casa anidaba la mugre y su persona olía a rancio.
Heredó treinta mil marcos, de los que vivió tres años. Durante este tiempo hizo un viaje a Nápoles, no se sabe con qué motivo. Si alguien le preguntaba, recibía por respuesta un balbuceo incomprensible.
Cuando se acabó el dinero, ella rompió todos sus dibujos, subió a la torre de la televisión y saltó desde una altura de 139 metros. Aquel día soplaba un viento muy fuerte, por lo que su cuerpo no se estrelló en el asfalto al pie de la torre sino que fue transportado por encima de un campo de avena hasta el bosque y cayó entre los abetos. De todos modos, murió en el acto.
La prensa sensacionalista acogió el caso con agradecimiento. El suicidio en sí, la interesante carrera, el hecho de que la artista hubiera sido considerada una joven promesa, bonita por añadidura, eran factores de gran valor periodístico. El estado de la casa era tan catastrófico que dio tema para pintorescas fotografías: miles de botellas vacías por todas partes, destrucción, láminas desgarradas, trozos de plastilina pegados a las paredes, ¡y hasta excrementos en los rincones! Las redacciones se arriesgaron a sacar incluso un segundo editorial y un reportaje en tercera página.
En la sección de Cultura, el crítico mencionado al principio escribió un artículo en el que se lamentaba del triste final de la joven. «Una y otra vez —escribía—, es para nosotros, los que quedamos, causa de honda aflicción ver cómo una persona joven y con talento no encuentra la fuerza necesaria para afianzarse en la escena cultural. Porque para ello hace falta algo más que el patrocinio del Estado y el mecenazgo privado; lo esencial es, en el ámbito personal, la dedicación absoluta y, en el entorno artístico, una actitud estimulante y receptiva. Pero se diría que en esta personalidad ya desde el principio apuntaba el germen de este trágico final."

Patrick Süskind
Atracción de la profundidad



"Y lo espantoso era que Grenouille, aunque reconocía este olor como el suyo, no podía olerlo. No podía, ni siquiera ahogándose en el propio olor, ¡Olerse a sí mismo!"

Patrick Süskind


"Y supo de repente que jamás encontraría satisfacción en el amor, sino en el odio, en odiar y ser odiado."

Patrick Süskind


"Yacía dormido en el canapé del salón púrpura, rodeado de botellas vacías. Había bebido enormes cantidades; al final, hasta dos botellas del perfume de la muchacha pelirroja. Por lo visto, fue demasiado, ya que su descanso, aunque profundo como la muerte, no careció de sueños que lo cruzaron como jirones fantasmales y estos jirones eran claros vestigios de un olor. Al principio se deslizaron en franjas delgadas bajo la nariz de Grenouille pero después adquirieron la densidad de una nube; era como si se hallara en medio de un pantano que emanara una espesa niebla. Esta niebla fue ganando altura y pronto Grenouille se vio rodeado por ella, empapado de ella, y entre los jirones ya no quedaba ni rastro de aire limpio. Si no quería ahogarse, tenía que respirar esta niebla. Y la niebla era, como ya se ha dicho, un olor. Y Grenouille sabía de qué clase de olor se trataba. La niebla era su propio olor. El suyo, el de Grenouille, su propio olor."

Patrick Süskind