"A veces, nos acordamos de algunos episodios de nuestra vida y necesitamos pruebas para tener la completa seguridad de que no lo hemos soñado."

Patrick Modiano


"A veces se te oprime el corazón cuando piensas en las cosas que habrían podido ser y que no fueron."

Patrick Modiano


"¿Acaso no se esfuman en el crepúsculo nuestras vidas con la misma rapidez que un disgusto infantil?"

Patrick Modiano


"Al fin y al cabo, si nos fuera concedida la posibilidad de recordar todo aquello que hemos olvidado, ¿Es tan seguro que aceptar fuera la opción más conveniente? Los buenos momentos olvidados que podríamos revivir, ¿Compensarían aquellos olvidos que por nada del mundo quisiéramos recordar? ¿Estaríamos tan seguros de la integridad del ovillo como para tirar despreocupadamente del hilo?"

Patrick Modiano



"Creo firmemente que incluso las cosas que nos parecen más banales contienen un misterio que, si uno las mira fijamente, acaba por desvelarse, como todo tuviera una especie de subrealidad. Hay misterio en todo."

Patrick Modiano



"Creo que no leíamos esas obras de la misma forma. Ella tenía la esperanza de descubrirle un sentido a la vida en ellas, mientras que a mí lo que me cautivaba era la sonoridad de las palabras y la música de las frases."

Patrick Modiano




"Cuando de verdad queremos a una persona, hay que aceptar la parte de misterio que hay en ella... Porque por eso es por lo que la queremos."

Patrick Modiano


"De las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le Condé, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los veinticinco años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos, pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo."

Patrick Modiano


"Debo de ser la última generación que escribe a pluma. (...) Lo de la pluma es porque el hecho de escribir es ya algo tan abstracto que tengo la necesidad de un objeto sólido que me ancle a la materia; si no, todo es muy virtual."

Patrick Modiano


"Dicen que los lugares conservan por lo menos cierta huella de las personas que los han habitado."

Patrick Modiano


"El final de una tarde soleada. Antes de llegar a la Porte de la Muette, me había sentado en el banco de una plaza. Aquel barrio me traía recuerdos de infancia. El autobús 63 que tomaba en Saint-Germain-des-Prés se detenía en la Porte de la Muette, y allí lo esperaba a las seis de la tarde, tras haber pasado la jornada en el Bois de Boulogne. Pero era inútil avanzar en mis recuerdos, pertenecían a una vida anterior que no estaba muy seguro de haber vivido.
Saqué de mi bolsillo la partida de nacimiento. Había nacido en el verano de 1945, y una tarde, a eso de las cinco, mi padre había ido a firmar el registro en el ayuntamiento. Veía claramente su firma en la fotocopia que me habían entregado, una firma ilegible. Luego mi padre había regresado a casa a pie, por las calles desiertas de aquel verano, y en el silencio se oían los timbres cristalinos de las bicicletas. Y era la misma estación en la que me hallaba hoy, el mismo final de la tarde soleada.
Había vuelto a guardar la partida de nacimiento en mi bolsillo. Me encontraba en medio de un sueño del que era preciso despertar. Los lazos que me unían al presente se hacían cada vez más delgados. Hubiera sido realmente lamentable acabar sobre aquel banco, en una especie de amnesia y de pérdida progresiva de la identidad, y no poder indicar a los transeúntes mi domicilio... Felizmente, conservaba en el bolsillo mi partida de nacimiento, como los perros que se pierden en París pero llevan en el collar la dirección y el número de teléfono de su dueño... Y procuraba explicarme el cambio que se estaba produciendo en mi vida. No veía a nadie desde hacía varias semanas. Aquellos a los que había llamado aún no habían regresado de sus vacaciones. Por otra parte, había cometido un error al elegir un hotel alejado del centro. A comienzos del verano pensaba pasar allí un tiempo y alquilar un pequeño apartamento o un estudio. Entonces me asaltó la duda: ¿verdaderamente deseaba quedarme en París? Mientras durara el verano tendría la impresión de ser solo un turista, pero a comienzos del otoño las calles, la gente y las cosas recobrarían su color cotidiano: gris. Y me preguntaba si aún tenía el valor de fundirme, otra vez, en ese color.
Llegaba sin duda al final de un período de mi vida. Aquel período había durado una quincena de años, y ahora atravesaba un tiempo muerto antes del cambio de piel. Trataba de remontarme quince años atrás. También en aquella época algo había llegado a su fin. Me separaba de mis padres. Mi padre me citaba en la parte trasera de los cafés, en el vestíbulo de algún hotel o en bares de estación, como si eligiera lugares de paso para deshacerse de mí y huir con sus secretos. Permanecíamos en silencio, uno frente al otro. De cuando en cuando, me lanzaba una mirada oblicua. Mi madre, por su parte, me hablaba en voz cada vez más alta, lo adivinaba por los movimientos bruscos de sus labios, ya que había entre nosotros un cristal que ahogaba su voz.
Y luego los quince años siguientes se disolvieron: apenas algunos rostros borrosos, algunos recuerdos vagos, algunas cenizas... No sentía tristeza alguna, sino, por el contrario, cierto alivio. Volvería a empezar desde cero. De esa sombría sucesión de días, los únicos que todavía destacaban eran aquellos en los que había conocido a Jacqueline y Van Bever. ¿Por qué ese episodio y no otro? Quizá porque había quedado inconcluso.
El banco que ocupaba había sido ganado por la sombra. Atravesé el césped y me senté al sol. Me sentía ligero. Ya no tenía que rendir cuentas a nadie, ya no había excusas ni mentiras que tramar. Iba a convertirme en otro, y la metamorfosis sería tan profunda que ninguno de aquellos a los que había conocido en el transcurso de esos quince años sería capaz de reconocerme."

Patrick Modiano
Más allá del olvido



"El novelista es un detective."

Patrick Modiano




"El tiempo es destructor como un bombardeo."

Patrick Modiano


"Ella no contestaba. Él lamentaba que aquel hombre no fuera Boyaval. Había albergado la esperanza de acabar con él de una vez por todas. Era una estupidez aquella amenaza en el aire, aquel individuo presente, pero invisible, que tenía aterrorizada a Margaret sin que ella le contase exactamente por qué. Él no le tenía miedo a nada. Al menos eso era lo que le repetía para tranquilizarla. Cuando uno ha tenido que vérselas desde la niñez con la mujer de pelo rojo y con el cura que había colgado los hábitos, ya no lo impresiona nadie. Se lo volvía a repetir a Margaret, ahí sentado en el banco del metro. Quería distraerla describiéndole a aquella pareja con la que aún tenía que verse cara a cara de vez en cuando al azar de alguna calle: el hombre con el pelo a cepillo, muy corto, las mejillas chupadas, la mirada de inquisidor; la mujer de barbilla trágica, siempre tan despectiva, con la chaqueta afgana… Margaret lo escuchaba y acababa por sonreír. Bosmans le decía que todo aquello no tenía gran importancia, ni aquellos dos sujetos que lo perseguían con su hostilidad sin que él supiera por qué y le pedían dinero siempre que se lo encontraban, ni Boyaval, ni nada. Podían irse de París de un día para otro, hacia nuevos horizontes. Eran libres. Ella asentía con la cabeza como si la hubiera convencido. Se quedaban sentados en el banco y dejaban pasar los metros.
Alguien le había cuchicheado una frase mientras dormía: lejano Auteuil, barrio encantador de mis grandes tristezas; y la anotó en la libreta, sabedor de que algunas palabras que oímos en sueños y que nos llaman la atención y nos prometemos no olvidar, no las recordamos al despertar, o no tienen ya ningún sentido.
Aquella noche había soñado con Margaret Le Coz, cosa que le sucedía muy pocas veces. Estaban los dos sentados en una mesa del bar de Jacques el Argelino, la mesa más próxima a la puerta de entrada, y esta estaba abierta a la calle, de par en par. Era media tarde, un día de verano, y a Bosmans le daba el sol en los ojos. Se preguntó si tenía la cara de ahora o la de los veintiún años. Seguramente la cara de los veintiún años, si no ella no lo habría reconocido. Todo estaba sumergido en una luz límpida, por la puerta abierta a la calle. Se le pasaron por la cabeza unas cuantas palabras, seguramente el título de un libro: Una puerta al verano. Sin embargo, a Margaret Le Coz la había conocido en invierno, un invierno muy frío que le había parecido interminable. El bar de Jacques el Argelino era un refugio en donde resguardarse de las tormentas de nieve y no recordaba que hubiera quedado nunca allí con Margaret en verano.
Comprobaba un fenómeno extraño: la claridad de aquel sueño iluminaba todo cuanto había sido real, las calles, las personas con las que Margaret y él habían coincidido juntos. ¿Y si aquella luz hubiera sido la auténtica, aquella en la que estaban sumergidos ambos en aquella época? Entonces, ¿por qué había llenado en aquel tiempo los dos cuadernos con una letra menuda en que se transparentaba una sensación de angustia y de asfixia?
Creyó que había dado con una respuesta: todo cuanto vivimos al día lleva la marca de las incertidumbres del presente. Margaret, por ejemplo, temía, cada vez que doblaba una esquina, darse de bruces con Boyaval; y Bosmans, con la pareja inquietante que lo perseguía —sin que supiera por qué— con su malquerencia y su desprecio y le habría registrado los bolsillos de buena gana si hubiera caído muerto ahí, en plena calle, con una bala en el corazón. Pero vistas de lejos, con la distancia de los años, las incertidumbres y las aprensiones que antes vivía uno en presente se han esfumado, como esa fritura que impide oír en la radio una música cristalina. Sí, cuando me acuerdo ahora, las cosas eran del todo como en el sueño: Margaret y yo, sentados uno enfrente de otro en una luz límpida e intemporal. Eso es, por lo demás, lo que nos explicaba aquel filósofo que nos encontramos una noche en Denfert-Rochereau. Decía: «El presente está siempre lleno de incertidumbres, ¿eh? Os preguntáis angustiados lo que será vuestro futuro, ¿eh? Y luego el tiempo pasa y ese futuro se convierte en pasado, ¿eh?».
Y, según hablaba, iba puntuando las frases con ese relincho cada vez más doloroso.
Cuando le preguntó a Margaret por qué había elegido una habitación en aquel barrio remoto de Auteuil, ella contestó:
—Es más seguro.
También él había buscado refugio casi en la periferia, al final del todo de La Tombe-Issoire, para escapar de aquella pareja agresiva que lo perseguía. Pero descubrieron sus señas, y su madre fue una noche a llamar con el puño a la puerta de su cuarto mientras el hombre esperaba en la calle. A la mañana siguiente, el barrio de La Tombe-Issoire y de Montsouris le pareció mucho menos seguro de lo que había creído. Miraba hacia atrás antes de entrar en el edificio y, al subir las escaleras, tenía miedo de que aquellos dos lo estuvieran esperando al fondo del pasillo, delante de la puerta de su habitación. Y luego, al cabo de unos días, ya había dejado de pensar en ello. Encontró otra habitación en el mismo barrio, en la calle de L’Aude. Afortunadamente hay que contar también, como decía el filósofo, con la despreocupación de la juventud, ¿eh? Había incluso días de sol en que Margaret no lo miraba ya fijamente con ojos preocupados."

Patrick Modiano
El horizonte


"En el momento en que yo salía de la boca de metro, la vi en la cabina telefónica. Llevaba su abrigo amarillo. Me pregunté si acababa también ella de salir del metro. Habría entonces en su vida trayectos y horarios regulares... Me costaba imaginarla ejerciendo un trabajo diario, como todos los que cogían el metro a esa hora."

Patrick Modiano




"Estaba retrasando la hora de regresar a su casa. No estaba muy lejos, seguro. Yo tenía muchísima curiosidad por saber dónde. No me apetecía nada hablar con ella, no sentía por ella nada en especial. Las circunstancias habían impedido que hubiera entre nosotras eso que llaman la leche de la bondad humana. Lo único que deseaba saber era dónde había ido a parar, doce años después de su muerte en Marruecos."

Patrick Modiano


"Hay electricidad en el aire de París en los atardeceres de octubre, a la hora en que va cayendo la noche. Incluso cuando llueve. No me entra melancolía a esa hora, ni tengo la sensación de que el tiempo huye. Sino de que todo es posible."

Patrick Modiano




"Hay en todo un lado un poco incoherente."

Patrick Modiano


"La estación era un imán y me atraía, y eso era una señal del destino. Tenía que subirme a un tren, enseguida, y QUEMAR LAS NAVES. Se me metieron de golpe en la cabeza estas palabras y ya no podía librarme de ellas. Aún me infundían algo de valor."

Patrick Modiano


"Le Condé era para mí un refugio de la grisura de la vida. Habría una parte de mí mismo -la mejor- que algún día no me quedaría más remedio que dejar allí."

Patrick Modiano




"Lleva tiempo conseguir que salga a la luz lo que ha sido borrado. Quedan pistas en los registros pero se ignora dónde están escondidos y qué guardianes los vigilan y si querrán enseñárnoslo. O tal vez simplemente han olvidado que esos registros existen."

Patrick Modiano


"Lo que me impresiona siempre es que esos tabúes históricos los encontramos reproducidos a pequeña escala, en las vidas individuales, en los casos concretos de la gente que olvida aspectos de su biografía. Y sin llegar a la amnesia, si usted pregunta a alguien por su pasado, lo va a transformar sin darse cuenta. Esos falsos testimonios me fascinan."

Patrick Modiano


"Me acordé del texto que estaba intentando escribir cuando conocí a Louki. Lo había llamado Las zonas neutras. Había en París zonas intermedias, tierras de nadie en donde estaba uno en las lindes de todo, en tránsito, o incluso en suspenso. Podía disfrutarse allí de cierta inmunidad. Habría podido llamarlas zonas francas, pero zonas neutras era más exacto."

Patrick Modiano



"Me gustaría apuntar los detalles de nuestras relaciones con los Neal como si estuviera redactando un informe policial o contestando al interrogatorio de un inspector a quien le cayera bien y en quien hubiera notado una solicitud paternal que me ayudase a ver las cosas algo más claras.
Creo que conseguí hablar por teléfono con el tal Virgil Neal durante la semana siguiente a la reaparición de Villecourt. Estaba «encantado» –me dijo– de saber de mí. Él y su mujer habían estado fuera alrededor de diez días «en un viaje de negocios imprevisto». Pero los «entusiasmaría» comer con nosotros al día siguiente sin ir más lejos, si es que era posible. Me dio la dirección del restaurante donde nos encontraríamos a eso de las doce y media.
Un restaurante italiano con la fachada revocada en granate, en la calle de Les Ponchettes, al pie de la colina del Castillo. Llegamos los primeros, Sylvia y yo. Nos llevaron a la mesa para cuatro personas que había reservado el señor Neal. Éramos los únicos clientes. Cristalería. Manteles blancos y almidonados. Cuadros del estilo de Guardi en las paredes. Ventanas con rejas de hierro forjado. Chimenea monumental en cuyo fondo estaba esculpido un escudo de armas con flores de lis. Altavoces invisibles por donde salían los estribillos de algunas canciones famosas que interpretaba una orquesta sinfónica.
Creo que Sylvia sentía la misma aprensión que yo. No sabíamos nada de esas personas que nos invitaban a comer. ¿Por qué Neal se había mostrado tan diligente en volver a vernos? ¿Había que achacarlo a esa campechanía calurosa con la que algunos norteamericanos, ya en el primer encuentro, lo llaman a uno por el nombre y le enseñan las fotos de sus hijos?
Llegaron, disculpándose por el retraso. Neal era un hombre diferente del de la otra noche. Ya no daba esa impresión de estar ido. Iba recién afeitado y llevaba una chaqueta de tweed de corte muy amplio. Hablaba sin el menor titubeo ni el menor acento anglosajón y su locuacidad –si no me engaña la memoria– fue lo primero que despertó mis sospechas. Era una locuacidad que me parecía rara en un norteamericano. En algunas palabras coloquiales, en la forma de construir algunas frases, le notaba una mezcla de entonaciones parisinas y de acento del sur, pero un acento controlado, refrenado, como si Neal llevase mucho tiempo intentando disimularlo. Su mujer hablaba mucho menos que él y con esa expresión soñadora y algo ausente que me sorprendió la vez anterior. Su entonación no era tampoco la de una inglesa. No pude por menos de decírselo."

Patrick Modiano
Domingos de agosto



"Mientras escribo este libro lanzo llamadas como señales de faro, aunque desgraciadamente no confío en que puedan iluminar la noche. Pero mantengo siempre la esperanza."

Patrick Modiano



"Mis novelas son siempre un universo urbano, vivo aquí y hablo de ello. A veces me sabe mal, porque me hubiera gustado escribir esos novelones rusos del XIX que suceden en el campo, tengo esa nostalgia, me hubiera gustado describir bellos paisajes rurales. Pero es el azar, uno está obligado a hablar de lo que ha visto."

Patrick Modiano



"No hay mejor sistema para que desaparezcan los fantasmas que mirarles a los ojos."

Patrick Modiano


"No soy nada. Sólo una silueta clara, aquella noche, en la terraza de un café. Estaba esperando que dejara de llover, un chaparrón que empezó en el preciso momento en que Hutte se iba."

Patrick Modiano


"Nuestro encuentro, cuando lo pienso ahora, me parece el encuentro de dos personas que no tenían raíces en la vida. Creo que los dos estábamos solos en el mundo."

Patrick Modiano


"Pero me tocaría ir llamando puerta a puerta en cada rellano, y preguntar a quienes tuvieran a bien abrirme si conocían a una mujer de unos cincuenta años con un abrigo amarillo y una cicatriz en la cara."

Patrick Modiano


"Pronunció la frase en tono de desprecio irónico. Los Hayward no debían caerle bien. Demasiadas idas y venidas en su casa, supongo.
Se dirigió hacia la puerta. Por un momento creí que iba a plantarse ante ella e impedirnos la salida. Pero no. Sin dejar de mirarnos, accionó el pestillo.
Entreabrió la puerta dejando una estrecha abertura para que saliéramos. Antes de que nos coláramos por el resquicio, uno tras otro, nos volvió a mirar con tal insistencia que pensé si no querría grabarse en la memoria nuestros rasgos con la mayor precisión posible. Sí, no me cabía duda de que había oído los disparos.
Ella se aferraba a mi brazo y de vez en cuando sufría temblores nerviosos. Dimos la vuelta a la place du Trocadéro. Uno de los cafés estaba aún abierto y nos sentamos en un velador de la terraza. A lo lejos, gente saliendo del teatro Chaillot, en grupos que venían hacia nosotros. También ellos se sentaban en los veladores cercanos, entre un barullo de conversaciones. Varios autocares turísticos brillaban en la linde de la explanada.
Pedí dos kirs. Luego, otros dos. Y dos más. La chica estaba ya menos pálida y no temblaba. Intenté tranquilizarla. Aún nos quedaban unos instantes de respiro. Nadie podría encontrarnos, en la terraza de este café, un sábado por la noche, en pleno mes de junio, entre turistas y gentes que salían del teatro. Pero ¿dónde pasar la noche? Al salir del café, me fijé en la placa negra de un hotel, al principio de la avenue Raymond-Poincaré, a mano izquierda. Sobre la placa negra brillaba «Hotel Malakoff» en letras doradas.
En la recepción, el portero de noche no nos pidió la documentación, pero sí me dio una ficha para que la rellenara. Yo no quería que me viera azorado, así que escribí mi verdadero nombre: Jean Dekker, y mi verdadera fecha de nacimiento: 25 de julio de 1945. Incluso el lugar exacto de mi nacimiento: Boulogne-Billancourt. En el apartado dirección, dudé un instante y escribí: 2, avenue Rodin. París (XVI). Pero hoy me pregunto si no lo hice adrede.
No se durmió hasta el alba. Me pidió que dejara encendida la lamparita de noche. Con la mejilla izquierda apoyada en la almohada y el brazo izquierdo replegado, se abrazaba el hombro con la mano, en un gesto de protección. La contemplé durante mucho rato para no olvidar su rostro. Una muchacha de veinte años. De estatura media. Morena. Olor a lavanda. Hasta ahora, no ha sido identificada.
Apagué la lamparita. Con los zapatos en la mano, me deslicé de puntillas fuera de la habitación. Cerré la puerta muy despacio y en el pasillo me até los zapatos.
Cuando llegué a la place du Trocadéro estaba saliendo el sol. Era el inicio del verano. Por un momento, tuve la tentación de cruzar la explanada del Palais Chaillot para contemplar por última vez la Tour Eiffel y, allá abajo, los árboles frondosos, los tejados, el Sena, los puentes."

Patrick Modiano
Barrio perdido


"Quedamos a las seis, a la misma hora de hacía seis años. Era en esa librería, a fin de cuentas, donde había encontrado aquel libro que me había hecho pensar mucho: El eterno retorno de lo mismo. En cada página me decía: si pudiéramos volver a vivir, a las mismas horas, en los mismos sitios y en las mismas circunstancias lo que ya habíamos vivido, pero vivirlo mucho mejor que la primera vez, sin las equivocaciones, los tropiezos y los tiempos muertos..., sería como pasar a limpio un manuscrito lleno de tachaduras... Habíamos llegado los tres a una zona por la que había pasado mucho con ella, entre Monge, la Mezquita y el Puits-de-l’Ermite.
Se detuvo a la altura de un edificio más amazacotado que los demás, con balcones. «Aquí es donde vivo.» Pierre abrió solo la puerta cochera. Entré detrás de ellos. Me pareció que ya había estado allí en una vida anterior para ir a ver a alguien. «Esta tarde a las seis en la librería», me dijo Geneviève Dalame. «Y luego puedes venir a cenar...»
Me dejaron a la puerta del edificio. Yo estaba al pie de las escaleras. A ratos, Pierre asomaba la cabeza por encima de la barandilla, como si quisiera comprobar que yo seguía allí. Luego, se quedó mirándome, con la barbilla pegada a la barandilla, mientras Geneviève Dalame debía de estar seguramente abriendo la puerta del piso. Oí cerrarse la puerta y se me encogió el corazón. Pero al salir del edificio la verdad es que ya no veía ningún motivo para estar triste. Durante unos cuantos meses más o, ¿quién sabe?, unos cuantos años, pese a la huida del tiempo y las desapariciones sucesivas de las personas y de las cosas, había un punto fijo: Geneviève Dalame, Pierre, calle de Quatrefages. En el número 5."

Patrick Modiano
Recuerdos durmientes




"Salgo con destino desconocido, pero el tren desde el que os escribo se dirige al este: es posible que vayamos bastante lejos..."

Patrick Modiano


"Según iba cayendo el día, se convertía en el punto de cita de eso que un filósofo sentimental llamaba la juventud perdida."

Patrick Modiano


"Siempre he creído que hay lugares que son imanes y te atraen si pasas por las inmediaciones. Y eso de forma imperceptible, sin que te lo malicies siquiera. Basta con una calle en cuesta, con una acera al sol, o con una acera a la sombra. O con un chaparrón. Y te llevan a ese lugar, al punto preciso en el que debías encallar."

Patrick Modiano


"Todo lo que pertenece al dominio del misterio me interesa. En el fondo, la novela negra es onírica, no es nada realista."

Patrick Modiano




"Tras la verja, el viento acariciaba las hojas de los castaños, los pisos superiores de la place de l'Alma y la cúspide de la Tour Eiffel, en la otra orilla del Sena. Por aquel entonces, París era una ciudad que se ajustaba a los latidos de mi corazón. Mi vida solo podía inscribirse entre sus calles. Me bastaba con pasearme por París, solo y sin rumbo, para ser feliz."

Patrick Modiano


"Vivir cerca de una estación te cambia completamente la vida. Tienes la impresión de estar de paso. Nada es definitivo jamás. Un día u otro te subes a un tren."

Patrick Modiano