"Abrió los ojos y miro a quien tenía a su lado, un anciano de cabellos blancos y rostro muy sereno, pensó que ese rostro daría un bello dibujo, porque el sol brillaba más en sus cabellos y creaba más luz en sus ojos cansados..."

José Mauro de Vasconcelos


"¡Ahí está! El palacio japonés, que solo algunos privilegiados pueden ver. Es todo suyo. No podría describir, en un simple análisis, la belleza que se delineaba ante su emoción."

José Mauro de Vasconcelos


"Ahora que había descubierto lo que era la ternura, la ponía en todo lo que me gustaba."

José Mauro de Vasconcelos




"(...) Después te maté al contrario. Te hice morir naciendo en mi corazón."

José Mauro de Vasconcelos




"El anciano volvió a hablar, pero pedro permanecía con los ojos cerrados. -También yo quiero mucho a esta plaza de la república. Sus palomas, sus árboles, los viejos plátanos que mueren día a día, sus criaturas. Y, sobre todo, el palacio japonés."

José Mauro de Vasconcelos





"El cielo tiene más significado que un simple azul. Y la vida significa más que todo su desánimo avasallador."

José Mauro de Vasconcelos




"El corazón de las personas debe ser muy grande para que quepan todos aquellos a los que quiere."

José Mauro de Vasconcelos



"El pensamiento crece, crece y se hace cargo de toda nuestra cabeza y nuestro corazón. Vive en nuestros ojos y en todo lo que forma parte de nuestra vida."

José Mauro de Vasconcelos



"El sueño hace que todo se olvide."

José Mauro de Vasconcelos




" -Entonces, ¿Vas a escaparte?
-No. Pasé toda la semana pensando en eso. Hoy de noche me voy a tirar debajo de las ruedas del mangaratiba."

José Mauro de Vasconcelos


"La casa se fue vistiendo de silencio, como si la muerte tuviese pasos de seda. No hacían ruido. Todo el mundo hablaba en voz baja. Mamá se quedaba casi toda la noche cerca de mí. Pero yo no me olvidaba de él. De sus carcajadas. De su diferente pronunciación. Hasta los gritos de los grillos, allá fuera, imitaban el trac, trac de su barba. No podía dejar de pensar en él. Ahora ya sabía lo que era el dolor. Dolor no de recibir golpes hasta desmayarse. No de cortarse el pie con un pedazo de vidrio y recibir puntos en la farmacia. Dolor era eso que llenaba todo el corazón, con lo que la gente tenía que morirse, sin poder contarle a nadie el secreto. Dolor era lo que me daba esa debilidad en los brazos, en la cabeza, hasta en el deseo de dar vuelta la cabeza en la almohada."

José Mauro de Vasconcelos



"La vida sin ternura no vale gran cosa."

José Mauro de Vasconcelos



"Lancé un suspiro de alivio, porque el reloj estaba dando las siete y media. En seguida me mandarían al colegio. Tarcísio estaría esperándome en la plaza del Palacio, con su uniforme tan bonito, tan de moda: con pantalones de campana diferentes de los míos, ajustados y más cortos. No sé lo que le costaría a mi madre dejar que los míos estuvieran hechos como los de los otros niños. ¿Qué costaba que cualquier otra cosiese mis pantalones? Pero no, ¡qué maldad! Doña Beliza, la hermana de Ceição, creaba aquellos monstruos pasados de moda para que todo el mundo se riera de mí y me hiciese sufrir.
—Es un animal de la selva. Cuando ve a la gente, le entran ganas de irse a su cuarto.
Así disculpaba mi madre mi impaciencia. Además, es que aquella cena infernal no acababa nunca. Era una conversación insulsa, rebosante de toda clase de misterios. Sólo hablaban de la novela, pero a trocitos, interrumpiendo en los momentos que debían de ser más interesantes.
Cuando conseguí dar las buenas noches a todos y sentí que la puerta de mi cuarto se cerraba a mi espalda, respiré feliz.
Allí estaba Maurice. Tenía sol por todas partes: en el pelo, en la sonrisa, en la preciosa corbata con lazo de pajarita.
Se levantó y me estrechó en sus brazos.
Yo lo abracé con tantas ganas, que me dijo:
—Cuidado, Monpti, que me vas a tirar contra la silla.
—¡Ah! Maurice, Maurice. ¡Cuánto te he echado de menos! Esta semana me ha resultado interminable. Tengo tantas cosas, tantas novedades, que contarte.
—Déjame verte.
Obedecí y me aparté.
—Muy bien, muy bien. Con muy buen color, pero igual de delgadito y debilucho. Tenemos que ocuparnos de eso.
Volvió a su silla y yo me quedé delante de él, en la cama.
—Maurice, primero tengo que hacerte una pregunta sobre una cosa que está en un libro del que desde hace tres días se habla aquí, en mi casa, exclusivamente. El escritor ha cenado con nosotros y por eso he tardado tanto en llegar.
—A ver, ¿qué?
Solté la pregunta como si fuera una piedra.
—¿Qué es la cocaína? Maurice puso ojos como platos.
—¿El qué?
—Pues eso, la cocaína. Ayer pregunté a Fayolle y él se enrolló muchísimo y me dijo que, cuando tuviera quince años, podría saberlo.
Maurice me alisó el mechón rubio.
—Bueno, yo no voy a ser tan riguroso. Tendrás que esperar menos: cuando tengas catorce años y medio, te lo contaré. Si lo descubres antes, no ganarás nada, porque no tiene la menor importancia, sobre todo comparado con tantas cosas interesantes que, según has dicho, tienes para contarme.
—Sí que tengo. Y tú, ¿has filmado mucho?
—Bastante.
—¿Escenas de amor?
Me apuntó con el índice con tanto encanto, que sonreí.
—¡Monpti, Monpti! He hecho muchas escenas en las que cantaba en un café y al aire libre. Es una película poco divertida que hago para cumplir el contrato y hasta que aparezca algo más interesante.
Me miró como siempre me gustaba que lo hiciera.
—Bueno, a ver: las novedades.
—Maurice, mis días están contados.
—No irás a decirme que vas a morirte de nuevo. Venga, Chuch, que ya superaste esa fase.
—No. Nadie va a morir. Es que voy a abandonar los estudios de piano y voy a ser de nuevo una persona.
Le conté todos los pormenores y él escuchaba muy atento. Cuando terminé, Maurice estaba bastante preocupado.
—Pero, ¿te has quedado totalmente satisfecho con esa solución?
—Creo que sí, Maurice. Todo fue muy definitivo.
—Entonces hemos ganado la guerra con el primer enemigo.
Me asusté.
—¿Y hay otro?
—Otro tal vez más importante. Ven aquí.
Me senté en el brazo del sillón y él me atrajo hacia su pecho, con lo que mi cara quedó apoyada en su cabeza. Eso era lo que yo deseaba de un padre. Su mano me alzó la barbilla y noté que sus dedos eran suaves. Después éstos se detuvieron en mi garganta. Su voz nunca había sonado tan cariñosa. Si yo hubiese seguido siendo un llorón, ya habría soltado la llantina, pero me contuve hasta el punto de sentir sólo humedecidos los ojos."

José Mauro de Vasconcelos
Vamos a calentar el sol 



"Más cansado aún, retornó casi de espaldas. Ahora sí. El pecho le dolía de cansancio. Y necesitaba mucha cala. Si llegaba a caer se golpearía mucho porque las piernas débiles y la carne quedarían apretadas contra los aparatos ortopédicos.
Sintió una terrible desesperación y hasta quiso decir parábolas, palabras duras, feas. La lengua se empastaba en su boca y ninguna palabrota escapaba de su garganta. Mal pudo
mirar al cielo y decir la única palabra que consiguió pronunciar.
Culo… cu… lo…
Tragó entrecortadamente, desesperado, e intentó calmarse.
Si por lo menos pudiera bajarme como cualquier niño. Sería tan fácil…
Una miserable cuerdita lo sujetaba como si se tratara de la mayor cadena del mundo.
Trató de controlarse para intentar un nuevo movimiento de suspensión de la pierna. Iba yendo, iba yendo…
En ese momento soltó un rugido de dolor. Con el esfuerzo, la cuerda había penetrado el aparato ortopédico. Cada vez estaba más preso. Ya no podía hacer nada más. Sólo esperar. El sol calentaba su cuerpo débil y empapaba de transpiración su espalda. Los ojos le ardían por efectos de la claridad. Comenzó a refunfuñar, como si esto le proporcionaba un efecto de calma. Necesitaba fingir que no sentía las axilas ardientes por el apoyo de la muleta. Tanto esfuerzo. Tanto deseo de dar apenas un pequeño paseo, terminaba ridículamente. Comenzó a sollozar. Aunque quisiera gritar, no encontraría voz para hacerlo; necesitaba ahorrar esfuerzos; apretar un brazo contra el otro para soportar el dolor que le producía la muleta.
Aunque se lastimara un poco evitaría que el cuerpo perdiera el equilibrio. Hasta lloraba abajito para no fatigarse. Y las lágrimas descendían por su rostro alcanzado el cuello de la camisa.
Así fue como lo encontró Anna más tarde."

José Mauro de Vasconcelos
El velero de cristal





"Matar no quiere decir que uno tome el revólver de Buck Jones y haga ¡Bum! No es eso. Uno lo mata en el corazón. Va dejando de querer. Y un buen día la persona muere."

José Mauro de Vasconcelos



"Mi mamá me ha enseñado que debemos compartir nuestra pobreza con quien es aún más pobre."

José Mauro de Vasconcelos




"¿No cree en los motivos, en la inspiración? -En verdad, ni en mí mismo creo. Parece que no deseara nada más. Que hubiera llegado al punto máximo sin realizar nada, a no ser...- ¿Qué? -Haber alcanzado el límite de la mediocridad... Solamente eso."

José Mauro de Vasconcelos


"Primero se hizo el milagro de los panes, se dio de comer, se dio de beber, y después vino el Sermón de la Montaña."

José Mauro de Vasconcelos
Prometeo vencedor



"¿Qué edad tienes, Tetsuo? Tu sabiduría me confunde. -Ocho años, a pesar de que mi fragilidad me hace aparentar menos, ¿No? Pero no importa: la verdad es que tengo ochenta, ochocientos, quizá más de ocho mil años; Es decir, la misma edad del primer hombre."

José Mauro de Vasconcelos





"¡Qué fácil era morirse para algunos! Bastaba con que viniera un tren malvado, y listo. ¡Y qué difícil era ir al cielo para mí! Todo el mundo me sujetaba las piernas y no me dejaban ir."

José Mauro de Vasconcelos


"Si había lluvia, él se encogía más en su tristeza y no tenía deseos de hacer nada. Hasta parecía que la pereza se pegaba en la punta de cada dedo de su monotonía, y la hamaca -red del alma se armaba en los ganchos de la indiferencia."

José Mauro de Vasconcelos



"Todos los años perdidos tenían que ser recuperados en el vértigo de unos pocos días. La vida era eso. La vida de ella era eso. Necesitaba huir de su condena y usarse lo más posible, aunque para ello abreviara el tiempo de vida que le estaba reservado.
Las playas maravillosas. Las noches maravillosas. Las aguas del río, maravillosas...
Maravilloso era el sol. Maravilloso el viento que empujaba lejos los enjambres de mosquitos. Maravillosa la puesta de sol que ofrecía cada atardecer, uno más lindo que otro.
Entre las cosas buenas surgían, cada vez menos distantes entre sí, las disputas.
Estaban excesivamente estragados para admitirse y comprenderse completamente. Ambos habían sido corrompidos por la vida, habituados a una exagerada mala crianza que los tornaba parecidos: temperamentos semejantes chocando y entrechocando en la desesperación de la igualdad.
Resultaba irritante aquella manía de encontrar que todo lo norteamericano era mejor y más eficiente…
Quizás aquel viaje fuera demasiado prolongado… Tal vez la soledad de la selva produjera esa fiebre de impaciencia… Acaso las bebidas que Silvia siempre adquiría en los poblados y de las que abusaba un poco durante la noche… Quizá también esa forma de luna de miel abrigada por un amor prisionero, un amor que tenía un límite para todo; un amor simplemente familiar, sin audacia, sin variantes, sin extremos de intimidad, proporcionara paulatinamente una selva aburrida y sin sabor.
[...]
Una semana después, todo el miedo había desaparecido de ella. Hasta admiraba la rapidez con que se adaptó al ambiente. Se había hecho íntima de los trompudos txucarramáes. Aprendía cantos con ellos. Les enseñaba cancioncillas en inglés, lo que no dejaba de ser bastante pintoresco y anacrónico. Se bañaba sin ropas en el río Tuatuari, en medio de las indias, y se divertía bastante. Pero pasados los primeros días de encantamiento y diversión, comenzó a sentir la ausencia de Gum, que salía por la madrugada y regresaba cansadísimo, lleno de garrapatas. Andaba visitando las aldeas y tratando a los indios enfermos.
El Xingu era lindo, pero no tenía la alegría del deslumbrante Araguaia. Y la primera mancha de tedio comenzó a brotar, muy despacito."

José Mauro de Vasconcelos
Las confesiones de Fray Calabaza



"Una vez Dindinha había dicho que la alegría es "un sol brillante dentro del corazón". Porque el sol lo iluminaba todo de felicidad."

José Mauro de Vasconcelos