"Al mismo tiempo, me apretó el brazo, y lo sentí quemarse hasta el hueso. Entonces me desvanecí. No sé por cuánto tiempo permanecí en aquel estado. Por fin me desperté y oí que salmodiaban cerca de mí. Abrí los ojos y vi que estaba en medio de vastas ruinas."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 


"¡Cielos! -me decía-, ¿Es posible que esos dos seres tan amables y amantes no sean más que dos duendes, acostumbrados a encarnarse en toda suerte de formas para burlar a los mortales? ¿Es posible que no sean más que dos brujas o, cosa más execrable aún, dos vampiros a quienes les está permitido animar los cuerpos odiosos de los ahorcados del valle?"

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"Cuanto más me acercaba a la venta, más profundo me parecía el silencio. Llegué al fin y vi un tronco que servía para recoger limosnas, acompañado de una inscripción concebida en estos términos; «Señores viajeros, tened la caridad de rogar por el alma de González de Murcia, que fue posadero de Venta Quemada. Y sobre todo, seguid vuestro camino y no paséis aquí la noche bajo ningún pretexto.» Inmediatamente me decidí a desafiar los peligros con que me amenazaba la inscripción. Y no porque estuviese convencido de que no hay fantasmas, sino porque, como se verá más adelante, toda mi educación se había centrado en el honor, y yo lo hacía consistir en no dar nunca muestra alguna de miedo."

Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza, página 19



"Durante el viaje, muy agradable, mi salud se vigorizaba de día en día. Estaba ya cerca de Nápoles cuando tuve la idea de hacer un rodeo para pasar por Salerno. Curiosidad muy natural. Estaba interesado en la historia del renacimiento de las artes, cuya cuna en Italia había sido la escuela de Salerno. En fin, no sé qué fatalidad me arrastró a ese funesto viaje. Abandoné el gran camino de Monte Brugio, y, conducido por mi guía, me hundí en la comarca más salvaje que imaginarse pueda."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 


"(...) El espectáculo era tanto más repulsivo cuanto que los horribles cadáveres, agitados por el viento, se balanceaban de manera fantástica, mientras buitres atroces los tironeaban para arrancarles jirones de carne; apartando los ojos con espanto, me hundí en el camino de las montañas."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"El fantasma avanzó a pasos lentos y se sentó a la mesa. Landolfo, con un valor que sólo el demonio podía inspirarle, se atrevió a ofrecerle un plato de comida. El fantasma abrió una boca tan grande que su rostro pareció partirse en dos, y de ella sacó una lengua rojiza. En seguida extendió una mano quemada, tomó un pedazo de comida, lo tragó, e inmediatamente se oyó caer el pedazo bajo la mesa. Así comió todo lo que había en el plato, y los pedazos que tragaba fueron cayendo bajo la mesa. Cuando el plato quedó vacío, el fantasma, deteniendo sus ojos atroces en Landolfo, le dijo: -Landolfo, cuando como aquí, aquí duermo."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 


"En efecto, la dama que debía conducirme era, como ya lo dije, de una belleza perfecta y de un aspecto tan arrogante que al principio la tomé por la princesa misma."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"(...) En el camino me puse a reflexionar sobre las máximas que acababa de oír, no concibiendo para las virtudes una base más sólida que el pundonor, el cual, a mi juicio, las abarcaba todas."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"En seguida vi aparecer al profeta Elías, llevando de la mano a dos beldades cuyos atractivos no podrían concebir los mortales. Eran sus encantos tan delicados que transparentaban sus almas, y uno percibía distintamente el fuego de las pasiones cuando resbalaba por sus venas y se mezclaba a su sangre."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"Entonces sentí que uno de los ahorcados me agarraba por el tobillo del pie izquierdo. Quise zafarme, pero el otro ahorcado me cortó el camino plantándose delante de mí, poniendo unos ojos espantosos y sacando una lengua roja como hierro que saliese del fuego. Pedí gracia, y fue inútil. Con una mano me agarró por el cuello y con la otra me arrancó el ojo que me falta. En el hueco del ojo, metió su lengua de fuego. Me lamió con ella el cerebro y me hizo rugir de dolor."

Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza, página 42




"Entramos primero a una sala donde todo era de plata maciza. Las baldosas del pavimento eran de plata, algunas mate, otras lustrosas. La tapicería, también de plata maciza, imitaba un damasco cuyo fondo era lustroso, y de plata, color mate, el follaje. El techo estaba cincelado como los artesonados de los castillos antiguos. Los zócalos, los bordes de la tapicería, las arañas, los cuadros, las mesas, todo era de un admirable trabajo de orfebrería."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"(...) Esta elevada cadena que separa Andalucía de la Mancha no estaba entonces habitada sino por contrabandistas, por bandidos, y por algunos gitanos que tenían fama de comer a los viajeros que habían asesinado. (...) Y eso no es todo. Al viajero que se aventuraba en aquella salvaje comarca también" 

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"—Hijo mío, esta noche han ocurrido cosas extrañas. Dime la verdad: ¿has dormido en Venta Quemada? ¿Se han apoderado de ti los demonios? Todavía hay remedio. Ven al pie del altar. Confiesa tus pecados. Haz penitencia."

Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza, página 44



"Imágenes de suplicios se sucedían las unas a las otras. Quedé espantado. Haciendo un esfuerzo logré incorporarme. ¿Cómo encontrar palabras para expresar el horror que se apoderó de mí? Estaba acostado bajo la horca de Los Hermanos, y los cadáveres de los dos hermanos de Soto no colgaban de la horca, sino que yacían a mi lado."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 


"Llegan de todas partes noticias de un desorden total. No sólo las tropas no han sido pagadas, sino que incluso las mujeres de los diferentes serrallos, habiendo agotado ya el recurso de vender sus joyas y sus vestidos, han hecho saber que se verán reducidas a mendigar por las calles. Sin embargo el Emperador, siempre tan despreocupado, acaba de hacer distribuir entre sus amigos cierto dinero que había recibido de los europeos. Los pueblos empiezan a pensar que el uso excesivo que hace de los licores fuertes, le ha trastornado la mente y la idea de la locura junto al poder absoluto, inspira un secreto terror que sería difícil pintar. Cada uno hace proyectos para alejarse, para evitar la presencia del tirano, y el miedo hace parecer mayor el peligro de lo que lo es realmente, porque es cierto que el Emperador está todavía cuerdo, aunque es verdad que se abandona en todos sus movimientos con una presteza espantosa que, por lo demás, ha sido siempre el mayor vicio de los soberanos de Marruecos. Raramente se toman la molestia de escuchar a las dos partes; a la primera acusación, se deciden por cualquier atroz crueldad que contemplan como un acto memorable de justicia. A menudo se arrepienten cuando ya no están a tiempo y les sucede a algunos que, hacia el fin de su reinado, se corrigen un poco. Esta externa precipitación es una verdadera calamidad contra la cual se han buscado todo tipo de remedios. El país está lleno de santos asilos a los que se va a retirarse a la menor sospecha de desgracia, o bien se le presenta revestido de los ropajes de cualquier santo, o bien se le va a degollar un cordero a los pies del Emperador, y esta especie de sacrificio le obliga de algún modo a conceder la gracia de quien lo realiza. En general la presencia del Emperador inspira tal temor, que las felicitaciones que se reciben al salir de una audiencia son como si se hubiera escapado de algún peligro; y el peligro es real para la gente del país, porque todo el mundo puede acusar, es decir perder a su enemigo. Es curioso notar sin embargo que casi nadie se atreve a acusar a un hombre que goce de favor, a menos que se crea que éste pierde en las disposiciones del soberano. Se me preguntará tal vez por qué las personas en desgracia no abandonan el país; a esto respondo que los puertos están muy bien guardados para que puedan hacerlo y no hay ninguna seguridad en la costa."

Jan Potocki
Viaje por el Imperio de Marruecos




"Los fuegos eternos de esa morada brillaron con nuevo resplandor, y los demonios aumentaron los suplicios de los condenados para mejor gozar con sus aullidos."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"Me acosté, pero no pude dormir: dos pasiones, el amor y el odio, me mantenían despierto."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"Me daba cuenta de que soñaba, y sin embargo tenía conciencia de abrazar algo más que sueños."

Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza, página 32



"Mientras le hacía los honores, vi entrar en la cabaña una figura más espantosa que cuantas había visto hasta entonces. Era un hombre que parecía joven, pero de una delgadez repugnante. Sus cabellos estaban erizados y tenía un ojo hueco del que salía sangre. La lengua le colgaba de la boca y dejaba caer una espuma de babas. Llevaba encima un traje negro bastante bueno, pero era su único vestido, no tenía siquiera medias ni camisa. El horrible personaje no dirigió la palabra a nadie y fue a acurrucarse en un rincón, donde permaneció inmóvil como una estatua, con su único ojo clavado en un crucifijo que sostenía en la mano. Cuando hube acabado de cenar, pregunté al ermitaño quién era aquel hombre. —Hijo mío —me respondió—, este hombre es un poseso al que yo exorcizo; su terrible historia demuestra el poder fatal que el ángel de las tinieblas ha usurpado en esta desdichada comarca. Su historia puede ser útil para vuestra salvación, y voy a ordenarle que os la cuente. Volviéndose entonces hacia el poseso, le dijo: —Pacheco, Pacheco, en nombre de tu Redentor, te ordeno que cuentes tu historia."

Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza, página 36



"—Padre mío —respondí yo al anacoreta—, he meditado mucho esta noche en el relato del señor Pacheco. Aunque tenga el diablo en el cuerpo, no deja de ser menos hidalgo y, por eso, le creo incapaz de faltar a la verdad."

Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza, página 61


"Partí y tomé el camino de España. Pasé ocho días en Bayona. Llegué un viernes y me alojé en un albergue. En medio de la noche me desperté sobresaltado y vi frente a mi lecho al señor Taillefer, que me amenazaba con su espada. Hice la señal de la cruz, y el espectro pareció deshacerse en humo. Pero sentí la misma estocada que había creído recibir en el castillo de Tête-Foulque. Me pareció que estaba bañado en sangre. Quise llamar y levantarme, pero una y otra cosa me fueron imposibles. Esta angustia indecible duró hasta el primer canto del gallo. Entonces me volví a dormir, pero al día siguiente estuve enfermo y en un lamentable estado. Tuve la misma visión todos los viernes. Las prácticas devotas no han podido librarme de ella. La melancolía me conducirá a la tumba, y allí descenderé antes de haber podido librarme de las potencias de Satán. Un resto de esperanza en la misericordia divina me sostiene aún y me permite soportar mis males.
(...)
No tardó la banda en disolverse; varios de nuestros bravucones fueron a dejarse prender en Toscana; otros se unieron a Testalunga, que empezaba a conseguir cierta reputación por toda Sicilia. Hasta mi propio padre pasó el estrecho y se dirigió a Mesina, donde pidió asilo a los agustinos del Monte. Entregó su pequeño peculio en manos de estos monjes, hizo penitencia pública y sentó sus reales en el pórtico de su iglesia; ahí llevaba una vida muy tranquila, con libertad para pasear por los jardines y patios del convento. Los monjes le daban la sopa, y él mandaba por un par de platos a una tasca vecina. Para colmo, el hermano lego de la casa le curaba sus heridas.
Sospecho que entonces mi padre nos hacía llegar fuertes remesas de dinero, porque en nuestra casa reinaba la abundancia. Mi madre participó en los placeres del carnaval, y durante la cuaresma hizo un belén o pesebre, representado por figuritas, castillos de azúcar y otras niñerías de igual clase, que están muy de moda en el reino de Nápoles y son un objeto de lujo entre los burgueses. Mi tío Lunardo también tuvo un pesebre, pero sin comparación con el nuestro. Por lo que recuerdo de mi madre, me parece que era buenísima, y con frecuencia la vimos llorar por los peligros a que se exponía su esposo; pero los triunfos obtenidos sobre su hermana o sus vecinas no tardaban en secar sus lágrimas. La satisfacción que le dio su hermoso belén fue el último placer de ese tipo que pudo saborear. No sé cómo, pescó una pleuresía de la que murió días después.
Ignoro qué habría sido de nosotros a su muerte si el barigel no nos hubiese llevado a su casa, donde estuvimos varios días; luego, nos puso en manos de un arriero que nos hizo cruzar toda Calabria y llegar, catorce días después, a Mesina. Mi padre ya conocía la muerte de su esposa. Nos acogió con mucha ternura, nos buscó una esterilla que puso junto a la suya, y nos presentó a los monjes que nos sumaron al grupo de monaguillos. Servíamos la misa, apagábamos los cirios, encendíamos la lámpara, y, salvo en eso, seguíamos siendo pícaros tan descarados como lo habíamos sido en Benevento. Cuando comíamos la sopa de los monjes, mi padre nos daba un tarín a cada uno, y nos comprábamos castañas y bizcochos… luego íbamos a jugar al puerto y no volvíamos hasta la noche. Éramos, en fin, pilluelos felices… cuando un suceso que ni siquiera hoy puedo recordar sin un arrebato de furia, decidió el destino de toda mi vida."

Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza


"Quise gritar, pero no pude proferir ningún sonido. Esto duró algún tiempo. Por fin un reloj dio las doce, e inmediatamente vi entrar a un demonio con cuernos de fuego y una gran cola inflamada llevada por algunos diablillos que lo seguían. Ese demonio tenía un libro en una mano y una horquilla en la otra."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 



"Quise ponerme de pie, pero estaba retenido en mi sitio, y en la imposibilidad de hacer ningún movimiento. Un frío glacial traspasó mis miembros; sentí el escalofrío de la fiebre: mis visiones se convirtieron en ensueños, y por último quedé dormido."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 


"(...) Reinaba entonces en el ejército español un pundonor llevado hasta la más excesiva delicadeza y mi padre exageraba aún este exceso, cosa de que no puedo culparlo, pues el honor es, ciertamente, el alma y la vida de un militar."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława 
Manuscrito encontrado en Zaragoza, página 45



"Se contaban cosas muy extrañas de los dos hermanos ahorcados; no hablaban de ellos como de aparecidos, pero pretendían que sus cuerpos, animados por no sé qué demonios, se soltaban de noche y abandonaban la horca para ir a desollar a los vivos. Pasaba este hecho por ser verdad absoluta, hasta el punto de que un teólogo de Salamanca había hecho una disertación demostrando que ambos ahorcados eran una especie de vampiros, y que no era más increíble lo uno que lo otro, cosa que los más incrédulos admitían sin esfuerzo. También corría el rumor de que aquellos dos hombres eran inocentes y que, injustamente condenados, tomaban venganza, con permiso del cielo, en los viajeros y demás caminantes. Como en Córdoba yo había oído hablar mucho de todo aquello, sentí curiosidad por acercarme al patíbulo. No podía ser más repulsivo el espectáculo: los horribles cadáveres, agitados por el viento, se balanceaban de forma extraordinaria, mientras unos horrendos buitres tiraban de ellos para arrancarles jirones de carne; aparté la vista horrorizado y me adentré por el camino de las montañas."

Jan Potocki
Manuscrito encontrado en Zaragoza, página 18



"Sea cual fuere el dolor del desgraciado asesino, éste sintió en aquel momento que las lágrimas lo habían aliviado."

Conde Jan Nepomucen Potocki de Piława