"Aunque quede ridículo que lo diga (con simplicidad), uno siempre anda buscando los orígenes: ¡nuestra identidad!"

 Osvaldo Soriano


" -Baje y mírese al espejo. -Ya lo hice. Hay un borracho que se ríe, un tipo repugnante. ¿Usted ya se vio?"

 Osvaldo Soriano



"Creo que no soy tan viejo como para ser venerable, ni tan joven como para ser un cómplice."

 Osvaldo Soriano


"De pronto recordé que había soñado con eso: Un laberinto asfixiante en el que por más que caminara siempre estaba en el mismo lugar. Algo me atrajo, quizá la incertidumbre o mi propio miedo, y me largué a correr hacia cualquier parte."

 Osvaldo Soriano




"El fútbol tiene la significación de una guerra sin muertos, pero con conflicto. Con drama, reflexión e ironía. Y amalgama a la familia, cosa que no consigue la política."

 Osvaldo Soriano



"El sport de Diana Walcott sorteaba obstáculos a cien millas por hora. La rubia disfrutaba el aire fresco que golpeaba contra el parabrisas y le enloquecía el pelo. La máquina se pegaba en sus caderas y ella sentía que un cosquilleo de excitación le recorría el cuerpo. Él estaría ahora tirado en la cama, fumando un cigarrillo, leyendo una revista quizá; tenía que ganar tiempo para volver a la hora de la cena, cuando regresara su marido. Era jueves y eso la inquietaba: John Peter Walcott siempre se ponía cariñoso los jueves.
Sam se pasó una mano por la cara y quito el sudor que se escurría de su frente. El pie derecho le temblaba sobre el acelerador y el hombre que iba a su lado no le quitaba la vista de encima. Veía bultos multicolores que quedaban en el camino. No tenía la menor idea de donde estaba el Jaguar. Suponía que todo marchaba bien porque el sudamericano había dejado de protestar en su idioma seco y monótono. La cinta blanca que dividía la carretera era apenas perceptible para él, pero estaba seguro de conducir bien. Llevaba tantos años manejando autos que podría hacerlo de oído.
Escuchó un ruido de chapas arrancadas, destrozadas, y se sobresalto. Sintió el grito de su acompañante, pero no entendió. Busco el freno, pero no lo piso bruscamente. Se afirmó en el volante cuando advirtió que el coche había perdido estabilidad. Sintió un chirrido de frenos y luego un estrepitoso choque. Enderezó el auto y aceleró a fondo. El Buick negro, enganchado en el paragolpes trasero por el Ford, perdió estabilidad y salió de la ruta. El conductor hizo un esfuerzo tremendo para impedir el vuelco y logró meter la trompa en la carretera otra vez. Entonces oyó el impacto en la parte trasera y el coche salió despedido de costado hasta chocar contra el cerro. Los tres hombres saltaron afuera.
Marlowe alcanzó a gritar el alerta, pero era tarde. Solo la pericia de Freddy impidió el choque frontal. El Chrysler iba muy cerca del Ford de Soriano cuando de pronto este salió lanzado hacia el medio de la ruta y luego de un esfuerzo por mantenerse sobre sus ruedas se aceleró a fondo. Entonces apareció el Buick desbocado, que entraba en la ruta en una maniobra alocada. El paragolpes trasero arrastraba en el pavimento y producía un reguero de chispas multicolores. Freddy giró bruscamente, bombeó el freno un instante y acomodó el auto para el impacto. Fue un topetazo de costado y el Chrysler se clavó en medio de la ruta. Freddy aceleró tras el Ford. Marlowe miró por la ventanilla trasera y vio el Buick parado y a los tres hombres que saltaban a la carretera."

Osvaldo Soriano
Triste, solitario y final




"En el camino cuando todo parece perdido siempre queda una última maniobra. Un golpe de volante, un rebaje, algo, pero nunca el freno. Usted toca el freno y está perdido."

 Osvaldo Soriano




"Era un pueblo chico. Toda la comisaría estaba allí en un Falcon viejo."

 Osvaldo Soriano


"La deseaba tanto que ni siquiera intentaba disimularlo."

 Osvaldo Soriano



"La mañana del funeral fue gris y destemplada. Carré llevaba un sobretodo viejo y un sombrero de fieltro para protegerse de la nieve. Desde su escondite alcanzaba a ver el montículo de tierra húmeda y la cruz de madera ordinaria. Entre los cuatro desconocidos que rodeaban el ataúd había una rubia vestida de negro. Un cura regordete masticaba chicle y rezaba en latín. Los otros dos llevaban trajes oscuros y el más alto sostenía un paraguas tan grande que los cobijaba a todos. De vez en cuando la mujer se apartaba el velo para estornudar y sonarse la nariz. El cura calzaba galochas y se envolvía con una bufanda negra. Mientras decía la plegaria sacudía una polvareda de incienso que la brisa se llevaba hacia la arboleda cercana. El mas petiso, que tenía el pantalón enchastrado hasta las rodillas, sostenía una corona de flores como si fuera un maletín. La rubia, que había seguido la ceremonia con la solemnidad de un coronel de infantería, hizo una señal con la mano en la que apretujaba el pañuelo. Al rato, arrastrando cuerdas y palas, aparecieron dos sepultureros que venían de escuchar a los chicos que cantaban frente a la tumba de Jim Morrison.
Mientras bajaban el ataúd, Carré no consiguió disimular su tristeza. Se dijo que al menos podrían haber contratado a las lloronas del barrio para mostrarle un poco de afecto. Su entierro era tan insignificante y desgraciado como el de Oscar Wilde, que tenía una estatua desnuda y tiesa al fondo del sendero. Por lo menos al escritor lo había acompañado un perro callejero y los confidenciales británicos le sembraron un cantero de petunias que utilizaban para entregar sus mensajes a los enlaces de la Security.
Al ver que los peones echaban las primeras paladas de tierra, Carré sintió un desfallecimiento y tuvo que apoyarse en el ala de un querubín para no perder la compostura. Ni siquiera advirtió que su sombrero rodaba por el suelo y abría un delgado surco sobre la nieve. Parado allí, con el corazón apretujado, sin saber lo que haría al volver a la calle, se preguntó quién ocuparía su lugar. Quizá habían puesto un montón de piedras o el cuerpo de un perro reventado por el frío, como solían hacer los polacos y los búlgaros."

Osvaldo Soriano
El ojo de la patria




"La memoria, al elegir lo que conserva y lo que desecha, no sabe de casualidades."

 Osvaldo Soriano


"Las fotos son instantes de la vida que después no encajan en ninguna parte."

 Osvaldo Soriano



"Le pusimos aceite nuevo, agua fresca, grasa de aviación y un bidón de nafta de noventa octanos. Hacía tiempo que mi padre había perdido los calzoncillos y se cubría las verguenzas con los restos de un mantel. Mi novia me había abandonado por los rumores que corrían en la cuadra y mi madre tuvo que lavarnos a los dos con una estopa embebida en querosene. En el suelo brillaba, redonda y solitaria, una inquietante arandela de bronce, pero igual el coche arrancó al primer impulso de llave. Mi padre estaba convencido de haberme dado una lección para toda la vida. Adujo que la arandela se había caído de una caja de herramientas y la pateo con desdén mientras se paseaba alrededor del Gordini, orgulloso como una gallo de riña. Después me guiñó un ojo, subió al coche y arrancó hacia la ruta. A la noche lo encontré en el hospital de Cañuelas, con un hombro enyesado y moretones por todas partes. -Andá- me dijo-. Presentate al regimiento como mecánico, que te salvas de los bailes y las guardias.
Ese año hice mas de veinte goles sin tirar un solo penal. Por las noches leía a Italo Calvino mientras escribía los primeros cuentos. Mi viejo sabía aceptar sus errores y cuando publiqué mi primera novela, y me fue bien, se convenció de que en realidad su futuro estaba en la literatura. Enseguida escribió un cuento de suspenso titulado La luz mala, que inventó de cabo a rabo. Como Kafka, murió inédito y desconocido de los críticos. Por fortuna para el su único enemigo, grande y verdadero, había sido Perón."

Osvaldo Soriano
Mecánicos




"Llegué de madrugada, sin haber comido, sin haber escrito una línea que me redimiera, algo que pudiera contar al enfrentarme con él. Nadie se cruzó en mi camino ni me preguntó nada. Fui directamente al piso de terapia intensiva y me puse un guardapolvo antes de entrar a ese campo de batallas perdidas. Al otro lado de la puerta un médico muy joven me hizo señas de que saliera, pero no le presté atención. Me fijé en las camas una por una hasta que encontré a un linyera al que sin duda habían confundido con mi padre. Era bastante parecido, pero nada más. Me sentí engañado, burlado. Hubiera querido que todo terminara allí, sin palabras. Iba a salir, pero el linyera me llamó y se alzó sobre un codo. Imploraba, necesitaba que alguien se sentara a su lado. Le apreté los dedos calientes y antes de que el médico viniera a echarme me hice un lugar a su lado. Ni siquiera tenía ropa; le habían puesto una sábana agujereada a modo de poncho. Tenía los ojos velados por las cataratas, o acaso era la penumbra que le daba un aire de espectro. «Cacho», me dijo, «¿quién ganó?». Tenía, como mi padre, el cabello blanco indomable y una frente altiva. «¿Quién ganó?», repitió y me tomó de un brazo. Pensé que el inconsciente me había jugado una mala pasada al conducirme ahí donde yo quería que la historia terminara mientras las cosas sucedían en otra parte, sin mí. «¿Quién ganó, Cachito?» insistió el viejo y sin mucha convicción le dije que nosotros. Suspiró aliviado y me miró en la oscuridad. «¿Te parece?», murmuró, «¿Así jodidos como estábamos?». «Igual», dije. «¡Me cago…! ¿Qué había en la caja?». No supe qué contestarle y me puse de cuclillas a escuchar su respiración ruidosa. «¿El trompo? ¿Viste el trompo?». Asentí y quise irme, pero me tenía agarrado del brazo. «Me quedan dos bolitas… ¿Y a vos?». «Una, me queda una sola», contesté. «Dale: perdido por perdido, jugala». No sabía lo que hacía: instintivamente busqué en el bolsillo y saqué una moneda. «Ahí va», dije y la tiré rodando por el pasillo. Al escuchar el ruido el médico encendió una linterna y siguió el recorrido de la moneda hasta que llegó a la puerta y se detuvo apoyada de canto. Sentí que el viejo me soltaba y se llevaba la mano a la frente: «¡Los cagaste, Cachito!», gritó, «¡El cometa es tuyo!». Oí que sollozaba: «¡El cometa es tuyo, tuyo!», decía. Lo estreché con fuerza mientras el médico se acercaba con una inyección y esperé a que se durmiera en mis brazos. Le apoyé la cabeza sobre la almohada y me precipité escaleras abajo. Al llegar a la calle todavía llevaba el gusto de su aliento en la boca, su mirada me seguía calle abajo hacia la costa donde despuntaba el amanecer.
Fui hasta la plaza y caminé por la vereda del casino. Ahí se habían encontrado Laura y Ernesto cincuenta años atrás; la única memoria que quedaba de ellos dormía confusa, incierta, en mi cabeza. Mi padre no había acudido a la cita con sus fantasmas, quizá ni siquiera le importaban; vivía un intenso presente que le permitía sobreponerse una y otra vez, afrontar la adversidad sin la hipoteca del pasado. Los fragmentos que la memoria selecciona no son otra cosa que retaguardias del presente, claves del deseo que no alcanzamos a descifrar. Me acosté entre unas piedras y me quedé dormido oyendo el choque de las olas por encima del zumbido. Al despertar vi a lo lejos un barco que se acercaba al puerto y me di cuenta de que nunca había navegado, que jamás conocería la esencia profunda de los relatos de Conrad. Me sentía cansado, con el cuerpo pegajoso y la mente confusa. No había nadie en la playa. Levanté dos piedras, las hice chocar junto a mi oreja y después me metí al mar en calzoncillos, gritando como un samurai. Sin proponérmelo empecé a nadar hacia la escollera, contento de estar ahí, inesperadamente inundado de optimismo, como si empezara a cambiar de piel. En una de esas el linyera tenía razón y al arrojar la moneda me había ganado un cometa."

Osvaldo Soriano
La hora sin sombra


"Los ideales son la única forma de saber que estamos vivos."

 Osvaldo Soriano




"Los sueños se van con la noche. Y tan solo queda una bruma lejana e inatrapable."

 Osvaldo Soriano





"(...) Me di cuenta que durante mucho tiempo me había olvidado de mí y que por eso no podía hacerle bien a nadie."

 Osvaldo Soriano


"Mi padre nunca había estado tan cerca de mí como en los momentos en que creí haberlo perdido."

 Osvaldo Soriano




"Mi padre nunca quiso tener domicilio fijo. Era como si caminara delante de sus propios pasos aunque quizás no hacía más que huir de ellos. Tenía hormigas en los pies y no estuvo con mi madre ni siquiera el día de mi nacimiento."

 Osvaldo Soriano



"Mi padre nunca se preocupó por vestir bien, creía que la elegancia podía estar en otra parte, más íntima y noble."

 Osvaldo Soriano




"No es que sea muy religioso, ¿Vio? Pero cuando uno está desesperado..."

 Osvaldo Soriano





"No le interesaba saber lo que hacía sino quién era. Casado dos veces, fracasado, contesté. De acuerdo, eso casi todo el mundo, pero, ¿Quién? ¿Qué fracaso entre todos los fracasos? El de vivir, le dije; un tipo que anda por ahí, sin familia, si otra cosa que un puñado de historias dispersas."

 Osvaldo Soriano




"No sé, me parece que siempre llegamos tarde a lo que amamos."

 Osvaldo Soriano




"Oiga estoy cansado de oírlo alabarse. ¿No tiene abuela?"

 Osvaldo Soriano


"(...) Parado allí, con el corazón apretujado, sin saber lo que haría al volver a la calle, se preguntó quién ocuparía su lugar."

 Osvaldo Soriano



"Parece deprimido, pero en un gesto de audacia traga su vaso de cerveza con los ojos grises cerrados. ¿Quién compra? "Las grandes empresas Olivetti, Pirelli, las compañías aéreas. Se trata de echar a los nativos para convertir a Venecia en una isla con palacetes para ricachones. Acá hay 49.457 unidades inmobiliarias, pero sólo viven 10.200 patrones, lo demás está alquilado. Entonces, el primer paso es echar a los inquilinos y luego vender. Gran negocio, señor, pronto van a vender hasta el agua de los canales".
Domina datos, cifras, como si alguien le hubiera encargado el trabajo. El cronista se lo dice. El sonríe. "Leo los diarios--dice--, es lo único que hago a la mañana. Vea, hace diez años el metro cuadrado de terreno acá valía 150 mil liras, ahora ya se paga 250 mil y dicen que va a subir hasta 400 mil. El Centro Histórico, acá donde estamos sentados, tiene seis mil habitantes fijos. No va a quedar nadie.
Paga y sale junto al enviado. Por la calle pasa una pareja de turistas y ella toma una foto del puente que incluye a Bufalini. Este sonríe: "Vaya uno a saber a dónde irá a parar ese retrato. Ya ve, acá uno no es dueño ni de su alma". Cuando entra en la oficina levanta la cortina y mira a través de los barrotes las azoteas rojas. "Todo empezó cuando la empresa Romana Beni Stabili hizo un complejo inmobiliario moderno de cien departamentos. Sólo vendió el 30 por ciento. La gente que compra quiere las casonas, viejas por fuera y puestas a todo lujo por dentro. Hasta Marcello Mastroiani compró un departamento moderno para pasar vacaciones".
Va hacia una vieja heladera, saca una manzana y empieza a mordisquearla. "Yo soy comunista. Estoy convencido que en el negocio andan todos los partidos del gobierno, como siempre. La compañía Aeritalia compró el que era Hotel Splendid y va a montar una residencia de lujo. ¿Quiénes están detrás de eso?".
Por de pronto, Venecia amenaza cambiar de manos y convertirse simplemente en un complejo turístico. El gobierno obliga a restaurar, pero concede solo el cuarenta por ciento de los gastos. La mayoría de los propietarios -gente de trabajo que ha heredado sus viviendas-, no está en condiciones de cumplir las ordenanzas. Las grandes empresas, sí. Ellas compran, restauran, luego hacen su negocio.
Al mediodía, tres viejos músicos se guarecen bajo el toldo de un café en la Piazza San Marcos, y tocan. Los turistas no escuchan, pero toman cerveza, refrescos. Los sonidos del violín, el piano, el contrabajo, intentan piezas de moda, alegres, simples. No hay caso: el ritmo es triste, amargo y nadie aplaude. Los viejos miran a los turistas con una cierta indiferencia. Las palomas descienden sobre las mesas, picotean. Bufalini sonríe: "Napoleón dijo una vez que esta plaza era el más bello salón de Europa" De pronto cambia de expresión, mira a i musici y dice en voz baja: "Thomas Mann puso acá a su personaje porque sintió algo que nosotros sentimos siempre. Venecia es el único lugar del mundo donde se muere sin dolor."

Osvaldo Soriano
Giorgio Bufallini y la muerte


"Quizás lo único que me propongo al escribir es quitarle a la literatura cierta solemnidad que tiene. Tengo poca relación con la crítica. Me importan los lectores, divertirme escribiendo y abrir un mundo que mezcle la aventura con la política y el humor."

 Osvaldo Soriano




"¿Sabe qué? No se ofenda, pero usted está cansado de llevarse puesto."

 Osvaldo Soriano





"Se arrastraron hasta salir de entre los escombros. Guglielmini tosió y escupió. La calle estaba desierta. El cielo era rojizo y el sol había bajado. El calor parecía haberse comprimido en este lugar como en un horno.
Caminaron hacia la esquina de la plaza. Al intendente le sangraba el tobillo bajo el pantalón desgarrado. El morocho se echó la escopeta al hombro, sacó los anteojos negros y al ver que estaban rotos los tiró. Sonó un balazo. El morocho sintió que el golpe lo arrancaba del piso. Tendido, aguantó el dolor que le penetraba también la espalda. Se sentó con esfuerzo y buscó el agujero por todo el cuerpo. Lo encontró en la rodilla izquierda. Cuando vio que Guglielmini y su compañero huían, se puso a llorar.
-¡Le pegué, don Ignacio! ¡Le saqué una pata! -gritó García.
Cuando el policía retiró su pistola, el delegado miró por el hueco del cartón.
-Tienes buena puntería, cabo -dijo-. La vamos a necesitar.
Entró al baño. Cerró la puerta con llave, se bajó los pantalones y se sentó sobre el inodoro. Quería pensar. Sabía que no
podrían aguantar toda la noche. Les sería imposible abandonar el edificio porque el patio estaría custodiado desde los techos. Ellos no podrían acercarse con luz mientras García y él tuvieran armas. Pero, ¿qué pasaría cuando se les terminaran las "balas? Miró su reloj y le dio cuerda. Dentro de una hora el avión no podría volar entre las casas. De todos modos, Cervino había hecho un buen trabajo. Concluyó que no les quedaban muchas posibilidades. Además, en la oscuridad, sin testigos, sería imposible rendirse. Se preguntó dónde estarían los vecinos, por qué no venían en su ayuda. Tiró la cadena y miró el agua que se arremolinaba dentro del inodoro. Fue hasta el espejo y se apretó el barrito de la nariz. Abrió la puerta y pasó a la oficina. Mateo estaba sentado en el suelo. Tenía la cara desencajada.
-Nunca me hubiera imaginado esto, don Ignacio -dijo.
-Yo tampoco. Cébate unos mates, ¿quieres?
Dos hombres de la cuadrilla arrastraron al comisario hasta la tupida arboleda de la plaza. Luego, ayudados por dos jóvenes, lo llevaron hasta la vereda, frente al cine. La ambulancia se acercó y cargaron el cuerpo sobre una camilla. Cinco hombres subieron atrás y otro se sentó junto al eme manejaba.
-¿Dónde lo llevamos?
-Al sótano del ferrocarril.
A marcha moderada la ambulancia fue alejándose del centro. Fuera del pueblo, tomó por un camino de tierra. Llanos había reaccionado, pero no se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor. Era como si demasiados sueños lo hubieran asaltado al mismo tiempo. Vio el revólver que le apuntaba a la cara. Después miró a los otros hombres. Sucios, vestidos con gastados pantalones, encapuchados, sostenían ametralladoras. Uno de ellos escupía a cada rato cerca de sus piernas."

Osvaldo Soriano
No habrá más penas ni olvido





"Sin padres, sin infancia, sin pasado alguno, no nos queda otra posibilidad que afrontar lo que somos, el relato que llevamos para siempre."

 Osvaldo Soriano


"Simplemente se dejaba estar esperando que pasara algo (...) no tenía suficiente coraje para ir más lejos ni para volver atrás."

 Osvaldo Soriano



"Tenía fibra para golpear al hígado y llegar al corazón. Una vez, frente a un industrial con pinta de señorito consentido, que nos había mandado dos veces a la mierda, señaló un grueso y frondoso roble que tapaba la entrada de un potrero y le preguntó con voz serena y convencida:
¿Sabe que el general Belgrano ató su caballo a ese árbol cuando volvía de la batalla de Tucumán?.
El señorito se sorprendió y miró al baldío mientras en su patio seguía la fiesta y los invitados se zambullían en la pileta iluminada por grandes faroles.
A mí qué carajo me importa, contestó el tipo y nos cerró la puerta en las narices. Mi padre puso la mano sobre mi cabeza, se limpió el polvo de los zapatos y volvió a tocar el timbre. El tipo apareció de nuevo, metió la mano al bolsillo y empezó a contar unos billetes arrugados.
Tomá -le dijo a mi viejo- andá a comprarle un helado al pibe.
Hacía tanto que no me compraba un helado que ahí no más se me aceleró la respiración. Me latía fuerte el corazón mientras mi padre seguía parado ahí, bajo el alero del porche, con el traje todo raído y el sombrero en la mano. No le gustaba que lo tutearan. De pronto levantó el brazo y señaló de nuevo el árbol.
La tropa acampó atrás -dijo-. El general estaba muy enfermo y pasó la noche abajo de ese árbol. No tenían ni una gota de agua y todos se pusieron a rezar para que lloviera.
Me di cuenta enseguida de que tampoco esa noche iba a tener helado."

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"Tenía un agujero en la sien pero el resto parecía muy prolijo. Había tenido la delicadeza de abrir la puerta para que la bala saliera sin romper nada."

 Osvaldo Soriano




"Un chico que salió del reservado se ofreció a lustrarme los zapatos y me preguntó si yo conocía el Italpark y si era cierto que en Buenos Aires la gente se había comido a los animales del zoológico."

 Osvaldo Soriano


"Volvió a llover durante la noche y al despertar descubrí en el cielo un color como no había visto nunca. Desde la ventana parecía una serpentina suspendida sobre la llanura. La curva envolvía las estrellas y de ese lado del cielo llegaba una sinfonía lánguida arrastrada por el viento. Me vestí y salí al patio. Para mí, esa hora y esa luz habían sido siempre de partida y de presagio. El Jaguar y el Mercury seguían allí, pero el colectivo se había ido llevándose las carpas. Detrás de la oficina del Automóvil Club pasaba un alambrado que se perdía a la distancia y protegía un mundo que me era ajeno y hostil. De pronto recordé que había soñado con eso: Un laberinto asfixiante en el que por más que caminara siempre estaba en el mismo lugar. Algo me atrajo, quizá la incertidumbre o mi propio miedo, y me largué a correr hacia cualquier parte."

Osvaldo Soriano
Una sombra ya pronto serás