"Al cabo de un año, Aurore tuvo un hijo al que llamaron Beaujour, y al que amaba apasionadamente. Aquel pequeño príncipe, cuando empezó a hablar, mostró tanta inteligencia que hizo felices a sus padres. Un día que se encontraba ante la puerta con su madre, ésta se quedó dormida, y cuando se despertó, ya no encontró a su hijo. Lanzó grandes gritos y recorrió todo el bosque en su busca. De nada le servía a la pastora recordarle que no sucede nada que no sea para nuestro bien, y tuvo todas las penas del mundo para consolarla; pero al día siguiente, tuvo que reconocer que la pastora tenía razón. Fourbin y su esposa, furiosos porque no tenían hijos, habían enviado a los soldados para matar a su sobrino; y al ver que no podían encontrarlo, pusieron a Ingénu, a su esposa y a la pastora en una barca y los lanzaron al mar, para que nadie pudiera oír hablar de ellos jamás. Esta vez, Aurore creyó que debía considerarse realmente muy desgraciada, pero la pastora le seguía repitiendo que Dios lo hace todo por nuestro bien. Como hacía muy buen tiempo, la barca navegó tranquilamente durante tres días y atracó en una ciudad de la costa. El rey de esta ciudad estaba inmerso en una guerra y los enemigos lo asediaron al día siguiente. Ingénu, que era muy valeroso, solicitó algunas tropas al rey; realizó numerosas expediciones y logró matar al enemigo que sitiaba la ciudad. Los soldados de éste, al perder a su jefe, huyeron y el rey asediado, que no tenía hijos, para mostrar su gratitud a Ingénu lo adoptó como hijo.
Cuatro años después supieron que Fourbin había muerto de pena por haberse casado con una mujer tan perversa y el pueblo, que la odiaba, la expulsó y envió embajadores a Ingénu ofreciéndole el trono. Éste se embarcó con su esposa y la pastora, pero se produjo una gran tempestad que les hizo naufragar y se encontraron en una isla desierta. Aurora, que ya era mucho más sensata por todo lo que había vivido, no se afligió y pensó que Dios había permitido aquel naufragio por su bien: colocaron un gran palo en la orilla y en lo alto de aquél el mandil blanco de la pastora, con el fin de advertir a los barcos que pasaran por allí y vinieran en su ayuda.
Por la tarde, vieron llegar a una mujer que traía a un niño; tan pronto como lo miró Aurore reconoció a su hijo Beaujour. Le preguntó a la mujer dónde había encontrado a aquel niño y ella le respondió que su marido, que era corsario, lo había raptado; pero que habían naufragado cerca de aquella isla y que ella se había salvado junto al niño que llevaba en brazos.
Dos días después, los barcos que buscaban los cuerpos de Ingénu y de Aurore, pues creían que habían perecido, vieron aquella tela blanca, llegaron a la isla y condujeron al nuevo rey y a su familia a su reino.
Y, pasara lo que pasase, Aurore no se quejó nunca más pues sabía por experiencia que las cosas que nos parecen desgracias son con frecuencia el origen de nuestra felicidad."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont
Aurore y Aimée




"(...) Allí encontró a la pobre Bestia sobre la hierba, perdido el conocimiento, y pensó que había muerto. Sin el menor asomo de horror se dejó caer a su lado, y al sentir que aún le latía el corazón, tomó un poco de agua del estanque y le roció la cabeza. Abrió la Bestia los ojos y dijo a la Bella: -Olvidaste tu promesa, y el dolor de haberte perdido me llevó a dejarme morir de hambre. Pero ahora moriré contento, pues tuve la dicha de verte una vez más. -No, mi Bestia querida, no vas a morirte -le dijo la Bella-, sino que vivirás para ser mi esposo. Desde este momento te prometo mi mano, y juro que no perteneceré a nadie sino a ti. ¡Ah, yo creía que sólo te tenía amistad, pero el dolor que he sentido me ha hecho ver que no podría vivir sin verte! Apenas había pronunciado estas palabras la Bella vio que todo el palacio se iluminaba con luces resplandecientes: los fuegos artificiales, la música, todo era anuncio de una gran fiesta; pero ninguna de estas bellezas logró distraerla, y se volvió hacia su querido monstruo, cuyo peligro la hacía estremecerse. ¡Cuál no sería su sorpresa! La Bestia había desaparecido y en su lugar había un príncipe más hermoso que el Amor, que le daba las gracias por haber puesto fin a su encantamiento."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont



" -Amigo mío, mi esposo es un avaro que no me da nunca dinero; déjame coger un cordero, y tú dirás que se lo ha llevado un lobo. -Señora, -le respondió Fatal-, quisiera de todo corazón servirla, pero prefiero morir antes que decir una mentira y ser un ladrón. -No eres más que un tonto -le contestó la mujer-; nadie sabrá que lo has hecho. -Lo sabrá Dios, señora -respondió Fatal; Él ve todo cuanto hacemos y castiga a los mentirosos y a los que roban."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont



"Bella -le dijo esta dama, que era un hada poderosa-, ven a recibir el premio de tu buena elección: has preferido la virtud a la belleza y a la inteligencia, y por tanto mereces hallar todas estas cualidades reunidas en una sola persona."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont


" -El hada me engañó, -decía - yo creía que mi hijo sería el más listo de todos los príncipes, puesto que yo deseé que triunfara en todo cuanto quisiera emprender. Fue a consultar al hada al respecto, y ésta le dijo: -Señora, deberías haber deseado para tu hijo buena voluntad en lugar de talento; sólo quiere ser malvado y, como ves, lo consigue."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont




"El hada un golpe en el suelo con una varita y transportó a cuantos estaban en la sala al reino del príncipe. Sus súbditos lo recibieron con júbilo, y a poco se celebraron sus bodas con la Bella, quien vivió junto a él muy largos años en una felicidad perfecta, pues estaba fundada en la virtud."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont


"Hay muchos hombres más bestiales que tú -dijo la Bella-, y mejor te quiero con tu figura, que a otros que tienen figura de hombre y un corazón corrupto, ingrato, burlón y falso."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont




"La pobre Bella no dejaba de afligirse por la pérdida de su fortuna, pero se decía a sí misma: -Nada obtendré por mucho que llore. Es preciso tratar de ser feliz en la pobreza."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont


"Las cosas que nos parecen desgracias son con frecuencia el origen de nuestra felicidad."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont


"Ni la belleza ni la inteligencia hacen que una mujer viva contenta con su esposo, sino la bondad de carácter, la virtud y el deseo de agradar."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont


"Su capitán, al ver que le debía la vida, le pidió perdón por todo el daño que le había hecho; y tras haber contado al rey lo que le había sucedido, Fatal fue ascendido a capitán, y el rey le dio un sueldo considerable. ¡Oh! Sus soldados no habrían pensado jamás en matar a Fatal, pues él los amaba como si fueran sus hijos; y lejos de robarles lo que les pertenecía, les daba de su dinero cuando cumplían con su deber. Los cuidaba cuando eran heridos y no les reprendía nunca por mal humor."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont



"Tienes razón -dijo el monstruo-, aun cuando yo no pueda juzgar mi fealdad, pues no soy más que una bestia. -No se es una bestia -respondió la Bella- cuando uno admite que es incapaz de juzgar sobre algo."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont




"Tres apacibles meses pasó la Bella en el castillo. Todas las tardes la Bestia la visitaba, y la entretenía y observaba mientras comía, con su conversación llena de buen sentido pero jamás de aquello que en el mundo llaman ingenio. Cada día la Bella encontraba en el monstruo nuevas bondades, y la costumbre de verlo la había habituado tanto a su fealdad, que lejos de temer del momento de su visita miraba con frecuencia el reloj para ver si eran las nueve, ya que la Bestia jamás dejaba de presentarse a esa hora."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont



"(...) Uno puede recobrarse del orgullo, la cólera, la gula y la pereza; pero es una especie de milagro que se corrija un corazón maligno y envidioso."



Jeanne Marie Leprince de Beaumont


"Yo no me llamo Monseñor -respondió el monstruo- sino la Bestia. No me gustan los halagos, y sí que los hombres digan lo que sienten; no esperes conmoverme con tus lisonjas."

Jeanne Marie Leprince de Beaumont