"A pocos metros de allí, en el extremo de un poste publicitario, una actriz encantadora se dejaba joder de pie contra una pared donde se desplegaba una bandera tricolor. En docenas de carteles cinematográficos diseminados por París, la mujer, vestida con recato, solo enseñaba de su cuerpo una pierna, estirada y muy bella, que se levantaba en el aire para facilitar la penetración sugerida.
Alguien, en un restorán de los Campos Elíseos, había explicado que esta acrobática postura era el último «grito» del erotismo de buen tono del cine francés. Él, en principio, no tenía la más mínima intención de escuchar los comentarios de aquel desconocido de la mesa de al lado que contaba esas cosas, con detalles y observaciones picantes, para excitar a la mujer que almorzaba con él.
Después, se divirtió observando la confusión creciente que denotaban la mirada y el ademán de Nana, como la llamaba el pico de oro. Él, entonces, quiso colaborar y añadió su granito de sal picante, hasta que el vecino, juzgando que había llegado el momento y que la chica estaba en su punto, cortó el final del almuerzo y declaró con una risa vulgar que se iban a tomar el postre a otro lugar.
Durante aquellos días la bella actriz continuó flotando por encima de París, prendida como una mariposa sobre la bandera tricolor, clavada por el sexo sobre ese patriótico horizonte, el rostro puro inclinado hacia atrás, a la espera del goce.
Él rio con tristeza, con una rabia desesperada, al ver durante esos días por doquier esa imagen simbólica en toda la capital. Rio con un nudo en la garganta al contemplar esos carteles que multiplicaban la imagen de Francia. Muy pronto dejó de pensar en la encantadora actriz. Pensó que su país le acogía enseñando indecentemente su declive, su futuro sometimiento. Sí, efectivamente era el eslabón más débil de la cadena imperialista; tenían razón al pensar así los estrategas del terror, los teóricos discurseantes y hediondos que navegaban entre el leninismo y el integrismo islámico, seguros de sí mismos, de su arrogante saber, con el apoyo logístico de los servicios especiales del Este, ocultos siempre en la sombra. A él le pagaban por saberlo. Tenían razón al pensar que había que volver a dar el golpe en Francia, que sería Francia la primera en caer, la dulce Francia dividida, debilitada por la alegría de vivir y su loco sueño de creerse todavía una gran potencia. Era a Francia a la que querían doblegar, hacer llorar: soñaban con que se abriese de piernas como una chica sumisa.
Había abierto de nuevo los ojos en la esquina de la plaza del Alma.
En lo alto, sobre el poste publicitario, la bella actriz ofrecía a los paseantes su rostro en éxtasis, su pierna levantada, la fantasía indecente de su placer.
Pensó que ni siquiera conocía el nombre de la joven camarera del bar de la plaza Víctor Hugo. Qué más da: una mujer, ternura, una mirada agradecida, palabras insignificantes, la vida.
Se rio a solas, como un loco.
Fue andando hasta la plaza del Rond Point. En los lavabos del drugstore se afeitó el bigote que llevaba últimamente. Después fue a la búsqueda de un «fotomatón» en las galerías comerciales de los Campos Elíseos. A continuación, provisto ya con sus nuevas fotos-carnet, tomó un taxi y se hizo llevar a Belleville. Tras pagar el taxi se metió en un bar a tomar un café, salió, permaneció deambulando sin rumbo, atravesó una tienda Uniprix que daba a dos calles, compró un diario y se quedó leyéndolo a la intemperie, al frío aire que obligaba a caminar deprisa a los viandantes, de modo que cualquiera que hubiera vagado ocioso por las cercanías hubiera resultado sospechoso.
Al cabo de una hora de callejeo, de maniobras de todo tipo, cuando quedó convencido de que, con excepción de dos o tres mujeres de edades diversas que se volvieron al cruzarse con él, nadie parecía mostrar el más mínimo interés hacia su persona, llamó a la puerta del Artista. Este le reconoció y le dejó pasar al estudio.
Estaba pintando. Había una mujer, desnuda, indiferente, posando. El Artista la había hecho sentar atravesada sobre un sillón, con las piernas levantadas por encima de uno de los brazos del mismo.
Él se adelantó, se acercó al caballete y echó una ojeada al lienzo, ya casi terminado. Era de un realismo meticuloso no exento de maestría. Pero ya se sabe: los falsificadores son siempre realistas. En cualquier caso el Artista contaba ya con una clientela fiel, y le pagaban bien: tenía una sólida tapadera."

Jorge Semprún
Netchaiev ha vuelto


"Bueno, el nombre no será el tuyo. Pero la vida sí que será tuya: una vida verdadera, a pesar del nombre falso."

Jorge Semprún Maura




"Capto Raquel la mirada de Leidson, la mantuvo en el fulgor entornado de la suya, un instante: casi una eternidad."

Jorge Semprún Maura



"Como soy historiador te lo voy a contar no como cuentas tú, en desorden, por asociaciones de ideas, de imágenes o de momentos, hacia atrás, hacia adelante; te lo voy a contar por orden cronológico."

Jorge Semprún Maura


"De esta experiencia del Mal, lo esencial es que habrá sido vivida como una experiencia de la muerte… Y digo bien “experiencia”… Pues la muerte no es algo que hayamos rozado, con lo que nos hayamos codeado, de lo que nos habríamos librado, como de un accidente del cual se saliera ileso. La hemos vivido… No somos supervivientes sino aparecidos…"

Jorge Semprún Maura
La escritura o la vida



"El campo es hermoso, alrededor, pero está vacío, es una sucesión de campos verdes y fértiles, donde no se ve a nadie trabajando, donde no aparece ninguna figura humana. Quizá no es el momento de trabajar la tierra, no sé, yo soy un hombre de ciudad. O será que el campo es siempre así, al día siguiente de la invasión."

Jorge Semprún Maura




“El pasado es la infancia; el tiempo pasado es el envejecimiento.”

Jorge Semprún
Federico Sánchez se despide de ustedes, 1993



“... en ningún sitio estoy en mi casa. O estoy en mi casa en cualquier sitio, lo que viene a ser lo mismo.”

Jorge Semprún
Federico Sánchez se despide de ustedes, 1993



"En todas mis novelas -me refiero a las novelas de verdad, las que relatan las verosímiles mentiras de una ficción- siempre hay alguna referencia a un cuadro: la Vista de Delft de Vermeer en La segunda muerte de Ramón Mercader; este cuadro de Patinir que nos ocupa hoy en La montaña blanca....En suma, siempre hay una referencia explícita a algún cuadro, por razones muy personales. Es, primero, una clave cultural que me interesa utilizar. Es, en segundo lugar, un homenaje a la pintura. A los pintores. No hay cosa más instructiva, más emocionante, que ver trabajar a un pintor..."

Jorge Semprún Maura


"Entonces da dos pasos, lateralmente, hacia las ventanas de donde viene, a su derecha, la luz, y se pone los dedos de las dos manos sobre los párpados —que cierra como se cierra los ojos de los que acaban de morir— sobre los huesos de la cara, dejando los ojos cerrados después de que los dedos hubieran dejado de cubrirlos y sus dos manos se juntan, quizá implorantes, bajo la barbilla. Entonces vuelve a abrir los ojos, evita disimuladamente mirar el cuadro, da la vuelta al sofá que se encuentra allí, delante de la Vista de Delft, sale de la sala, vuelve a entrar en la otra, más grande, a la que se accede directamente desde el rellano del primer piso, y cuyos ventanales —así lo ha observado hace un momento— dan a un estanque, y se inmoviliza delante de El jilguero de Carel Fabritius.
Nada más, no mirar nada más.
El pequeño lienzo está ante él, encadenado en su visión minuciosa, absorbente, como el propio pájaro está encadenado —a decir verdad, delicadamente— a una anilla que podría deslizarse por el soporte metálico en el que se apoyan sus patas (pájaro inmóvil, conocedor de los límites de su fingida libertad, habiendo ya a menudo agitado con sus alas el espacio aéreo que le sirve de jaula, resignado tal vez ahora, pero atento sin embargo, al acecho incluso, con la cabeza erguida que resalta sobre el lienzo rugoso de una pared que amarillea, en cuya parte baja, ligeramente hacia la derecha del borde inferior del cuadro, aparece la firma del pintor en letras mayúsculas, y la fecha: 1654). Piensa entonces, vagamente, que un año antes, si sus recuerdos son exactos, Luis XIV acaba de someter a la Fronda, y Cromwell ha sido proclamado Lord protector, e Inocencio X ha condenado solemnemente el jansenismo. En el mundo sucedían cosas, se formaban y se deshacían alianzas, plazas fuertes cambiaban de mano, y, lentamente, por toda Europa, sin que no obstante las consecuencias de esa oleada triunfal fuesen aún previsibles para nadie, la burguesía tomaba posesión de los resortes materiales de un universo en expansión —nebulosa de estados, de imperios, de religiones, de clases— en el que la presencia burguesa inscribía tenazmente las figuras racionales, aún invisibles, a veces hasta para sí misma, de su hegemonía. Y Pascal, el año siguiente, ese mismo año de 1654 en el que Carel Fabritius pintaba el pájaro inmóvil, pero estremecido —con las plumas del cuello erizadas por la impaciencia de un vuelo que hace imposible la delgada cadenilla sujeta a su pata, frágil pajarillo al que se concedió el don del canto—, Pascal inventaba el cálculo de probabilidades y la reina Cristina abdicaba, tiempos inseguros. Dos años más tarde, el año en que Velázquez terminará Las meninas —una imagen que en su memoria es perfectamente precisa, luminosa, ya que pasó una mañana en el Prado por razones que no tienen nada que ver con la pintura, la víspera precisamente de su viaje a Holanda—, aquel mismo año, en Ámsterdam, ese eterno sospechoso, Spinoza, y tanto más sospechoso cuanto que su filosofía hacía trizas, con la absurda y casi monstruosa lucidez sistemática de la razón conceptual, uno tras otro, todos los refugios ideológicos de esta nueva fuerza social que se extendía por Europa, pero que negaba aún su propia novedad, su misma esencia histórica, su fuerza, su necesaria brutalidad, rechazaba el espejo de su propia claridad, incapaz todavía de aceptar las razones teóricas de su impulso invasor, Spinoza, pues, aquel año, en 1656, dos años después de que el cuadrito de Fabritius hubiese sido pintado en el taller de Delft, será expulsado de la comunidad judía de Ámsterdam. Pero tal vez es lo revuelto de estos tiempos, su desarrollo parcialmente ilegible, la amenaza latente o manifiesta de las fulminaciones espirituales, de las destrucciones materiales, lo que empujaba a hombres como Fabritius a pintar —para aprisionar, para hacer de ello la figura alegórica, justificativa, de las pesadas riquezas amontonadas en los almacenes de los mercaderes— la fugitiva belleza trivial de este pájaro (un pájaro, jilguero, canto frágil, plumón del mundo sometido, tierno reverso de una moneda acuñada con sangre lejana), como si Carel Fabritius hubiera sabido, en el momento de poner su firma, clara y legible, como el nombre que se pone al pie de una letra de cambio, que este lienzo iba a ser uno de los pocos que escaparía al fuego, a la explosión, este mismo año de 1654, de un polvorín de Delft, que debía sepultar la casa del pintor, y el pintor, sus obras, su familia, explosión providencial que Egbert Van der Poel reprodujo varías veces (uno de estos cuadros se encuentra en Ámsterdam, y lleva, precisamente, un título que no puede ser más descriptivo: Destrozos causados por la explosión de un polvorín de Delft en 1654). Como si esta explosión no se hubiera producido, este mismo año, el año, podría decirse, del jilguero, según la costumbre de ciertos pueblos que califican con ayuda de un nombre de río, de cereal, de flor o de virtud abstracta, cada año que transcurre, que para subrayar ante este horizonte de muerte la eterna transparencia, tan fácilmente accesible, de esta ardiente, irrisoria, suave y plumosa belleza del pájaro prisionero en el rectángulo mínimo de esta tela, ante la cual, por la prisa de contemplar las obras maestras de las salas vecinas, hubiera sido fácil pasar, en un desplazamiento rápido y circular, ignorando la llamada, el sentido, la intensidad discreta y contenida, de tanta belleza cotidiana."

Jorge Semprún
La segunda muerte de Ramón Mercader



"¿Estarán dispuestos a escuchar nuestras historias, incluso si las contamos bien?"

Jorge Semprún Maura
La escritura o la vida



"Este hacinamiento de cuerpos en el vagón, este punzante dolor en la rodilla derecha. Días, noches. Hago un esfuerzo e intento contar los días, contar las noches. Tal vez esto me ayude a ver claro. Cuatro días, cinco noches. Pero habré contado mal, o es que hay días que se han convertido en noches. Me sobran noches; noches de saldo. Una mañana, claro está, fue una mañana cuando comenzó este viaje. Aquel día entero. Después, una noche. Levanto el dedo pulgar en la penumbra del vagón. Mi pulgar por aquella noche. Otra jornada después. Aún seguíamos en Francia y el tren apenas se movió. En ocasiones, oíamos las voces de los ferroviarios, por encima del ruido de botas de los centinelas. Olvídate de aquel día, fue una desesperación. Otra noche. Yergo en la penumbra un segundo dedo. Tercer día. Otra noche. Tres dedos de mi mano izquierda. Y el día en que estamos. Cuatro días, pues, y tres noches. Avanzamos hacia la cuarta noche, el quinto día. Hacia la quinta noche, el sexto día. Pero ¿avanzamos nosotros? Estamos inmóviles, hacinados unos encima de otros, la noche es quien avanza, la cuarta noche, hacia nuestros inmóviles cadáveres futuros. Me asalta una risotada: va a ser la Noche de los Búlgaros, de verdad.
–No te canses –dice el chico.
En el torbellino de la subida, en Compiègne, bajo los golpes y los gritos, cayó a mi lado. Parece no haber hecho otra cosa en su vida, viajar con otros ciento diecinueve tipos en un vagón de mercancías cerrado con candados. «La ventana», dijo brevemente. En tres zancadas y otros tantos codazos, nos abrió paso hasta una de las aberturas, atrancada con alambre de púas. «Respirar es lo más importante, entiendes, poder respirar».
(...)
Pero he aquí el valle del Mosela. Cierro los ojos y saboreo esta oscuridad que me invade, esta certeza del valle del Mosela, fuera, bajo la nieve. Esta certeza deslumbrante de matices grises, los altos abetos, los pueblos rozagantes, las serenas humaredas bajo el cielo invernal. Procuro mantener los ojos cerrados, el mayor tiempo posible. El tren rueda despacio, con un monótono ruido de ejes. Silba, de repente. Ha debido desgarrar el paisaje de invierno, como ha desgarrado mi corazón. Deprisa, abro los ojos, para sorprender el paisaje, para cogerlo desprevenido. Ahí está. Está, simplemente, no tiene otra cosa que hacer. Podría morirme ahora, de pie en el vagón atiborrado de futuros cadáveres, él seguiría ahí. El valle del Mosela estaría ahí, ante mi mirada muerta, suntuosamente hermoso como un Breughel de invierno. Podríamos morir todos, yo mismo y este chico de Semur-en-Auxois, y el viejo que aullaba hace un rato sin parar, sus vecinos han debido derribarle, ya no se le oye, él seguiría ahí, ante nuestras miradas muertas. Cierro los ojos, los abro. Mi vida no es más que este parpadeo que me descubre el valle del Mosela. Mi vida se me ha escapado, se cierne sobre este valle de invierno, es este valle dulce y tibio en el frío del invierno."

Jorge Semprún
El largo viaje





"Estoy detenido porque soy un hombre libre, porque me he visto en la necesidad de ejercer mi libertad y he asumido esta necesidad."

Jorge Semprún Maura


"Intento pensar que se trata de un instante único, que tenazmente hemos sobrevivido para este instante único en el que podríamos mirar el campo desde fuera. Pero no lo consigo. No consigo captar lo que hay de único en este instante único. Me digo a mi mismo: "Mira, es un instante único, montones de compañeros que han muerto soñaban con este instante en el que podríamos mirar el campo desde fuera, como ahora, cuando ya no estuviéramos dentro sino fuera", me digo todo esto, pero no me apasiona. Probablemente no tendré dotes para captar los instantes únicos en su pura transparencia, en sí mismos. Veo el campo, oigo el susurro silencioso de la primavera, y todo esto me da ganas de reír, de echar a correr por los senderos hacia la espesura de los bosques de un verde frágil, como siempre me ocurre en el campo en primavera."

Jorge Semprún Maura



"La guerra, nuestra guerra: su juventud. Todos habían luchado en aquella contienda dieciocho años antes. Pero no todos en el mismo bando. Ahora bien, ni los unos ni los otros parecían tan convencidos hoy de sus razones, o de sus ideales sinrazones, como sin duda lo estuvieron en 1936: lo bastante convencidos, antaño, como para haberse jugado la vida."

Jorge Semprún Maura



"La mayoría de estos muertos, las decenas de millares de muertos políticos, resistentes de todos los países de Europa, guerrilleros de todos los bosques y todas las montañas, no murieron víctimas de palizas, ejecuciones sumarias o torturas; la mayoría murieron de extenuación, de la imposibilidad súbita de superar una creciente fatiga de vivir, muertos de abatimiento, a causa de la lenta destrucción de todas sus reservas de energía y de esperanza."

Jorge Semprún Maura


"La muerte sólo para el hombre es personal, es decir, es para él, puede serlo para él, y para él solo, en la medida en que es aceptada y asumida."

Jorge Semprún Maura


"Las palabras de la niñez no significan sólo reencuentros con una identidad perdida -oscurecida al menos por la vida en el exilio, que por otra parte la enriquecía-, sino también la apertura a un proyecto, lanzarse a la aventura del porvenir."

Jorge Semprún Maura


"Lo que más pesa en tu vida son algunos seres que has conocido. Los libros, la música, es distinto. Por enriquecedores que sean, no son nunca más que medios de llegar a los seres."

Jorge Semprún Maura




"Lo único que he traicionado es a mí mismo."

Jorge Semprún Maura



"Los campesinos volvían a sumergirse -es decir, se veían obligados a sumergirse- en el recuerdo de aquella muerte, de aquel asesinato, para expiarlo una vez más. Algunos, los más viejos, tal vez habían participado en la muerte de antaño, al menos pasivamente. O habían asistido a ella. O tenían de ella noticia directa, memoria personal. Otros, los más, que eran los más jóvenes, no. Pero se veían zambullidos cada año en aquella memoria colectiva, culpabilizados por ésta. No habían sido los asesinos de 1936, pero la ceremonia los hacía en cierto modo cómplices de aquella muerte, obligándoles a asumirla, a hacerla de nuevo presente, activa. Un bautismo de sangre, en cierto modo. Así, al perpetuar aquel recuerdo, los campesinos perpetuaban su condición no sólo de vencidos sino también de asesinos. O de hijos, parientes, descendientes de asesinos. Perpetuaban la insufrible razón de su derrota al conmemorar la injusticia de aquella muerte que justificaba alevosamente su derrota, su reducción a la condición de vencidos."

Jorge Semprún
Veinte años y un día




"Los meses de cárcel, seguramente, habían creado una especie de hábito. Lo absurdo y lo irreal resultaban familiares. Para sobrevivir, el organismo necesita ceñirse a la realidad, y la realidad era precisamente ese mundo totalmente antinatural de la prisión y la muerte."

Jorge Semprún Maura



"Me ahogaba en el aire irrespirable de mis borradores, cada línea escrita me sumergía la cabeza debajo del agua, como si estuviera de nuevo en la bañera de la villa de Gestapo, en Auxerre. Me debatía para sobrevivir. Fracasé en mi intento de expresar la muerte para reducirla al silencio: si hubiera proseguido, la muerte, probablemente, me habría hecho enmudecer.
(…)
En todas las memorias de los hombres hay chimeneas que humean. Rurales ocasionalmente, domésticas: humos de los dioses lares. Pero de este humo de aquí, no obstante, nada saben. Y nunca sabrán nada de verdad. Pues no era la realidad de la muerte, repentinamente recordada, lo que resultaba angustiante. Era el sueño de la vida, incluso apacible, incluso lleno de pequeñas alegrías. Era el hecho de estar vivo, aun en sueños, lo que era angustiante."

Jorge Semprún
La escritura o la vida



"Me dieron una camisa sin cuello, estrecha, de tela rugosa, demasiado corta para ocultar mis vergüenzas, como diría si escribiera en español."

Jorge Semprún Maura


"Me mentalicé: tenía que resistir, no debía hablar. Un cuento que no pusiera en peligro a ninguno de los compañeros del grupo de la Resistencia. Una novelita rosa que esos días era posible leer en la propia prensa de los colaboracionistas: yo era el pobre estudiante que no tenía dinero, que oye una conversación y que es encargado de llevar unas maletas cuyo contenido desconoce. Cree que está metido en el mercado negro y un día descubre que en realidad está metido en el transporte de armas, que no puede dejar porque lo amenazan de muerte."

Jorge Semprún Maura


"Mi infancia se ha desenvuelto a dos centenares de metros de este Museo y la visita dominical era, a la vez, algo impuesto por la autoridad paterna, y una fiesta, un regocijo, un descubrimiento."

Jorge Semprún Maura



"Nunca hay que plantearse más problemas que los que se pueden resolver."

Jorge Semprún Maura


"Pero el sol de diciembre era engañoso. No calentaba en absoluto. Ni las manos ni la cara ni el corazón. El frío glacial se agarraba a las tripas, cortaba el aliento. El alma se resentía, quedaba dolorida."

Jorge Semprún Maura


"(...) Pero esta muerte, en realidad, estamos aceptándola para nosotros mismos, si llegara el caso, la estamos escogiendo para nosotros mismos. Estamos muriendo la muerte de este compañero, y por tanto la negamos, la anulamos, hacemos de la muerte de este compañero el sentido mismo de nuestra vida. Un proyecto de vivir perfectamente válido, el único válido en este preciso momento. Pero los de las SS son unos pobres diablos y nunca entienden estas cosas."

Jorge Semprún Maura




"Pero estos campos son situaciones límite, donde la criba entre los hombres y los demás se hace de manera más brutal. En realidad, no eran precisos estos campos para saber que el hombre es el ser capaz de lo mejor y de lo peor."

Jorge Semprún Maura


"Se ahogaba; forcejeó, recordó, en un relámpago cegador la bañera de la Gestapo, se esforzó por permanecer tranquilo, inerte, como entonces, pensó, en el fuego de su memoria, que en aquella ocasión lo hacía para sobrevivir, para conservar sus fuerzas, mientras que hoy lo hacía para morir...Supo que se ahogaba en el río de Patinir..."

Jorge Semprún Maura


"Se trataba de explorar las posibilidades de establecer, por primera vez, alguna relación con grupos, o intelectuales aislados, con los que no existía ninguna relación orgánica."

Jorge Semprún Maura



"Si Seifert o Weidlich se enteraran de mis tejemanejes, mal se me pondrían las cosas. Sería inmediatamente expulsado del Arbeitsstatistik. Quizás incluso me enviarían a algún Kommando exterior particularmente duro —Dora, Ohrdruf o S. III, por ejemplo— por aquella falta de disciplina. A no ser que el partido español lograra que me dejasen permanecer en el campo. Pero tendría que echar el resto para ello. Y aun así, nada me libraría de unos cuantos meses de trabajo punitivo. En la cantera, por ejemplo.
Lo que hago falsificando fichas de los SS se califica de sabotaje. La pena prevista en tal caso, si son los mismos SS quienes descubren el hecho, es ser ahorcado en la explanada donde se pasa lista, delante de todos los prisioneros reunidos.
Pero ¿el riesgo de ser descubierto por los SS es real o solamente hipotético? He examinado la cuestión bajo todos los ángulos, lo más objetivamente posible.
Examinemos la cuestión bajo todos los ángulos.
En este mes de diciembre de 1944, la estrategia de los oficiales SS destinados a la dirección del campo de Buchenwald resulta bastante fácil de adivinar. Quieren evitar a toda costa que los envíen al frente. Quieren seguir viviendo en la retaguardia, en el confort de su sinecura. Deben, pues, evitar a toda costa líos que pudieran llamar la atención de Berlín sobre su gestión en Buchenwald y provocar medidas disciplinarias.
Pero ¿Cómo evitarse líos? La mejor solución consiste en dejar que administren los asuntos internos del campo los comunistas alemanes, instalados en puestos clave de la administración interna desde hace años, desde que eliminaron a los presos comunes al término de una lucha solapada y sangrienta. Para ello, es menester que los prisioneros comunistas alemanes dispongan de cierta autonomía. De esa manera, los oficiales SS, corruptos y holgazanes, pueden dedicarse a sus grandes trapicheos y a sus pequeñas francachelas."

Jorge Semprún
Aquel domingo



"Sin duda, y te pido perdón de antemano, a veces olvidaré. No podré vivir siempre en esta memoria: sabes muy bien que es una memoria mortífera. Pero volveré a este recuerdo como se vuelve a la vida. Paradójicamente, al menos a primera vista, a simple vista, volveré a este recuerdo de un modo deliberado en los momentos en que tenga que afirmarme, replantearme el mundo y a mí mismo dentro del mundo, volver a empezar, renovar las ganas de vivir agotadas por la opaca insignificancia de la vida. Volveré a este recuerdo de la casa de los muertos, para volver a encontrarle gusto a la vida."

Jorge Semprún Maura


"Sin un mínimo de presión física no se obtiene nunca nada. Algunas hostias bien dadas, en el momento oportuno, hacen ganar semanas en el conocimiento de las tramas subversivas."

Jorge Semprún Maura



"Una duda me asalta sobre la posibilidad de contar. No porque la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible, algo del todo diferente, como se comprende sin dificultad. Algo que no atañe a la forma de un relato posible, sino a su sustancia. No a su articulación, sino a su densidad. Sólo alcanzarán esta sustancia, esta densidad transparente, aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico, en un espacio de creación. O de recreación. Únicamente el artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del testimonio. Cosa que no tiene nada de excepcional: sucede lo mismo con todas las grandes experiencias históricas."

Jorge Semprún Maura
La escritura o la vida


"Yo tuve la suerte de que los primeros golpes de detención fueran puramente palizas, pero sin el propósito sistemático de interrogar; nadie me preguntaba nada. Me habían cogido, habían descubierto un arma que llevaba conmigo, y la policía militar, antes de que fuera a la Gestapo, me hizo todo tipo de barbaridades. Pero nadie me preguntaba nada."

Jorge Semprún Maura



"Yo viviría con su nombre, el moriría con el mío. En resumidas cuentas, él me iba a dar su muerte para que yo pudiese seguir viviendo. Intercambiaríamos nuestros nombres, lo cual no es poco. Con mi nombre él se convertirá en humo; con el suyo yo sobreviviré, si es posible."

Jorge Semprún Maura